Milo escribió:
Dejamos claro que siempre es mejor que conocer la vida de un autor que no conocerla, pero su filosofía quizá no tenga porqué pivotar sobre ella. ¿O sí?
Es interesante la observación de Milo y la duda que plantea la tenemos todos: ¿hasta qué punto la vida personal del filósofo debe ser tenida en cuenta para valorar su doctrina filosófica?
Yo partiría del mito del Anillo de Giges que narra Platón en “La república”; ese anillo que hace invisible a quien se lo pone y, por lo tanto, le permite obrar según su deseo, sin temor a las consecuencias. Según Glaucón, sólo actuamos con arreglo a la ley por miedo al castigo y, por eso, el portador del anillo de Giges infringiría las normas en su propio provecho.
Cuando hace unos años tuve la ocasión de vivir un año en un pueblo muy pequeño (unos 400 habitantes e incluso menos en invierno), proviniendo de una ciudad relativamente grande a la que yo estaba acostumbrado, me llamó la atención la forma diferente de comportarse de los habitantes del pueblo. La gente no se saltaba la cola en la panadería, no se te colaba para quitarte un hueco de aparcamiento, cuidaba unas formas de cortesía. Todo ello ha desaprecido en la gran ciudad, como consecuencia del efecto del “anillo de Giges” de las urbes contemporáneas. Te puedes colar en la cola porque nadie sabe quién eres: aunque seas visible, tu identidad permanece en el anonimato; en el pueblo no lo puedes hacer, porque todo el mundo sabe quién eres y el comportamiento antisocial es castigado en el trato social con los vecinos. Lo que digo sobre la gran ciudad, multiplíquese por la cifra que se quiera si hablamos de las redes sociales o de este mismo foro, donde cada cual, amparado en el anonimato, se expresa como le viene en gana. Eso es lo que me hizo decidirme a identificarme en el foro: no quiero gozar de los beneficios del maléfico “anillo de Giges”.
Ese mito de la Filosofía griega es congruente con una perspectiva ética en la que no sólo es importante lo que se dice, sino lo que uno hace en la “polis”, donde, teniendo en cuenta su reducido tamaño, todo el mundo sabe quién es quién y cómo es su vida. La obra escrita es sólo una parte de la proyección del filósofo ateniense. Y eso resulta muy claro en la ética de Aristóteles, que está al servicio de la “política”, es decir, de la vida en la polis.
Ese interés por la vida del filósofo es muy tradicional. Cuando estudiamos a los presocráticos, en todos los textos aparecen las anécdotas de Tales, de Empédocles, de Pitágoras. Siempre se ha pensado que formaban parte de su figura filosófica y tenían relevancia. Y así ha ocurrido posteriormente, con tantos filósofos, cuyo perfil doméstico y personal siempre se ha considerado de interés.
En mi opinión, eso es natural. Difícilmente puede haber un filósofo que no se adentre por los vericuetos de la moralidad y, por tanto, que no establezca una doctrina sobre qué comportamiento o acción es correcta y cuál no. Y si luego él hace lo contrario de lo que dice, nos queda como una regustillo a fraude.
Pensemos en Sócrates. Leamos la “Apología de Sócrates” y el “Critón” con las maravilllosas peroratas sobre el cumplimiento de la ley de la ciudad, aunque eso suponga la muerte, pues la ciudad dio a Sócrates todo lo que es. Si ahora nos enterásemos de que Sócrates, finalmente, no tomó la cicuta, sino que se escapó de la prisión y se fue a Egipto a vivir, huyendo del castigo impuesto, creo que la figura de Sócrates bajaría su cotización en la Bolsa de los Filósofos hasta el nivel de bono basura.