Muy interesante tu exposición inicial, Nolano. Aplaudo el esfuerzo de tratar este tema sin querer salirte de los márgenes de la filosofía política intentando dejar a un lado las inclinaciones políticas que uno pueda tener (aunque inevitablemente siempre acaben por hacer acto de presencia).
Dicho esto, paso a comentar algunas de tus ideas con las que no estoy de acuerdo, no con el ánimo de convencerte para que reconsideres tus planteamientos, sino con la expectativa más humilde pero, tal vez más importante, de quien ve en el disenso con respeto un instrumento que debería servir para enriquecer nuestras propias posturas sin caer en el terreno de la crítica demagógica o de la crítica que se sitúa en el terreno de la animadversión personal.
En primer lugar, me gustaría ahondar en el análisis que haces sobre la significativa escasa participación ciudadana en las últimas elecciones al Parlamento Europeo. No acabo de ver una relación directa entre abstencionismo y lo que consideras una crisis del Estado del Bienestar en cuanto sistema. El análisis del fenómeno del abstencionismo presenta una pluralidad de razones y motivos que no son fáciles de concretar, pero que, bajo mi punto de vista, presentan mayor relevancia para explicarlo que el que tú propones: primeramente, cabría señalar que el porcentaje de voto en el ámbito de las elecciones europeas ha sido tradicionalmente siempre más bajo que el de las elecciones de ámbito estatal o autonómico; por tanto, no es un hecho novedoso. Tal circunstancia seguramente sea consecuencia de la desafección y del desconocimiento general que se tiene sobre las instituciones comunitarias y del modo en que las decisiones y políticas que allí se toman pueden afectarnos. A ello habría que añadir la doble crisis que venimos padeciendo desde hace ya varios años: por un lado, la política, focalizada en el desgaste y descrédito que la clase dirigente y los partidos políticos tienen en un amplio sector de la sociedad, y, por otro lado, la económica, asociada en buena parte a la propia clase política que además muestra un alto grado de incapacidad para ponerle fin. Esto no trae otra consecuencia que la falta de identificación con los líderes o programas políticos y a considerar el abstencionismo como el más eficaz voto de castigo (alimentado por motivos tales como la falta de renovación y de credibilidad de las fuerzas políticas ante el incumplimiento de las promesas electorales, el carácter cerrado de las listas electorales, el descontento con el método tradicional de participación, etc.)
Personalmente considero que lo que se cuestiona con el abstencionismo no es el Estado del Bienestar, sino la propia estructura democrática que indefectiblemente se empobrece. Evidentemente, no podemos demonizar, como hace Savater, la falta de participación ciudadana activa, aunque vaya en detrimento del juego democrático, pero si que se hace necesario llevar a cabo un análisis de ese fenómeno. Aún así, no creo que debamos hablar, como tú haces, de
"falta de legitimidad de los parlamentos electos" ni de que
"expulsar a casi el 60% de la población no es, filosóficamente, aceptable". Y ello porque considero que la legitimidad de un gobierno no depende de la tasa de abstencionismo (ni del número de ciudadanos que le otorgan su respaldo en las urnas), sino que este nace del respeto a la legalidad electoral y del firme compromiso con el Estado y la sociedad durante el ejercicio del poder. Si se respeta la legalidad electoral no cabe hablar de expulsión porque ello lleva aparejada la idea de que es algo ajeno a las propias intenciones de los votantes, que, sin embargo, son los que voluntariamente se colocan al margen de esa actividad. Este fenómeno de empobrecimiento democrático lo que realmente pone en tela de juicio es la idoneidad de las instituciones estatales y debería abrir la posibilidad de regenerar la participación ciudadana mediante otros mecanismos distintos al del limitado voto en las urnas cada cuatro años.
En segundo lugar, y ya dentro del análisis de la situación del Estado del Bienestar,
Nolano escribió:
El Estado del Bienestar se sostiene sobre una ilusión: todos creen que todos ganan; nadie pierde. Pero eso, en un mundo de recursos escasos, no es realmente posible, es sólo eso: una ilusión. Y, como toda ilusión, tarde o temprano acaba por mostrar su desajuste con las necesidades humanas y poner a los agentes sociales ante otra realidad diferente a la del imaginario en el que vivían. Y es que el sistema del Estado del Bienestar no es sino un gigantesco
fraude piramidal: el bienestar presente se basa en la posibilidad de incorporación de nuevos participantes en la pirámide. Pero tarde o temprano la pirámide se desmorona: no se puede jugar indefinidamente a un juego de todos ganan.
En cambio yo pienso que el Estado del Bienestar se sostiene sobre un ideal: intentar paliar y equilibrar el hecho de que muchos pierdan y unos pocos ganen y se lo lleven todo. Y eso, en un mundo de recursos escasos se antoja como necesario. Pero ocurre que en nuestro mundo contemporáneo, dirigido por las grandes multinacionales con la connivencia de ciertas oligarquías políticas, el egoísmo y el extralimitado afán de riqueza impide que esa distribución sea real y efectiva. Eso nos lleva a la configuración de la sociedad piramidal, cuyo vértice está poblado por las élites de millonarios y políticos que se va distanciando cada vez más de una base compuesta por los trabajadores y los excluidos sociales. En consecuencia, cuando la crisis económica hace acto de presencia, la pirámide empieza a resquebrajarse por la parte más débil: no se puede jugar indefinidamente a un juego en el que tantos pierden.
Siempre que hay una crisis económica surge la necesidad de replantearse gran parte de los postulados y la funcionalidad misma del sistema. Así también ocurrió durante la crisis de la década de los años 70 que llevó aparejado el final del crecimiento económico, la inflación, la crisis fiscal y de recursos para el gasto público, pero sobre todo dio lugar al comienzo del desempleo masivo. Este replanteamiento lleva a que desde la derecha radical se considere al Estado del bienestar como un impedimento para el crecimiento y desarrollo y que se propugne un giro sistemático hacia el monetarismo y el
laissez faire, mientras que desde la izquierda radical esa actitud se ve como una conducta defensiva por parte de la clase dominante. Pero si hacemos bueno el símil que planteas con la teoría de Horkheimer y Adorno, hay que considerar que al igual que los pensadores de la Escuela de Fráncfort pusieron en la palestra el ideal ilustrado señalando las consecuencias negativas que trajo consigo, no por ello lo sentenciaron a muerte, ya que el abandono de la racionalidad llevaría al triunfo del discurso débil de la postmodernidad que deja al hombre contemporáneo sin argumentos racionales válidos para discernir entre el bien al mal, la justicia y la injusticia, etc. En definitiva, así como Habermas habla de la Ilustración como proyecto inacabado, mal realizado o cuando menos parcial y necesitado de una autocrítica en profundidad, del mismo modo puede ocurrir que el Estado del Bienestar requiera ser revisado y reformado, sin eliminar por ello su esencia.
Si no voy equivocado de tu análisis se desprende que el causante de la actual crisis económica no es otro que el Estado del Bienestar que como consecuencia se encamina a su colapso. Pero también puede realizarse una lectura distinta invirtiendo los términos y considerar que es la crisis económica la que ha causado las principales grietas y contradicciones que presenta el sistema. Y así como se pueden dar razones a favor de la tesis de que la defensa de los pilares del Estado del Bienestar pueden trabar o dificultar la salida de la crisis, también pueden darse argumentos que permitan su mantenimiento, aunque no exento de ciertas reformas estructurales indispensables para poder adaptarse a la nueva realidad geopolítica: el Estado del Bienestar puede considerarse como un buen impulsor de sectores y actividades económicas potencialmente creadoras de empleo (tanto público como privado privado); la potenciación de los servicios sociales y de atención personalizada (a la gente mayor, a las personas dependientes, a los menores, etc.) pueden tener un efecto dinamizador sobre la economía y sobre el empleo; además, existe una relación positiva entre el gasto público social y la eficiencia y el crecimiento económico y, por tanto, también con la productividad y la competitividad, etc.
En tercer lugar, y de forma breve, quería señalar que aún me parece pronto para vaticinar si la conversión del bipartidismo en multipartidismo es un fenómeno que vaya a arraigar. En situaciones de crisis económicas de larga duración es frecuente que surjan alternativas políticas que propongan a su vez programas alternativos con los que regenerar la economía cuando no todo el sistema social pero en cualquier caso, aunque no se las debe desdeñar, no son respuestas por ahora mayoritarias; y las mayoritarias, con mayor o menor extensión, siguen defendiendo la vigencia del
Wohlfahrtsstaat.
Como corolario a todo lo expuesto, me parece relevante considerar que la afirmación de que el Estado del Bienestar se encamina hacia su aniquilación por sus propias contradicciones internas parece a día de hoy demasiado radical. Lo que Nolano considera la dialéctica del Estado del Bienestar yo lo veo más bien como un conjunto de imperfecciones y errores del sistema fruto de la falta de adaptación a ciertas exigencias de la sociedad actual pero que pueden ser paliadas mediante reformas estructurales que permitan su continuidad, porque no sólo hay que tener en cuenta razones de eficacia económica y social sino también cuestiones de índole ético. En este sentido acabo recurriendo al pensamiento de Rawls que sostiene que para considerar a una sociedad como justa las desigualdades económicas y sociales deberían articularse de modo que, al mismo que redunden en el mayor beneficio de los menos favorecidos sean compatibles con el principio del ahorro justo y estén adscritas a cargos y posiciones sociales accesibles a todos en condiciones de equitativa igualdad de oportunidades. Estos principios de justicia
rawlsonianos han sido atendidos con mayor interés en los modernos Estados de Bienesta, que cuando se han activado políticas de corte más neoliberal, que se han presentado como las única alternativa viable hoy por hoy. Considerar si esto es prioritario o no es considerar que se pueda contemplar una reforma del Estado del Bienestar, no como solución definitiva a esos problemas, sino como la mejor alternativa.