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TEMA: "¿Qué es la filosofía?" Notas de lectura crítica (VI)

"¿Qué es la filosofía?" Notas de lectura crítica (VI) 13 Mar 2012 21:41 #6657

  • Nolano
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Resumiendo, del plano de inmanencia pueden decirse, al menos, las siguientes cosas, que yo veo incompatibles:
1- Es un plano prefilosófico del pensamiento “de derecho” (no “de hecho”).
2- Es un plano propio de una época.
3- Es un plano prefilosófico y por tanto exterior al pensamiento: formado en el sueño, en la actividad mental patológica, en la mística, en la embriaguez...
4- Es un plano establecido por los grandes filósofos, que son grandes precisamente por ser capaces de establecer un plano propio.

En todo caso, al menos en las acepciones 1 y 4 la sombra de la trascendencia se cierne sobre el plano de inmanencia. Eso es obvio en la acepción 1, que parece remitir a un sujeto trascendental más allá de los sujetos concretos contingentes. Pero también en la acepción 4, pues para poder hablar de “gran” filósofo es necesario disponer de un criterio para dar y quitar “grandeza” al pensamiento del filósofo, criterio que estará por encima del pensamiento del propio filósofo (que no puede ser juzgado como grande o pequeño utilizando como vara de medir "grandeza" su propia filosofía), o sea, un criterio de orden trascendental.

Lo que sí parece cierto, sea como fuere, es que o bien hay varios planos de inmanencia superpuestos e imbricados o bien el plano de inmanencia está constituido por capas, como un hojaldre. Si sólo hubiera un plano de inmanencia como sección del caos, el resto del caos no intersecado por el plano de inmanencia desaparecería, incluso como mera posibilidad. A pesar de producirse un caoide como consecuencia de la sección del caos por un plano, siempre tiene que quedar abierta la posibilidad de que se habiliten nuevos planos y nuevas secciones del caos, que no sustituyen, sin embargo, a los planos de inmanencia precedentes, sino que se superponen sobre los anteriores:
QF escribió:
Se debe suponer una multiplicidad de planos, puesto que ninguno abarcaría todo el caos sin recaer en él, y que cada uno retiene sólo unos movimientos que se dejan plegar juntos. (...) Cada plano lleva a cabo una selección de lo que pertenece de pleno derecho al pensamiento, pero esta selección varía de uno a otro. (...) El plano de inmanencia es hojaldrado. Y resulta sin duda difícil valorar en cada caso comparado si hay un único y mismo plano, o varios diferentes (p. 53).

Los estratos del plano de inmanencia ora se separan hasta oponerse unos a otros, y resultar conveniente cada uno para tal o cual filósofo, ora por el contrario se reúnen para abarcar por lo menos períodos bastante largos. (...) La cuestión de averiguar en qué caso algunos filósofos son «discípulos» de otro y hasta qué punto, en qué caso por el contrario están realizando su crítica cambiando de plano... complica por lo tanto unas evaluaciones tanto más complejas y relativas cuanto que los conceptos que ocupan un plano jamás pueden ser simplemente deducidos (p. 60).

... el tiempo de la filosofía más que la historia de la filosofía. Se trata de un tiempo estratigráfico, en el que el antes y el después tan solo indican un orden de superposiciones. (...) Así pues, el tiempo filosófico es un tiempo grandioso de coexistencia, que no excluye el antes y el después, sino que los superpone en un orden estratigráfico. (...) La filosofía es devenir, y no historia; es coexistencia de planos, y no sucesión de sistemas (p. 61).

Así que, después de todo, parece que se trata de un plano en el que se van sedimentando estratigráficamente los diferentes subplanos de inmanencia que van estableciendo los distintos filósofos. Cada nuevo plano no sepulta el anterior, sino que se relaciona con él como nueva capa de ese inmenso hojaldre que se va formando con el devenir de la filosofía. Pero qué doctrinas o qué planos pasan a formar parte del hojaldre parece ser una cuestión sin resolver. Puede ser una mera cuestión de azar; supongamos que yo soy un gran filósofo que voy creando conceptos y estableciendo mi propio plano de inmanencia; pero si mis manuscritos no ven la luz y, a mi muerte, mis herederos tiran a la basura mis papeles y son destruidos y nadie los lee, lo mío ya no será un plano de inmanencia válido o estratigráficamente relevante en el devenir de la filosofía. Por otro lado, si bien sólo puede determinar un plano de inmanencia “lo que pertenece de pleno derecho al pensamiento”, no es menos cierto que “esta selección varía de uno a otro”; y eso, digan lo que digan D-G, es todo menos un criterio de iure: es un criterio de facto para determinar qué pertenece o qué no pertenece al pensamiento. La ley se define por ser abstracta y universal: si cada uno fija su propia ley a su gusto, no hay ley, sino mera facticidad. La doctrina de D-G, pues, acaba conduciendo, huyendo de la trascendencia, al mero positivismo. (Sobre historia y devenir y cómo sirven, respectivamente, de sello distintivo de las políticas trascendentes e inmanentes, hablaremos al final de esta serie de entregas de notas.)

Esta cuestión, mal resuelta, en mi opinión, por D-G, como he intentado explicar, resulta ser un punto crucial en su sistema que está dirigido por el impulso de hacer prevalecer la inmanencia frente a la trascendencia:
QF escribió:
Hay religión cada vez que hay trascendencia (...) y hay Filosofía cada vez que hay inmanencia (p. 47).

Cada vez que se interpreta la inmanencia como «de» algo, se produce una confusión del plano y el concepto, de tal modo que el concepto se convierte en un universal trascendente y el plano en un atributo dentro del concepto (p. 49).

La inmanencia, desde el punto de vista filosófico como lo entienden D-G, carece de referencia; ya hemos visto eso del concepto y también que, debido a ello, el concepto era siempre “singularidad”. La trascendencia aparece cuando, intentando dar al concepto un referente, se lo considera como una referencia a algo, una “inmanencia «de» algo”, lo que convierte al concepto en un “universal trascendente”. Este proceso de trascendentalización del pensamiento se expone en el Ejemplo III, a través de sus tres etapas, que ya fueron excluidas de la verdadera filosofía por D-G en el capítulo anterior: la contemplación, la reflexión y la comunicación:
QF escribió:
Los tres tipos de Universales, contemplación, reflexión, comunicación, son como tres épocas de la filosofía, la Eidética, la Crítica y la Fenomenología, que no se separan de la historia de una prolongada ilusión. Había que llegar hasta ahí en la inversión de los valores: hacernos creer que la inmanencia es una cárcel (solipsismo...) de la que nos salva lo Trascendente (p. 51).

La etapa Eidética surge con Platón, que establece un plano de inmanencia en el que los conceptos se desdoblan y refieren a “algo” más allá de ellos mismos, haciéndose así Universales trascendentes que se superponen al plano de inmanencia, como un “Uno más allá del Uno”. La filosofía es, entonces, una actividad “contemplativa” de la trascendencia.

La siguiente etapa, la Crítica, ve el plano de inmanencia como un “campo de conciencia”; el concepto refiere al propio sujeto pensante, que ahora se contempla a sí mismo; por eso, en vez de contemplación cabe ahora hablar de “reflexión”:
QF escribió:
Kant llamará a este sujeto trascendental y no trascendente, precisamente porque es el sujeto del campo de inmanencia de cualquier experiencia posible (...)

Kant encuentra la forma moderna de salvar la trascendencia: ya no se trata de la trascendencia de un Algo, o de un Uno superior a todo (contemplación), sino de la de un Sujeto al que no se atribuye el campo de inmanencia sin pertenecer a un yo que necesariamente se representa a un sujeto así (reflexión) (p. 50).

Finalmente, la etapa de la Fenomenología, o de la comunicación:
QF escribió:
Cuando la inmanencia se vuelve inmanente a una subjetividad trascendental, tiene que aparecer en el seno de su propio campo la señal o la cifra de una trascendencia en tanto que acto que remite ahora a otro yo, a otra conciencia (comunicación). Eso es lo que sucede con Husserl (p. 50).

Vemos pues que en los tres casos se trata de una inmanencia «a» algo, en vez de la pura inmanencia sin referencia. Inmanencia «a» un Uno trascendente al principio, «a» un Yo trascendental en la segunda etapa, y «a» un Otro en la tercera. Se producen, así, los errores en la filosofía, de los que D-G indican, en una lista de errores que ven infinita, cuatro (p. 53):

1. La ilusión de la trascendencia.
2. La ilusión de los universales, cuando se confunden los conceptos con el plano y se cae en la triple ilusión de la contemplación, de la reflexión o de la comunicación.
3. La ilusión de lo eterno, cuando se olvida que los conceptos tienen que ser creados.
4. La ilusión de la discursividad, cuando se confunden las proposiciones con los conceptos.

Para finalizar mis comentarios a este capítulo me gustaría volver a incidir en la aporía en que se mueven D-G. ¿Es posible una configuración de la filosofía sin trascendencia? El reto es de envergadura y en él han naufragado unos tras otros todos los filósofos desde Grecia. No podemos reducir la filosofía al positivismo de lo fáctico, y menos aún si queremos hacer una filosofía sin referente, una filosofía de la creación intelectual libre de ataduras de cualquier tipo. Pero sin trascendencia, sin dogmatismo, no queda más remedio que caer en el historicismo (según la terminología de Lyotard sobre el dogmatismo y el historicismo). El diseño de las etapas de la filosofía que acabamos de glosar muestra una progresión pues, efectivamente, parece claro que cada etapa es una superación de la anterior, un “avance”. Pero ¿qué designio dirige ese avance? ¿Con qué legitimidad pueden D-G afirmar que “con la filosofía cristiana, la situación empeora”? ¿Es que hay un Bien y un Mal trascendentes, lo que parece imprescindible si queremos hablar con seriedad de que algo empeora o mejora? ¿Con qué título se pretende que el “empirismo” sea mejor (“resulta un gran creador de conceptos”, p. 51) que las doctrinas filosóficas precedentes? ¿Será todo una cuestión de «gusto», como se nos afirma en la p. 78?

La debilidad filosófica de la doctrina de D-G a este respecto llega a ser evidente en algunos momentos:
QF escribió:
Un modo de existencia es bueno, malo, noble o vulgar, lleno o vacío, independientemente del Bien y del Mal, y de todo valor trascendente: nunca hay más criterio que el tenor de la existencia, la intensificación de la vida (QF, p. 76).

Porque, al menos yo, no alcanzo a comprender cómo puede haber algo bueno y algo malo si no existe el bien o el mal. Seguiremos comentando esta cuestión cuando entremos en el capítulo siguiente y cuando analicemos la crítica de D-G a la filosofía de la historia en el capítulo 4.
Bin ich doch kein Philosophieprofessor, der nöthig hätte, vor dem Unverstande des andern Bücklinge zu machen.
No soy un profesor de Filosofía, que tenga que hacer reverencias ante la necedad de otro (Schopenhauer).


Jesús M. Morote
Ldo. en Filosofía (UNED-2014)
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Re: "¿Qué es la filosofía?" Notas de lectura crítica (VI) 04 May 2012 13:39 #6930

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1. Por lo que he comentado en el hilo anterior, no observo la incompatibilidad de los cuatro puntos que comentas. El plano de inmanencia es relativo, puede ser propio de una época, y se nutre de elementos prefilosóficos, no conceptuales, que constituyen el sustrato de derecho del pensamiento, en el sentido de que el pensamiento conceptual, formalmente hablando, se nutre de sus componentes y marca el espacio por el que puede discurrir. Como he dicho, por tanto, puede advertirse cierto carácter trascendental al distinguir el contenido conceptual-filosófico de lo que no lo es y resulta prefilosófico. Pero en ningún caso trascendente como opuesto a su inmanencia. En la cuestión sobre el criterio por el que pueden establecerse quiénes son los filósofos “grandes”, D-G parecen unilaterales y un tanto arbitrarios en este sentido: “La grandeza de una filosofía se valora por la naturaleza de los acontecimientos a los que sus conceptos nos incitan” (p. 38), “si un concepto es “mejor” que uno anterior es porque permite escuchar variaciones nuevas y resonancias desconocidas, porque efectúa reparticiones insólitas, porque aporta un Acontecimiento que nos sobrevuela” (p. 33). Es decir, un filósofo se hace grande cuando, en primer lugar no se limita a “repetir lo que dijeron” los grandes sino que se dedica a “hacer lo que hicieron, es decir crear conceptos para unos problemas que necesariamente cambian” (p.33); y en segundo lugar cuando, dentro de su papel creador al estilo del artista, resulta innovador, capaz de acercarnos a lo que sea “nuevo”, “desconocido”, “insólito”,… Si así están las cosas, poca vida le queda a la filosofía pues, a pesar de la novedad en que puedan incurrir los problemas a los que nos enfrentemos, en el seno de la pluralidad de la historia de la filosofía, conviene recordar aquello que dice la frase bíblica, y es que ya “no hay nada nuevo bajo el sol”.

2. Como dije, la metáfora de D-G me resulta sugerente, pues si imaginamos la totalidad del caos como un volumen (pongamos una figura irregular, como de una patata), los planos de inmanencia son senciones no necesariamente de curvatura cero que ofrecen una parte del caos sin verse reducido a éste, de forma que sobre ellos puede trazarse cierto orden. Las caoides puede a su vez intersecarse, y compartir partes en común del caos, pero cada uno de ellos resulta singular en su totalidad, constituyendo una “selección de lo que pertenece de pleno derecho al pensamiento” que “varía de uno a otro”. Mi interpretación sobre la característica de hojaldre es que cada plano de inmanencia, según sea el “grosor” con el que se observe puede estar más o menos comprendido en otros planos de inmanencia. De forma que según sea el estrato escogido, éste puede contener una problemática común a períodos filosóficos diferentes, aunque cada uno de ellos, después, añada otros estratos heterogéneos.

3. Como decía, cada plano de inmanencia define “lo que pertenece de pleno derecho al pensamiento” en el sentido de que “marca el espacio por el que puede discurrir” el pensamiento. Aquí el sentido de “iure” no es en absoluto universal de hecho, sino que históricamente ha sido considerado como universal de aspiración. El postmoderno planteamiento de D-G considera que hoy ya sabemos que no es universal ni podrá serlo, aunque sigan manejando en su retrospectiva sobre qué es la filosofía esta descripción interna. Por eso, distintos planos no han hecho sino proponer diferentes espacios como conjunto de tránsitos posibles al pensamiento. La facticidad, desde luego se manifiesta en la pluralidad de planos, y la resignación a ésta en D-G me parece más que patente, únicamente atemperada por el carácter alternativo o diferente (no realmente crítico, pues “nunca se está en el mismo plano”, p. 34) de los nuevos conceptos filosóficos.

4. No creo que D-G consideren que “cada etapa es una superación de la anterior”, sino una superposición. El tiempo filosófico se enriquece con cada nueva aportación cronológica, pero no se supera, y por eso, precisamente, “se puede seguir siendo platónico, cartesiano, kantiano hoy en día […] porque sus conceptos pueden ser reactivados en nuestros problemas e inspirar estos conceptos nuevos que hay que crear” (p.33). Ahora bien, dicho esto, estoy contigo en que D-G, obedeciendo a la corriente nietzscheana en que parecen enmarcarse, proponen una “transvaloración cínica”, pues si bien evitan la referencia a toda posible referencia trascendente, sistemáticamente emiten juicios inspirados en valores supuestamente correlativos a su primer dogma: la inmanencia. Si no hay más que lo inmanente, sólo lo que fomente esta inmanencia, lo que suponga una “intensificación de la vida” será “bueno”, irá acorde con “el tenor de la existencia”; y por tanto, “con la filosofía cristiana, la situación empeora” pues se acrecientan las principales ilusiones que nos desvían de dicha inmanencia: las falsas ilusiones de trascendencia, de universalidad, eternidad o discursividad (que no es sino el reconocimiento al carácter universal de la razón dialógica, capaz de discutir, o como diría Habermas de “dar y tomar razones”).
Javier Jurado
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