Hola Grealeser.
Creo que yo no entiendo como tú el epígrafe que Celia Amorós dedica al debate de las cuotas y la paridad, o al menos esa parte.
Comienza exponiendo el déficit democrático que supone que los representantes políticos de una sociedad no reflejen en absoluto la diversidad de ésta. Reclama, con toda razón, que las instituciones
representativas deberían hacer eso mismo,
representar, a los individuos de una sociedad en toda su variedad, en el sentido de que deberían ser el reflejo estadístico de características -o variables- adscriptivas tales como clase, sexo,raza, etc.
Dado que, a todas luces, este hecho no se produce, la profesora Amorós entra en materia analizando la asimetría que se da en la variable concreta que se está dicutiendo, el
sexo-género. Y para ello comienza afirmando que es ésta una sociedad de sexos-géneros jerarquizada, mejor dicho, una sociedad patriarcal. No me apetece nada pisar el jardín que supone la anterior afirmación, así que la damos por buena para ver dónde nos lleva.
Continúa estableciendo que las relaciones de poder que se dan en el escenario anterior -patriarcado- funcionan como mecanismo interruptivo de lo que sería una distribución equitativa entre varones y mujeres de la representatividad politica. De lo anterior deduce que habrá que habilitar otro mecanismo interruptor compensador del efecto indeseable del primero, a saber, las cuotas.
Es aquí donde veo el primer punto débil de su exposición. Dado que hay, en las sociedades occidentales, absoluta igualdad ante la ley y que la autora no lo desconoce, y dado que antes ha afirmado la existencia de hecho de la estratificación de sexos-géneros (patriarcado), creo que hay que concluir que opina que el hecho de legislar no cambia sustancialmente una sociedad. ¿Cómo pretende pues que unas cuotas -legisladas- consigan lo que no ha conseguido todo un corpus legal y jurídico? ¿Se desgasta el feminismo en batallas que a lo sumo le reportarán un victoria pírrica? Lo cierto es que sostiene que solo así se conseguirá enjugar el déficit de legitimación democrático de la infrarrepresentación de la mujer en las instituciones.
Es ahora cuando introduce el concepto de "habilidades extrafuncionales". Y lo hace en el contexto de intentar refutar el argumento -creo que ya clásico- de que las coutas suponen desactivar el criterio del mérito -objeto de discusión de otro hilo propuesto por Kraton en esto foro, en mi opinión de forma muy pertinente-. El mérito habría sido el criterio que instituyó en sus orígenes el acceso a la ciudadanía frente a las determinaciones adscriptivas. Tal concepto de "habilidades extrafuncionales" parece que proviene de Claus Offe, que según Amorós es un analista reconocido del capitalismo tardío.
Y es aquí, Grealeser, donde creo que no hacemos la misma lectura del asunto. Mantiene Offe, creo, que el mérito se ha diluido de tal manera que resulta difícil -¿e inútil?- determinar el peso de éste -en su sentido orginal de mérito personal- en las cadenas de trabajo. Pero no ha desaparecido como concepto, sino que sigue funcionando, aunque ahora el contenido del mérito se ha desplazado a otros logros más relacionados con la capacidad de medrar en estructuras de poder. Capacidad que viene determinada todavía por las antiguas categorías naturales, pero sobre todo por las redes de contactos, las lealtades, las incondicionalidades y la disponibilidad. Es siginificativa, como veremos luego, la nota a pie de página en que se cita explícitamente que tal análisis puede perfectamente aplicarse hoy a los partidos políticos. Se trataría pues, y dicho de forma grosera, del "hacer méritos" que todos conocemos, y que algunos intuímos como parte importante de los resortes de poder que se mueven entre bambalinas en los centros de decisión.
No sería por tanto un "para" (mantener el patriarcado) lo que motiva la existencia de tales "habilidades extrafuncionales", sino que, dado que la evolución hacia sociedades más complejas ha conducido a que esa sea la forma de "hacer las cosas" que se ha impuesto de hecho, las mujeres siguen en desventaja "evidente" - y no da razones de tal desventaja, aunque creo que sí es evidente- en el manejo de las mismas, y por lo tanto sigue siendo necesario, por encima del mérito establecer ese mecanismo compensatorio que evite la degradación de la política en "mafia masculina".
Me gustaría acabar con un par de reflexiones adicionales a la anteriormente expuesta.
La primera es de orden práctico y está insinuada más arriba. Me pregunto qué escenario se deriva de cualquiera de las dos vías que parece dejar abiertas la profesora Amorós para llegar a esa igualdad en la representativida. Porque se me ocurren dos salidas, y las dos falsas.
La primera es que las mujeres aprendan o consigan medrar en las estructuras de poder como lo hacen los hombres que las dirigen -como sería el caso de Thatcher que nos recordaba Pulpo-, en cuyo caso es dudoso que vaya a cambiar mucho en el panorama igualitario, más allá de su visibilidad formal.
De otro lado, establecemos legalmente unas cuotas que compongan las instituciones de forma igualitaria. Pero en tal caso, y dado el estado de la mecánica política -parlamentaria o de cualquier oro tipo- ¿por qué iba ese cambio a tener un efecto real en la sociedad?. Porque creo que ahora tendríamos a un grupo de personas exquisitamente paritario dedicado a votar en masa las directrices de sus respectivos cabezas de partido. No creo que esto vaya a plantear de hecho un panorama mucho mejor que el anterior. Quizás nos habremos tomado muchas molestias para ver que al final hemos caminado en círculos.
A veces envidio el sistema anglosajón, en que se vota más a la persona que al partido, y en el que no es infrecuente que se vote a la contra de la tesis del partido, pues la disciplina de voto no es tan férrea. Y esto me lleva a la segunda reflexión, más teórica. Me pregunto si no será más eficaz, a la larga, abogar por estrategias más primarias y de más calado, como sería perseguir un igualitarismo más puro desde la base. Con ello se conseguiría la representatividad legitimadora democrática reclamada por la autora al principio -y con ella, de paso, también la de sexos-géneros- al tiempo que evita la polarización inevitable -y el desgaste consiguiente- de mantener un discurso feminista "al uso". Además, se neutralizaría el excesivo dirigismo de la política por parte de los partidos, condición
sine qua non creo que será difícil mover nada verdaderamente importante. ¿No será que Celia Amorós hace un análisis más velado ideológicamente de lo conveniente para un planteamiento de filosofía política?
En todo caso, esta última reflexión quiere entroncar con un
debate que Tasia propuso hace algún tiempo, que tiene que ver con la democracia participativa y los medios para llegar a ésta, en especial la asignación de cargos por sorteo. ¿Una locura? Es posible, pero lo cierto es que nuestras instituciones dan síntomas de cansancio, desgaste y alejamiento de la realidad cotidiana de la inmensa mayoría de la población, y algún mecanismo habremos de habilitar para corregir las tendencias tan autoritarias como preocupantes que se están percibiendo cada vez con más claridad.
Creo que hacen falta propuestas tan novedosas como sólidas y rigurosas para evitar caer en errores pasados y avanzar un poco más hacia sociedades más maduras.
Un saludo.