Spinoza expresó con “omnis determinatio negatio est” que toda determinación tiene un efecto negativo pues supone establecer unos límites más allá de los cuales quedará siempre un exterior excluido.
Partiendo de esa primera definición expresada en el hilo ¿qué ocurre con aquellas mujeres que no tienen todos esos atributos físicos destinados a la reproducción y válidos para la gestación?, ¿no son mujeres? O tal vez los tengan y hayan sido desprovistos de ellos en una intervención médica por motivo de alguna enfermedad, desde ese instante ¿tampoco lo son? ¿Qué ocurre con aquellas mujeres que sean estériles, o que no quieran tener hijos, o que no deseen tener relaciones sexuales con hombres para tener hijos, o no quieran tener relaciones más que con mujeres? ¿ellas tampoco son mujeres?, ¿Y esos cuerpos que tiene órganos reproductivos masculinos y femeninos (hermafroditas o intersexuales, un 5% de la población mundial) ¿Quién decide que son mujeres y les extirpa lo que no encaja con la “física de mujer” en sus primeras horas de vida? Y ¿en base a qué deciden que son mujeres u hombres?
Desde nuestra percepción heterosexual consolidada, aceptada y dominante determinados cuerpos, los intersexuales o los que transitan de forma constante hacia una nueva identidad, o los que ostentan una condición de provisionalidad en todo momento, hacen saltar por los aires nuestras definiciones o categorías de “hombre” y “mujer” y es que tenemos una percepción binaria del género, una concepción ideal de las morfologías del sexo, incluso una certeza inamovible de la naturalidad de la heterosexualidad, que esas otras formas cuestionan y desestabilizan.
Nos movemos entre los pares sexo/género, naturaleza/cultura y reproducimos constantemente esas oposiciones binarias para hablar de sexo, género, deseo, prácticas sexuales…, sin embargo, ¿es el sexo invariable o es otra construcción cultural como el género?, ¿podría no existir la diferencia entre sexo y género? El sexo se nos ha presentado como aquello incuestionable, es lo “natural”, algo sobre lo que no cabe discusión. Las feministas aprecian el cuerpo como una superficie desnuda sobre la que la norma y el discurso modelan un ser del todo cultural. En él se imprimen nuestras percepciones sobre el sexo y la sexualidad, es decir, no es el cuerpo una superficie neutra de salida.
La bióloga Anne Fausto-Sterling sostiene que “nuestros cuerpos son demasiado complejos para proporcionarnos respuestas definidas sobre las diferencias sexuales. A más buscamos una base física simple para el sexo, más claro resulta que sexo no es una categoría puramente física. Las señales y funciones corporales que definimos como masculinas o femeninas están ya imbricadas en nuestras concepciones de género.”
El movimiento feminista ni es fijo ni estático, tiene que abarcar a todas las “mujeres” por ser objeto desigualdad, “mujeres” negras, chicanas, europeas, africanas, lesbianas, transexuales, bisexuales… cuyos objetivos e intereses no son idénticos, aunque sufran los mismos sistemas de dominación. No hay identidad común, hay diferencia, disonancia y reconocimiento de la alteridad desde donde crear lazos de convivencia y co-existencia
Todo término que pretenda englobar elementos para definir la identidad acabara expulsando inevitablemente otras formas no incluidas. Quizá por eso, cuando Santiago Abascal formuló su pregunta “¿Qué es una mujer?”, Pedro Sánchez se pusiera de perfil y Yolanda Diaz le devolviera el pase “¿Qué es una mujer?”, quizá pensara, “define y excluye tú” y aquel se tiró a la piscina con todo, “una mujer es mi madre, mi mujer, mi hija…” un poco a lo aldea gala, o tal vez queriendo que “todas” entráramos en su definición de cuatro paredes.
Coincido con Bolindre, ¿alguien se cuestiona qué es un hombre?, nadie define “hombre”, solo es la mujer la que debe ser definida.
Una cosa más, feminista fue un insulto con el que se destacó el activismo de las primeras mujeres, las sufragistas. Entonces ellas se hicieron con el término y desde entonces se enarbola como bandera.