Conrado, realmente en cualquier sistema distributivo (de esos totalitarios que les gustan a los socialdemócratas que fantasean con las lecturas rawlsianas) el resultado es siempre el mismo. Hablar de "igualar por arriba" o "igualar por abajo" es emplear una metáfora; cuando el estado extrae dinero de los individuos para sostener su tamaño elefantiásico -porque a la hora de la verdad corrige pocas desigualdades- y lo hace por porcentajes en función del salario, a medida que los salarios son más bajos la cantidad extraída es mayor, de forma que las presuntas "diferencias sociales" producidas por el "azar natural" no sólo no son corregidas sino que siguiendo un cómputo global los menos favorecidos finalmente pagan más de lo que reciben. Resultado idéntico: sociedad más empobrecida.En cuanto al impacto de los trabajos forzados impuestos en la economía real se puede observar el salario medio de las grandes empresas y el de las medianas y pequeñas.
Pero ya que estamos, es interesante precisar de qué va esa historia a la que Rawls llamó velo de la ignorancia. Es una noción de sabor detestable eminentemente contractualista y procedimental, formal por lo tanto, de una abstracción completamente impracticable empíricamente. En la situación previa a la firma del contrato social, los individuos estarían cubiertos por un velo de ignorancia sobre cómo serían nuestras condiciones físicas, morales, intelectuales -naturales- y en base a ello elegir una serie de reglas que corrigiese las desigualdades que se pudiesen producir en el futuro. Los menos favorecidos tendrían derecho a que se les compensase por las posibles desigualdades naturales que se tradujesen en desigualdades sociales debido al azar natural y así igualar las condiciones de partida, la posición original o como quiera que se le llame. Esta postura hará sin duda las delicias de los procedimentalianos-neokantianos-habermasapelianos del foro y es como la Sharía del estado del bienestar: cojámonos de las manos y cantemos ¡Aleluya! y firmemos el pacto.
El primer problema de esta redistribución formal avant la lettre es que es ineficiente.Da igual si las reglas que se dan entre sí los individuos antes de firmar el pacto se refieren a cosas como el mérito, los talentos, las virtudes, las capacidades, el origen o las capacidades naturales pues esa distribución estará siempre viciada por la libertad individual. Si los miembros de esa sociedad deciden pagar aunque sea moderadas sumas de dinero para ver jugar a Cristiano Ronaldo o películas de Pedro Almodóvar, esto producirá a la larga que Cristiano Ronaldo y Almodóvar sean ricos mientras que el resto serán más pobres. Por eso la espada de damocles de la redistribución siempre está sobre nuestras carteras, atenta a que el resultado de la redistribución no quede afectado por las decisiones individuales. Y vuelta a empezar.
En segundo lugar, estas reglas redistributivas se orientan a la igualdad o al igualitarismo pues bien, eso es imposible en la práctica. Los que manejan esta distribución entienden que lo que se distribuye es una especie de tarta que nunca se agota -la riqueza- y que el único problema es que no se pierdan recursos ("el problema es la corrupción") y racionalizar bien la redistribución ("hay que cambiar de gobierno. El candidato X tiene mejores ideas para gastar"). La misma idea de justicia social o justicia distributiva es completamente ideológica, pues entiende que existe una masa de riqueza en algún lugar (manna-of-heaven-theory, sic.)y está bajo el control de la autoridad esperando a que se determine con qué criterio se distribuye. Y aquí está el error: no existe ningún distribuidor centralizado (incluso cuando existe institucionalmente como en los países comunistas) pues lo que se distribuye lo distribuyen multitud de propietarios o consumidores en actos concretos. Esta teoría de Rawls distingue radicalmente la producción y la distribución: "lo que se produce acaba en manos de quien distribuye", pero eso es otro error más de estas posiciones: ambos procesos se coimplican siempre. Así, el estado no puede coger de la tarta el "trozo" a distribuir, pues no hay tal trozo (otro error derivado del realismo político y económico). Pero en este caso el elemento más totalitario lo encontramos con que lo que se redistribuye ya no son cosas materiales sino talentos naturales. Vale lo mismo que hemos dicho en el caso de los bienes materiales: no hay una masa inerme de talentos naturales, sino que estos se descubren, se valoran y se desarrollan, y exigen una comunidad que valore unos por encima de otros. Si se valora el ahorro y el trabajo duro produce unos talentos, y si se valora el derroche y la inmediatiez otros. Pero una comunidad histórica no se prevé en el pre-contrato social debido al velo de la ignorancia que parece presuponer individuos abstractos,a-históricos y a-comunitarios. Y no sé si vale la pena insistir en el desastre que supone este planteamiento en la productividad: Si los individuos no pueden apropiarse del fruto de su trabajo, producen menos. "Toda justicia social al final no es más que un espejismo" como bien dice Hayek. Además, hay desigualdades que no se producen como efecto del azar natural o por cuestiones de origen, sino que las hay provocadas, consciente o inconscientemente
Y en fin, es injusto. La imposición de impuestos, se invoca -con teorías como la de Rawls- para corregir desigualdades y combatir la pobreza. En lugar de imaginar velos de ignorancia y co-invención de reglas, debiera consultarse a los individuos que quieren hacer con su propio dinero. Los impuestos son el mecanismo predatorio del estado para ampliar cada vez más su influencia sobre la vida de los individuos y contra la libertad de los mismos. Los impuestos son una forma moderna de trabajos forzados, en beneficio de otros que ni siquiera sabemos quiénes son.