Hoy nació hace 198 años mi avatar,
Søren Kierkegaard, filósofo danés del romanticismo, asistemático y prolífico, tremendamente influido por su religiosidad familiar y por su episodio amoroso con Regine Olsen.
Fue crítico de la “clarividencia” de Hegel y de la hipocresía de la práctica social del cristianismo. Escudriñador único y pionero del sentimiento de angustia, de la noción de existencia, del teológico “salto de fe”, fue propenso a escribir bajo seudónimo con la intención de que cada obra se comprendiese por sí misma sin incardinarla en sistema alguno que atribuirle. Inspiró a Unamuno – que aprendió danés sólo para leerle en su idioma -, Sartre, Heidegger, y otros muchos, anticipando ideas como que la angustia es el vértigo de la libertad. Un filósofo del que muchos han dicho – muchas veces con poco aprecio – que siempre estuvo en la frontera, entre la rigurosidad racional de la filosofía y la literatura lírica, el sentimiento subjetivo y religioso, la experiencia de culpabilidad y el misticismo.