En manos de un aprendiz, una idea es algo maleable, dúctil y adecuable a cualquier situación que se le ponga por delante a la persona. Cuando ésta idea se fosiliza y se calcifica, deviene creencia. Entonces sus contenidos se endurecen, se monolitizan y se petrifican convirtiéndose en algo duro, impermeable y sólido. Pero aún más, cuando la creencia es cogida por los religiosos, y la elevan a categoría de sagrado, la creencia se convierte entonces en dogma y, entonces, lo duro e impermeable deviene rigidez absoluta, inflexibilidad permanente, incuestionamiento por principio y fomento de la intolerancia perpetua.
La idea, así, recorre todo este camino decadente-involutivo que va desde el juego ardoroso y alegre de la mente que aprende hasta el despeñarse del sujeto dogmático que cree sin fisuras ni dudas de ningún tipo en principios ultrahumanos y que están allende el raciocinio. Idea, creencia y dogma.
(Habría que decir que lo mismo que hay ideas inadecuadas, hay creencias convenientes y necesarias.)