Dejaré la cuestión de la p. 163 para cuando comente el capítulo 8. Por tanto, me limitaré a exponer cómo interpreto yo lo que Strawson dice en las pp. 94-97 y la discusión que allí se plantea acerca del “compromiso ontológico” de Quine.
En su formulación más lapidaria ese compromiso ontológico dice que “ser (existir) es ser el valor de una variable”. Lo que eso significa es que en los enunciados más atómicos y simples de la lógica de predicados, tales como Vx P(x), sólo podemos decir que existe algo que pueda aplicarse como valor de la variable x; pero no existe lo que podemos aplicar como predicado P.
Sustituyamos la letra de predicado por un predicado concreto, “ser hombre”. Entonces nuestro enunciado atómico sería Vx H(x): “Hay algún hombre”. Trasladado al terreno de la ontología, lo que postula el “compromiso ontológico” de Quine es que no existe en el mundo algo como “ser hombre” o “humanidad”, sino que sólo existen en el mundo individuos a los que se puede aplicar ese predicado: Sócrates, Nolano o Filotecnóloga, que pueden ocupar o dar valor a la variable x en dicho enunciado.
Strawson contempla dos objeciones a ese “compromiso ontológico”. La primera, que acaba desechando, es la siguiente: Evidentemente no podemos atribuir la existencia a predicados de los que no existe ningún individuo a quien podamos atribuir dicho predicado. Por ejemplo, el predicado “ser completamente puro de corazón” o “ser esclavo por naturaleza”; no hay nadie en el mundo que sea completamente puro de corazón ni que sea esclavo por naturaleza. En consecuencia, no podemos atribuir la existencia a tales predicados; o sea, no podemos decir que existe la pureza de corazón o la esclavitud por naturaleza. Pero sí podemos decir que existen en el mundo predicados susceptibles de ser atribuidos a algún individuo, como “ser pobre” (M), pues podemos afirmar que Vx M(x), que “hay algún pobre”. Si eso es así, podemos afirmar que la pobreza existe.
Strawson rechaza esta primera objeción porque “vincula la noción de compromiso ontológico a la de indispensabilidad como objeto”. En efecto, la propiedad existirá o no, según lo que afirma esta primera objeción, dependiendo de la existencia o no de algún objeto del que predicar dicha propiedad, es decir, la propiedad existe en un “sentido secundario” de existir, no en un sentido primario como existen los objetos que son valores de la variable x; y lo que nos interesa, porque es el sentido que Quine da a “existir” en su doctrina del “compromiso ontológico”, es el “sentido primario o fundamental” de “existencia”.
Vamos, pues, con la segunda objeción. Strawson apunta que, no obstante, sí podemos afirmar que existen, en sentido primario, es decir, no dependiente de la existencia de objeto alguno, propiedades. Así, en el enunciado: “La eficiencia perfecta es una propiedad que no tiene ninguna máquina”. Eso podríamos formularlo de la siguiente manera (utilizo la X mayúscula para indicar variable de propiedades y la x minúscula para indicar variable de objetos):
VX ¬Vx X(x), o sea: hay alguna propiedad que no hay ningún objeto que tenga dicha propiedad. Por ejemplo, la eficiencia perfecta (E).
Y eso, según Strawson, no es lo mismo que decir: ¬Vx E(x), donde E es la propiedad de la eficiencia perfecta: no hay nada que sea perfectamente eficiente.
Pues ahora, a diferencia de lo que ocurría en el planteamiento precedente, la existencia de la propiedad no es “secundaria”, no está “vinculada” a la existencia de objeto alguno. Es cierto, como toma en consideración Strawson, que si el primer enunciado es falso (para el predicado E), lo es también el segundo; y si el primer enunciado es verdadero (para el predicado E), lo será también el segundo. Pero eso no hace que la verdad del primer enunciado dependa de la del segundo y que, por tanto, la existencia de la “eficiencia perfecta” dependa de que exista un objeto que sea “perfectamente eficiente”. Dicho con palabras de Strawson: “No abolimos los compromisos rehusando hacerlos explícitos, así como tampoco se pone fin a las realidades incómodas con eufemismos”.
No obstante, Strawson reconoce que no se trata de una “objeción decisiva en contra de la doctrina de Quine”. De hecho, en lo que sigue del libro me parece que Strawson mantiene una posición un tanto ecléctica: reconoce una existencia primaria o autónoma a las propiedades en tanto formando parte de nuestro esquema conceptual, pero no tan fundamental o esencial como la existencia de los objetos o “sustancias” con identidad. La existencia de las propiedades no depende de la existencia de los objetos, pero aquella existencia diría yo que es una existencia débil, en cuanto adherida a algo existente en sentido fuerte.
Como expresé al final de mis comentarios al capítulo 3 del libro de Strawson, el problema de la doctrina de Quine, en mi opinión, es que es incapaz de dar cuenta de ciertos hechos del mundo. Por ejemplo, tomemos el siguiente enunciado (que era verdadero antes del siglo XX): “No existe ninguna máquina capaz de llevar al hombre a la Luna”. Si nos acogemos a la doctrina del “compromiso ontológico” de Quine a pies juntillas, la “capacidad de llevar al hombre a la Luna” sería una propiedad y, como tal, inexistente. Pero ciertamente si, antes de haber ese tipo de máquinas en el mundo, esa propiedad no tuviera ninguna existencia, ¿cómo han podido llegar a existir tales máquinas? Por eso cabe pensar que las propiedades (excepto, naturalmente, las imposibles o contradictorias), aunque no haya en el mundo objeto alguno que las tenga, no son del todo “inexistentes”; o al menos podemos decir que forman parte de algún modo de la estructura mediante la que concebimos el mundo.