grealeser escribió:
no creo en las dicotomías, pues las clasificaciones son mayormente de grado, que no de clase
Comparto en buena medida tu apreciación, aunque si me permites voy a remontarme un paso más allá de tu planteamiento concreto sobre la dicotomía entre sabios y necios para tratar de enfocar un poco más el problema antes de volver a él. Ya he hecho en otras ocasiones alusión a mi afinidad por esta postura moderada, como por ejemplo dije
en este mensaje a propósito de un tema completamente distinto:
"en mi opinión, nada es blanco ni negro sino un gris que observamos más o menos claro en contraste con aquello con lo que lo comparamos. Y es que desde hace tiempo vengo reflexionando que la problemática del montón de Eubúlides trae mucha cola."
El enfoque más maniqueísta, como polo extremo iluminador del problema aunque en la práctica insostenible, clasificaría la realidad de manera taxativa, inequívocamente, postura a la que habitualmente tienden los pensamientos más racionalistas e idealistas. Simplificando - no me lo echéis luego en cara, que ya he advertido la simplificación
- hablaríamos del Platón de las ideas inmutables y definidas, del Descartes de las ideas claras y distintas, del sistemático y omniabarcante Hegel o mucho más moderadamente del primer Wittgenstein (aunque éste reconocería al final del Tractatus lo precario de su intento). Esta postura, aunque epistemológicamente un tanto ingenua, resulta apabullantemente atractiva y tranquilizadora, por la apariencia de su claridad, porque parece mostrar las cosas atadas. Para ello requiere de una elaboración suficientemente trabada, pues de lo contrario pecaría de infantil por su carácter excesivamente simplificador. Resulta en ocasiones un lugar cómodo en el que los sistemas filosóficos descansan, como en el rellano de una escalera. Pero en la rueda histórica del pensamiento, sus sucesores críticos pondrán en cuestión esta comodidad, tantas veces en connivencia con las circunstancias históricas y culturales que la alumbraron. El caso es que lo potente y "facilón" de esta postura en ocasiones ha servido de excusa para que algunos hayan extrapolado esta supuesta capacidad de la razón para inteligir claramente el orden de la realidad al ámbito práctico, el de la ética y la política, en el que se permiten aplicar una distinción radical entre buenos y malos, entre sabios y necios, entre ciudadanos legítimos y bárbaros. Me parece que no muy lejos de esta peligrosa transición se hallan críticas como la que el compañero David Hernández Castro recogía en su artículo "El compromiso de Eneas", y que Nolano comentó
en este hilo. En dicho artículo, muy en sintonía con la profesora Oñate, decía:
lo monstruoso [...] es la realización nihilista que ha cumplido la modernidad de la lógica matemática sobre todos los ámbitos del ser, aboliendo la diferencia, extirpando la pluralidad de sus principios limitantes por el limitado pensamiento del Uno. Auschwitz es Platón a rienda suelta.
Y es aquí donde en general se puede ubicar buena parte de la crítica que la postmodernidad ha hecho de la envalentonada razón ilustrada, demasiado optimista con su natural progreso y su inacotable poder, sin advertir su fragilidad para ser instrumentalizada o lo realmente limitado de su capacidad. Por eso, escarmentado con las lecciones iniciadas desde los maestros de la sospecha y apuntaladas por la Escuela de Frankfurt, estoy a priori de acuerdo con que la vida no va de blancos y negros sino más bien de grises. Pero podríamos decir que éste es, en gran medida, el tema de nuestro tiempo. Pues esta incertidumbre que le reconocemos a la realidad supone una ventaja y un peligro, y nuestro tiempo es plenamente testigo y víctima de esto. Pues la incertidumbre impide que nadie se arrogue la palabra definitiva, la posesión de la verdad, y por tanto en gran medida fundamenta y legitima a la democracia, a la sociedad de iguales, a la necesidad de un diálogo permanente.
Pero, ojo, ¿podemos hacer frente a una realidad que tejida de grises nos impida al final distinguir en ella nada en absoluto, de forma que al final todos los grises parezcan el mismo gris, bajo la amenaza del relativismo más demoledor e irracional que acecha nuestros días? Y aquí es donde entra mi amigo Eubúlides de Mileto (o de Megara) y su paradoja del montón o del sorites, y la asociada falacia del
continuum: Vale, de acuerdo, quizá pecamos de optimistas o de ingenuos, pero ¿no nos resulta imprescindible jugar con clases para asir la realidad de alguna forma, aunque sea vagamente, aunque sea provisionalmente,... aunque sea por la simple necesidad de entendernos "razonablemente"? Las categorías serán ciertamente difusas, no podremos negarlo, pero ¿hemos de renunciar entonces a hablar de "montones", de emplear términos como los innumerables "montones" que pueblan nuestro discurso, y no sólo el habitual sino el más estrictamente filosófico que se pretenda?
Regresando a tu planteamiento en torno al estoicismo, respondo:
grealeser escribió:
El estoicismo parte de la idea de que la razón del hombre [...] puede aprehender la armonía de un kosmos que sí es interpretable desde la perspectiva humana [...] esto encierra una aporía [...] ¿por qué hay que esforzarse por inteligir la realidad misma tal como es?
Que la razón "pueda" no significa que necesariamente lo haga de hecho.
El animal tiende naturalmente a la comida ante su olor, pero puede tender equivocadamente si el olor procede de un depredador que simula dicho olor y espera devorarlo. Para el estoicismo, la razón humana participa de la divinidad pero no es la divinidad. Es lo que más le aproxima a ella, pero en su ejercicio pueden darse muchas variantes, entre otras, el error. No deja por eso de ser innata, pero no deja de ser una potencialidad, una capacidad que ha de actualizarse, para lo que los diferentes medios y circunstancias que se pongan en juego pueden dar lugar a muy diferentes resultados. Dicho
simplificadamente quienes adecúan medios y circunstancias alcanzan la sabiduría - la relativa sabiduría que les cabe alcanzar - y quienes no lo hacen, quedan en la necedad. Las categorías de sabios y necios me parece que se asientan así no tanto como predeterminación natural a priori sino como de facticidad a posteriori: son sabios y necios a la postre los que emplearon de tal o cual manera su innata y divina razón natural. Empleadas a priori de forma coercitiva, como dices, estas etiquetas pueden jugar como condicionantes terribles, que restan posibilidades al desarrollo de la razón misma, y establecen clases naturales entre los seres humanos que, sin embargo, están llamados a la universal igualdad racional en el pensamiento estoico.
Los que se tienen por sabios responden a ese esquema comodón del que antes hablaba, y en la ingenuidad pretenden haber superado ya el dolor y el sufrimiento que les acarrea la diferencia. Sólo los verdaderamente sabios reconocerán que su sabiduría es siempre transitoria, provisional e insignificante. En definitiva, reconocerán la preeminencia de su ignorancia, como haría ejemplarmente para la historia Sócrates.