Ayer se cumplieron 806 años de la muerte de
Maimónides.
Oriundo de Córdoba, tuvo que abandonar la península por la intolerancia almohade, recalando en Egipto donde, comerciando primero con piedras preciosas, alcanzó fama como filósofo, teólogo y sobre todo como médico. Gracias a la ayuda de Saladino, su protector, pudo librarse de la acusación que se le hizo de haber vuelto al judaísmo después de haber aceptado, durante su estancia juvenil en España, el islamismo. Escribió numerosos tratados de medicina y teología, entre los que filosóficamente destacan sus
Ocho capítulos, pero sin duda, su obra fundamental fue la
Guía de perplejos, en la que intentó conciliar la Biblia y la filosofía, la revelación y la razón. La obra está dedicada a quienes rechazan tanto la irreligiosidad como la fe ciega y que, al hallar en los libros sagrados cosas opuestas o aparentemente imposibles, no se atreven a admitirlas por no ir contra la razón, ni a rechazarlas por no menospreciar la fe, y quedan sumergidos en una dolorosa perplejidad. A estos Maimónides se dirige con la pretensión de proporcionarles todas las armas dialécticas de que la filosofía musulmana y hebrea dispone para defender la fe tradicional.