Critias35 escribió:
Ahora bien, yo esto lo enfocaría haciendo un simil con la música:
Un músico de jazz cuando hace música e improvisa en su solo, suele meter notas que se van de la tonalidad de la base armónica, pero que cuando las mete no distorsiona demasiado y sigue sonando bien aunque para ello tenga que ser en un contexto musical concreto.
Esto sería algo parecido. Pero claro, cuando un músico hace eso, lo está haciendo en un momento de éxtasis musical y que sólo los más fanáticos y entendidos en ese estilo musical, pueden entender lo que hacen y por qué lo hacen. Pero también en este sentido, muchos de los estilos musicales nuevos, se han creado por no ser rigurosos en las normas .
Otra cosa es, si cuando ese mismo músico tiene una academia donde enseña a alumnos-as música,si pone en práctica el saltarse las normas o no.
Me ha llamado la atención tu símil, Critias. Es interesante.
Lo que dices del músico de jazz es un recurso muy empleado en general, en muchos tipos de música, aunque sólo sea por que en improvisación uno puede salirse fuera del campo armonico de la pieza empleando, "cromáticamente" se dice, la nota inmediatamente anterior o la nota inmediatamente posterior. Por ejemplo, si quiero resolver una línea en Sol, la hago pasar previamente por Fa#/Solb (aunque no pertenezca al campo armónico de turno), y de ese modo le doy un efecto de continuidad que no tiene por qué ser desagradable al oído.
Pero un músico de jazz, en una improvisación, se asemeja más a un poeta que a un profesor de filosofía, creo yo. No vamos a entrar aquí y ahora en la centenaria y variopinta historia de este estilo; me limito a hablar de un "jazz man" que improvisa. Aquí la música se torna más expresión que comunicación. El clásico ejemplo del "A love supreme" de J. Coltrane, que parece todo él un poema de San Juan de la Cruz más que otra cosa. He ahi lo extático a lo que aludes. Este efecto es mucho más claro cuando asistes a una interpretación en vivo.
Por el contrario, un profesor de filosofía lo es sólo en la medida en que existe un auditorio al que debe transmitir conocimientos, herramientas para adquirir esos conocimientos y, en la medida de lo posible, contribuir a desarrollar sus capacidades especulativas, teóricas, etc. Si se dedica a garcilear a su fenecida amada, o a mandar epístolas alucinatorias a los desconcertados filipenses, vana es nuestra docencia.
Por esto, siempre he dicho que con Oñate se aprende más y más placenteramente oyéndola que leyendo sus obras. Sus libros son básicamente (retorcida) expresión filosófica. En literatura ocurre a menudo. Disponemos del clásico ejemplo de Sánchez Dragó, cuya narrativa no deja de ser onanismo autocomplaciente. Bueno, es otra forma válida de hacer las cosas, pero así se expone uno a que lo aborrezcan rápidamente. En España no se lleva mucho el Jazz.