El plano de inmanencia, como filosófico, es un plano de conceptos. El concepto es pura abstracción por lo que necesita un sustrato de consistencia en el que apoyarse:
QF escribió:
Los conceptos son acontecimientos (eventos), pero el plano es el horizonte de los acontecimientos, el depósito o la reserva de los acontecimientos puramente conceptuales: no el horizonte relativo que funciona como un límite, que cambia con un observador y que engloba estados de cosas observables, sino el horizonte absoluto, independiente de cualquier observador (QF, p. 40).
Esto nos plantea una de las cuestiones creo que más arduas del sistema de D-G. Si el plano no es un horizonte relativo que cambia con el observador, sino que es el horizonte absoluto, independiente de cualquier observador, ¿no le cuadraría más el tratarse de un plano de trascendencia que de un plano de inmanencia? Así parece, en efecto, de lo que seguimos leyendo a continuación:
QF escribió:
El plano de inmanencia no es un concepto pensado ni pensable, sino la imagen del pensamiento, la imagen que se da a sí mismo de lo que significa pensar, hacer uso del pensamiento, orientarse en el pensamiento...
La imagen del pensamiento implica un reparto severo del hecho y del derecho: lo que pertenece al pensamiento como tal debe ser separado de los accidentes que remiten al cerebro, o a las opiniones históricas...
La imagen del pensamiento sólo conserva lo que el pensamiento puede reivindicar por derecho. El pensamiento reivindica «sólo» el movimiento que puede ser llevado al infinito (QF p. 41).
Si el plano de inmanencia es la imagen “de derecho” del pensamiento, diferenciada de la imagen “de hecho”, la contingente, la accidental, la propia de cada cerebro, de cada opinión, de cada época y de cada civilización, ¿no es con propiedad un plano trascendental (absoluto) y no de inmanencia (dependiente de cada observador)? Así lo ve también Villani, comentando estas frases de D-G:
QF escribió:
Así, si la filosofía empieza con la creación de los conceptos, el plano de inmanencia tiene que ser considerado prefilosófico (QF, p 44).
Prefilosófico no significa nada que preexista, sino algo que no existe allende la filosofía aunque ésta lo suponga (QF, p. 45).
Es decir: se trata de algo que no existe fuera de la filosofía; es contemporáneo de la filosofía y ni está fuera de ella ni es un componente de ella, sino un sustrato: la filosofía supone el plano, pero éste no es filosófico (es previo a los conceptos). Todo ello lleva a afirmar a Villani:
VD escribió:
Lo que hace del plano de inmanencia un trascendental de la filosofía, pero en ningún caso una trascendencia (VD, p. 273).
Aunque intente arreglarlo con el matiz de que el plano de inmanencia es trascendental pero no trascendente, el enemigo parece habérsenos colado en casa. Pero Villani se equivoca, pues hay numerosas evidencias a lo largo de la exposición de D-G que muestran que el plano de inmanencia no es, en ningún caso, ni trascendental ni trascendente. ¿O es que lo tienen que repetir tantas veces porque en realidad, tal como está concebido en origen, no queda otro remedio que conceder un papel a la trascendencia (aunque ésta tenga el aspecto de un caos), se quiera o no, si queremos hacer filosofía? Incluso si nos proponemos obviar la trascendencia, habrá que tener en cuenta que, en cuanto imagen del pensamiento que corta el caos, el plano de inmanencia es, como Jano, bifronte y, como todo plano geométrico, tiene dos caras: “
el plano de inmanencia tiene dos facetas, como Pensamiento y como Naturaleza, como Physis y como Nous” (QF, p. 42); dos caras de distinta índole, pues corta un caos que, como ya dijimos citando a D-G, “
posee una existencia tanto mental como física” (p. 46); así pues, incluso olvidando la “trascendencia”, nos queda la faceta del Pensamiento prefilosófico y de horizonte absoluto que: ¿qué otra cosa puede ser que la Razón trascendental? No parece tan fácil huir de esa consecuencia por mucha insistencia que venga a continuación sobre la inmanencia e incluso el relativismo del plano de inmanencia.
QF escribió:
Pero, pese a ser cierto que el plano de inmanencia es siempre único, puesto que es en sí mismo variación pura, tanto más tendremos que explicar por qué hay planos de inmanencia variados, diferenciados, que se suceden o rivalizan en la historia (...) El plano no es ciertamente el mismo en la época de los griegos, en el siglo XVII, en la actualidad (p. 43).
¿Será, pues, el plano de inmanencia un sustrato de carácter “epocal” para los conceptos? No parece ser así, pese a dar a entender su conexión epocal y, aún más, con preguntas retóricas, que la imagen del pensamiento (que es en lo que consiste el plano de inmanencia) está más allá de ciertas patologías mentales o del ámbito de una época:
QF escribió:
Por ejemplo, perder la memoria o estar loco, ¿puede acaso pertenecer al pensamiento como tal, o se trata sólo de accidentes del cerebro que deben ser considerados meros hechos? ¿Y contemplar, reflexionar, comunicar acaso no son opiniones que uno se forma sobre el pensamiento en tal época y en tal civilización? (QF, p. 41).
El loco, el amnésico, piensan, pero de una forma individual, lastrada por defectos físicos cerebrales, por lo que su actividad mental no es “la imagen del pensamiento”. Pero D-G se desdicen enseguida:
QF escribió:
Precisamente porque el plano de inmanencia es prefilosófico, y no funciona ya con conceptos, implica una suerte de experimentación titubeante, y su trazado recurre a medios escasamente racionales y razonables. Se trata de medios del orden del sueño, de procesos patológicos, de experiencias esotéricas, de embriaguez o de excesos (p. 46).
Sin embargo, en sentido completamente opuesto, muy pocas líneas después:
QF escribió:
Efectuando una sección del caos, el plano de inmanencia apela a una creación de conceptos (p. 47).
Y aún más:
QF escribió:
Llevando las cosas al límite, ¿no resulta que cada gran filósofo establece un plano de inmanencia nuevo (...) hasta el punto de que no habría dos grandes filósofos sobre el mismo plano? (QF, p. 54).
Ahora parece que sólo los grandes filósofos establecen planos de inmanencia, aunque hay una cierta circularidad en el hecho de que ser un gran filósofo resulta, a su vez, definido por el hecho de ser capaz de establecer un plano de inmanencia propio.