Magnífica reflexión Nolano.
Creo que, más o menos, estamos diciendo lo mismo, solo que, como de costumbre, tú lo expresas mejor y con los términos más adecuados.
Escribes:
Por tanto la responsabilidad a que me refería no derivaba del carácter personal de aquél o aquello ante quien había de responderse, sino en la necesidad de contar con una "coartada" de justificación para nuestros actos.
Claro, estamos de acuerdo. Por eso mismo señalé que la diferencia entre el hombre sartriano y el heideggeriano radicaba en
cómo se mostraban responsables, es decir, en cómo justificaban sus actos. No es que el hombre heideggeriano sea irresponsable, sino que solo es responsable con aquello que le es más afín desde una perspectiva vital, que no moral.
Sigues:
Es decir, que el hombre sartriano, como el kantiano, tiene de fondo de su actuar una "autonomía": responde ante el "sujeto trascendental" que lleva en su interior. Auto-nomía, normas que el sujeto se da a sí mismo como sujeto trascendental, frente a la hetero-nomía, que le viene dada por sus impulsos e intereses individuales.
Esta magnífica explicación tuya, que comparto, yo la expongo de otra manera: el hombre sartriano, como el kantiano, se debe al cumplimiento de imperativos categóricos ético-morales, pero el heideggeriano no.
Efectivamente, el hombre sartriano está preso, como intenté explicar, del imperativo moral, mientras que el hombre heideggeriano actúa por imperativos vitales (tú lo llamas heteronomía). Pero, atención, el imperativo vital heideggeriano no solo viene dado por los impulsos e intereses individuales, que también, sino por los intereses colectivos de un grupo humano afín y familiar. Así, el hombre heideggeriano, en tanto que provinciano, se debe al clan; se debe a la defensa de los intereses y
supervivencia de los suyos (nación o pueblo). Por el contrario, el hombre sartriano, humanista, en tanto que preso de deberes morales y cuidadoso (responsable) con todo el conjunto humano, se erige en portador de principios que, por fuer, han de aspirar a ser
universales.
Sigues:
Muy diferente de ese concepto es el de Heidegger, que se mueve en la total a-nomia, ausencia de normas; que no ausencia de impulsos o pulsiones. Que el hombre de Heidegger esté en la Historia o en la Humanidad, no significa que responda ante la Historia o la Humanidad, porque no hay nomía alguna que se le imponga. No hay justificación posible de los actos humanos, porque no hay cuerpo normativo que avale o impugne su valor moral; no hay justificación posible, porque no hay reglas. Me refiero a reglas absolutas; contingentes sí que las habrá, pero ésas no son normas en sentido filosófico.
No es que el hombre heideggeriano, insisto en ello, se mueva en una total ausencia de normas, sino que no hace suyas las normas o reglas morales impuestas por el humanismo, heredero, efectivamente, de la moral judeocristiana y, a la postre, kantiana. Claro que el hombre heideggeriano justifica sus actos. Todo acto humano implica, necesaria e ineludiblemente, una justificación. Del hecho de que dicha justificación no tenga aspiración de universalidad (ser válida y buena para todos los seres humanos) no cabe que concluyamos que no esté sujeta a unas determinadas normas o reglas.
Sigues:
Podemos poner todo lo anterior en relación con lo que aparece en la última entrega publicada de los Cuadernos negros de Heidegger y que tanto escándalo ha causado a algunos (véase la reseña que al respecto publiqué en el blog de Arjaí). Heidegger empezó a alejarse del nacionalsocialismo cuando éste se burocratiza, se hace "judeo-cristiano", según él mismo lo llamaba. El fenómeno es conocido, y, por cierto, perfectamente detectable en España en el movimiento Podemos. Mientras el movimiento político se mueve en la irresponsabilidad del "niño" nietzscheano, todo va como la seda. Cuando el nacionalsocialismo llega al poder, toma el Estado y el etéreo "pueblo" se institucionaliza como Estado, ya no cabe la irresponsabilidad. La ética de la responsabilidad weberiana y el burócrata hacen su aparición. Por muy nacionalsocialista que sea uno, por mucho que reniegue del Estado y de la responsabilidad, el Estado, el Gobierno, requiere altas e imprescindibles dosis de responsabilidad. De responsabilidad del político y de exigencia por el Estado de responsabilidades a los ciudadanos. No hay forma humana de dirigir un grupo político de millones de personas si no se sancionan las multas de tráfico, se recaudan impuestos, se aplica el Código penal. Y, claro, el mundo irresponsable de Heidegger, desaparece, pues la irresponsabilidad no proporciona mimbres suficientemente recios para el Gobierno de los hombres.
Estoy bastante de acuerdo con tu explicación. Efectivamente, desde el momento en que el teórico hombre heideggeriano, provinciano y religado a la naturaleza, debe "civilizarse" y formar parte de un suprematista Estado reglado y normativizado, se humaniza en cierto modo. Pero atención, porque el hombre heideggeriano no pierde su irresponsabilidad, porque nunca dejó de ser responsable, como ya he señalé en párrafos anteriores, sino que se le exige una
nueva responsabilidad: ser sumiso y siervo de un Estado Omnipotente. Y, claro, lo que deseaba el hombre heideggeriano era poder salvaguardarse a sí mismo y a los suyos, no a un ente abstracto y burócrata que se convertía en fin de su propia razón de ser.