Buenas, os dejo aquí la que ha sido mi pregunta autoformulada para el examen de Historia de la Filosofía Antigua I. La verdad es que creo que me he calentado y al final ha quedado bastante "panfletario", quizá demasiado para un examen, aunque sea de filosofía, pero al saber que la profesora (la tan odiada y amada Oñate) cojea de un pie similar al mío, al final decidí lanzarme. Sin más, aquí esta el ensayito:
SOL: UNA NUEVA DELFOS
LA VIGENCIA DEL PENSAMIENTO PRESOCRÁTICO EN EL ACTIVISMO SOCIAL CONTEMPORÁNEO
El pueblo debe pelear por su ley como por sus murallas
Heráclito, DK 22 B 44
La filosofía nace durante una crisis de la soberanía y nace como respuesta a dicha crisis. En efecto, la caída de las monarquías micénicas trae consigo un vacío de poder que será disputado por diversos discursos alternativos, uno de los cuales es el discurso filosófico. Los otros dos, interlocutores agonísticos, por tanto, de los textos filosóficos, serán el mítico-religioso y el sofístico-relativista.
En un primer momento la soberanía la sostuvo la facción religiosa hegemónicamente. Los mitos homéricos y hesiódicos fueron adaptados a la nueva realidad política, transformando las divinidades puramente volitivas, caprichosas e impredecibles de la épica micénica en dioses protectores, patrones de las polis, dadores de leyes y legitimadores de instituciones. Surge así la democracia moderada, censitaria, legitimada en las tradiciones míticas y en la que, por tanto, la educación se basaba en la transmisión de dichas tradiciones, sobre todo a través del acto litúrgico de las representaciones teatrales donde se escenificaban los mitos fundadores.
Sin embargo a este modelo pronto le surgirán opositores. Se trata de la ilustración ateniense, heredera de la siciliana, que reivindicará la soberanía de los hombres, no la de los dioses. Una soberanía, por tanto, dividida y en la que las decisiones se toman por mayoría dada la imposibilidad del consenso. Este punto de vista se plasmará en los diversos intentos de democracias “radicales” y se corresponde con una nueva concepción del saber y de la educación: la ejercitada por los sofistas, basada en la persuasión del auditorio a través de la retórica y en la que, por tanto, las razones, argumentos o verdades no son más o menos válidas por sí mismas sino en cuanto capaces de ser deseadas y consideradas beneficiosas por un mayor número de personas.
A estos dos gestos vendrá a oponérseles y discutirles un tercero, el que nosotros conocemos como fundador de la filosofía y cuya nota característica es otorgar la soberanía no a los dioses ni a los hombres, sino a la naturaleza, a la physis. El que tal gesto fuero un gesto de intenciones primordialmente políticas lo indica incluso el significado del más constante de sus términos: arjé, que no es principio, ni origen, sino soberanía (o que si es principio y origen lo es en tanto en cuanto es soberanía). También induce a pensar esto la común ascendencia regia de la mayoría de (si no todos) los pensadores presocráticos: Tales, legislador inmortalizado en efigie; Anaximandro, que dirigió ejércitos y administró colonias; Heráclito, rey que renunció a su corona. Quizá, por tanto, fue una cierta nostalgia de la unidad y univocidad del poder político en las monarquías micénicas, a las que de alguna forma estaban vinculados hereditariamente, lo que les condujo a buscar la soberanía en la physis.
Pero, ¿qué significa que la soberanía resida en la physis? Primordialmente que los fenómenos naturales son autolegislados, los gobierna una ley intrínseca, inmanente y no una voluntad externa transcendente. Se rompe con la racionalidad mitológica, que es de naturaleza narratológica (es siempre un relato diacrónico, unido por nexos paratácticos no implicativos) y su aceptación requiere de causas externas a la misma, lo que al final conduce inevitablemente a la imposición violenta (los mitos de una sociedad son aceptados por sus miembros para poder seguir perteneciendo a la comunidad, evitar sus castigos o conseguir sus recompensas). En su lugar se adopta la racionalidad del logos, que emplea explicaciones sincrónicas, enlazadas por nexos sintáctico-implicativos y que encuentra su propia necesidad en sí misma, sin recurrir a instancias externas violentas.
Pues bien, a nosotros nos ha tocado vivir, como a los antiguos griegos, una época en la que la soberanía atraviesa una profunda crisis. Los parlamentos burgueses, que nunca representaron al pueblo, ya ni siquiera son capaces de sustentar el espejismo de que lo hacen; los pilares del Estado del bienestar se derrumban, poniendo de manifiesto la miseria sobre la que fueron edificados; los pactos de la transición, traidora de la esperanza y de la memoria, se disuelven al mismo ritmo que el bipartidismo que los protegía se colapsa; incluso se empiezan a oír voces que cuestionan la piedra angular sobre la que todo está montado: el sacrosanto libre mercado. Voces que siempre estuvieron ahí pero que antes eran silenciadas mucho más efectivamente.
Nos encontramos, pues, ante una situación similar a la de la Grecia de hace 2500 años. ¿Quién son ahora los interlocutores? ¿Cuáles son los nombres que reciben las partes? Para responder a ello primero habremos de analizar someramente cada una de ellas.
El descontento deslegitimador del statu quo del que acabamos de hablar ha sido recogido por numerosos y multitudinarios movimientos sociales, ciudadanos y obreros, que han sido capaces de organizarse (entre ellos y con la lucha que ya había y que nunca pudo ser sofocada del todo), tejer redes, hacer comunidad y hacer política; en una tierra en la que lo comunitario y lo político se nos había extirpado, negado, robado, ensuciado. De ahí su (nuestra) reivindicación de una democracia de verdad, participativa, implicada, no solo formal y representantiva. Ello podría conducirnos a afirmar que el activismo social desempeña hoy en día el papel que antaño tuvo la sofística en la ilustración ateniense. Sin embargo, creo que una mirada más atenta y, sobretodo, más libre de preconceptos y prelecturas establecidas por el discurso del poder, mostrará una conclusión diferente.
Pues, ¿quién si no los defensores del neoliberalismo podrían encarnar hoy en día la sofística en su faceta más relativista y menos democrática? Ciertamente, las escuelas neoliberales mantienen una defensa desmesurada de la libertad radical, al mismo tiempo que la supeditan a un solo aspecto de la misma: la libertad de comercio. Pero la libertad, para ser tal y no disolverse en palabras sin contenido, necesita límites, necesita definirse (como todo concepto). Límites estos permanentemente invocados por la sabiduría presocrática y gnómica de la antigua Grecia. Normas de la racionalidad y de la justicia que permiten una libertad real y profunda. Y es que no se es menos libre porque la razón (la ley del logos y de la physis) prohíba la contradicción, la cuadratura del círculo, el sinsentido. No se es menos libre porque la normativa (la ley de la polis) prohíba la injusticia, la opresión, la depredación del hombre por el hombre. Por eso mismo, no toda opinión vale igual que cualquier otra; disponemos de criterios (de razón y de justicia, de logos y de diké) para poder valorarlas y sopesarlas. Y cuando esto se cuestiona, cuando toda tesis, norma o costumbre es igual que cualquier otra y todo es un asunto puramente convencional, entonces, necesariamente, los criterios de elección vendrán de fuera del asunto mismo a tratar: se impondrá el interés de quien más pueda gritar, o de quien más pueda amenazar o de quien con más dinero pueda comprar.
Respecto al discurso del mito, éste, tras absorber las aportaciones platónicas y de la Ilustración moderna, se secularizó, pero no dejó por ello de ser menos mítico. Las teogonías genealógicas se sustituyeron por otras productivistas y tecnológicas, dando lugar al mito del progreso, en el que todo pasado es superado, fagocitado y abolido; toda alteridad, suprimida; todo lo no rentable, ignorado. El mito, también, de los mercados omniscientes y omnipotentes, de la mano invisible que todo dispone y de todo provee. Y el mito pitagórico del número-todo: el dinero-número de la economía financiera, la persona-número de la explotación laboral, la muerte-número de la guerra como negocio. De esta forma se entabla una alianza con el relativismo neoliberal, convirtiendo al individuo en un Dios enteramente libre, al que ninguna constricción puede serle impuesta. Sin embargo, el dogmatismo y el totalitarismo connaturales a la narración mítica todavía persisten en esta mitología secularizada y descafeinada, como lo muestran los reiterados brotes de fascismo en los estados modernos. Dadas las circunstancias adecuadas, fascismo y capitalismo se protegen y retroalimentan mutuamente.
Frente a esta perversa coalición, los presocráticos. Frente a la barbarie, el socialismo.
En efecto, la alternativa y la crítica al sistema hegemónico actual solo puede ser pensada desde Grecia como presocrática (y Aristotélica, en cuanto Aristóteles es heredero directo de éstos) y por tanto, contraplatónica, contrapitagórica, contramítica y contrasofística.
Al igual que la sabiduría de los primeros filósofos griegos consistía en una mántica (en una prospección o adivinación basada en la necesidad-hipotética encontrada en la repetición de combinatorias fenoménicas en la naturaleza), así la crítica al sistema económico encuentra no poca parte de su fuerza en la capacidad de prever sus ciclos. Frente a la imprevisible aleatoriedad del mercado que pretenden sus narradores y mistificadores, la crítica económica marxista y postmarxista permite encontrar un origen estructural para las crisis que, por tanto, no son azarosas y aciagas, sino estructuralmente necesarias. Además, la misma racionalidad crítica que permite descubrir las leyes ocultas del sistema económico, igual que descubre las leyes de la physis, permite también distinguir la radical diferencia entre ambos ámbitos: que lo económico-productivo no viene impuesto más que por estructuras de poder violento y que, por tanto, no solo es posible predecir su decurso y sus fenómenos, sino cambiar y abolir sus leyes (a diferencia de las de la naturaleza).
En esta mántica presocrática encontramos múltiples referencias a Delfos y su oráculo. Delfos es el elemento de unión de la Hélade, lo que aglutina lo diferente sin disolver la diferencia. Es el centro, el ombligo, lo común. Es esta una geometría del círculo que reivindica la igualdad, la isonomía, frente a la geometría jerárquica de la pirámide y del panteón olímpico. La misma función cumple en cada polis el ágora, la plaza central, que es la representación del espacio público y donde se ponen las leyes a la vista de todos, en el medio, es to meson. Lo mismo que hoy se reivindica al tomar las plazas, las calles, los espacios comunes que durante tanto tiempo nos han sido hurtados. La posibilidad de formar comunidad, comunidad política y verdadera, comunión presidida por la philía. Conquistar los espacios para hacerlos rehabitables. Y, del mismo modo, conquistar también los tiempos. Sustraer de jronos, el tiempo de la producción, del trabajo, del esfuerzo, de la génesis infinita, la mayor cantidad posible de momentos, transformándolo en aion, tiempo del instante eterno, del disfrute, de lo gratuito, de lo inocente.
Así pues, nos encontramos en una coyuntura de suma importancia, en la que nos jugamos muchas cosas. La crisis de la soberanía nos permite replantearnos los presupuestos asumidos por el discurso hegemónico del poder, reconsiderar los caminos tomados y abrir otros nuevos. La racionalidad mitológica nos ha llevado a unas consecuencias inasumibles, a una violencia inaudita, a una injusticia como jamás antes vio el mundo. Es hora de escuchar a los sabios presocráticos y hacer nuestra su reivindicación del límite. Y el límite tiene muchos nombres y se dice de múltiples maneras: ser, palabra, ley, amor, dignidad, fuego. Barricada.
BIBLIOGRAFÍA
FARO CRÍTICO (VV.AA.)
15M. La revolución como una de las bellas artes. Amagord, Madrid, 2011. Especialmente el artículo de OÑATE Y ZUBIA, Teresa. La esperanza de Sol (Reflexiones filosóficas en torno al 15M). Pp 81-98
OÑATE Y ZUBIA, Teresa.
El Nacimiento de la filosofía en Grecia. Viaje al inicio de occidente. Dykinson, Madrid, 2004.
RACIONERO, Quintín.
La inquietud en el barro. Lecciones de historia de la filosofía antigua y medieval. I: El espíritu griego. Dykinson, Madrid, 2010.