Del discurso de Ortega en Madrid (1935) que lleva por título “ Misión del bibliotecario” dado en el Congreso Internacional de Bibliotecarios.
“Misión significa por lo pronto, lo que un hombre tiene que hacer en su vida. Por lo visto la misión es algo exclusivo del hombre. Sin hombre no hay misión. Pero esta necesidad a que la expresión “tener que hacer” alude, es una condición muy extraña y no se parece en nada a la forzosidad con que la piedra gravita hacia el centro de la tierra. La piedra no puede dejar de gravitar , más el hombre puede muy bien no hacer eso que tiene que hacer. ¿No es esto curioso? Aquí la necesidad es lo más opuesto a una forfozidad, es una invitación. ¿Cabe nada más galante? El hombre se siente invitado a prestar su anuencia a lo necesario. Una piedra que fuera medio inteligente, al observar esto, acaso se dijera: ¡Qué suerte ser hombre! Yo no tengo más remedio que cumplir inexorablemente mi ley: tengo que caer, caer siempre…En cambio, lo que el hombre tiene que hacer, lo que el hombre tiene que ser, no le es impuesto, sino que le es propuesto.
Pero esta piedra imaginaria pensaría así porque es solo medio inteligente. Si lo fuera del todo, advertiría que ese privilegio del hombre es tremebundo. Pues implica que en cada instante de su vida el hombre se encuentra ante diversas posibilidades de hacer, de ser, y que es él mismo quien bajo su exclusiva responsabilidad tiene que resolverse por una de ellas. Y que para resolverse a hacer esto y no aquello tiene, quiera o no, que justificar ante sus propios ojos la elección, es decir, tiene que descubrir cuál de sus acciones posibles en aquel instante es la que da más realidad a su vida, la que posee más sentido., la más suya. Si no elige esa, sabe que se ha engañado a sí mismo, que ha falsificado su propia realidad, que ha aniquilado un instante de su tiempo vital, el cual como antes dije, tiene contados sus instantes..
Esta llamada que hacia un tipo de vida sentimos, esta voz o grito imperativo que asciende de nuestro más radical fondo, es la vocación. En ella le es al hombre, no impuesto, pero sí propuesto, lo que tiene que hacer. Y la vida adquiere por ello, el carácter de la realización de un imperativo. En nuestra mano esta querer realizarlo o no, ser fieles o ser infieles a nuestra vocación. Pero esta, es decir, lo que verdaderamente tenemos que hacer , no está en nuestra mano. Nos viene inexorablemente propuesto. He aquí por qué toda vida humana tiene misión. Misión es esto: la conciencia que cada hombre tiene de su más auténtico ser que está llamado a realizar. La idea de misión es, pues, un ingrediente constitutivo de la condición humana, y como antes decía, sin hombre no hay misión, podemos ahora añadir: sin misión no hay hombre”.
Y la pregunta que uno se hace, y yo al menos aún no la he contestado, es de dónde nace esa vocación, de dónde surge ese grito imperativo, de dónde proviene esa invitación, esa propuesta. Sí, nace de nuestro más radical fondo, de ese fondo insobornable que todos poseemos, pero entonces la pregunta que tendríamos que contestar es qué es ese fondo insobornable que nos interpela y que nos propone aquello que tenemos que ser , y en caso de no dar cumplimiento a dicha llamada, hace que sepamos positivamente que estamos falsificando nuestra propia vida.