He escuchado la conferencia de Amelia Valcárcel; íntegramente, Topos, aunque, como dice Brub, sobre el asunto del cupo que aquí nos ocupa sólo habla entre el minuto 18 y el 25, como mucho. Voy con mi crítica.
No soy sociólogo, y por tanto no estoy capacitado para hablar de cosas que desconozco, como el mundo de la prostitución y el mundo de los malos tratos; sólo sé de eso lo que sale en la prensa, y tengo por costumbre dejar las informaciones procedentes de esas fuentes en “suspenso”, como los escépticos. No sé si Amelia Valcárcel sabe más de eso que yo; oyéndola parece que sí, pero, que yo sepa, no es socióloga tampoco, ni policía, ni fiscal, ni asistente social, en suma, no es una profesional de esos asuntos. Pero habla como si supiera mucho de eso; tal vez sí sepa, tal vez no. Lo ignoro. Lo único que puedo decir es que su conferencia me ha parecido llena de estereotipos, de “retratos” humanos sacados de la prensa diaria y del telediario. Que a lo peor coincide con la realidad, pero conociendo la prensa y la televisión, me permitiré “suspender el juicio”, como he dicho, sobre tales estereotipos.
Pero voy con los errores que aprecio en la argumentación de Valcárcel, por orden cronológico, por si alguien quiere contrastar lo que digo con la conferencia:
-En el minuto 18’49 sencillamente llama de forma expresa “ignorantes” a los que no opinan como ella. Muy edificante y muy sólido argumento: con ello consigue la satisfacción de la audiencia, risitas incluidas.
-Hacia el minuto 21 incurre en una falacia de falsa analogía, comparando la situación laboral de la mujer en el sector público con la situación en el sector privado. E incurre en una contradicción respecto a lo que había afirmado un poco antes en la misma conferencia. Enseguida entraré con más detalle en estas cuestiones.
-Un poco después monta un “muñeco de paja” con el asunto del “currículo oculto”. Se refiere al ámbito académico y lo extiende como un síntoma a toda la sociedad. Que ella viva en ese mundillo académico universitario un tanto turbio, endogámico y opaco, donde nunca se sabe muy bien por qué se ganan las oposiciones, no la autoriza a sacar ninguna conclusión sobre el resto de la sociedad, donde el currículo de cada uno es el que es, y nadie sabe, ni en los Tribunales de las oposiciones ni en las selecciones de personal de las empresas privadas, si aquél o aquélla candidato/a son hormiguitas de 10 o genios de 6. ¿Qué tendrá eso que ver con la discriminación por razón de sexo como fenómeno social amplio y general?
Y voy con el desarrollo un poco más extenso de la segunda cuestión que acabo de apuntar.
Empieza diciendo Valcárcel que la discriminación no se produce (o se produce menos) en el ámbito público-político (min. 13’45). Sin embargo, hacia el minuto 22, sí incluye como ejemplo de discriminación sexual los ámbitos de poder y los ámbitos académicos, en contradicción con lo que antes había dicho. En realidad lo único que nos viene a reconocer es que lo de las oposiciones a catedrático de Universidad es una filfa; por desgracia, nos quedamos sin saber cómo ganó ella la “oposición” a catedrática de Universidad de la UNED.
Ciertamente lo anterior quizá no tenga mucho que ver con la cuestión de los cupos y la discriminación positiva; pero no deja de ser un índice del confusionismo en que se suele mover este debate, lo que lo convierte en inútil o, como dice la propia Valcárcel, “estéril”. Y yo añadiría, aburrido y espeso.
Pero vamos a la cuestión principal. Reconoce Valcárcel que en el sector público, en los niveles de elite, no existe discriminación; coincido con ella en eso, y creo que los ejemplos que aporté en mi mensaje número 1287 de este mismo hilo lo demuestran sobradamente. Por tanto, la discriminación hay que centrarla en el sector privado. La cuestión es que nos encontramos con un problema grande: ¿Habrá que obligar a las empresas a a contratar no a quien quieren ellas, sino a quien le diga el Estado? En principio, en los países en que vivimos, hay una libertad de contratación de personal; podemos, ciertamente, suprimir la iniciativa privada de la vida social y económica y que todas las decisiones en el ámbito laboral las tome el Estado; si es eso, que se diga claramente. Pero mientras no sea eso, el problema de la “discriminación” a ese nivel no creo que radique tanto en una cuestión de machismo (que puede serlo en algún caso puntual, pero pienso que no generalizable), como de evaluación de coste y eficacia. Voy a hablar de cosas que conozco, de una realidad con la que tengo contacto diario.
En la legislación laboral española el permiso por maternidad es de 16 semanas; y ese permiso es irrenunciable por ley. Naturalmente, eso no significa que, dado que no ha prestado servicios laborales para la empresa durante cuatro meses (un tercio del año), la madre no tenga, cuando se reincorpora del permiso postparto, derecho a su mes completo de vacaciones. En resumen:
-La tercera parte del año sin prestar servicios en la empresa.
-Coste para la empresa: 1) cuota patronal la seguridad social de los cuatro meses de baja (aproximadamente un 30% del salario mensual) que la empresa tiene que seguir pagando 2) 10 días de vacaciones (1/3) con sueldo más cotización a la seguridad social correspondientes a los cuatro meses de baja.
En la selección del personal en el sector público eso no importa mucho, pues quien selecciona el personal (tribunal de oposiciones) no resulta afectado en absoluto por la situación descrita.
Pero pensemos ahora en una empresa del tipo de un gran bufete (como Garrigues, Uría o Cuatrecasas) o un banco (como el BBVA). Si la mujer es de baja cualificación (una recepcionista u operadora telefónica), la empresa puede contratar una persona de sustitución, y la Seguridad Social le bonificará las cuotas de este empleado al 100%, con lo que el perjuicio para la empresa no es muy grande (aunque sí hay alguno: dos vacaciones de dos personas cuando sólo ha trabajado una, indemnización por despido al sustituto, costes de selección de personal, etc.). Pensemos ahora, sin embargo, en una letrada de cierto nivel que lleva una cartera de clientes importante en un bufete de primera línea, o en la Directora del centro hipotecario del BBVA o la Directora nacional de riesgos, o incluso un jefe regional de zona. ¿Puede sustituirse una persona de altísima cualificación durante su prolongada ausencia? ¿Puede contratarse a alguien cualificado por sólo cinco meses? ¿Puede informarse a esa persona de los “secretos de empresa” y poner a su disposición los contactos de la empresa con los clientes y los datos personales de éstos, teniendo en cuenta que esos contactos son uno de los activos más valiosos de la empresa? ¿O puede dejarse la silla vacante durante más de la tercera parte de un año? Y eso no una vez, sino varias, dependiendo de los hijos que tenga esa persona durante su vida laboral. Eso es, sencillamente, inviable. Por tanto ese tipo de empresas tendrán una gran renuencia a incorporar mujeres a ese tipo de puestos de trabajo, sencillamente porque esté o no la mujer de baja, la vida empresarial sigue y la competencia es muy, muy dura.
Finalizo con un ejemplo reciente de una conocida mía, que ejerce la abogacía mediante un despacho abierto en Mahón; recientemente ha tenido su segundo hijo. Estuvo una semana de baja y se reincorporó en cuanto pudo al despacho y ya andaba por los juzgados defendiendo sus casos. Lo mismo ocurre con médicas, arquitectas, etc. Todas ellas saben que un despacho profesional no puede estar cinco meses cerrado, porque, sencillamente, se hunde.
Seguramente lo que acabo de decir no es muy popular; pero es la realidad que yo conozco de primera mano. Los argumentos sobre estereotipos están muy bien para catedráticas-políticas como Valcárcel, pero no sólo no solucionan el mundo, sino que a veces puede que hasta lo empeoren. Es un poco eso de Max Weber de la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Recientemente leí un artículo en El País
Enlace, escrito por su subdirectora, en la que criticaba a Soraya Sáenz de Santamaría por haber renunciado a sus 16 semanas de maternidad y andar ya negociando el traspaso de Gobierno. ¿Debería Sáenz de Santamaría haberse quedado en casa, como sostenía la subdirectora de El País, para dar ejemplo? ¿Ejemplo de qué, de que una mujer no puede realizar funciones de alta política, por sus limitaciones biológicas? ¿O debería haberse paralizado el traspaso de poderes del Gobierno hasta que se recuperara? ¿O debería el nuevo Presidente nombrar a una ministra “interina” hasta que se recuperase Sáenz de Santamaría y después hacer una crisis de Gobierno?