Para mí, el aforismo “conócete a ti mismo” se representa visualmente como una espiral. Verdaderamente, creo que todo conocimiento se “cocina” en el interior, si bien el estímulo parte del exterior. Ese conocimiento puede iniciarse en un nivel muy básico, diríamos, en la parte más ancha de la espiral, para ir poco a poco, a base de vivir, afinándose cada vez más. Por ejemplo, una determinada experiencia te produce dolor, o placer. Tu primera información es la sensación, pero puede estimular una investigación más o menos profunda sobre la naturaleza del dolor o del placer. Puede hacerte analizar las distintas clases de dolor o placer susceptibles de ser sentidas, las más burdas, las más etéreas. Puede ponerte en contacto con esa parte de ti mismo con la que percibes la sensación y la reflexión siguiente. Lo más fascinante es cuando observas que “tu” eres el primer sorprendido de “ti mismo”, cuando la honesta introspección te hace ver en su desnudez cosas en ti mismo que probablemente no esperabas o que incluso te resulten despreciables. Es decir, eres actor y espectador de ti mismo.
El final de la espiral, el punto final … ese es el gran misterio, el que nos unifica y no tiene nombre.