Me ha interesado el editorial de El País de esta mañana:
RÉQUIEM MULTICULTURAL
Está relacionado con dos cuestiones que se estudian en la asignatura Filosofía Política. Por un lado, el reto de la multiculturalidad que, como línea maestra del libro base de la asignatura, se presenta como el gran reto político del siglo XXI. Por otro lado, me ha interesado porque parece ser el parte de defunción de un modelo bastante asentado, el modelo político británico del pluralismo cultural frente al modelo francés de republicanismo cívico integrador. ¿Estamos realmente asistiendo al fin de aquel modelo político, como parecen anunciar las palabras de Cameron?
Pero lo que ahora quería discutir es lo que yo veo como profunda inconsistencia del editorial. Sin duda esa inconsistencia aflora en lo oscuro de la expresión, pues resulta difícil seguir el hilo argumental de lo que se nos quiere decir. ¿Qué sentido tiene la frase: “el multiculturalismo, un concepto académico que está de más en el debate político”?
La inconsistencia que yo veo en el artículo es la siguiente. Antiguamente, y en España estuvo en vigor hasta no hace tanto una “Ley de vagos y maleantes”, se podía penar a personas no ya por haber cometido un delito, sino por pertenecer a grupos sociales que se consideraban potencialmente peligrosos: gitanos, mendigos, quinquis, gente sin ocupación conocida e itinerantes. En los modernos Estados de Derecho es principio fundamental del Derecho penal que no puede haber pena sin previo delito, sin haber delinquido el reo efectivamente; no se puede castigar a alguien por la mera sospecha de que puede delinquir, incluso aunque pueda ser bastante probable, por su condición social, cultural y económica, que llegue a hacerlo. Pues bien, con motivo de los nuevos vientos que soplan desde el infausto 11-S, todo eso parece haber ido dando un giro, no sólo en el derecho interno de los países, sino también a nivel internacional (guerra preventiva, lo llaman). Pero si nos paramos a pensar, la “eficacia en la persecución y el desmantelamiento de las redes terroristas” que reclama El País, ciertamente no se refiere a castigar actos terroristas consumados, sino a la prevención de los actos terroristas. Y yo pregunto: ¿qué criterios se siguen para esas políticas preventivas? El propio caso Menezes que cita El País es una prueba de que, en su política preventiva, las fuerzas de seguridad del Estado no pueden contar con hechos delictivos consumados, sino con criterios prejuzgadores que no pueden sino concretarse en la vigilancia de las personas de un cierto “perfil”: Menezes era moreno, con el pelo rizado, llevaba sus cosas en una mochila y no en un maletín de Loewe, vestía “como un terrorista”, etc. Quiero decir: la labor policial preventiva no puede sino guiarse por los mismos criterios que antes decía que regían la “Ley de vagos y maleantes”, o sea, la pertenencia a cierto grupo social y cultural; pues no dejan de ser “rasgos culturales” lo que la gente exterioriza por su aspecto.
El País considera que no tiene por qué hacerse una declaración de defunción de la multiculturalidad por el hecho de “reforzar la vigilancia en barrios como el de Luton”. Pero si se refuerza la vigilancia en Luton, y no en el selecto barrio de Chelsea, aunque se disfrace eso de “eficacia policial”, pues evidentemente, parece un despilfarro de recursos que las fuerzas antiterroristas vigilen la casa de Abramovich (a no ser para protegerlo), en vez de vigilar el bareto donde se reúnen los parias musulmanes de Luton, digo que aunque eso se disfrace de “eficacia”, no deja de ser el fin de la multiculturalidad, pues conlleva poner al “otro” bajo sospecha.
No estoy diciendo que Cameron haga bien. Lo que estoy diciendo es que El País engaña a la gente: sostiene un “metarrelato” que es totalmente incongruente con su propio “relato”. Pretende que se puede hacer una eficaz vigilancia policial preventiva y mantener un respeto efectivo a la multiculturalidad. Y eso creo que es sencillamente una falacia política, un metarrelato engañoso, que no puede llevarnos a ningún sitio bueno, pues la mentira nunca lo hace.