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TEMA: "Análisis y metafísica". Notas de lectura crítica (cap. 1)

"Análisis y metafísica". Notas de lectura crítica (cap. 1) 09 Nov 2011 20:33 #5216

  • Nolano
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La compañera Filotecnóloga ha abierto ya un hilo en el que nos remite a los resúmenes que va elaborando del libro de Strawson. Espero que no le importe que abra yo ahora otros con unas notas de lectura sobre dicho libro, ya que creo que se trata de dos aportaciones de índole diferente, más especulativas, divagatorias y personales las mías, y que creo que es mejor mantener separadas.

Tengo que confesar, aunque supongo que los que leéis mis mensajes ya os habréis percatado, que me siento francamente a gusto leyendo filosofía analítica. Creo que es una cuestión de forma de ser personal, y a mí me gusta el estilo llano, sencillo y accesible. No es tanto una cuestión de fondo, pues no está claro en absoluto que haya un único programa conceptual suscrito por todos los filósofos analíticos, cuyas propuestas resultan con frecuencia incompatibles y divergentes. ¿Qué es lo que caracteriza, pues, a la filosofía analítica? Cometti, Morizot y Pouivet («Esthétique contemporaine», Vrin, 2005) la definen mediante tres rasgos: es argumentativa (huye del lenguaje oracular, explicita sus tesis y las sostiene mediante argumentos), es directa y es clara (no considera que la oscuridad en la expresión sea una exigencia inevitable de la filosofía). Creo que el libro de Strawson estaría bien caracterizado con esos tres rasgos.

Dicho lo cual, también hay que señalar, con Strawson (p. 41), que “no hay filosofía elemental. En el estanque de la filosofía no hay un lado en el que no cubra”. Aunque esta frase ya la he citado alguna vez antes, conviene tenerla presente, pues las claras y límpidas superficies de la filosofía analítica esconden aguas profundas y pueden resultar por eso más engañosas que los procelosos textos hermenéuticos donde uno “ve” a simple vista que está continuamente en riesgo de irse a pique y hundirse. Por tanto, y teniendo en cuenta que no será muy frecuente que debamos enfrentarnos a textos abstrusos en el libro de Strawson, nuestra tarea será más bien la de descubrir esos abismos que se abren a nuestros pies escondidos bajo una inocente apariencia.

Empiezo, pues, con el capítulo 1 (pp. 47-60), al que Strawson da comienzo consignando que la “Filosofía” puede ser vista de dos formas: o como una dulce “hechicera” (Milton) o como una “fría” corriente que dispersa todos los hechizos (Keats). Naturalmente, como hay ahí una sola palabra, “filosofía”, se está aludiendo con el mismo término a dos cosas muy distintas (al menos aparentemente: ya veremos al final si es así). Hay quienes ven la filosofía como un campo de expansión para nuevos enfoques de la vida y la experiencia humanas; entre ellos Strawson cita a Heidegger, Sartre y Nietzsche.

Pero hay quien persigue otra cosa, como es el caso de la filosofía analítica. Como su nombre indica, ésta se dedica al “análisis” de los conceptos que usamos. Para aclarar esto Strawson acude a dos analogías: el filósofo como “terapeuta” y el filósofo como “gramático”.
Strawson escribió:
Otra imagen (...) es la del filósofo analítico como un cierto tipo de terapeuta, como alguien que asume la labor de curar ciertas clases características de desorden intelectual (...)
... liberarnos de las confusiones obsesivas, de los falsos modelos que dominan nuestro pensamiento, y capacitarnos para ver con claridad lo que tenemos delante de nosotros mismos (p. 45)

No me acaba de convencer esa analogía que utiliza Strawson. Y no me gusta porque la “terapéutica” se refiere al “tratamiento de las enfermedades” y el uso que se pretende de la filosofía más que eso (aunque quizá también eso) es una profilaxis del “desorden intelectual” que se produce cuando se aplican los conceptos más allá de lo que con esos conceptos queremos alcanzar. Creo que Strawson no está refiriéndose a algo distinto a lo que tenía en mente Kant en su Crítica de la razón pura: “Comienza [la razón] con principios cuyo uso es inevitable en el curso de la experiencia (...). Con tales principios la razón se eleva cada vez más (como exige su propia naturaleza), llegando a condiciones progresivamente más remotas. Pero, advirtiendo que de esta forma su tarea ha de quedar inacabada, ya que las cuestiones nunca se agotan, se ve obligada a recurrir a principios que sobrepasan todo posible uso empírico (...). Es así como incurre en oscuridades y contradicciones” (KrV AVII-VIII); quien, por su parte, no hacía en esto más que seguir a Hume: “Si tomamos en las manos un volumen de teología, por ejemplo, o de metafísica escolástica, preguntemos: ¿Contiene algún razonamiento abstracto sobre la cantidad o los números? No. ¿Contiene algún raciocinio experimental sobre cuestiones de hecho o de existencia? No. Echadlo al fuego; pues no contiene más que sofistería y embustes” ("Investigación sobre el entendimiento", final).

Por otro lado, pienso que la afirmación de Wittgenstein citada por Strawson: “El filósofo trata una pregunta como una enfermedad” (IF 255) no se refiere a que el que hace una pregunta tenga una enfermedad o desorden mental; creo, del contexto en que inserta Wittgenstein esa frase, que éste lo que dice es que la tarea del filósofo es contestar a las preguntas, de la misma forma que la tarea del médico es curar las enfermedades.

Por eso, y si no es descartable el uso terapéutico de la filosofía analítica en casos puntuales (en el sentido querido por Strawson de curar a los que se han extraviado mentalmente por el uso inadecuado de los conceptos, por aplicar conceptos nacidos para dar soluciones en un contexto en la búsqueda soluciones de problemas en otros contextos diferentes), es más propia la función preventiva que propugnaba Kant, de carácter profiláctico, y que se recoge en esta otra sentencia de Wittgenstein citada por Strawson: “Nosotros reconducimos las palabras de su empleo metafísico a su empleo cotidiano”; frase que viene precedida por lo siguiente (omitido por Strawson): “Cuando los filósofos usan una palabra —«conocimiento», «ser», «objeto», «yo», «proposición», «nombre»— y tratan de captar la esencia de la cosa, siempre se ha de preguntar: ¿Se usa efectivamente esta palabra de este modo en el lenguaje que tiene su tierra natal?” (IF 116).

Es, pues, el uso propio de las palabras lo que busca el filósofo analítico y, así, pretende responder a las preguntas que el hombre se formula. No es, pues, todo negatividad en la primera analogía que propone Strawson. Pero es cierto que esta concepción de la filosofía se queda un tanto corta, porque parecería más bien una tarea de lingüistas que de filósofos el determinar ese uso corriente de las palabras. Por eso acude Strawson a una segunda analogía: la del gramático que recoge sistemáticamente las reglas de uso del idioma. En el caso del filósofo se trataría de las reglas de uso de los conceptos o nociones significados por las palabras como signos lingüísticos:
Strawson escribió:
Aprendemos las palabras «mismo», «real» o «existe» y su uso correcto sin ser conscientes de los problemas filosóficos de la identidad, la realidad y la existencia. De la misma manera, aprendemos a trabajar con una amplia y heterogénea gama de nociones éticas: bueno, malo, correcto, equivocado... (p. 49)

El conocimiento del uso ordinario de esas palabras es, como dice Wittgenstein, un paso previo. Pero la filosofía pretende ir más allá:
Strawson escribió:
... el filósofo lo hace para conseguir una explicación sistemática de la estructura conceptual general de la que nuestra práctica diaria muestra que tenemos un dominio tácito e inconsciente. (p. 50)

Pero nos encontramos, entonces, con una aporía. Por un lado, desde la analogía negativa (o terapéutica: qué es lo que no debe hacerse con el pensamiento) se propugna atenernos al uso de las palabras (y los conceptos por ellas referidos) tal como tiene lugar en el lenguaje ordinario. Y, por otro lado, desde la analogía positiva, se nos incita a superar el uso práctico ordinario del lenguaje y buscar, más allá de él, una “estructura inconsciente” de nuestra forma de pensar.
Strawson escribió:
Quizá la razón por la que no podemos enunciar fácilmente la teoría de nuestra práctica es que no hay nada que formular, nada que no sea señalar la práctica misma. (p. 53)

Como advierte Strawson, el escepticismo se nos presenta al acecho, pues no es nada fácil resolver esa aporía. Sin embargo Strawson (como antes Kant) toma nota de lo inevitable de que se nos presente delante una y otra vez:
Strawson escribió:
... parece natural en la especie humana el deseo de una única llave maestra que abra todas las cerraduras, un hábito infantil de la mente con el que a nosotros mismos nos resulta difícil acabar; y útil, porque estas imágenes dramáticas* y unificadas del mundo –estas imágenes metafísicas de la realidad-, centradas en un interés concreto, pueden ayudar a sacudir hábitos de pensamiento asentados en un terreno particular de investigación (pp. 58-59)

De ahí la explicación que da Strawson de los grandes sistemas metafísicos aparecidos a lo largo de la historia de la Filosofía, que ejemplifica en el sistema cartesiano. Pero claro, esos grandes sistemas se salen de la sana y profiláctica medida antes propugnada, la de atenerse al uso ordinario de las palabras. No deja de reconocerlo así Strawson dejando abierta la cuestión al final del capítulo:
Strawson escribió:
... podemos llegar a pensar que cualquier intento de elaborar una teoría sistemática positiva a lo sumo desembocará en una visión global distorsionada.
Pero ¿tiene que ser así? ¿Debe conducir a semejante resultado todo intento de elaborar una teoría positiva? Esa es la cuestión. (p. 60)

El caso es que el desarrollo discursivo de Strawson nos ha conducido a cerrar un hermoso círculo y nos ha acabado trayendo al punto de partida. Ha empezado dejando a un lado la filosofía “hechicera”, apartándonos de las tormentosas aguas de un Nietzsche, un Heidegger o un Sartre para, al final, conducirnos a una aporía de la que no podemos escapar sin volver al centro del huracán de una “visión global” del mundo posiblemente distorsionada.

En efecto: ¿qué es lo que hace más valioso para nosotros los filósofos el sistema cartesiano que, por ejemplo, la cienciología? Acogiéndonos a los criterios de uso de las palabras no podemos llegar muy lejos. ¿No necesitaremos, entonces, la filosofía hechicera de Milton, pues la fría filosofía de Keats nos deja a la intemperie? Ciertamente, en el estanque de la filosofía no hay lado en el que no cubra.

*NOTA: La traducción española del libro de Strawson presenta algunas deficiencias. Así, en este caso, la inadecuada traducción del inglés dramatic, adjetivo que proviene de drama que, en inglés, es cualquier pieza teatral (y no una trágica, como en español) de forma que dramatic es algo así como “espectacular”, “llamativo” o “impresionante”, pero no necesariamente “dramático”; es éste un error relativamente frecuente en las traducciones al español de textos ingleses. Así, este texto habla de “imágenes impresionantes y unificadas del mundo”. Más adelante, en la misma página 59 se vuelve a producir el mismo error de traducción; leemos “el tono dramático” de las doctrinas de Descartes cuando debería hablarse de un “tono impresionante”, pues nada hay ahí de dramático.
Bin ich doch kein Philosophieprofessor, der nöthig hätte, vor dem Unverstande des andern Bücklinge zu machen.
No soy un profesor de Filosofía, que tenga que hacer reverencias ante la necedad de otro (Schopenhauer).


Jesús M. Morote
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Re: "Análisis y metafísica". Notas de lectura crítica (cap. 1) 17 Nov 2011 15:07 #5330

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Mi pensamiento inicial sobre la filosofía analítica, entendida en un sentido amplio, que abarca tanto a sus pioneros (Moore, Wittgenstein o Russell) como a sus vertientes más cientificistas, como Popper o lingüísticas, como Rorty, es que lucía adornada con una serie de rasgos que, a mi modo de ver, la situaban en un terreno más acotado y, por tanto, más limitado que el que exploran otras corrientes vigentes en la actualidad como, por ejemplo, la hermenéutica, la fenomenología o el existencialismo, que parecen situarse en unos horizontes más omniabarcantes, profundos y ambiciosos que el programa analítico no parece poder ni siquiera atisbar (algo que parece apuntar el propio Strawson al principio del capítulo 1 al calificar como más modesta su pretensión comparada con los objetivos de la filosofía practicada por Heidegger o Sartre). Pero a medida que he avanzado en el estudio de los diferentes problemas filosóficos me voy dando cuenta de la utilidad, necesidad y adecuación del objetivo central de la filosófica analítica, aunque todavía me invade la impresión de que se trata de una corriente que corre el riesgo de caer en la desconexión con los problemas que de manera más profunda inquietan al ser humano (desde los planteamientos más metafísicos sobre la existencia hasta los más pragmáticos relacionados con la filosofía política, social y cultural) y que parecen gozar de más cancha en otras corrientes. La lectura de autores como Rawls se han encargado de atenuar este prejuicio mío y parece que en ese proceso personal de “descubrimiento” de la filosofía analítica el libro de Strawson se antoja como una herramienta muy útil y, si su lectura se acompaña de las reflexiones que realizas, ésta corriente todavía resulta más estimulante.

Comparto la conclusión final de tu argumentación, lo que lleva de algún modo a considerar que el escepticismo que invade el planteamiento de la analogía gramatical nos aboca a que si queremos intentar superarlo no queda más remedio que traspasar las fronteras de la filosofía analítica porque desde su ámbito no se puede ofrecer ningún tipo de respuesta a ese tipo de preguntas. Por tanto, tal vez, habría que limitarse a hablar de la filosofía analítica como una técnica o método crítico cuya misión fuera poner en evidencia las contradicciones, falacias, ambigüedades y ausencia de fundamentos racionales de “la otra clase de filosofía”.

Esta conclusión provisional conllevaría a potenciar la función terapéutica, analogía que tal y como la explica Strawson no me parece tan desacertada. Y es que esa analogía va en consonancia con la visión de la filosofía como “dulce hechicera” y puede encontrar apoyo en Wittgenstein para quien “la filosofía se vale del lenguaje para embrujar o distorsionar nuestro conocimiento despojándolo de su sentido habitual”, tal y como explica en “Investigaciones Filosóficas, 109”. El estar embrujados equivale a estar enfermos sin ser conscientes de ello ya que la fascinación que el hechizo nos crea provoca una resistencia a la cura de la enfermedad. La filosofía analítica es, por tanto, primeramente un antídoto que tiene una tarea muy ardua, según Wittgenstein, porque la perversión a la que nos ha sometido el pensamiento filosófico occidental tiene una historia de muchos siglos. Por ello, sin excluir, ni mucho menos, la tarea preventiva, parece que la curativa es prioritaria porque sólo el diagnóstico de la enfermedad nos otorga la posibilidad de pronosticar su curso y controlarla mediante los tratamientos adecuados para posteriormente realizar análisis “epidemiológicos” que permitan prevenir el desarrollo o contagio de nuevos enfermos.
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Re: "Análisis y metafísica". Notas de lectura crítica (cap. 1) 17 Nov 2011 18:11 #5333

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Dos comentarios respecto de lo que dices en tu mensaje, Rafel.

1. Creo que coincidimos en que el análisis conceptual puede ser tanto profiláctico como terapéutico. No vamos a discutir sobre si más una cosa que otra: dejémoslo, pues, en la función "sanitaria" de la filosofía analítica.

Puse por delante la profilaxis porque mi experiencia en las relaciones humanas me ha ido demostrando lo difícil (casi imposible) que es desarraigar la afición por el desvarío, cuando éste se ha apoderado del discurso de alguien. Por eso creo más en una función preventiva del análisis que en una tarea ex post.

2. La filosofía analítica creo que se ha enfrentado siempre al mismo problema que el empirismo inglés: si nos limitamos a lo sensible carecemos de un criterio acerca de lo mejor y de lo peor. Sin embargo, la filosofía siempre ha requerido disponer de esos criterios de valoración.

El caso es que tampoco encuentro esos criterios de valoración en esa corriente fenomenológica y hermenéutica, como no sea mediante estructuras externas que se imponen (porque lo configuran) al sujeto y, por tanto, lo encadenan, lo religan, lo circundan constituyéndolo.

La única luz en el túnel que parece atisbarse es, como tú dices, la corriente encarnada por Rawls en la filosofía analítica, o en Habermas. Éste sostiene el carácter cognitivo de la ética, como veremos en "Verdad y justificación". Por eso aludía al final de mi mensaje a que algo debe haber que haga que la filosofía de Descartes sea más valiosa que la cienciología. Para eso hay que salir de la mera propuesta wittgensteiniana de "juegos de lenguaje", o de la quineana de imposibilidad de la traducción entre lenguajes, y acoger de alguna forma la propuesta de Chomsky de una gramática universal. Y, a partir de ahí, profundizar en una objetividad entendida como resultado del diálogo intersubjetivo.

Ciertamente es un desiderátum, no algo demostrable. Pero en ese camino, si decidimos seguirlo, la filosofía analítica creo que tiene un papel importante, pues la apelación al sentido ordinario de las palabras, al sentido común, parece ineludible si queremos entablar un diálogo fructífero, y no un diálogo de besugos.
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Última Edición: 17 Nov 2011 18:13 por Nolano.
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Re: "Análisis y metafísica". Notas de lectura crítica (cap. 1) 18 Nov 2011 17:27 #5350

  • Kierkegaard
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De acuerdo en general con vosotros. La filosofía analítica sería aún más que "una técnica o método crítico cuya misión fuera poner en evidencia las contradicciones, falacias, ambigüedades y ausencia de fundamentos racionales de “la otra clase de filosofía”", porque al ponerlas en evidencia estimula la natural tendencia a la "producción y difusión de tales teorías", de otras alternativas, inspiradas por nuevos intereses concretos, como proceso que "puede ser inevitable y tener incluso una cierta utilidad". ¿Cuál? "ayudar a sacudir hábitos de pensamiento asentados en un terreno particular de investigación", tal y como Nolano citaba de Strawson (pp. 58-59).

Quizá van por ahí los tiros que nos permiten discriminar el valor que tiene el sistema cartesiano del que tiene la cienciología.

Me gustaría destacar adicionalmente un par de cosas en este primer capítulo que me han llamado la atención:

1. La introducción de Vicente Sanfélix caracteriza a Strawson como "un metafísico tolerante" y si la raigambre en Hume o en Kant ha quedado ya manifiesta en este primer comentario que nos ha sugerido Nolano, me gustaría destacar aquí la actitud moderada y mesométrica de raigambre aristotélica que Strawson va a mostrar. Resulta toda una declaración de principios sostener, ni si quiera taxativamente, que "Las posiciones extremas raramente son las correctas" (p. 47). Podría considerarse esto un presupuesto históricamente incuestionable para la metafísica que aún nos quede por elaborar. Pero ya en este capítulo va más allá, pues si ambas analogías de la filosofía tienen su encanto, es entre otras cosas porque "la concepción negativa [la terapéutica] goza de cierta ventaja, aunque sólo sea por la aparente modestia que reivindica" (p. 53). Y a la par, en el papel de la analogía positiva o gramatical, que no se deje arrastrar "a semejante variedad de escepticismo [...] cabe adoptar una actitud más específica de duda o de reserva (p.53)".

2. La tensión dialéctica entre la analogía terapéutica y la gramatical me ha recordado, de ésta, la priorización de la epistêmê sobre la technê ya que, como también evidenciaran Platón y Aristóteles en sus alusiones a los artesanos, "el dominio de una práctica no conlleva un dominio explícito [...] de la teoría de esa práctica" (p. 48). De aquélla, sin embargo, he recordado que la inmersión en la práctica que aprende tácitamente la teoría resulta no sólo natural, sino tremendamente recomendable (y he aquí uno de los principales problemas en la enseñanza de lenguas extranjeras en España, como el inglés, que requiere de más "inmersión" y de no tanta"teoría gramática"). Esa inmersión terapeútica nos permite con Wittgenstein reconducir "las palabras de su empleo metafísico a su empleo cotidiano" (p.47), y dejarnos de tantos "castillos en el aire" (p.52). Pero indudablemente, la regresión a lo ordinario, al uso compartido, nos adocena acríticamente, nos deja a merced de la manipulación, y frente a él surge este incómodo y al mismo tiempo atractivo impulso natural, del que hablaba Strawson y que comentaba en el punto anterior, por dilucidar la estructura profunda de nuestro entendimiento y nuestro mundo. Una dialéctica que también se da en la ciencia misma, que teoriza y ha de experimentar, pues sólo el experimento modera las elucubraciones teóricas demasiado generosas; pero que ha de regresar a la teoría, la única que con sus hipótesis puede profundizar en los arcanos del Universo.

P.D.: Aunque entiendo tu crítica a la traducción, en español algo dramático es también lo que es "capaz de interesar y conmover vivamente" [RAE], y creo que incluso en un sentido figurado, el atractivo de estos sistemas reside también en la impresión estética que despiertan, en las "dramáticas" consecuencias y repercusiones que tienen, en lo emotivamente estimulantes que son para este instinto por el conocimiento.
Javier Jurado
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