Este capítulo y los dos que siguen, como dice el propio Strawson en el prólogo, son añadidos posteriores al cuerpo principal del libro (p. 42). En particular, este capítulo 8 es “
una adición posterior, hecha en un momento en el que las teorías del significado inspiradas en la teoría de la verdad de Tarski estaban adquiriendo popularidad”. De hecho se ocupa de la misma materia que el tema 12 del manual de De Bustos (“
Introducción a la Filosofía del lenguaje”; lo citaré como “Bustos”). Me serviré para mi lectura crítica de este capítulo 8 tanto de las conclusiones que he ido obteniendo a lo largo de mis comentarios a los otros capítulos, como de este libro de De Bustos.
Strawson escribió:
Hay un número ilimitado de oraciones y de combinaciones de oraciones de las cuales, de antemano, conocemos su sentido, su significación...
Parece por lo menos plausible sostener que el problema [de la comprensión ilimitada] ha de resolverse atribuyéndonos: a) un conocimiento implícito (...) de un conjunto finito de construcciones semánticamente significativas (...); y b) el dominio de un vocabulario finito de elementos... Este conocimiento y este dominio son tales que, tomados en conjunto, contienen y explican la posibilidad de esa ilimitada comprensión nuestra (p. 154; las megritas son mías).
Ahí hay un error por parte de Strawson. Es evidente que de un número finito de construcciones realizadas con un número finito de elementos, sólo puede salir un número limitado (quizá de enorme tamaño, pero siempre finito) de “oraciones”. Lo que falta en la exposición de Strawson es lo siguiente:
Bustos escribió:
...el conjunto de expresiones bien formadas resultante es un conjunto infinito (...) Este hecho obliga a que la especificación de las reglas de formación, gramaticales en sentido amplio, sea una especificación recursiva, esto es, que estén dispuestas de tal manera que sea posible su aplicación indefinida(Bustos, p. 374; las negritas son de De Bustos)
Pero lo que realmente está preocupando a Strawson es el descubrimiento de “
los principios estructurales que subyacen a nuestra ilimitada comprensión lingüística” viendo incluso “las distintas gramáticas de los lenguajes particulares [los diferentes idiomas hablados por los hombres]
como otras tantas realizaciones de algo más general” (p. 155). Y aquí construye Strawson su “muñeco de paja” particular para atizarle de lleno:
Strawson escribió:
Recordando las afirmaciones de Quine a favor de la notación canónica, no debería sorprendernos observar que algunos filósofos se remitan, o recurran, a la lógica formal al tratar esta cuestión. Y siguiendo un supuesto razonable, está claro que la lógica ofrece al menos un modelo del género de cosa que buscamos... (p. 155)
...la lógica proporciona un ejemplo de cómo la adquisición de un número finito de principios estructurales puede dar lugar a la adquisición de un conjunto ilimitado de estructuras. (p. 156)
...supongamos que pudiésemos mostrar que para todas las construcciones semánticamente significativas del lenguaje natural fuese posible encontrar construcciones equivalentes que se empleen en la lógica estándar. Y supongamos que pudiésemos atribuir al usuario del lenguaje natural un conocimiento implícito de esas equivalencias. Podría afirmarse, entonces, que habríamos sacado a relucir los principios estructurales cuyo conocimiento explica el dominio que tenemos de nuestras lenguas naturales: que comprendamos un conjunto ilimitado de oraciones. (p. 156)
Acabamos de ver que la comprensión de un conjunto ilimitado de oraciones no depende, en absoluto, del tipo de principios estructurales que utilicemos, sino de la propiedad de la «recursividad» de tales estructuras, lo que posibilita su aplicación reiterativa sobre oraciones construidas según esos mismos principios estructurales; y así hasta el infinito. Esa propiedad de la recursividad no es propia exclusivamente del lenguaje lógico formal, sino compartida por éste con el lenguaje natural y, de hecho, por todos los lenguajes naturales conocidos en el mundo. Así que el descubrir los principios estructurales del lenguaje-objeto (lógico formal) no añadirá nada a nuestro conocimiento del metalenguaje, o lenguaje natural.
Esta forma de afrontar la cuestión es la inversa a la del propio Tarski. En efecto, Strawson parece querernos demostrar en este capítulo la insuficiencia ontológica del lenguaje lógico, mostrándonos las referencias ontológicas del lenguaje natural que el lenguaje lógico formal no sería capaz de captar. Pero nadie ha dicho que el lenguaje lógico formal sea el fundamento del lenguaje natural, sino más bien que aquél es el resultado de una reducción operada en éste:
Bustos escribió:
Las teorías de la verdad sólo son pues aplicables a sistemas lingüísticos abiertos, que no incluyen dentro de sí predicados metalingüísticos aplicables a sus enunciados...
...es evidente que el metalenguaje debe contener los medios expresivos suficientes para referirse al lenguaje-objeto y traducir de forma correcta sus elementos, esto es, ha de ser al menos tan rico expresivamente como el lenguaje-objeto y ha de poder formar nombres de las entidades pertenencientes a él (Bustos p. 372).
Es decir, en la teoría de la verdad de Tarski, el metalenguaje (el lenguaje natural) no es una extensión barroca, y llena de accesorios inútiles, del lenguaje-objeto, sino, a la inversa, es el lenguaje-objeto una reducción, para ciertas aplicaciones de rigor lógico, del metalenguaje.
Ya expuse en mis comentarios al capítulo 7 que no hay que confundir los dos niveles en los que podemos utilizar la palabra «verdad». Strawson, sin embargo, los confunde: “
Y, siguiendo un supuesto razonable, está claro que la lógica ofrece al menos un modelo del género de cosa que buscamos. El supuesto en cuestión es el de que algo central a considerar en la comprensión de oraciones es una captación de sus condiciones de verdad” (p. 155). Ciertamente, la “comprensión de oraciones” en el marco de la lógica, es decir, de enunciados en el lenguaje-objeto dentro de un esquema de inferencia, consiste en captar sus condiciones de verdad, que no es otra cosa que saber las condiciones de uso en el metalenguaje de la oración equivalente a la proposición lógica.
Pero eso hay que mantenerlo separado de las bases epistemológicas de tales condiciones de uso en el metalenguaje. De hecho no otra cosa es lo que dice Strawson, sin percatarse de las consecuencias de ello: “
comprender una oración es conocer qué pensamiento expresa (o es capaz de expresar en circunstancias contextuales dadas); y conocer esto es conocer qué es lo que nosotros creeríamos si considerásemos verdadero ese pensamiento”. Ahora estamos en el nivel del metalenguaje y, aquí, la “verdad” se esfuma (dada la incompatibilidad mutua de las teorías de la verdad correspondencia y de la verdad coherencia) y “comprender una oración”, en el nivel del lenguaje natural, ya no es captar sus “condiciones de verdad”, sino sus “condiciones de afirmabilidad”, es decir, sus condiciones de credibilidad, o sea, lo que justifica que sostengamos la creencia expresada mediante la oración del lenguaje natural (que no será su “verdad”, como expliqué al comentar el capítulo anterior, sino más bien su “verosimilitud”).
El objetivo de la segunda parte del capítulo 8 consiste en insistir en la crítica a la doctrina de Quine del compromiso ontológico (“ser es ser el valor de una variable”), utilizando esta vez la estrategia de poner de manifiesto la dificultad de expresar en lenguaje lógico formal canónico ciertas expresiones del lenguaje natural; de ahí se seguiría, entiende Strawson, que hay ciertos entes que no están contemplados en el “compromiso ontológico” y en la “economía ontológica” de Quine, pero que tienen un estatuto ontológico. De ahí se seguiría, pues, lo limitado y restrictivo de la propuesta de Quine.
Desde que estudié Lógica del primer curso de la carrera, la formalización de enunciados del lenguaje natural siempre me ha parecido un pasatiempo entretenido, pero escasamente útil. Quiero decir: es inútil en sí mismo considerado, si no se tiene en cuenta el contexto argumentativo o inferencial en que se va a usar la oración. Así, tomemos la oración 1 que pone Strawson como ejemplo en la página 157: “Carlos I fue un buen rey y un mal esposo”. Eso no se puede formalizar sin saber para qué se va a utilizar. Si lo que pretendo inferir es lo siguiente:
Carlos I fue un buen rey y un mal esposo.
Luego:
Carlos I fue un buen rey.
Posiblemente formalizaríamos la premisa como “p^q” (donde p= “Carlos I fue un buen rey”; y q=”Carlos I fue un mal esposo”); nuestra formalización sería:
p^q
p
En virtud de la regla de eliminación de la conjunción.
Ahora bien, si lo que pretendo argumentar es lo siguiente:
Carlos I fue un buen rey y un mal esposo.
Pero todos los reyes ingleses del siglo XII fueron malos reyes
Luego:
Carlos I no reinó en el siglo XII
Formalizaría la primera premisa: “Ra^Ba” (a, Carlos I, es un rey inglés y es un buen rey; no tiene ninguna función lógica que fuera un mal esposo; es como decir que era pelirrojo o tenía la nariz grande o infinidad de características y propiedades más: eso no desempeña papel alguno en la inferencia y podemos dejarlo de lado):
Ra^Ba
/\x [(Rx^XIIx)→¬Bx]
¬XIIa
Aplicando el
modus tollens sobre la segunda premisa se niega que Carlos I fuera rey y a la vez reinara en el siglo XII; como sabemos que fue rey, deducimos que no reinó en el siglo XII.
Entonces: ¿cómo estará bien expresada la oración “Carlos I fue un buen rey y un mal esposo”? ¿Mediante “p^q” o mediante “Ra^Ba”? Esa pregunta no tiene sentido si no sabemos qué queremos deducir y con qué premisas adicionales contamos.
Y creo que lo mismo pasa con los ejemplos de la página 158 (sobre esta cuestión, ver también p. 383 de Bustos). Tomo el segundo, por ser más simple: ¿Qué quiero demostrar, a dónde quiero llegar afirmando que “Tomás murió en el jardín a medianoche”? Si de lo que se trata es simplemente de informar a alguien del suceso no necesitamos el lenguaje lógico para nada; nos basta con el lenguaje natural y, entonces, no tenemos nada que formalizar ni interviene para nada el lenguaje canónico. Pero si queremos hacer el siguiente razonamiento:
Tomás murió en el jardín a medianoche.
Luego:
Tomás no estaba en el salón a medianoche.
Entonces formalizaremos:
Ja (Tomás estaba en el jardín)
/\x (Jx→¬Sx) (Si alguien está en el jardín, no está en el salón)
Luego:
¬Sa (Tomás no estaba en el salón)
Es, en mi opinión, un divertido ejercicio, pero bastante inútil, decir que existe un evento y luego añadir todas las circunstancias de dicho evento: Hubo un evento. Que fue morirse Tomás. Y sucedió en el jardín. Y sucedió a medianoche. Y sucedió mientras esperaba a la bella Eloísa. Y sucedió mientras fumaba un puro habano. Y sucedió al poco de croar la rana en el estanque. Y sucedió yendo vestido con su uniforme de gala de húsar. Etc. Etc. Eso sería el cuento de nunca acabar. Si no sabemos qué queremos deducir, la formalización lógica no sirve de nada.
Pero el caso es que, como afirmaba Quine, no hay evento sin referencia. Sin un Tomás, no hay oración posible pues no hay nadie a quien “colgarle” los predicados subsiguientes. Pongamos: “ocurren eventos en el jardín a medianoche”. ¿Cómo formalizar eso? Pero, a la vez: ¿Cómo afirmar que eso es decir algo sobre el mundo o que eso tiene algún contenido ontológico? Sin embargo, es lo que hace Strawson: “
Llamo su atención sobre esto, porque no deja de ser una curiosidad interesante –y, me inclino a añadir, que un poco cómica-; pues seguramente no necesitamos que se nos hagan consideraciones como éstas para persuadirnos de que hay cosas como los eventos” (p. 163). Desde luego, en lo que a mí respecta, no me hace falta nada para persuadirme de que hay eventos; pero sí que me hace falta para persuadirme de que hay eventos sin sujeto referencial. De que “morirse” existe sin un Tomás que se vaya al otro mundo. Al fin y al cabo, esto es lo que afirmaba Quine; no que no haya predicados (¿cómo no va a haberlos?), sino que no hay predicados sin referencia, y que no se puede predicar de un predicado. Si yo digo “hay muertes que son violentas” eso no significa nada si no hay personas que mueran violentamente. Y, como nos mostró el compañero Kierkegaard *
AQUÍ*, la frase “ser es ser el valor de una variable”, después de todo, quizá no signifique otra cosa sino que sin propiedades que predicar de algo, ese algo no podemos darlo por existente; que el ser sin atributos (como enseñó Kant) no es nada; para ser hay que ser algo.
Filotecnóloga se interesaba *
AQUÍ* sobre lo que dice Strawson en la página 163. Doy, pues, mi interpretación de ese pasaje. Partiendo de las siguientes suposiciones:
1. El compromiso ontológico de Quine (ser es ser el valor de una variable; no se puede predicar sobre predicados).
2. La lógica contiene los principios estructurales que subyacen a nuestra ilimitada comprensión lingüística.
3. La revelación de los principios estructurales habría de lograrse realizando tan sólo paráfrasis del lenguaje natural en las formas de la lógica estándar.
Si manteniendo estos tres supuestos aceptamos además la teoría de Davidson según la cual “Tomás murió en el jardín a medianoche” se formalizaría como «Vx [F(x,a)^G(x)^H(x)]», es decir, «hay un evento que es morirse Tomás y el evento sucedió en el jardín y el evento sucedió a medianoche», si aceptamos todo eso, el evento, representado por «x», es el valor de una variable y, por lo tanto, existe, conforme a la premisa o suposición 1ª. Pero, como ya he dicho, en lo que a mí respecta, la existencia del “evento”, sin la “a” (Tomás), se disuelve: no puedo reconocer que haya eventos sin sujetos. Hay varias cosas en el esquema de Strawson que son difíciles de compartir. Ya he discutido (e impugnado) que la lógica contenga los principios y sea el fundamento del lenguaje natural; y también he discutido que el lenguaje formalizado según la lógica estándar sea más útil (en términos absolutos) que el lenguaje natural. Y, por supuesto, también he discutido la utilidad de la formalización de Davidson más allá de un esquema inferencial sobre el que deba ser aplicada dicha formalización. En consecuencia, no sé a quién pretende rebatir Strawson que me parece que se organiza un muñeco de paja a su medida sin demasiada consistencia.
No voy a negar la afirmación de Strawson de “
la recíproca dependencia de los tres apartados formados por la ontología, la epistemología y la lógica” (p. 161) pero siempre que no formemos con todo ello un
totum revolutum indiscernible. Si hay recíproca dependencia es, también, porque cada una de aquéllas tienen, por su parte, una cierta independencia o autonomía que nos permite realizar analíticamente una delimitación conceptual de sus campos de aplicación, sin perjucio de que ello deba ser completado mediante la constatación de sus interrelaciones mutuas.