Finalizo mi serie de hilos dedicados al contenido del primer cuatrimestre de la asignatura Filosofía de la Religión, con éste sobre Rudolf Otto, debiendo tenerse en cuenta las mismas advertencias que hice en el mensaje que da inicio al hilo dedicado a Pannenberg, referentes a la ausencia de fuentes directas y su consiguiente carácter meramente tentativo.
Y vuelvo al mismo punto donde inicié mi interpretación de Pannenberg, la constatación de la triple vía de acceso al conocimiento de la existencia de Dios:
Nolano escribió:
En mi opinión nos encontramos ante tres conceptos diferentes y perfectamente distinguibles:
1. Demostrar algo: afirmar algo como conclusión apodíctica de un proceso deductivo.
2. Mostrar algo: señalar algo por deixis.
3. Probar algo: afirmar la existencia de algo mediante la deixis de pruebas indirectas, mediante un proceso inductivo, sin mostrar directamente la cosa cuya existencia se afirma.
Pues bien, si para interpretar a Pannenberg partí de la imposibilidad de transitar las vías 1 (prueba ontológica) y 2 (prueba por ostensión), decantándose aquél, en consecuencia, por la vía inductiva, creo que para interpretar a Otto hay que partir de la idea de que éste rechaza las vías 1 y 3, y se decanta por la 2. Así resulta de lo que nos dice Fraijó:
Fraijó escribió:
Las fatigas de Otto (...) se encaminaron a encontrarle a la religión un compañero más fiable que el que le había asignado Feuerbach. El grito de guerra será: la religión no brota de la Bedürfnis, sino de la Erlebnis (experiencia, vivencia). ("Dios, el mal y otros ensayos", p. 253)
Es decir, a Dios se lo "experimenta", se lo "vive". A Dios, pues, se lo conoce por ostensión; pero aquello que se muestra no está fuera de nosotros, sino en nuestro propio interior: la ostensión de Otto es una ostensión por introspección.
Eso nos plantea problemas filosóficos de envergadura. Uno, de orden gnoseológico: ¿es el conocimiento por introspección equiparable al conocimiento por experiencia de una cosa? Otro, de orden ontológico: ¿puede haber algún ente que exista dentro de otro ente? ¿Podemos encontrar en nosotros mismos algo distinto de nosotros mismos? Muchos filósofos de la mente han advertido de los "peligros" de la introspección como fuente del conocimiento; de hecho no hay nada más misterioso en el mundo que la mente humana y, sin embargo, más accesible en apariencia, si se legitima el método gnoseológico introspectivo. Y no podemos olvidarnos de la gran cantidad de autores que niegan el concepto de "yo" como objeto-sujeto de la conciencia. Hasta el propio Ortega, como ya he dicho en otro mensaje citando a Hierro-Pescador, ponía en evidencia lo absurdo de que el objeto de la búsqueda coincida con el sujeto que busca.
Pero, aun obviando esos problemas, que Otto da por resueltos presuponiendo que el "alboroto místico" es un movimiento de la conciencia causado por un ente separado (Dios) y no un movimiento desordenado de la propia conciencia, un desbarajuste cognitivo que daría lugar a muchas sospechas sobre el agraciado (o víctima, según el punto de vista) por semejante "alboroto"; digo que, aun obviando esos problemas de orden gnoseológico y ontológico, Otto se enfrenta a otro más grave para su proyecto. Tengo que volver a traer aquí una cita de Habermas que ya reproduje en otro hilo:
Habermas escribió:
Mientras el lenguaje religioso sea portador de contenidos semánticos que resultan irrenunciables, pero que se sustraen (¿por el momento?) a la capacidad de expresión del lenguaje filosófico y que aguardan aún a ser traducidos al medio de la argumentación racional, la filosofía, incluso en su forma postmetafísica, no podrá ni sustituir ni eliminar la religión (Pensamiento postmetafísico, p. 62).
Y añadí yo a continuación entonces: "
Pero lo importante es que, si se lleva hasta el final la tesis de Habermas, "Dios" existe en tanto en cuanto existen unas reglas de uso de la palabra "Dios" dentro de nuestro actual "juego de lenguaje". La existencia de Dios es, pues, semántica. Pero en tanto no podamos "experimentarlo sensiblemente" no dejará de ser un término puramente intensional, que carece de extensión, es decir, sin referencia." El planteamiento de Otto nos obliga a preguntarnos lo siguiente: ¿es un ente experimentado internamente (no sensiblemente) una referencia? Eso nos coloca de lleno en la doctrina de los juegos de lenguaje de Wittgenstein y en si puede haber juegos privados de lenguaje. Vuelvo a citar uno de mis pasajes favoritos del filósofo austriaco (de
Investigaciones Filosóficas).
Wittgenstein escribió:
293. Si digo de mí mismo que yo sé sólo por mi propio caso lo que significa la palabra 'dolor'— ¿no tengo que decir eso también de los demás? ¿Y cómo puedo generalizar ese único caso tan irresponsablemente? Bien, ¡uno cualquiera me dice que él sabe lo que es dolor sólo por su propio caso!
Supongamos que cada uno tuviera una caja y dentro hubiera algo que llamamos «escarabajo». Nadie puede mirar en la caja de otro; y cada uno dice que él sabe lo que es un escarabajo sólo por la vista de su escarabajo. — Aquí podría muy bien ser que cada uno tuviese una cosa distinta en su caja. Sí, se podría imaginar que una cosa así cambiase continuamente. — ¿Pero y si ahora la palabra «escarabajo» de estas personas tuviese un uso? — Entonces no sería el de la designación de una cosa. La cosa que hay en la caja no pertenece en absoluto al juego de lenguaje; ni siquiera como un algo: pues la caja podría incluso estar vacía. — No, se puede 'cortar por lo sano' por la cosa que hay en la caja; se neutraliza, sea lo que fuere.
Es decir: si se construye la gramática de la expresión de la sensación según el modelo de Objeto y designación', entonces el objeto cae fuera de consideración por irrelevante.
Evidentemente, ahí no podemos sustituir "dolor" por, por ejemplo, "esta pantalla de ordenador", pues la pantalla de ordenador es ostensible y experimentada mediante los sentidos externos. Pero ese "dolor" de Wittgenstein, ¿no está en el mismo caso que el Dios de Otto? Creo que es claro que sí: uno cualquiera me dice que él sabe lo que es Dios por su propio caso. Dios, entonces, es como el "escarabajo" de las cajas de que habla Wittgenstein en el párrafo siguiente; y los que no creen en Dios son los que tienen la caja vacía. Como dice el genial Wittgenstein al final del texto, se puede construir una gramática de la expresión de la sensación incluso en tal caso; pero entonces el objeto (Dios en nuestro caso) cae "
fuera de consideración por irrelevante".
De alguna forma creo que nuestros conocimientos de Historia y de Antropología confirman la tesis (que tomo de la doctrina de Wittgenstein y que creo consistente con las palabras de Habermas), según la cual Dios sólo existe como juego público de lenguaje; juego intraducible al juego público de la Filosofía. Si el ente que, de acuerdo con Otto, lo "santo" o "numinoso", conocemos por introspección fuera el mismo "escarabajo" en todas las cajas, no tendría sentido que a lo largo de la historia de la humanidad y a lo largo y ancho de los países y continentes haya habido tan diversas concepciones de Dios; si el ente Dios fuera el mismo, el conocimiento de Él debería ser fundamentalmente coincidente.
A contrario se podría argumentar: "es que cada hombre es diferente, por lo que, al ser el conocimiento de Dios introspectivo, eso arroja diferentes conceptos o representaciones de Dios"; pero eso es aún menos plausible todavía, ya que lo que observamos no es que cada uno tenga su visión de Dios, sino que cada cultura tiene su visión de Dios: que todos los nacidos y educados en Riad tengan, más o menos, la misma idea de Dios entre sí y diferente en aspectos esenciales a la de todos los nacidos y educados en Tegucigalpa, nos tiene que llevar a pensar que "Dios" es un juego de lenguaje cultural, no un juego de lenguaje privado.
Otto (consciente o inconscientemente, eso no lo sé) parece haber captado esa problemática. Y de ahí, en mi opinión, su afición a viajar y coleccionar objetos "sagrados" de diferentes culturas. Otto no puede reconocer que Dios sea un juego de lenguaje privado (pues habría un Dios para cada uno y no un solo Dios), y tampoco puede reconocer que sea un juego de lenguaje cultural. Tiene que buscar, por tanto, un juego de lenguaje universal, y de ahí su afición a asistir a oficios religiosos en las sinagogas de Tánger o encerrarse en lamaserías del Tíbet. Y de ahí también que rehúya hablar de Dios como objeto de la religión y prefiera vagos términos abstractos y despersonalizados como "lo santo" o "lo numinoso", mucho más amplios, casi omnicomprensivos diría yo y, por tanto, casi universales.
Viene a cuento a este respecto una observación a un mensaje de Bud que dejé pendiente de comentar, cuando hablamos de un articulillo de Racionero.
Bud escribió:
Recientemente he disfrutado de una obra de este autor: "El Zen y la cultura japonesa".En esta obra Suzuki muestra un conocimiento más que notable de la filosofía occidental. Las filosofías orientales nos muestran un lado no tan dual como las occidentales con su marcada escisión cartesiana entre sujeto y objeto. De hecho, hay un gracioso ejemplo entre la diferencia de postura de un pensador oriental y uno occidental, toma como arquetipos El pensador de Rodin y un pesandor en postura de zazen (postura sedente que adoptan los seguidores de la corriente zen para meditar)."Ambos están en actitud de concentrar toda su atención en un tema de máximo interés o importancia. Pero la figura de Rodin se me antoja más situada en el plano de la relatividad y la intelección, mientras que el oriental está de algún modo más allá. También hemos advertido la diferencia en la postura adoptada por los dos "pensadores". Uno está sobre un asiento elevado y el otro sobre el suelo. El primero está menos en contacto con la tierra que el segundo. El "pensador" zen está enraizado en el fundamento, como si dijeramos, de todas las cosas y cada pensamiento que puede abrigar está directamente relacionado con la fuente del ser de la que procedemos. Levantarse sobre el suelo, aunque solo sea un centímetro, implica una distancia, una separación, una abstracción, una entrada en el dominio del análisis y la discriminación..." (pag 76, edit Paidós, edición 2010).
Esa diferencia de postura entre el pensador occidental y el oriental ilustra muy bien lo que estoy comentando sobre Otto. El hombre de Otto es el pensador de Rodin,
il pensieroso de Miguel Ángel, utilizando el método de la introspección, escudriñando su interior. El pensador oriental en postura "de zazen" no efectúa la introspección. Pero tampoco la extrospección del pensador occidental científico. El pensador oriental utiliza, diría yo, la "transpección" o "metaspección"; no inspecciona ni su interior ni las cosas de su entorno, sino "a través" o "más allá". El pensador extrospectivo no encuentra a Dios, pues éste no es perceptible; el pensador instrospectivo sí, según piensa Otto; el pensador transpectivo tampoco encuentra a Dios: por eso el budismo es una religión sin Dios. Claro que, para los fines de Otto, y dentro de su ambigüedad terminológica, Dios es más restrictivo que lo santo, lo que no conviene a sus pretensiones intelectuales, de forma que hablar de "lo santo" le permite jugar un juego de trasvases conceptuales Dios-religioso y cultural-universal.
Para finalizar, y también en conexión con lo dicho hasta aquí, comentar que el compañero El genio maligno me ha remitido amablemente unos enlaces a un debate entre Gustavo Bueno y Manuel Fraijó (que, si lo considera oportuno, puede facilitar también en el foro). En un momento dado, Bueno dice una cosa muy aguda: que la Filosofía de la Religión sólo ha podido surgir en el ámbito del protestantismo, y no hubiera sido posible en el ámbito del catolicismo, porque éste ha dado lugar a una potente Teología que hace innecesaria dicha Filosofía de la Religión. Efectivamente, la construcción de la Teología, que nace cuando el cristianismo se acopla al régimen político del Imperio Romano, y deja de ser una secta o religión cualquiera y sin importancia, no es sino, con arreglo a la tesis que vengo sosteniendo en este mensaje (esto ya no lo dice Bueno, aunque no sé si lo piensa), la construcción de un "juego público de lenguaje" sobre Dios; esa construcción, haciendo honor al propio nombre de la religión en cuyo seno nace (católico=universal), pretende ser un juego público de lenguaje sobre Dios de ámbito universal, y no de ámbito cultural. La religión protestante no ha tenido nunca esa pretensión expresa de catolicismo o universalidad (de hecho, nace como una escisión de la Iglesia Católica y su dogma) y, por ello, si quiere "defenderse" en el mundo como juego público de lenguaje, tiene que acudir a la Filosofía, dando lugar, primero, a la "teología natural" y, después, a la Filosofía de la Religión.