flipper escribió:
Lo más interesante de este tema me parece que está, Conrado, en la última parte de tu cita de Copleston, los preambula fidei. éstos contienen parte de verdades naturales sobre Dios y parte revelada. La necesidad de comprender los argumentos filosóficos para que sean verdades de orden natural es lógica.
Mi cita del Copleston continúa después de un punto y aparte diciendo lo siguiente:
"Ir más lejos en esta custión y discutir con qué clase de fe cree el iletrado las verdades que son conocidas (demostrativamente) por el filósofo, estaría aquí fuera de lugar, no solamente porque se trata de una cuestión teológica, sino también porque es una cuestión que Santo Tomás no discute explícitamente".
(F. Copleston, Historia de la Filosofía II, p.258)
En mi opinión una verdad alcanzada por la razón no excluye que esa misma verdad pueda ser alcanzada también mediante la fe. La demostración de la existencia de Dios es uno de esos asuntos paradigmáticos de teología natural, filosofía o acceso mediante la razón. Dice G. Fraile justo a continuación de la cita anterior:
"En ambos casos [fe y razón] el objeto material de la teología [teología cristiana y teología filosófica] es el mismo, o sea Dios. Pero, mientras la primera lo considera a la luz de la revelación sobrenatural [teología cristiana], la segunda [teología filosófica] se limita a utilizar los recursos que le suministra la razón natural."
(G. Fraile, Historia de la Filosofía II, p. 937)
Aquí resulta curioso que el P. Guillermo Fraile se refiera a la filosofía como "Teología filosófica". Eso no quita que para el aquinate la ciecia filosófica sea verdadera ciencia, pero en realidad el sistema filosófico de Santo Tomás prioriza la teología, por más que la razón tenga un puesto de privilegio en su sistema.
Así, dice G. Fraile:
"La existencia de Dios necesita demostración. La proposición
Dios existe es una verdad evidente en sí misma para la inteligencia del mismo Dios, pues la esencia divina se identifica con su existencia. Pero no lo es para la inteligencia humana, la cual no puede percibir directa ni intuitivamente la esencia divina, ni, por tanto, puede ver incluido en ella el predicado de la existencia."
(G. Fraile, Historia de la Filosofía II, p. 938)
Precisamente por no tener una experiencia directa de Dios es que Santo Tomás rechazó el argumento, llamado desde Kant "Ontológico", de San Anselmo, pues no podemos tener una idea perfecta de Dios sin haber tenido una experiencia directa.
Retomando lo de la demostración de la existencia de Dios, que no podamos demostrar la existencia de Dios, por muy necesario que se nos haga, no implica que un ser humano no pueda llegar a Él. Es preferible su demostración racional, pero no es imprescindible para llegar a su esencia ineflable. No todos los seres humanos son capaces de entender la existencia de Dios por la vía de la razón, por lo que no tendría sentido hacer depender el hecho de llegar a Dios de su entendimiento demostrativo filosófico.
A la luz de lo expuesto, no veo problema en llegar mediante la fe o la razón a las verdades de teología natural; es decir, a las verdades accesibles mediante la razón. En todo caso, lo única incompatibilidad que pueda haber reside en el caso particular de que una persona, en este caso el filósofo, pueda llegar al mismo tiempo a una verdad de teología natural mediante la razón y la fe al mismo tiempo. En tal caso, sólo se contempla el acceso mediante la razón.
Por último, pongo una cita muy esclarecedora de José Antonio Merino, extraída de un manual de Historia de la filosofía de la BAC, en la que el autor aborda las relacines entre filosofía y teología en Santo Tomás:
"El hombre se sirve de la ciencia, de la filosofía, de la técnica y de las artes en función de sus preferencias existenciales y de su jerarquía de valores. A la luz de esta perspectiva no puede pasarse por alto el hecho fundamental de que el Aquinate se consideraba a sí mismo
teólogo y que
sus propósitos últimos eran teológicos. Este hecho condiciona todo su pensamiento, incluso filosófico. Si Tomás elaboró la primera filosofía autónoma en el ámbito del cristianismo occidental, tanto el punto de partida como su meta intencional son siempre teológicos. Esta premisa teológica consiste en la aceptación clara y explícita de la verdad revelada de que el mundo y el hombre son creaciones de Dios. Por este motivo, él optó, como teólogo, por ocuparse también de la filosofía y, más concretamente, de la filosofía aristotélica, que, dado su carácter naturalístico y profano, era interpretada hasta entonces como poco compaginable con el cristianismo.
Sin embargo, el Doctor Angélico no vio en Aristóteles a un enemigo o contrincante peligroso, sino, más bien, a un buen aliado y a un buen compañero en la tarea intelectual. Pero para no crear confusiones ni ambigüedades, lo primero que hace es una neta
separación entre filosofía y teología; entre la investigación racional, apoyada y sostenida en principios racionales y evidentes, y la reflexión que se basa en presupuestos revelados. Sólo a partir de esta clara separación, la teología se podrá servir de la ayuda de la filosofía clarificando, para ello, la diversidad y la diferencia del objeto y del método entre ambos campos. Era preciso demarcar con exactitud las aspiraciones, las posibilidades y los límites de la filosofía y de la teología para después analizar sus posibles relaciones mutuas. Este problema
ya venía de muy lejos tanto en la filosofía cristiana como en las filosofías árabe y judía; y su maestro Alberto también lo había afrontado directamente, aunque el tema no lo dejó solucionado.
Tomás comienza distinguiendo, para concluir armonizando. El fundamento de la distinción tomista entre la filosofía y la teología consiste en su clara y tajante distinción entre orden natural y orden sobrenatural. Se trata de dos órdenes distintos,
pero no opuestos, antagónicos ni contradictorios, sino que se complementan y convergen en una misma meta intencional, porque tienen por origen, causa y principio al mismo autor: Dios. La revelación no anula ni hace inútil la razón: la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona. Por consiguiente, no puede haber entre ellas contradicción intrínseca, ya que son diversas manifestaciones y expresiones de una misma verdad. Ciertamente que la filosofía no puede demostrar aquello que pertenece a la fe; de lo contrario, la misma fe sería inútil e innecesaria. Pero puede servirla y ayudarla
demostrando los preámbulos de la fe, es decir, aquellas verdades cuya demostración es necesaria a la misma fe. No se puede creer lo que Dios ha revelado, si antes no se sabe que Dios existe; y la razón puede demostrar la existencia de Dios, que es uno y que posee aquellos atributos positivos que encontramos en el mundo. La filosofía puede servir mucho para clarificar, mediante semejanzas y razonamientos lógicos, las verdades de la fe. Puede ayudar además a rebatir las objeciones contra la fe sirviéndose de argumentos racionales.
Por otra parte, la razón tiene también sus propias razones y verdades. Los principios que le son intrínsecos y que no pueden contradecirse, en cuanto son claros y evidentes, han sido infundidos por el mismo Dios, autor también de la naturaleza humana. Estos principios universales y evidentes derivan de la Sabiduría divina y
no pueden entrar en conflicto con las verdades reveladas, pues la verdad no puede contradecir a la verdad. Cuando nos encontramos frente a situaciones contradictorias entre «verdades», la conclusión es que no se trata de verdades racionales, sino de conclusiones falsas o que sus presupuestos están mal planteados. L
a fe, de todos modos, es la norma y la regla del proceder correcto de la razón. Precisados y demarcados los diversos campos de la fe y de la razón, Tomás pasa a clarificar sus respectivos actos y competencias. En perspectiva agustiniana, el Doctor Angélico define el acto de la fe, el creer, como un «pensar con asentimiento» (
cogitare cum assensu), es decir, como un pensar con la razón y un consentir con la voluntad."
(J.A. Merino, Historia de la filosofía medieval, Sapientia Rerum 10, BAC, p. 188-189)