Demóstenes escribió:
Nolano, que nunca escribe sin intenciones, sabe que el holocausto judío es tenido por el más infame acto que el ser humano haya cometido en su historia. Así que ha ido directamente donde duele.
(...)
La cuestión clave es si marcamos un límite objetivo. En mi opinión sólo podría ser uno: la vida.
Tienes razón, Demóstenes, He escogido precisamente el holocausto para pedir una respuesta clara. Me he dicho a mí mismo: “si hay algún acontecimiento histórico que suscita la mayor de las adhesiones a ser calificado como representación del mal es Auschwitz. Sin duda será fácil para todos, dada esa práctica unanimidad, decirme por qué Auschwitz fue un acto malo y, en consecuencia, definir el mal”. Pero asisto sorprendido al hecho de que nadie acaba de dar una definición satisfactoria del mal, a pesar de tener claro que Auschwitz es un acto malo en sentido absoluto.
Empiezo por el límite que tú estableces: la vida. Pero si Hiroshima fue un acontecimiento esencial para acabar con Auschwitz, ¿no fue bueno? Pero el caso en que en Hiroshima se acabó con la vida de millares de personas. Hago un ejercicio de abstracción, para no vincularme demasiado a Hiroshima. Hizo falta una guerra extremadamente sangrienta para poner fin a Auschwitz y al holocausto. En esa guerra se acabó con millones de seres humanos. ¿Fue esa guerra un mal o un bien? Así que a mí no me parece claro en absoluto que la vida, así sin más, sea el límite objetivo a lo bueno y a lo malo. A veces, parece, hay que matar a alguien para que prevalezca el bien. No creo que se hubiera derrotado al régimen nazi repartiendo caramelos entre los oficiales de las SS.
Eso, evidentemente, nos lleva de alguna forma a lo que aporta Alekhine: las cosas pueden ser buenas para alguien y malas para otro o para el mismo en otro momento. Es un relativismo acerca del bien y el mal que yo personalmente comparto y me parece sensato, al menos mientras alguien no me pueda dar una definición válida a priori de lo bueno y de lo malo.
Jake escribió:
Entiendo por mal hacer daño a alguien o a algo, bien intencionadamente, bien sin intención, bien por ignorancia. No considero el mal que la naturaleza provoca, por ejemplo un huracán o un terremoto, porque la naturaleza no tiene moral ni razón.
(...) Es cierto que lo moral, el mal, es una convención humana
(...) Así considero que dañar es dañar vida, matar es dañar vida.
No entiendo, Jake, que puedas afirmar que el mal sea humano, rechazando como mal las fuerzas de la naturaleza, y añadas que el mal es hacer daño, sea voluntaria, sea involuntariamente. Si el mal que hace uno es involuntario, ese mal es equiparable, desde el punto de vista moral, al mal que origina un huracán o un terremoto, puesto que no interviene para nada la voluntad humana, pues el hombre no ha actuado intencionadamente, es decir, no tenía voluntad de hacer daño. Los actos involuntarios (si no media negligencia) no son punibles en el Derecho penal humano, porque nadie les atribuye reproche, al igual que ocurre con los actos de la naturaleza. Por otro lado, como bien dice Bud en el siguiente mensaje a este tuyo, el mismísimo Kant habló de que lo que más valor moral tenía era la buena voluntad, incluso aunque el resultado de hecho de la acción fuese dañino.
Luego, aludes a que el mal es convencional. Entonces, estamos donde Alekhine: lo que hoy está mal, mañana puede estar bien. El mal es un mero término cuyo contenido semántico es variable por convención humana (un
flatus vocis, no algo real existente como tal en el mundo).
Finalmente, ofreces una definición que coincide con la de Demóstenes, en relación con el principio de la vida, a grandes rasgos, por lo que mis comentarios a éste sirven aquí también y no necesito volver a reproducirlos.
Bud escribió:
a diferencia de Nolano, sí pienso que la filosofía si no quiere caer en una asepsia desencarnada, tiene que nutrise de la entraña.
(...) la "Solución Final", diseñada por los jerarcas nazis en la conferencia de Wahnsee, tenía como objetivo el exterminio sistemáticamente programado del pueblo judío.
(...) El mal subyace en todos nosotros, en estado latente, dispuesto siempre a manifestarse, a hallar un acoplamiento que lo haga real y operativo. Y ese mal, el mal reificador, el mal de esa lógica de dominio, radica en el laissez faire, en ese dejar hacer
(...) Para mí el mal es la racionalidad ajena a la entraña, a la empatía, a la capacidad de amar a otros. Para mí la buena voluntad kantiana, es pura y simplemente capacidad de amar.
Lamento leer, Bud, que piensas que el mal radica en “dejar hacer”; no te tenía por totalitario, pero veo que tu concepción pesimista de la naturaleza humana (“el mal subyace en todos nosotros”) nos lleve a propugnar regímenes autoritarios donde al ciudadano haya que decirle lo que tiene que hacer, porque si no, el mal que subyace en su naturaleza arrastraría al hombre a Auschwitz. Creo entender que tu propuesta es atar corto a la gente para que no se desboque el mal. Personalmente, Bud, creo que andas desencaminado: no fue el
laissez faire precisamente lo que llevó a Auschwitz sino más bien un Estado totalitario de ordeno y mando, donde el ciudadano alemán se vio privado de todo vestigio de Estado de Derecho y libertades políticas; y, dicho sea de paso, en una economía absolutamente dominada por las políticas marcadas por el Gobierno nazi, nada de libre mercado.
Por otro lado, eso de la “capacidad de amar” y la empatía me parece bastante débil apoyo para la moralidad. Supongamos una persona que carece de capacidad empática, que es huraño y que no ama; pero no hace daño a nadie. Tal vez, cuando muera, San Pablo no le deje entrar en el Cielo; pero en lo que respecta a la moral y la justicia humana, no creo que haya que reprocharle nada a ese ciudadano. En mi opinión es más digno de aprecio por la comunidad que otro que está todo el día haciendo daño henchido de amor y luego pidiendo perdón por el mal causado, una persona que ama mucho a muchas personas, pero que está todo el día haciendo cosas dañinas y perjudiciales. ¿Quién diríais que contribuye más al mal en el mundo, el primero o el segundo? No me parece que eso del amor al prójimo nos lleve muy lejos en términos de moralidad. Hace años que pienso que el Sacramento de la Confesión es un monumento a la inmoralidad y a la irresponsabilidad de la acción.
Supongamos que basamos la moralidad en los retortijones de tripas. Es malo lo que nos remueve las entrañas y bueno lo que no. Basar la moralidad en algo más abajo de los hombros me parece peligroso en grado sumo. Tomemos a Sam Cayhall, ciudadano blanco del Estado de Alabama; se le revuelven las tripas cada vez que ve a un negro en el colegio de sus hijos; su amor a sus hijos le lleva a rechazar (conforme a sus creencias) que crezcan en un mundo de mestizaje racial, de pérdida de los valores de los blancos que colonizaron Estados Unidos. Por las noches se pone un capuchón y sale con sus correligionarios con antorchas a hacer lo que todos sabéis. Y con la mejor voluntad del mundo, henchido de amor para su prole para la que quiere un mundo mejor.
Por otro lado, lo de Auschwitz se parece mucho a lo del crack de 1929 en economía: que es fácil de analizar a toro pasado, pero que no nos sirve de mucho para prevenir males futuros. La lección de Auschwitz no parece haber evitado los genocidios posteriores, empezando por el del pueblo palestino por los mismos judíos, y siguiendo por una larguísima cadena, que, pasando por Srebrenica y tantos otros lugares, se prolonga en nuestros días en Aleppo. He conocido a algunos servios y, desde luego, a ellos también se les revolvían las tripas pensando en sus compatriotas instalados en Bosnia desde el siglo XVI (pensemos en los ciudadanos españoles de Ceuta, por ejemplo) y que iban siendo expulsados por la fuerza por los bosnios de su territorio y de sus raíces. Puede que los verdugos de Srebrenica pensasen estar haciendo el bien.
Por eso, centrarse en un acontecimiento singular es antifilosófico. La Filosofía busca definiciones necesarias, universales,
a priori. Por eso, reducir el problema de la Solución Final a la reunión de Wannsee (no Wahnsee; y, por cierto, “macht” y no “maht” en el lema de Auschwitz)) es una perspectiva muy limitada. Lo del Holocausto venía precedido por muchas cosas, por ejemplo, las soflamas antisemitas de Nietzsche, y, antes, las doctrinas políticas totalitarias, como la de la dictadura del proletariado de Marx o las de los franceses De Bonald, De Maistre o Lammenais, recogidas en España por Donoso Cortés y, más adelante, por José Antonio Primo de Rivera. Reducir el problema de Auschwitz a unos pocos nazis a los que se les fue la olla o que eran frutos genéticos perversos y monstruosos de la especie humana me parece cómodo y tranquilizador, pero poco clarificador y bastante engañoso.
Así que estamos como al principio, en mi opinión.
Acabo este mensaje con un comentario a Alekhine, que reclamó algún detalle más sobre la imperfección en el mundo hace unos mensajes. La idea de Leibniz era la de que éste es el mejor de los mundos posibles; el problema del mal es, por tanto, aparente: fruto de nuestra ignorancia y de no entender que el “mal” forma también parte de un mundo perfecto. Algo parecido subyace en la doctrina totalitaria de la eticidad (
Sittlichkeit) de Hegel y de él pasó al positivismo de Comte y al totalitarismo marxista (especialmente en su versión de materialismo histórico).