zolaris, tus aportes al respecto son muy elocuentes: la escena que representa una comunión simbólica tras el suicidio de Michael, el juego de las puertas y de las ventanas, la dualidad entre esperanza y desesperación, o cómo la luz entra por fin a través de las cortinas descorridas...
Esta es mi lectura:
Toller afirma, al principio de la película, que va a escribir sobre sí mismo sin eludir nada, y que uno debe mostrarse sin piedad. Toller se refiere a ese hecho como su “experimento”. Es un ejercicio que apunta a su propio fin.
Ese rigor para consigo mismo, esa falta de miramientos, los trasladará a su trato con los demás y afectará en sus últimas decisiones respecto a ellos.
Veo la obra de Schrader como una promesa de autodestrucción.
Toller declara su compromiso con Dios y, sin embargo, aplaza sin cesar la verdadera devoción.
Su “experimento” significa no sólo que debe destruir el ego y el apego al mundo, como hace el penitente devoto, sino también su felicidad.
Toller se ha comprometido con la autodestrucción. Lo que él no adivina es que ese recurso, convertido en hábito, se convierte en la práctica de la individualidad, en un ejercicio estético sin un desenlace. Por eso, creo, Schrader decide no darnos el último acto de autoaniquilación de Toller,
Toller prueba con la oración, con la escritura, con la bebida... Busca una experiencia genuina.
En la oficina de Michael, forrada de fotografías de activistas asesinados, de mártires, Michael le dice a Toller que, en 2050, su hija tendrá 33 años. «¿Se imagina cómo será el mundo entonces?»
En el marco estrecho en el que filma Schrader estas escenas, los personajes aparecen aislados. Entonces, la cámara ofrece un primer plano de Toller: la conversación con Michael ha cambiado algo en él. Toller admite que ha sido estimulante y apunta en su diario: «Pedimos una experiencia genuina, cuando todo lo que queremos es emoción».
En ese encuentro en la oficina de Michael, Toller descubre que la vida puede tener un propósito. Siente el compromiso de Michael, y advierte que lo puede hacer suyo. Esas nuevas emociones se mezclan con sus emociones habituales: deshacerse por completo del ser, y no se repelen, todo lo contrario, pueden colaborar juntas.
Michael se inmola. Y ese hecho hace que Toller se siente aún más atraído su vida: era apasionado y estaba comprometido. Michael ha hecho a Toller cómplice de su suicidio. Esta es la idea de “transferencia” que lanza zolaris, y que la sitúa en el marco de la transmisión de un compromiso moral.
Examinando el chaleco, Toller, piensa que puede hacer algo con él, recupera algo parecido al sentido del deber, asocia su vieja disciplina castrense a un propósito delirante. Empieza a sentirse como un soldado de Dios. Comprende que ahora sí puede darle sentido a su vida, hacer que su muerte no sea estéril, como la de Michael. Schrader ha descrito este desarrollo como la captura de Toller por el «virus» de Michael, el virus de la «gloria suicida». Pero la propia naturaleza del camino que ha emprendido Toller lo aleja del martirio y lo acerca al suicidio.
En este punto, la narrativa cambia, brota algo parecido a la ilusión en la vida sin fundamento y amenazada por la enfermedad de Toller. El casi blanco y negro de las imágenes amortigua su rigor. Los colores se avivan. Toller pasea en bicicleta con Mary, y Toller y Mary sonríen dentro de un plano contrapicado.
Toller refiere esa experiencia en su diario y se admira ante el «poder curativo del ejercicio». ¿Ha cedido su tensión autodestructiva? La escena de la comunión espiritual con Mary, la Magical Mistery Hour, viene a desmentirnos. Las imágenes edificantes dan paso a un páramo, arenas glutinosas y toneladas de basura. Toller se aterroriza con sus propias visiones, pero es incapaz de eludirlas. Toller no puede eludir su destino. Ni siquiera Mary es un motivo redentor, al menos en ese momento.
En el apartamento de Mary, cuelga de la pared una lámpara en forma de ojo: es el ojo que observa y censura en la intimidad de Toller, es la vigilancia que el propio Toller se impone: no puede ser feliz, no puede comulgar con nada de este mundo.
Y llegamos a la escena final, en lo que parece el interior de la sacristía de la iglesia colonial holandesa. La experiencia religiosa es convencional, es una escena formalmente incongruente y narrativamente desconcertante que, a mi juicio, Schrader filma así para evidenciar el desorden psíquico.
Como afirma zolaris, resuenan algunas escenas de Taxi Driver:
el vaso con la tableta efervescente, y Toller-Travis contemplándose ante el espejo envuelto el pecho en alambre de espinas. Da la sensación de que Schrader hace que el espíritu de Travis posea a Toller por unos instantes.
El nuevo visionado me lleva decantarme por la primera lectura homologada por Schrader. La epifánica Mary salva a Toller.
Toller no puede tener una visión anticipatoria del paraíso. El mártir tiene el cielo por herencia; el suicida, no.