Gracias Kierkegaard; es un artículo muy sugerente. Y, como todo buen artículo, el de Türcke sobre La vita é bella tiene bastantes cosas sobre las que reflexionar.
No comparto la interpretación que da Türcke de cómo se representa la figura nietzscheana del “amor fati” en la película. Propongo interpretarla más bien a la luz de la doctrina de Habermas del interés emancipatorio mediante el desenmascaramiento de las ideologías (metarrelatos) encubridoras de relaciones de dominio.
Bajo esta óptica, la película nos ilustra, en primer lugar, que no hay meros hechos para la vida humana, que todo hecho, para ser incorporado y aprehendido por el hombre, necesita ser interpretado: que no hay hechos, sino interpretaciones. Grito: “¡María, la llave!” y una llave me cae encima: ¿qué significa eso? Nada. El hombre necesita, para asumir ese hecho interpretar que es mi esposa María la que tira la lave desde el balcón o bien que es la Virgen María la que me tira la llave desde el cielo.
Partiendo de eso, Guido, al que le ha tocado vivir en la terrible situación del fascismo, se percata de que esa presunta “realidad” que le oprime como una losa no es tal, sino un mero metarrelato, un “tigre de papel” que diría Mao Zedong, mero humo ideológico. La película lo ilustra mediante la impagable escena de Guido suplantando al inspector de la escuela enseñando a los niños su espléndido y redondo “ombligo ario”, desmontando así el metarrelato fascista de la superioridad racial.
Guido no se conforma, pues, con el metarrelato fascista, no incurre en esa especie de síndrome de Estocolmo en que el artículo de Türcke parece convertir el “amor fati” de Nietzsche. Al contrario, Guido lucha eficazmente contra el metarrelato fascista no sólo intentando diluirlo mediante el sarcasmo, sino que, cuando tiene un hijo, para salvar a ese hijo que representa a toda la humanidad, se ve en la obligación no sólo de demoler una realidad de dominio violento, sino sustituirla por otra: cambiar el metarrelato fascista por otro metarrelato; es la sustitución del metarrelato de “perros y judíos” por el de “arañas y visigodos”.
Cuando en el campo de concentración el oficial nazi se dirige a los prisioneros en alemán para explicarles las normas del campo, Guido no hace una parodia del oficial al "traducirlo" a su modo del alemán al italiano: sustituye claramente un metarrelato por otro; no sólo intenta cambiar el mundo, sino que lo cambia realmente para su hijo. Es la magia de las palabras, la fuerza de los símbolos: una parábola extraordinariamente lúcida de la condición humana, de naturaleza eminentemente simbólica. (Una reflexión colateral: ¿no es la “traducción” de Guido un magnífico ejemplo de “discurso político”? ¿No es la viva imagen del “demagogo”?)
La película, en cierto modo, es nietzscheana, pero no en el sentido que quiere Türcke. Eso se ve, me parece, claramente al final de la misma. El hijo de Guido se ha salvado y no sólo físicamente, sino moralmente a través del triunfo final del metarrelato de Guido sobre el metarrelato fascista. Pero ¿se ha conseguido la liberación humana? El nuevo metarrelato, que libera de las relaciones de dominio preexistentes, no hace sino establecer unas nuevas relaciones de dominio diferentes. El icono de la “liberación” en la película no es sino una herramienta de fuerza, de violencia, de guerra, de destrucción: es un carro de combate. El dominio nazi es suplantado por las relaciones de dominio del nuevo imperio americano.
Esa es la melancólica conclusión del filme, en mi interpretación. Y por eso es nietzscheana. Nietzsche no libera al hombre de las ligaduras de dominio y explotación, sólo ayuda a conformarse con el “fatum”, con el hado, con el destino. Bajo la sedicente capa subversiva de una “transvaloración de todos los valores” se esconde la cínica frase de Il gattopardo de Lampedusa: “si queremos que todo siga igual, es preciso que todo cambie”. Cambiar unos valores “materiales” por otros para dejar incólume el ideal pequeño burgués de mantener lo importante, que no es el contenido de los valores, naturalmente, sino el propio principio formal de jerarquía en los valores. Sustituimos una lista de valores por otros, para que todo (la jerarquía, el dominio, el encima y debajo) siga igual.