Al fin encontré el rato para escuchar la conferencia de P.B Preciado, un par de veces, siendo “nómada”, pues me desplazaba en un tren a una comida de navidad, un mes antes de navidad, y también caminando por la calle a arreones con un lobo negro.
Me resultaba inspiradora y por eso doble escucha hasta el final. Yo no he leído nada de Preciado, me salto las letras para no meter la “pata identitaria” (P= Paul, B=Beatriz), y en esta conferencia se presentaba su último libro Dysphoria Mundi, si no entendí mal. Lo leeré, prometido, pero aun no.
Y comienza a modo de testamento con su diagnóstico médico de disforia y digo a modo de testamento pues hacía poco leía uno muy antiguo de un tipo que, lo primerísimo, se declaraba de confesión religiosa: “católico hasta las trancas”, después esposo y padre y finalmente disponía de sus bienes, muy parecido a otro firmado en Rabat en la que el testador "asumía" la ley tal de otra confesión religiosa, éste firmado en un tiempo más próximo, ayer o anteayer. Me llama la atención la idea de “confesión” y de tener que “confesar algo”, en relación con nuestra espiritualidad, a la mínima en que tengo que identificarme o presentarme, y pienso en cuánto tiempo ha transcurrido desde que nos dejamos de definir como alguien que práctica tal religión y por tanto pertenece a tal comunidad, con lo que ello supone en relación con los que no se instalan dentro de ese “perímetro”.
¿Es posible que aún pase algún tiempo hasta que dejemos de identificarnos en un documento de identidad como hombres o mujeres porque ese aspecto no nos defina o no sea relevante? No sé si eso ocurrirá ni con qué efectos, pero sí pienso que no definirse como perteneciente a una determinada “confesión” religiosa en determinada época y cultura generaría parecida violencia a la que puede sufrir quien no se identifica en esas letras (F o M) del DNI hoy. Es cierto que si entonces yo fuera católica o musulmana la pregunta me resultaría de otro planeta, como me lo puede parecer ahora si yo me identificó plenamente y 100% con la sexualidad femenina o con la masculina. Entonces tal planteamiento, como poco, me traería al pairo. “¿Si la gente no tuviera qué llevarse a la boca estaría hablando de esto?” me dice una compañera del curro. Está muy puteada la gente pasando hambre y algunos, más más si además tiene que estar representando a cada paso ser el hombre o la mujer con el/la que no se identifican.
Más curiosidades, en una entrevista en France Culture, preguntaban a J.Butler si no hacía filosofía desde su experiencia personal, aspecto que no le gustó demasiado por motivos que desarrollaré o no en el hilo de J.Butler, sin embargo, P.B se instala con toda la intención en su experiencia personal como “lugar” desde el que expresar sus planteamientos. Me hizo bastante gracia cuando reprocha a M. Foucault el ser un “filosofo en el armario” por no hablar desde el lugar en el que se halla como "cuerpo deseante", porque se trata de un lugar no ontológico y por tanto carente de agencia, desubicado, un discurso no atendido. Desde el momento en que no se reconoce el lugar no perimetrado por el binarismo, se nos habla desde los márgenes, o desde la “cuneta ontológica” dice y en verdad, qué poco nos gusta mirar en las cunetas. Desde ese espacio habla de lenguaje, un lenguaje que no expresa esa “disforia” por lo que también tratará de expresarse en lo lingüístico de forma disfórica. En tres idiomas, español, francés e inglés quiere desenvolver un pensamiento inquieto, inadaptado, que no se identifica completamente en cada lengua utilizada, sino que muestra fluctuaciones y diferencias, también en prosa y en poesía y así tunea a su antojo nuestro vehículo de expresión.
El no reconocimiento, la no sujeción a la identidad normativa no solo te instala en el “no-ser” sino que también genera violencia. “A mí me gustaría ser durante tres meses mujer, me levanto un día y me visto de tía y me voy a la calle ¿por qué no?”, me dice un psiquiatra que anda ahora con una amiga mía a las dos horas de conocernos y que, al calor de una copa de vino, me muestra impúdico “las curvas” de su pensamiento político y "los encajes" de todo su aparato ideológico. Porque a los cuarenta metros caminados con tacones, bolso y falda habrías experimentado en tu persona más violencia que sentado en bolas en el fondo sur de cualquier estadio de futbol o circo romano. Le dije y aquí acaba el chascarrillo y empieza el drama de quienes experimentan eso 365 días de cada uno de los años que transcurrieron desde los tres o cuatro años de su corta vida.
Violencia y no-ser.
Más cosas, el poder moldea al sujeto, con disciplina y violencia (Foucault), con asunción de la subjetualidad impuesta y autoimpuesta (J.Bulter), o mediante la generación de dependencia, algo arrollador como la heroína o la nicotina, a través de nuestros dispositivos electrónicos. Nos “enganchamos” a redes sociales: tik tok, Instagram, twitter, a foros: ¿también de filosofía?, a los que acudimos varias veces y muchas horas cada día y desde estos espacios nos vamos conformando como sujetos normativos, políticos, consumistas. ¿Y la información que nos entra por las pantallas? Más allá de posverdades, la información es infección, contaminación y la respiramos, cada día.
¡¡ Pero no estoy de acuerdo P.B contigo!! Y no por cómo enfocas la batalla recientemente desencadenada desde un cierto feminismo que recupera, ¿por cuánto tiempo?, un estatus o reconocimiento por el que tiene que luchar cada día. Un feminismo que, sorprendentemente, arroja de esos metros ganados, de esa “categoría mujer” propia del lenguaje binario, a otros cuerpos y los destierra al arcén ontológico. No, no por eso no estoy de acuerdo contigo chaval, chavala, chavale, y es que no te paso eso de que Heidegger fuera inspirador de “la bestia nacional socialista” Y dale con las botas negras altas y el bigote ese, que parece que come niños, ¿entonces nazi? venga ya, que eso está muy manido. Prefiero que me hables de dildos, de somatecas, de simbiontes, de cuerpos deseantes, pero ¿con Martín?, con Martín no te metas.