Hola a todos.
Comentaré y matizaré los comentarios de varios compañeros respondiendo a Elías, para no ir uno por uno.
Elías señala que existen tres teorías fundamentales sobre los valores. Yo creo que la
teoría subjetivista es la más acertada (no digo justa), pues es la que mejor
concilia las dos fuerzas antagónicas (ley natural y ley moral) que se disputan la manera de cómo atribuir valor al ente (objeto).
Yo sostengo que la ley natural, que subyace en el principio de la oferta y la demanda, es justa, porque la verdad de su esencia se corresponde con una certeza irrefutable: lo más deseado es lo más valorado. No hago valoraciones morales.
Sin embargo, muchos compañeros muestran rechazo hacia dicha ley natural, pues, condicionados por sus creencias ideológico-religiosas (moralidad), la consideran
injusta.
Volvamos al ejemplo expuesto por Boris: un comerciante decide elevar el precio (no valor) de un objeto (pala) en base a unas circunstancias, es decir, decide ajustar el precio en base a la ley natural de la oferta y la demanda.
Decía Elías, erróneamente:
Hasta la llegada de la modernidad lo que se imponía era el precio justo o justiprecio. Es decir, se consideraba que existía un precio justo aunque fuera muy difícil de determinar.
Bueno, esto no es del todo cierto. Antes de la Modernidad ya existía
la usura, es decir, una práctica, digamos
desproporcionada, que consistía no en establecer un
justiprecio, sino en buscar la mayor ganancia posible elevando el precio de un producto aprovechando variables circunstanciales: escasez del producto (oferta) y/o los deseos del cliente (demanda).
El vendedor de palas que trajo Boris a colación, sin cometer usura (pues tan solo aumentó unos dólares más el precio de la pala) estuvo legitimado para obtener beneficios a través del ejercicio de su actividad. ¿Pero y si dicho comerciante hubiese decidido poner el precio de las palas a 100 dólares? ¿Estaríamos hablando de la misma ley natural de la oferta y la demanda o de "otra cosa"?
Abulafia, por su parte, también cometió un recurrente error, muy propio (y que nadie se ofenda) de esas izquierdas siempre ávidas de
justicia (la justicia de una "parte de").
El error de Abulafia, que no quiero interpretar como falacia argumentativa intencionada, consistió en establecer una falsa analogía entre dos entes incomparables: un ente objeto y un ente o ser humano; lo que hizo fue
cosificar a un ser humano y, peor aún, hacernos creer que el perverso y malvado liberalismo legitima el poder ponerle precio a la vida humana, de la misma manera que se le puede poner precio a una pala.
Pero dejando al margen el carácter falaz de dicha analogía, recojamos el guante de Abulafia, aceptemos que la Modernidad ha cosificado al ente ser humano (y no solo desde el capitalismo, sino también desde el comunismo) y preguntémonos sin miedo, reflexionando más allá del bien y del mal:
¿Podemos ponerle precio a la vida humana?
Pues sí, poder, podemos. Pero ¿debemos evitar hacerlo en aras de cumplir con unos imperativos ético-morales?
Para contestar a esta pregunta debemos considerar qué nos dicta la ley antagónica a la ley natural, es decir, debemos recurrir a una
ley moral.
Ahora es cuando surge la pugna entre diferentes ideologías: ¿qué moral será la más buena y justa para preservar ese valor incalculable que presuponemos intrínseco a la vida humana?
Sí, sí, todos estamos de acuerdo en considerar que la vida humana es "sagrada", entendiendo lo "sagrado" como la esencia (ese "algo más") que es
en el Dasein y que no tiene precio, pues el valor de la esencia es incalculable y/o inestimable.
Volviendo al ejemplo del enfermo de apendicitis de Abulafia.
Supongo que todos estaremos de acuerdo en que para poder curar al enfermo hay que disponer de material, infraestructuras y personal médico, es decir, tendremos que afrontar un gasto, ergo curarle tiene un
precio.
La cuestión, por tanto, no es hacerle creer a los incautos, como ha pretendido Abulafia, que la vida humana no tiene precio, sino decidir
quién o quiénes tienen que pagar el precio de preservar la vida humana: el sujeto, como individuo libre y responsable, o papá Estado, erigiéndose en el tutor en el cual delega el individuo su libertad y su responsabilidad.
Un, dos, tres, respondan otra vez...