Nolano escribió:
la ostensión de Otto es una ostensión por introspección.
Creo que reduces en exceso la experiencia de lo numinoso de Otto a la introspección. Ello te lleva a despojar a ésta completamente de todo vínculo con cualquier tipo de referencia, por indirecta que ésta sea, y que pudiera hacerla más intersubjetiva. Si fuera mera experiencia introspectiva, ¿cómo explicar que, como reconoces, no se quede en un mero ámbito privado, en un puro juego privado del lenguaje, y se suela manifestar de forma compartida en ámbitos culturales que superan semejante introspección?
En realidad, toda experiencia – incluida la que se nos revela tras la impresión de nuestros sentidos – acontece en nuestro interior, y forma siempre un agregado entre los meros datos sensibles del exterior y la predisposición de cada uno (conceptos previos, actitudes, estado fisiológico, prejuicios, teoría desde la que se interpretan,…). No sería tan diferente, según entiendo, la experiencia de lo santo para Otto que puede venir provocada, y suele de hecho hacerlo, por un acontecimiento exterior al que se suma efectivamente una disposición interna. La ostensión de Otto no sería, por tanto, un puro ejercicio reflexivo en soliloquio, sino que al intentar expresarse en la medida en que esto sea posible siempre acude y encuentra apoyos en experiencias externas (como el canto de Isaías en Tánger).
Efectivamente, los objetos más fácilmente reconocibles en la intersubjetividad como referencia producen experiencias sensitivas similares con una regularidad enorme que nos permite, precisamente, hacer ciencia. Sin embargo, la irregularidad de la experiencia de lo santo no nos legitima a despreciar la posibilidad de esa realidad subyacente. Será muchísimo menos contrastada, menos intersubjetivamente compartida, mucho más propensa a entremezclarse con particularismos histórico-culturales como para hablar de “juego del lenguaje cultural”,… pero, me parece que no podemos, necesariamente, reducirla a un mero
movimiento desordenado de la propia conciencia. Es necesario, al menos en mi opinión, ser cautos precisamente porque junto al abigarramiento y la pluralidad de experiencias religiosas en la historia que pudieran hacernos dudar de la univocidad de su referencia última, este fenómeno se presenta al mismo con un curriculum al menos que considerar: la milenaria, constante y recurrente historia de este tipo de experiencias.
Nolano escribió:
Si el ente que, de acuerdo con Otto, lo "santo" o "numinoso", conocemos por introspección fuera el mismo "escarabajo" en todas las cajas, no tendría sentido que a lo largo de la historia de la humanidad y a lo largo y ancho de los países y continentes haya habido tan diversas concepciones de Dios; si el ente Dios fuera el mismo, el conocimiento de Él debería ser fundamentalmente coincidente.
Esto sonaría razonable si se asume acríticamente el prejuicio de que Dios y un escarabajo son entes del mismo tipo. Lo cual, más allá de que Dios pueda existir, puede ser demasiado suponer. Y no basta con reemplazar al escarabajo con cualquier otra realidad más etérea, escurridiza o compleja, puesto que, en última instancia, no podemos perder de vista que en nuestra comprensión somos incapaces de sustraernos a la necesidad de predicar lingüísticamente cualquier realidad a la que pretendemos referirnos intercomunicativamente, aunque sea predicando meramente su ser. Sin embargo, esta condición de posibilidad del lenguaje habitual puede resultar un auténtico reduccionismo insuperable si aquello a lo que nos enfrentamos es precisamente lo inefable. Así, sin ir más lejos, nos vemos obligados a emparentar mínimamente a Dios y al escarabajo, haciendo que Dios “caiga bajo” nuestra noción de “ente” o “referencia”. Si Dios existe, el resultado de esta reducción lingüística es, como mínimo, de una incertidumbre tan radical frente a nuestras habituales comprensiones, que resulta trivial criticarla porque no encaje con los parámetros que solemos manejar.
Y por eso puede ser conveniente recordar aquí la advertencia que lanzaba Pannenberg, a quien ubicas en una vía completamente distante de la de Otto y que a pesar, efectivamente, de su titánico esfuerzo racional por aproximarse a Dios y edificar su verosimilitud, reconocía:
“A un Dios sólo se le mide con la medida que él ha determinado que se le mida”.
Ya hemos hablado en otras ocasiones del perspectivismo encarnado en
aquella parábola de los ciegos y el elefante. Si este relato sirve de inspiración para relativizar las posiciones gnoseológicas del mundo natural, cuánto más no cabrá ser prudentes con las posibilidades de encuentro intersubjetivo de experiencias de lo santo como las que persiguió Otto por todo el mundo.
Y, aunque pueda parecer que este discurso acaba blindando la idea de Dios hasta secar el diálogo, quiero recordar la relevancia que esta aparente “huida” puede tener, según la tesis que ya planteé el otro día a propósito de Hume, desde el punto de vista ético y existencial:
Si hay un Dios realmente verosímil, es aquel que no lo sea más ni menos que la alternativa de su inexistencia.
P.D.1: Orillo la mención a Bueno – pues no quisiera que sirviera de nuevo de pretexto para estropear otro hilo, aunque ha tardado un suspiro en amagar con prenderle fuego. Pero sí querría compartir mi sorpresa ante vuestra tesis pues, aunque admito el carácter marcadamente universal del catolicismo frente a la vocación protestante, me sorprende que digamos que el catolicismo “ha dado lugar a una potente teología” y por ello no ha tenido que “echar mano” de la filosofía de la religión. No pretendo despreciar, desde mi conocimiento superficial, las contribuciones enormes de los Buenaventura, Alberto Magno, Santo Tomás, Suárez y compañía. Pero la impresión que de momento he tenido de toda la teología que he leído, es que la riqueza y fecundidad de la teología protestante, sin ir más lejos durante el siglo XX, ha sido mucho mayor que la de la católica (aunque tenga figuras como la de un Rahner). Y mi impresión es que el protestantismo no “tuvo que echar mano” de la filosofía de la religión, sino precisamente que esta nació en él porque el ambiente protestante, después de históricas intransigencias, acabó escarmentado siendo mucho más abierto y ajeno al argumento de autoridad que el católico. Y a falta de autoridad, hubo que echar mano de la razón. En el catolicismo no surge la filosofía de la religión no porque no haga falta, sino porque se le ahoga, y en cuanto un teólogo se aleja un ápice del magisterio y la tradición se le retira como poco el nihil obstat. Otra cosa es que en el proceso secularizador la teología natural deviniera en filosofía de la religión, mucho más titubeante en su especulación, como corresponde a estos tiempos postmodernos (proceso que, por cierto, tampoco le ha salido gratis al catolicismo, que ha regresado a fórmulas todavía más autoritarias y fideístas, que las que en su día fue capaz de sostener, congelando el aperturismo del Concilio Vaticano II y dejando en un completo segundo plano la capacidad de persuasión que pudiera tener su teología y su praxis, para entregarse a un emotivismo corporativista. Pero eso ya nos desvía completamente del hilo).
P.D.2: Estaba preparando mi mensaje, cuando ha llegado el mensaje de Bud con el que en buena medida coincido. Gracias por enriquecernos como siempre aportando tu particular tonalidad. Y también el último de Genio, con quien comparto la insuficiencia de la introspección para dar cuenta de la experiencia de lo santo, así como la especificidad de la “experiencia religiosa” frente al conocimiento habitual, lo que impediría poder juzgarlos con el mismo rasero.