Podemos ya ir desgranando las especificaciones del concepto:
1) “
Para empezar, cada concepto remite a otros conceptos, no sólo en su historia, sino en su devenir o en sus conexiones actuales (...) Así pues, los conceptos se extienden hasta el infinito y, como están creados, nunca se crean a partir de la nada” (QF, p. 25).
2) Como el concepto carece de referencia, para que no se diluya necesita una cierta consistencia propia, a dos niveles:
-Consistencia interna o endoconsistencia: “
En segundo lugar, lo propio del concepto consiste en volver los componentes inseparables dentro de él... o lo que define la consistencia del concepto, su endoconsistencia" (p. 25). Aquí introducen D-G la idea de “
zona de proximidad” o “
umbral de indiscernibilidad” (a veces llamada también “zona de indiscernibilidad”), consistente en el solapamiento de los componentes del concepto, de forma que quedan trabados indisolublemente dentro del concepto.
-Consistencia externa o exoconsistencia: “
Pero éste posee también una exoconsistencia, con otros conceptos, cuando su creación respectiva implica la construcción de un puente sobre el mismo plano” (p. 25). Pero no hay que incurrir en el error de ver esa “exoconsistencia” como un perímetro que circunda el concepto: “
Todo concepto tiene un perímetro irregular, definido por la cifra de sus componentes” (p. 21); la exoconsistencia, pues, no es una frontera lineal que delimita conceptos, sino que éstos están unidos por “puentes”, por puntos de contacto, como las piedras de una “pared seca”: “
Los conceptos en tanto que totalidades fragmentarias no constituyen ni siquiera las piezas de un rompecabezas, puesto que sus perímetros irregulares no se corresponden. Forman efectivamente una pared, pero una pared de piedra en seco, y si se toma el conjunto, se hace mediante caminos divergentes. Incluso los puentes de un concepto a otro son también encrucijadas, o rodeos que no circunscriben ningún conjunto discursivo” (pp. 28-29).
3) “
En tercer lugar, cada concepto será por lo tanto considerado el punto de coincidencia, de condensación o de acumulación de sus propios componentes” (p. 25). “
Es un ordinal, una intensión común a todos los rasgos que lo componen. Como los recorre incesantemente siguiendo un orden sin distancia, el concepto está en estado de sobrevuelo respecto de sus componentes. Está inmediatamente copresente sin distancia alguna en todos sus componentes o variaciones” (p. 26). Si el concepto fuera solamente una agregación de elementos unidos por sus “zonas de proximidad”, sería algo inerte, en cuya creación (que sería en tal caso mera composición) el filósofo no desempeñaría papel alguno; lo primordial del concepto es, pues, la “
intensión común a todos los rasgos que lo componen”, un punto que sobrevuela a velocidad infinita sobre todos sus componentes. Por eso se define “
por la inseparabilidad de un número finito de componentes heterogéneos recorridos por un punto en sobrevuelo absoluto, a velocidad infinita” (p. 26).
Hay que incidir en varios aspectos del concepto. El primero, su ausencia de referente; entendiendo por referente un objeto o cosa en el espacio y en el tiempo. Por eso D-G evitan cuidadosamente el dar coordenadas espaciotemporales al concepto, que siempre es descrito como un “ordinal”. Es un punto (carece de espacio) y se mueve a velocidad infinita (carece de tiempo; si el tiempo es 0, la velocidad es infinita ). “
Real sin ser actual, ideal sin ser abstracto... El concepto se define por su consistencia, endoconsistencia y exoconsistencia, pero carece de referencia, es autorreferencial” (p. 27), es decir, sólo se refiere a sí mismo.
4) A diferencia de las proposiciones de la ciencia, que son extensionales, el concepto es siempre una intensión. Este rasgo está relacionado con el anterior (carece de referencia) y es fundamental para distinguir el concepto (propio de la filosofía) de la proposición (propia de la ciencia): “
Por último, el concepto no es discursivo, y la filosofía no es una formación discursiva, porque no enlaza proposiciones. A la confusión del concepto y de la proposición se debe la tendencia a creer en la existencia de conceptos científicos y a considerar la proposición como una auténtica «intensión»” (p. 28). Se relaciona con la ausencia de referencia del concepto ya que el concepto, al ser pura intensión no puede referirse a elemento alguno; por contra, la proposición (propia de las ciencias) sólo espuriamente puede atribuirse una conceptualidad, una intensión, pues es sólo “extensión”, es decir meramente referencial a objetos, hechos o cosas de las que se predica algo: “
la proposición nunca es una intensión. Las proposiciones se definen por su referencia, y la referencia nada tiene que ver con el Acontecimiento [=Evento]
, sino con una relación con el estado de cosas o de cuerpos, así como con las condiciones de esta relación” (p. 28). Por eso las proposiciones, como ya explicó Frege, son funciones con variables independientes llamadas a saturar la función; en cambio, los conceptos son intensivos y juegan con “variaciones”, no con variables: “
la independencia de las variables en las proposiciones se opone a la indisolubilidad de las variaciones en el concepto” (p. 28).
Con ello queda caracterizado el “concepto”, y seguidamente D-G proponen un ejemplo para ilustrar lo precedente: el concepto del cogito de Descartes. Pero antes, y para acabar de atar todos los cabos, una mención al término usado por D-G para caracterizar al concepto: “
es... una hecceidad”. Toman aquí el término de Duns Escoto (una pena que la excesiva extensión que se dedica en la UNED al pensamiento musulmán medieval haya expulsado del plan de estudios a algunos filósofos medievales cristianos muy relevantes, como éste); se trata de la “
haecceitas” que, según dice Ferrater Mora en su diccionario, sería
el principio de individuación, lo que hace que una entidad dada sea individual, esto es, que sea «este individuo y no otro», es “la última realidad de la cosa”, la “ultima actualitas formae”, la “última actualidad de la forma”; definiciones que encajan perfectamente en lo que llevamos visto que significa el concepto para D-G, especiamente la singularidad propia de éste.
Vamos ya con el ejemplo de Descartes y el concepto del
cogito. D-G nos dicen que “
este concepto posee tres componentes, dudar, pensar, ser” (p. 30). Una primera cuestión que se suscita es la de si esos tres componentes son, a su vez, conceptos, o se trata de eventos. Parece claro que son eventos, eventos singulares del Evento. Y, como es preceptivo, están aglutinados en el concepto mediante las respectivas “
zonas de proximidad o de indiscernibilidad”. Hay un dudar, un pensar y un existir, con unas zonas intermedias: dudar-pensar, pensar-existir. El último trazo, que surge del J’’’ (estas “jotas” corresponden al francés
Je, Yo), queda indeterminado, disponible para servir de puente con otros conceptos. Dicen D-G sobre las zonas de proximidad: “
una primera zona está entre dudar y pensar (yo que dudo, no puedo dudar de que pienso), y la segunda está entre pensar y ser (para pensar hay que ser)”; pues bien, si es así, no hay realmente “zonas de proximidad” (“
un ámbito ‘ab’ que pertenece tanto a ‘a’ como a ‘b’, en el que ‘a’ y ‘b’ se vuelven indiscernibles”, p. 25), sino relaciones de inclusión. Pues, en efecto, “
yo que dudo no puedo dudar de que pienso” significa que dudar está incluido en pensar; y “
para pensar hay que ser” significa que pensar está incluido en ser. Hay ser, que incluye pensar (y tal vez otros eventos que ahora no interesan), que a su vez incluye dudar (y tal vez otros eventos irrelevantes ahora). Las zonas de proximidad o umbrales de indiscernibilidad se nos acaban de disolver como azucarillos. No hay más que un evento, ser, y entonces el concepto es simple, y no múltiple; hay un evento, ser, y si hay otro evento, pensar, que está incluido en ser, no existe entre ambos ninguna zona de proximidad, sino que la zona de proximidad sería el evento pensar en su completa integridad.
Pero aún hay más. En efecto, Deleuze escribió en otros lugares:
Deleuze escribió:
El Ser es el único evento en el que todos los eventos comunican ( Logique du sens, p. 211).
[el Ser] llega [ ... ] como un evento único para todo lo que llega a las cosas más diversas, «Eventum tantum» para todos los eventos (ibid., p. 210).
Pero si el Ser es el Evento, en el que comunican todos los eventos, ¿cómo tratarlo como un evento singular en igualdad de plano con otros eventos (dudar, pensar)? Ciertamente podemos entender que el “
ego sum” cartesiano no habla de “ser”, sino de “existir”. Pero entonces, si no hablamos del Evento-Ser, sino del evento-existir, ¿no necesitamos algo que exista? Pues si en algo podemos diferenciar ser y existir es en que el ser es general, mientras que el existir es el ser de algo. Entonces, ¿no necesitamos, para el existir, una referencia? Pues no podemos considerar el existir sin que vaya referido a alguien que exista. Así pues, si el ser cartesiano es un evento (no el Evento puro), necesita una referencia que exista; y si no lo es, sino puro ser, será el Ser, el Evento, y no un evento particular. No puede, entonces, ser elemento constituyente de un concepto, pues el Ser (o el Evento) ya es de suyo el sustrato inevitable de todos los conceptos, pues si éstos están compuestos de eventos, sus elementos son, por definición, subdivisiones del Evento.
D-G son conscientes de este problema (el de que el sentido sin referencia se queda bastante cojo); la solución que arbitran, como veremos, es la introducción del “personaje conceptual”, del que nos ocuparemos en su momento.