No es fácil con esa escueta cita de Mosterín someter a crítica la interpretación que éste da de los textos de Parménides. Pero sí se me ocurren algunas notas.
La equivocidad de la palabra “ser” no es exclusiva del griego, sino de muchos idiomas (posiblemente muchos más que aquellos que, como el castellano, utilizan dos palabras, “ser” y “existir”). Así: el inglés “to be” (Moratín traducía el comienzo del famoso monólogo de Hamlet: “Existir o no existir, ésa es la cuestión") o el francés “être”. De hecho, “ser” no significa sólo dos cosas. Frege distinguía cuatro significados de “ser” (Amparo Díez Martínez, “Introducción a la Filosofía de la Lógica”, pp. 64-65):
Amparo_Díez escribió:
(1) Para expresar que un objeto cae bajo un concepto, es decir, predicar algo de un objeto o, dicho en términos extensionales, que un objeto pertenece a un conjunto. Ejemplo: “Sócrates es mortal”.
(2) Para expresar una relación de subordinación entre conceptos o, dicho en términos extensionales, que un conjunto está incluido en otro. Ejemplo: “La ballena es un mamífero”.
(3) Para expresar identidad. Ejemplo: “Hesperus es Phosphorus”.
(4) Para expresar existencia. (...) Un ejemplo presente casi sólo en el discurso filosófico es: “Sócrates es”.
Mosterín sólo alude a los usos (1) y (4). Y me parece que apunta (habla de que llevó más de cien años desenredar el enredo parmenídeo) a que Parménides no había comprendido la distinción que establecería más tarde Aristóteles entre “ser” en potencia (ser como predicado de algo, palabra que se usa para definir un conjunto o intensión, o, en términos de Frege, el sentido de una proposición) y “ser” en acto (existir, palabra que se usa para establecer la extensión de un conjunto o intensión, afirmar la referencia de una proposición).
Pero creo que si se tratase sólo de un equívoco de orden lingüístico la filosofía de Parménides tendría poco interés. De hecho el problema de Parménides sigue vigente en la metafísica de Aristóteles, como nos dice Aubenque (“El problema del ser en Aristóteles”, edición francesa, pp. 305-306; la traducción es mía) en unas observaciones que creo que pueden ser de gran ayuda para situar el problema filosófico de Parménides más allá de un mero enredo de lenguaje:
Aubenque escribió:
“(...) la «metafísica» aristotélica tiene otras fuentes que son platónicas y, de forma más lejana, parmenídeas. La ruptura decisiva entre una esfera de realidades estables y por lo tanto expresables y una esfera de realidades móviles y por eso refractarias a su fijación en una palabra ella misma estable, esta ruptura, sea cual sea el lugar preciso en que la situemos, sigue siendo una de las raras adquisiciones de la filosofía anterior que Aristóteles se abstiene de poner en cuestión. Ciertamente, podemos discutir el alcance, y antes que nada la ubicación, de esa ruptura: ¿separa el ser del no ser o es interna al ser? En este último caso, ¿separa el mundo sensible del mundo de Ideas trascendentes o bien, ahorrándonos el otro mundo, debemos considerarla como interior al único mundo que conocemos como existente?”.
El núcleo del problema que plantea Parménides, pues, por vez primera en la historia de la filosofía, es: ¿cómo puede haber ciencia, un discurso estable, sobre un mundo en continuo movimiento?
Añade Aubenque en nota a pie de página:
Aubenque escribió:
“Al invocar a Parménides como ancestro de esta tradición, sólo pensamos en la forma en que ha sido comprendido por sus sucesores y no prejuzgamos su pensamiento real. La tendencia de la exégesis parmenídea es hoy (1962), por el contrario, la de reconocer un «paso», una «apertura» entre la esfera del ser verdadero y el dominio de la opinión.. (...) Pero no es menos cierto que Aristóteles, siguiendo a Platón, ha entendido de otra forma el pensamiento de Parménides, a quien sitúa entre aquellos que «han suprimido radicalmente toda generación y toda corrupción, diciendo que nada de lo que existe es engendrado ni perece, sino que es sólo para nosotros pura apariencia» (De Coelo, III, 1, 298 b 14) y más adelante se muestra satisfecho por que hubieran reconocido los primeros que «sin tales naturalezas inmóviles no puede haber conocimiento o pensamiento». Sólo «bajo el apremio de los fenómenos» habría Parménides dado entrada al devenir en la filosofía y habría admitido dos principios, uno de los cuales es afín al ser y el otro al no-ser (Met. A 986 b 33).
Así pues, más allá de lo que afirma Mosterín (vuelvo a insistir: según resulta de ese escueto fragmento que citas, Grealeser) creo que hay varias cuestiones que me parece que hay que tener en cuenta para interpretar a Parménides:
1.- La primera parte del poema de Parménides, la vía de la verdad, se conserva bastante bien, y muy depurada de interpolaciones pues, al estar en verso, la métrica de los hexámetros permite depurar bastantes errores. Sin embargo, de la segunda parte, la vía de la opinión, casi no se conserva nada y toda interpretación es altamente especulativa.
2.- La interpretación tradicional se ha centrado en la vía de la verdad y consiste en atribuir a Parménides la idea de que sólo hay una realidad inmóvil y el movimiento es mera apariencia (“opinión”). No obstante, recientemente se ha abierto paso una interpretación que abre vías de comunicación entre las dos vías parmenídeas y, en cierto modo, revaloriza la vía de la opinión; vuelvo a insistir en que es muy especulativa, por ser los textos conservados muy fragmentarios y dudosos.
3.- Según la interpretación tradicional (adoptada dentro del mundo griego por los filósofos posteriores al eleata) Parménides sostiene claramente un monismo. Frente al problema planteado por Parménides, la solución de Platón (y de Aristóteles) consiste en establecer dos planos separados por un corte o ruptura (jorismós) que separaría no ya el ser del no-ser (como en Parménides) sino dos niveles dentro del ser; la ruptura es interna al ser. La primcipal diferencia entre la solución platónica y la aristotélica es que, para Platón los dos niveles son de diferente naturaleza, uno sensible y otro inteligible (Ideas); sin embargo, Aristóteles se mueve en la aporía de dos problemas que confluyen, que son contrarios entre sí pero ambos necesarios: el problema de la reducibilidad a la unidad del ser (el problema del ser en tanto ser) y el problema de la separación de los seres inteligibles y los seres sensibles sin recurrir a dos mundos diferentes. Habría una separación interna en el ser pero sin que podamos articular un discurso sobre la unidad de ese ser en cuyo interior se produce la separación. En ese sentido, pues, Aristóteles rechaza como falsa la solución de Platón al desafío monista de Parménides; pero, en contra de lo que parece transmitir Mosterín, el estagirita no habría solucionado de forma definitiva el “enredo” del eleata.