Todos esos experimentos y avances, Raven, son del máximo interés para la Filosofía de la mente. Pero lo importante no es el aspecto ingenieril del asunto, sino en cuanto ello pueda ayudar a definir qué es la mente, qué es el pensamiento, qué proposiciones podemos aceptar de tipo mentalista.
Pero para admitir que los estudios y experimentos de IA tienen algo que decir al respecto hay que partir de un pre-juicio de tipo funcionalista, como el que he apuntado hace unos mensajes. Si se sostiene un pre-juicio dualista de tipo cartesiano, la IA no tendrá nada que decirnos sobre la mente, puesto que ésta sería entonces algo humano y extracorpóreo, que nunca podrá ser predicado de una máquina física que es un producto de la industria del hombre.
Partiendo, pues, de un pre-juicio de tipo monista y fisicalista, tras el ejemplo del termostato podemos pasar a algo más complejo: la máquina de Turing. Este matemático e informático inglés imaginó una máquina cuya respuesta física a los estímulos físicos recibidos no era simple, sino que estaba provista de varias posibles alternativas de acción, a través de una “tabla de máquina” (algo así como un
software o programa). Por tanto, entre la entrada y la salida había un proceso interno complejo que realizaba la propia máquina conforme a la “tabla” de que estaba provista.
Turing planteó que se podía realizar una prueba, si la máquina era suficientemente compleja. Supongamos que en una habitación A hay una persona con un ordenador que maneja mediante el teclado habitual; y en otra habitación B hay un ordenador que funciona por sí mismo, mediante el programa de que está provisto. Y en una tercera habitación hay una persona que interactúa con los ordenadores de las habitaciones A y B. Pues bien: si esta persona, después de un número determinado de interacciones pregunta-respuesta con los ordenadores de las habitaciones A y B no es capaz de distinguir cuál de ellos ha sido manejado por un hombre y cuál de ellos por el propio ordenador, es difícil que podamos asegurar que el ordenador de la habitación B no posee una mente, no piensa.
La broma habitual es que es fácil descubrir al hombre por sus respuestas tontas, a diferencia de la máquina, que ofrece siempre respuestas inteligentes:
Por otro lado, recordar que en la película
Blade Runner el personaje que interpreta Harrison Ford es un experto en “test de Turing”, pues su oficio es descubrir a los replicantes mediante una serie de preguntas y respuestas. Es interesante ver cómo el mundo de Hollywood, el gran creador de los mitos contemporáneos, ante estas situaciones más o menos futuribles ha reaccionado atribuyendo al hombre, como factor diferencial respecto de la máquina, “sentimientos”, ya que la “inteligencia” parece no ser capaz de distinguirlos e incluso parece que las máquinas pueden estar más dotadas de intelecto que los propios hombres. La lista de películas en que hace su aparición el mito del sentimiento frente al mito de la inteligencia son innumerables:
2001: Una odisea del espacio,
IA de Spielberg, la propia
Blade Runner. Y es, indefectiblemente, la pregunta que le hacen a cualquier experto en la materia, los periodistas: "Pero ¿podrá haber ordenadores con sentimientos algún día?" ¡Si el viejo Platón, que consideraba la inteligencia lo más elevado del hombre y lo colocaba en la cabeza, y las pasiones lo más bajo y animal, y lo colocaba en el bajo vientre, levantara la cabeza!
Volviendo al test de Turing, los que mantienen posiciones antropocéntricas y quieren apuntalar a toda costa la “humanidad” de la mente, suelen aducir que puede que los estímulos sean los mismos y las respuestas también, pero lo que ocurre en el interior del ordenador y lo que ocurre en la mente humana, aunque no sepamos exactamente qué es lo que ocurre allí, son muy diferentes. Pero eso a mí me parece una excusa bastante pueril e infundada. A este respecto, me trae a la cabeza cierto suceso profesional con el que espero no aburriros, pero que viene al pelo.
Hay en Derecho de sucesiones dos instituciones que se suelen ordenar en los testamentos, normalmente en favor del cónyuge viudo:
-Por un lado, la sustitución fideicomisaria de residuo con permiso para que el fiduciario disponga de los bienes en caso de necesidad; es decir, se dejan al cónyuge viudo todos los bienes, que deberá conservarlos para dejarlos, tras su muerte, a los fideicomisarios que designa el testador. Pero, puede vender alguno de los bienes, si lo necesita para vivir.
-Por otro lado, el usufructo con facultad de disponer; se deja al cónyuge viudo el usufructo de los bienes, pero, además, la facultad de disponer (es decir, enajenar) los bienes si lo necesita para vivir.
Pues bien, es fácil ver que el contenido, en términos de derechos y obligaciones, es idéntico en ambos casos. El fiduciario del primero y el usufructuario del segundo tienen idénticas facultades y deberes; y lo mismo pasa con el fideicomisario del primero y el nudo propietario del segundo supuesto.
Pues bien, en una memorable sentencia, el Tribunal Supremo, tras reconocer que el contenido de ambas instituciones es idéntico, afirma que, no obstante, no deben ser confundidas, pues se trata de casos de naturaleza jurídica totalmente diferente, pues en el primer caso el fiduciario es titular del derecho de propiedad y, en el segundo, de un derecho de usufructo, derechos reales ambos de naturaleza muy diferente. Es decir, dos instituciones de naturaleza completamente diferente que conllevan el mismo régimen de derechos y obligaciones. En mi vida me he reído más con un razonamiento jurídico.
Aquí pasaría algo similar: estímulos físicos idénticos dan lugar a respuestas físicas idénticas (y no por un azar, sino por procesos reiterados suficiente número de veces), pero, según algunos, se trataría de dos procesos completamente distintos, pues en el hombre habría “mente” y en la máquina, no. Y eso nos lleva a la habitación china de Searle.