alekhine escribió:
Demóstenes escribió:
Ya me duele escribir esto aquí, pues no tiene nada de filosofía y sí mucho de la papanatada berlanguiana que es la política española del siglo XX. Y la actual.
Y encima no puedes usar con propiedad las palabras "papanatada" ni "berlanguiano", pues no están en el DRAE, pero sí incluyeron "buñueliano". ¿Influirá la política en el lenguaje?
Sin problema, amigo Alekhine. La voz "papanata" sí está recogida en el DRAE, por tanto podemos considerar "papanatada" como un derivado suyo, en el sentido de acción realizada por un papanata. En cuanto a "berlanguiano" y "buñueliano", me ha recordado a una expresión graciosa de Nietzsche que podemos encontrar en "Más allá del bien y del mal": "ironías aristofanescas". Estoy persuadido de que la autoridad lingüística alemana de la época no recogía en su léxico eso de "aristofanesco", pero el contexto de la tradición permitía, y aun hoy permite, entender exactamente qué pretendió decir nuestro Federico.
La política puede influir en el lenguaje, pero generalmente lo hace para pervertirlo, para ideologizarlo. En ese proceso de apropiación cabe todo: el político de turno toma un significado, lo moldea a su gusto y lo integra en un proceso argumental aparentemente válido, pero enclenque en verdad, pues para presentarse como válido requiere necesariamente del desplazamiento semántico previo. También el lenguaje simbólico es de vital importancia: mediante el uso de metáforas y toda suerte de tropos, el cantamañanas elabora un paisaje geográfico de léxico político, en cuyo seno dispone el orden de la realidad según su gusto. Aquí sitúa el cielo/derecha/bien, allá pone el infierno/izquierda/mal, acullá instala el limbo/centro/indeciso/moderado. Y viceversa.
Todo ello tiende a pasar desapercibido, gracias a su uso recurrente, pasa a formar parte de la comprensión de la sociedad civil y acaba por aceptarse como verdad inalterable. Pero el oro es oro y el pelo rubio es el pelo rubio y no oro, a pesar de que nuestro Siglo de Oro emplease esta metáfora habitualmente. Así ocurren cosas como que formen parte de nuestro acervo dislates como el discurso fúnebre de Pericles, ejercicio mayúsculo de manipulación de los sentimientos a través de todo tipo de embustes y trampantojos, como diría B.J. Feijoo.