elías escribió:
Pues si ello es así, y tú mismo lo reconoces, cómo es posible que afirmes que el emergentismo es una teoría desacreditada.
A continuación te expongo la crítica que le hace Alfonso Pérez de Laborda, en uno de sus libros de Filosofía de la Ciencia. Él califica al emergentismo de M. Bunge de "pluralismo vergonante". Sígase leyendo, si se tiene paciencia.
Hace un par de años que cursé Filosofía de la Ciencia II. Amplié un poco por mi cuenta todos los temas, pero en especial los temas 4 (filosofía de la biología) y 5 (filosofía de la física), que retomaré con más calma el curso que viene en el Máster. El tema que nos ocupa se encontraba en el tema 3, Filosofía de la Biología.
Cito de mis resúmenes (no están colgados porque no todo está en formato Word o PDF):
"El emergentismo hace referencia a aquellas propiedades o procesos de un sistema no reducibles a las propiedades o procesos de sus partes constituyentes. El concepto de emergencia se relaciona estrechamente con los conceptos de autoorganización y superveniencia, y se define en oposición a los conceptos de reduccionismo y dualismo. La mente, por ejemplo, es considerada por muchos como un fenómeno emergente ya que surge de la interacción distribuida entre diversos procesos neuronales sin que pueda reducirse a ninguno de los componentes que participan en el proceso (ninguna de las neuronas por separado es consciente). El concepto de emergencia es muy discutido en ciencia y filosofía debido a su importancia para la fundamentación de las ciencias y las posibilidades de reducción entre las mismas.
"
Pues bien, sobre este aspecto añadí como lectura opcional la siguiente: PÉREZ DE LABORDA, Antonio, «¿Todo es materia?, ¿emergentismo?» en
La ciencia contemporánea y sus implicaciones filosóficas, Ediciones Pedagógicas, Madrid, 1989, pp. 76−78.
En ella se aborda la problemática que el autor, pensador cristiano, ve en el materialismo y el emergentismo. Tal vez ella sea de ayuda para entender la "crisis" del emergentismo.
Cito el capítulo entero. Mis comentarios van entre corchetes. La tipografía es mía:
"La afirmación de que todo es materia, en el supuesto de que sea ella la afirmación central, el meollo mismo de la postura materialista, viene en una situación de las ciencias que trae por la calle de la amargura a los filósofos de las ciencias. Incluso los que, como Moulines, siguen atentos a un estudios de las estructuras de las teorías científicas, que deben ser mostradas con ayuda de la lógica de la que hoy disponemos —no con la lógica de comienzos de siglo—, ni siquiera se atreven a estudiar una sólo ciencia, como la física, y, al menos por ahora, se limitan a alguna teoría de la física particularmente bien establecida, y lo hacen siguiendo aquellos manuales de mayor aceptación por todo el mundo, pero no en los puntos más conflictivos y neblinosos. Siendo así, ¿cómo se puede hoy afirmar que, de acuerdo con la ciencia, se es materialista, pues la ciencia demuestra que todo es materia?
No hace aún muchos años, en los medios hispanófonos de filosofía se levantó una gran polvareda cuando
Carlos Ulises Moulines explicó en un breve artículo de 1977 por qué razones él no era materialista. Su razón es muy sencilla: porque ser materialista quiere decir que todo es materia, en primer lugar, y, en segundo, porque, el que hace esa afirmación, sabe lo que sea de materia, y
¿quién sabe hoy qué es la materia?.
A esta pregunta se puede decir que hay que abandonar toda pregunta del tipo qué es, pues es una pregunta esencialista [es básicamente el mismo reproche que le hace el profesor F. J. Martínez cuando dice que el enfoque de Moulines no está bien enfocado al considerar Moulines el materialismo como un monismo por un lado, y al pensar que quizás serían los físicos los que tendrían que proporcionar la idea de materia]. Sin embargo, quien así dice, además de hacer presión desafortunada sobre las preguntas que los demás quieran hacerse, ha comprendido una de las sorpresas mayores de la panorámica filosófica de hoy: la aparición de Aristóteles por el horizonte. Se puede decir también que el concepto de materia no debe enredarse en una concepción lineal de la filosofía, sino que tiene inmensa riqueza en una concepción dialéctica de la filosofía. Si se hace así, el debate es ya debate filosófico, y el dialéctico deberá tener sumo cuidado en aceptar en su tradición el estudio de las ciencias de hoy y las consecuencias que deriven de él. En tercer lugar, se puede hacer del concepto de materia, como hacía Lenin (1870−1924), un concepto de lucha filosófica —materialistas contra idealistas, definiendo en cada momento de la historia quiénes son los unos y los otros—, enrolado, evidentemente, en la lucha global que deriva de la lucha de clases —los dirigentes de la clase oprimida deciden en cada momento qué es en concreto ser materialista, haciendo un análisis que siga el movimiento de la historia, porque ser idealista es alinearse con las clases opresoras del imperialismo internacional—, siendo, pues, un concepto filosófico transido por la lucha política.
En contra de las promesas de antiguos «profetas», se diría que la realidad de la que nos hablan las ciencias —¡si es que se trata de alguna realidad!— es cada día más compleja e inabarcable. Cuando parece llegarse a algún punto en el que lo último puede ya tocarse con los dedos, al instante se nos abren simas de desconocimiento en aquello mismo que era constreñido y pequeño, según se suponía. No cabe duda alguna de que la ciencia ha progresado desmesuradamente en conocimiento de los ámbitos que trata, pero, tampoco puede ponerse en duda que, si es que hay alguna realidad, ésta cada día es más infinitamente compleja.
¿Qué es la materia? El reduccionismo (fisicalista) explica por los niveles más bajos los más elevados. El nivel más bajo desde hace muchos años, como sabemos, no es el átomo [a día de hoy aún hemos bajado más, hasta los hipotéticos quarks]; las partículas elementales conocidas son ya varios centenares. Más aún, se está dando en los últimos años un fenómeno de reagrupamiento y de invención de partículas subelementales, que junto a nuevas y complejas teorías, quieren poner un poco de orden en el dominio regido por la mecánica cuántica. Se habla de cuatro fuerzas —electromagnética, gravitatoria, nucleares fuerte y débil—, y se busca por todos los medios alguna teoría unificada de las interacciones entre partículas [hasta el momento no ha sido posible]. Hacia mediados de los años sesenta, ante la floresta de partículas, se propuso la hipótesis de la existencia de quarks (Murray Gell−man, El quark y el jaguar, 1967; Premio Novel de Física en 1969). En principio se suponía que con tres bastaba, ahora son bastantes más. Por más que no haya pruebas experimentales de su existencia, fue un alivio el suponerlas [se trata, pues, de una hipótesis metafísica que sirve para explicar qué es la materia a nivel subatómico], pues resuelven numerosas dificultades en la explicación de la estructura de las partículas subatómicas y ayudan a poner orden en un terreno que parece un marasmo [salvan los fenómenos, pero no sabemos si ontológicamente hablando habrá quarks]. Todavía en los ochenta debe hablarse así: «si los quarks son partículas reales, deben estar permanentemente ligados dentro de las partículas nucleares». Hoy sabemos que los quarks no se hallan solos, sino formando estructuras más complejas llamadas gluones.
Con razón, pues, quien quiera preguntarse por la materia para poder afirmar que la realidad es entermente material y sólo material, se enfrenta a gravísimos problemas, como señaló polémicamente Moulines. Para poder seguir haciendo dicho aserto, algunos han creído poder afirmar que, mientras el enunciado la materia existe, no tiene sentido, hay que afirmar la existencia de objetos materiales, definiendo a éstos «como un objeto que puede estar por lo menos en dos estados, de modo que puede saltar de uno a otro», (BUNGE, 1981) en donde la palabra estado significa un espacio de estados de un objeto relativamente a un marco de referencia, relativa siempre a un marco de referencia dado. Sólo ahora se puede definir la materia como «el conjunto de todos los objetos materiales o entes», que es idéntico a la realidad, puesto que sólo los objetos materiales son reales. Toda esta propuesta bungiana «pertenece a una ontología materialista, que no reconoce objetos desencarnados, y en la que los estados mentales son estados cerebrales». En una palabra, sólo lo material es real, porque antes se ha decidido que se va a construir un sistema para que sólo sea real lo material no desencarnado.
Llegó el momento de que se refiera de manera algo más extensa al
emergentismo,
alternativa al materialismo fisicalista, tal como fue propuesto por
Mario Bunge en 1980. Ha sido admirablemente sintetizado así: «La materia, sustancia única, se despliega en niveles de ser cualitativamente distintos, fisiosistemas, quimiosistemas, biosistemas, psicosistemas. Cada uno de estos estratos de lo real supone al anterior, pero lo supera ontológicamente y es irreductible a él. Se propone, pues,
un monismo de sustancia y un pluralismo de propiedades; la única sustancia se articula en esferas de ser distintas, regidas por leyes distintas y dotadas de virtualidades y capacidades funcionales distintas.
El monismo materialista puede así justificar el polimorfismo de lo mundano y el hecho de la evolución. En la cúspide de la pirámide ontológica se emplaza los psico y sociosistemas —el fenómeno humano—, cuya condición de posibilidad son los sistemas inferiores —biológicos, químicos, físicos—, a los que empero rebasan en virtud de un au-téntico salto, que evoca de algún modo ideas ya presentes en el materialismo dialéctico.
Así pues, la realidad no es monódica, como pensaba el fisicalismo, sino sinfónica. Su urdimbre se trenza, no ya con variaciones sobre un único tema, sino con temas plurales y consistentes en sí mismos, aunque abiertos a los otros y cobijados por la categoría común de materia. Estamos, por tanto, ante un materialismo más sofisticado y plástico, con mayor potencia explicativa que el ofertado por los fisicalistas».
Pero, todo hay que decirlo, ese emergentismo es
muy criticado porque
no aparece claro de qué manera es todavía un monismo y no un pluralismo vergonzante. Se acepta la aparición de novedad radical en el proceso evolutivo, pero se da el empeño por encima de todo, de seguir llamando material a lo que es esencialmente distinto del resto de lo material. Se pone
demasiado énfasis, pues, en la definición de materia que vimos anteriormente [y ya hemos acordado que no sabemos exactamente qué es eso de la materia, tal como esgrime C. Moulines], pero no queda claro que ser algo más, en definitiva, que una
tautología: todo lo real es real, pues todo objeto real es material y sólo estos son reales.
Es bueno traer aquí a colación el texto de
Russell de 1976 «la materia, como el gato de Cheshire, se ha tornado cada vez más diáfana, hasta que no ha quedado de ella más que la sonrisa provocada por el ridículo de ver a quienes aún piensan que sigue ahí» [El Gato de Cheshire es un personaje ficticio creado por Lewis Carroll (1832−1898) en su conocida obra
Alicia en el país de las maravillas (1865)]. Tiene la capacidad de aparecer y desaparecer a voluntad, entreteniendo a Alicia mediante conversaciones paradójicas de tintes filosóficos.
"
Bueno, pues ahí queda la crítica de Pérez de Laborda al emergentismo de Mario Bunge. Y no creo que Pérez de Laborda haya sido el único en criticar a M. Bunge. En realidad el profesor de Metafísica de la UNED también hace algunas observaciones en el manual de Metafísica.
No estaría de más que cuando alguien diga algo deje claras cuáles son sus fuentes. O si es de cosecha propia, entonces hay que decir en qué textos se ha apoyado. Sé que yo no he hecho esto siempre, pero a medida que voy entrando más en materia veo que si no se hace así, entonces el discurso no es ni académico ni está fundamentado en nada, salvo, en ocasiones, en la imaginación de cada uno.
En mi examen de Filosofía de la Ciencia II, que está en Descargas, se preguntó por el asunto del reduccionismo. Me acordé de la crítica de C. Ulises Moulines al materialismo (no sabemos exactamente qué es eso de la materia) en el texto de Pérez de Laborda y la verdad es que me fue bien.