Hola, os he leído y pensaba en la idea de la muerte de dios y en sí eso deja un vacío en el hombre que se las tiene que ver apuntalando a saber que valores importados y no sabiendo muy bien con qué. El hombre arrojado en la vida, entreteniéndose, olvida que camina hacia la muerte y se inserta en su día a día, encajado, acoplado perfectamente, sin una arruga, rimando los colores para que no chirríen. La sociedad nos aboca a ello, se nos aturulla de imágenes, se nos satura de obligaciones, se nos propulsa a un ocio diseñado, ahí va una tonelada de información sobre tu mente, inabarcable pensar en todo ello, desbordados para sentirlo, anestesiados. Es imprescindible esconder la enfermedad, al enfermo en esas moles de piedra que son los hospitales y los síntomas bajo un buen maquillaje que no produzca grietas, aquí estoy para servirle y ¿mis valores? son más utilitarios, de corta duración, sustituibles por otros y otros..., me los traen y se los llevan ¿y la muerte? eso que le ocurre a la hija de éste o al padre de aquella, porque toca o con el impacto de algo inesperado, hacemos la representación de rigor y a otra cosa que esto vuela. Ya no aceptamos los preceptos de los comerciantes de dolor y muerte ni de los vendedores de orden y disciplina, nos encajan mejor los que nos lanzan los mercados, las ciencias, las tecnologías. Pero ¿y la vida?, ¿sentirla?, ¿pensarla? la vida con toda su fuerza, con su emoción y música, con ese dolor insoportable, con su soledad, con su rutina, la desesperación, el llanto, tocarse, besar, amor, mentira, traición... el sonido de una explosión no es eso que oímos en la tele entre anuncios y con corbata, es algo que revienta los oídos y zarandea de tal forma que eres consciente de esa brizna que eres, la sangre no chorrea por las paredes, es de un rojo intenso y de una densidad que espanta pero también da fuerza. No sé si pensar la muerte porque para entonces no tendré con qué pensar ni con qué sentir, pero si quiero pensar la vida y sentirla, toda.