Pulpo, según yo lo veo sería lo siguiente: cada cual va al mundo con su yo, con su biografía y su vida en una constante interpretación del pasado y una proyección hacia el futuro. Quien se niegue a sí mismo, tal vez por creer fracasado su proyecto, tal vez por simple hastío de vida, tanto más fácil le será negar a los demás. Si me niego, desprecio o infravaloro lo que soy, mi pasado y mi futuro, pocos motivos me retendrán a despreciar cualquier circunstancia, cualquier otra vida, sea o no humana. Cuando se reducen mis motivos se reducen los motivos del mundo, un mundo que es vivido a través de mí.
Ahora bien, cuando se llega a amar la vida en su contradicción, cuando se aprehende la síntesis hegeliana que resuelve la pugna eterna entre el sí y el no, entonces nos situamos en otra estructura, en otro nivel desde el que afirmarnos aun en nuestra finitud, para desde ahí valorar la otredad como una necesidad digna no sólo de existencia, sino de afirmación y de vida.
Así pues, en vez de negarnos a nosotros mismos para hallar a Dios, tal como rezaba el imperativo escolástico, afirmémonos para hallar la vida, y en ella a los otros como vida.