Nolano escribió:
Discrepo de la afirmación de Albert Camus ("No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio"). No solo es que hay problemas filosóficos muchísimo más serios, sino que la cuestión del sucidio es relativamente reciente en la Historia de la Filosofía y ocupa un lugar realmente secundario; si me apuráis hasta diría que es un problema secundario dentro de otro problema también secundario aunque de más envergadura como problema filosófico general, el del sentido de la vida.
Yo encuadraría la afirmación de Camus en el típico postureo de los filósofos existencialistas, siempre con tendencia a una autoestima un tanto complaciente, y a un pensamiento anclado en una adolescencia egocéntrica que nunca han abandonado, aunque ya hubieran cumplido 60 años. Eso les exime, en su propia opinión, de tener que dar muchas explicaciones o argumentaciones sobre sus afirmaciones un tanto rimbombantes y pretendidamente geniales.
El caso es que el asunto del suicidio no deja de ser otra cosa que el asunto de la infelicidad. Evidentemente, el suicida tiene que ser, por definición, un infeliz; o un no-feliz, si se prefiere. Y desde la Antigüedad se ha entendido con carácter universal (dejo fuera de ese "universal" las derivadas psiquiátricas del asunto, con sus casos patológicos, que no son objeto de la Filosofía en cuanto tal) que el fin de la acción humana (es decir, de la moralidad) es conseguir la felicidad, la eudemonía aristotélica.
En esa misma línea puede haber variantes. Así, el estoicismo puede orientar su búsqueda de la felicidad de una forma negativa, la minimización del dolor, blindando al espíritu frente a los embates negativos que la vida y la sociedad interponen frente a nuestra búsqueda (ataraxia). El epicureísmo, por su lado busca la felicidad de forma más positiva. Pero en ambos casos aparece la búsqueda de la felicidad (mayor satisfacción que insatisfacción). Desde ese punto de vista, el infeliz ontológico no existe y, por tanto, no se toma en consideración a quien pretende autodestruirse por ser infeliz y querer dejar de serlo.
Obviamente, los casos de Sócrates o de Séneca, aunque suicidios en sentido estricto, por cuanto se dan muerte a sí mismos, no podemos calificarlos de casos de suicidas, por cuanto la muerte viene ordenada por el poder. Son, por tanto, condenados a muerte en cuya ejecución hacen ellos mismos de verdugos.
Yo diría que el suicido como fenómeno de relevancia en el pensamiento occidental aparece con la obra "Las desventuras del joven Werther", de Goethe, allá por los finales del siglo XVIII. A partir de ese momento, se convierte en un fenómeno de relevancia social y pasa a ser un tópico recurrente en la vida social y literaria del romanticismo. A título de ejemplo, el suicidio de Larra (de gran impacto social en su tiempo) u obras como "Don Álvaro o la fuerza del sino", donde el suicidio del protagonista da trágico culmen a la obra.
Por supuesto, puedo estar equivocado y tal vez alguien nos ilustre aquí mejor que lo hago yo sobre la aparición del sucidio como tópico social, literario o filosófico. El caso es que creo que la primera reflexión filosófica seria al respecto la encontramos en Kant, en la "Fundamentación para una Metafísica de las costumbres". Allí nos presenta Kant, entre los ejemplos de "imperativo categórico", el caso del suicido. Merece la pena detenerse en la argumentación de Kant:
"Un hombre que, por una serie de desgracias rayanas en la desesperación, siente despego de la vida, tiene aún suficiente razón como para preguntarse si no será contrario al deber para consigo mismo quitarse la vida. Pruebe a ver si la máxima de su acción puede convertirse en ley universal de la naturaleza. Su máxima es me hago, por egoísmo, el principio de abreviar mi vida cuando ésta, a la larga, me ofrezca más males que bienes. Se trata ahora de saber si tal principio egoísta puede ser una ley universal de la naturaleza. Muy pronto se ve que una naturaleza cuya ley fuese destruir la vida misma mediante el mismo impulso encargado de conservarla sería, sin duda alguna, una naturaleza contradictoria y que no podría subsistir. Por lo tanto, aquella máxima no puede realizarse como ley natural universal y, en consecuencia, contradice por completo al principio supremo de todo deber" (Trad. García Morente).
Ha llamado la atención (en este como en otros ejemplos que ofrece el propio Kant) lo flojo de la argumentación del filósofo de Königsberg. Es evidente que, aunque la carga de las desgracias superase a la expectativa de los beneficios futuros, eso no llevaría a la extinción general de la vida, sino solo de la vida de los infelices; los felices no se suicidarían, por lo que no hay peligro para la subsistencia de la humanidad. ¿Cómo no podía darse cuenta Kant de ello? Lo que, en mi opinión, ocurre es que Kant pensaba, y con él todos sus conciudadanos, que esta vida es un valle de lágrimas en el que la felicidad no es posible. En consecuencia, si todos los hombres son infelices, la máxima moral de suicidarse cuando la vida "ofrezca más males que bienes" (que es siempre) acabaría extinguiendo la especie humana y, en consecuencia, al sujeto de la moralidad. De ahí que no pueda convertirse en una ley universal.
Por eso es inherente a la filosofía moral de Kant el postulado de la inmortalidad del alma. Esta alcanzará la felicidad en el otro mundo y, en consecuencia, aunque no en esta vida, la moralidad siempre (como lo hacía en la Antigüedad) perseguirá la felicidad.
Naturalmente, si alguien no cree en la inmortalidad del alma ni en la vida de ultratumba, podrá perfecta y legítimamente (desde el punto de vista moral) poner fin a su vida si esta le ofrece una perspectiva de desequilibrio entre numerosos males presentes y futuros comparados con unos escasos bienes futuros esperados. El comportamiento del suicida, entonces, es perfectamente natural (dirigido por los principios universales de la acción humana: evitar el daño, buscar la satisfacción). No sé si eso sería "racional" como se ha dicho aquí, o "irracional". Yo reservaría lo de racional e irracional para el uso de medios cara a conseguir fines (es decir, la eficacia y proporcionalidad de los medios con vistas a las finalidades que se pretenden caso por caso); pero a la hora de seguir los principios naturales e innatos (por tanto, universales) de la acción humana (búsqueda general de la felicidad), no creo que pueda hablarse de racionalidad, sino de compulsión natural.
Es posible que la afirmación no sea del todo acertada, quizás, cambiándola por “la muerte” tenga algo más de sentido. Y en muerte entraría, creo, la propia y la ajena.
Parece que el ser humano no sólo muere, sino que es un ser “mortal” por ser consciente de su propia finitud y la de sus seres queridos.
Decía Nietzsche que si no tuviésemos la capacidad de sublimar a través de las manifestaciones artísticas, la vida, la vida de todo ser humano, sería insoportable. Cuestión abierta, no me queda claro que en toda etapa histórica esto haya sido necesariamente así.
Es una duda que planteo (con interrogantes implícitos), es decir, no afirmo que la muerte sea el único o principal problema filosófico, planteo que es difícil de tratar por ser prácticamente inefable y un tema al que cuesta enfrentarse.
De algún modo, un tanto difuso, mi mente la concibe como un paso del ser al no-ser, un corte de conciencia total.