Hola, Lapidario
Aquí te dejo parte del artículo de D. Oscar Barroso titulado: “REFLEXIONES EN TORNO A LA DIFERENCIA ESENCIAL ENTRE ANIMALES Y HUMANOS: ¿UN PROBLEMA CONSTITUTIVO DE LA ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA?
Lo digo por si te gusta más así
“….El lastre humanista
Pero no todo son ventajas en el planteamiento zubiriano; a medida que elimina la distancia entre lo biológico y lo cultural, se ve obligado a introducir acotaciones dentro del orden biológico mismo claramente insuficientes. En primer lugar, desde el planteamiento zubiriano, cualquier nota psíquica queda totalmente desterrada del mundo animal.
Al ser la inteligencia humana fundamentalmente práctica, se entiende que el instinto sea la única herramienta que permite explicar la conducta animal, sin romper las fronteras entre lo humano y lo animal; la conducta conforme al hábito y la inteligencia prácticamente determinada acercarían es exceso al animal a la esfera privilegiada de lo humano. El animal aparece casi como un autómata encasillado en la invariabilidad del instinto; cualquier conato de aprendizaje, de intuición sagaz o anticipatoria es prácticamente inexplicable desde el esquema zubiriano; insisto, prácticamente inexplicable sin eliminar la diferencia esencial entre el hombre y el animal. Dada su manera de concebir lo humano, si aceptara el planteamiento scheleriano se vería obligado a ver sólo una diferencia gradual en la formidable historia que se puede contar desde los primeros seres capaces de sensibilidad y hasta el ser humano. La creciente formalización que supone progresivamente una conducta conforme no sólo al instinto, sino también al hábito y la inteligencia práctica, impediría el establecimiento de una frontera nítida entre animales y humanos.
Uno tiene la sensación de que el acierto a la hora de ofrecer una explicación del ser humano en su realidad práctica, se salda con una descripción insuficiente por simplista del comportamiento animal. En segundo lugar, al romper la distancia entre lo biológico y lo cultural o espiritual, Zubiri se ve inducido a introducir elementos especulativos que expliquen la gran diferencia cualitativa entre el hombre y el animal. El concepto de “elevación” es ejemplar al respecto. La evolución no le parece suficiente para explicar la novedad que supone la psique humana, así que junto al principio de la evolución, es necesario situar el de la elevación. Como la evolución, la elevación es un principio del cosmos, una manera de dar de sí la materia que no puede reducirse a la evolución. Quede claro que no es algo que se opone a lo biológico, es un movimiento genético, como la evolución, pero irreductible a la evolución misma. Es un movimiento de la materia, aunque no por la materia misma: “En la transformación, en la sistematización, en la génesis y en la evolución animal, la materia da desde sí misma por sí misma. En la hominización da desde sí misma pero no por sí misma”
Claramente, Zubiri está dando el salto a la trascendencia. Si nos fijamos bien, el causante tanto de un error como de otro es la necesidad de defender a toda costa la diferencia esencial entre hombres y animales. Pero, ¿tan importante resulta esta diferencia para la antropología filosófica? ¿Quita un ápice de verdad eliminar del planteamiento de Scheler, Cassirer o Zubiri la referencia al animal para entender lo qué es el hombre? La filosofía, en tanto que no renuncie a los métodos introspectivos, está especialmente preparada para saber mucho sobre el hombre, pero muy poco del animal. En Inteligencia sentiente Zubiri afirma estar interesado por el análisis del hecho mismo de la intelección y no por una teoría en torno a qué sea la facultad intelectiva. Lo segundo, la teoría, debe estar siempre construida sobre un análisis de la intelección misma: “Trátase, pues, de un análisis de los actos mismos. Son hechos bien constatables, y debemos tomarlos en y por sí mismos, y no desde una teoría de cualquier orden que fuere”
Pero, entonces, podríamos replicarle a Zubiri, ¿en razón de qué podemos hacer referencia en un mero análisis a la forma en que el animal siente? Tendríamos que estar en su piel para no rebasar la mera descripción de hechos. La afirmación de que el sentir humano es un sentir intelectivo, o la inteligencia una inteligencia sentiente, pretende ser una mera constatación de hechos, pero la tesis de que el sentir animal es mero sentir, sin notas intelectivas, no puede serlo en ningún caso. Necesariamente, se basa en un análisis externalista de la conducta animal. La sola diferencia metodológica invalida la contraposición esencial.
Puede, además, que el error metodológico conduzca a un error ontológico: que la tendencia a ver una continuidad entre lo humano y lo animal cuando en ambos casos se utiliza una metodología externalista, y la tendencia a ver una ruptura cuando se usa una metodología introspectiva en el primer caso y externalista en el segundo, no sea casual. Entonces, ¿es este problema irresoluble? ¿Es imposible llegar a saber si hay una diferencia esencial? Soy optimista y creo que un uso metodológico adecuado nos puede llevar a responder afirmativamente a estas preguntas. Pero para ello son necesarias dos condiciones:
1. que desde el ámbito de las ciencias biológicas y conductuales se supere la tendencia al reduccionismo –¿cuándo serán capaces de comprender que una identidad óntica entre lo corporal y lo mental no conlleva necesariamente una identidad ontológica?
2. que los filósofos sean conscientes de sus propias limitaciones cognoscitivas, y que, inversamente renuncien a pensar que una diferencia ontológica tiene que estar necesariamente constituida sobre una diferencia óntica.
“¿Qué es el hombre?” Sobre ello tiene mucho que decir la filosofía, porque lo humano no puede ser explicado recurriendo solamente a causas materiales, sino que requiere un saber capaz de hacerse cargo de la constatable finalidad humana. El científico puede preguntarse: ¿se da realmente cultura animal? ¿se dan experiencias realmente intersubjetivas en los animales? ¿son los animales, finalmente, animales de realidades? Dejemos al que realmente puede estudiar el ‘ser animal’ que lo haga, dejémosle investigar si realmente tiene sentido la diferencia esencial en el orden cualitativo. Pero exijámosle, eso sí:
1. tener en cuenta lo que la filosofía dice al respecto, sin aniquilar como punto de partida lo humano cualitativo;
2. cumplir exquisitamente con las condiciones experimentales, no vaya a ser que nos quieran dar gato por liebre, por ejemplo, interpretando antropomórficamente los resultados experimentales
Lo que es claro es que la antropología filosófica no podrá solventar con sus propios métodos las cuestiones apuntadas. Pero éste no es su objetivo, sino, que ya es mucho, aclarar qué es cualitativamente el ser humano. Entendería que para aclararlo surgiera, como una cuestión didáctica, la contraposición con el animal. Es más fácil explicar qué es el hombre, si lo contraponemos a lo que no es. Pero sería ingenuo intentar reducir el enorme interés por la distinción a una causa puramente didáctica. La sensación es, por el contrario, que la diferencia esencial es a su vez esencial para los objetivos de la misma antropología filosófica. Pero, ¿es el hombre menos digno si la diferencia esencial respecto al animal es irreal? Sólo un excesivo lastre humanista nos haría responder afirmativamente a esta cuestión. Quizás llegó el momento de librar de un poco de peso a la antropología filosófica.
Óscar Barroso Fernández Departamento de Filosofía Facultad de Filosofía y Letras Universidad de Granada
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Un saludo