En la descripción del período Barroco que realiza el profesor Abellán, se dice que en España se desarrollaron de forma paradigmática diferentes manifestaciones contrarias a las doctrinas políticas de Maquiavelo basadas en la “razón de Estado” para apoyarse en un pensamiento donde la política quedaba siempre subordinada a la moral. Así, se considera que esta postura "antimaquiavélica" resulta excepcional en la Europa de las nacionalidades, y definirá la particular constitución interna de España a lo largo de la historia, que, sin embargo, al tener que vivir en un mundo de naciones, ha provocado que la idea de nación haya tenido que imponerse artificialmente por quienes tenían a su cargo el mando. Así, Abellán refleja que el triunfo de la Inquisición y la razón de Estado como instrumentos para defender una política universalista, católica y, en definitiva, antinacional, incurren precisamente en lo que se quería combatir, como característica típica de la historia dramática y desgarrada de España.
Parecería así que la moralidad española lucha frente a la tesis maquiavélica de hacer del Estado religión, y desde su sublimación de la religión católica de la vida típicamente española, perseguía que de la religión se hiciera el Estado. En esencia, los españoles encarnarían desde su ideal quijotesco, a la par que militar y religioso del Barroco, el enfrentamiento contra la justificación de los propios actos con tal de alcanzar su fin, típico del pragmatismo terrenal burgués de la modernidad en el resto de Europa.
Sin embargo, en mi opinión, esta idea choca frontalmente con la que se sostiene cuando se habla del espiritualismo trascendente que define ideológicamente al Barroco, en el que cobra cuerpo la noción básica de “desengaño”, muy ligada a la decadencia política y económica y que se convertirá en el gran tema del barroco español. A pesar de los intentos moralizantes de los Calderón y compañía, ¿no son acaso los pícaros y los hidalgos, típicos personajes de la época en la realidad y la literatura, maestros precisamente de esa doble moral nada antimaquiavélica, que se sirve de diversos medios con tal de alcanzar sus fines? Los unos por el mero hecho de la supervivencia, esquivarán, sisarán, mentirán, engañarán... los otros por hacer preservar su prestigio, finjirán, adularán, mentirán,... Este desengaño propio de la decadencia en el Barroco que conduce a una desorientación tan análoga a la del helenismo en el que surgieron los epicureísmos, estoicismos y escepticisimos, ¿no es en parte fuente de esta moral típicamente española - y me atrevería a decir que latina, como se puede comprobar a lo largo del Mediterráneo - que marca señaladas diferencias con el sentido del deber y el respeto a las normas típico del resto de Europa con su férrea moralidad luterana, y su implacable ausencia de sacramento del perdón católico? ¿Y no resulta el neoestoicismo de Quevedo y de Gracián una auténtica confirmación del pesimismo antropológico típico del maquiavelismo, de la demanda de pragmatismo interesado que pone incluso en la boca del jesuita exhortaciones a huir de los que sufren o aprender a doblegar voluntades?
La tesis del antimaquiavelismo español, más que venir fundada por un ataque de espiritualismo idealista y moralizante católicos, creo que estaría mejor justificada en la renuencia de un Imperio que se derrumba a las ambiciones de las naciones emergentes europeas y a un nuevo paradigma social, el de la Modernidad, que va a minar los cimientos de aquella sociedad europea de la que España fue primera potencia mundial. Ello explicaría que se incurra en lo que se quiere combatir: en el fondo no resulta ser más que una expresión de frustración que reniega de quien le va quitando el poder que otrora ostentó.