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TEMA: "¿Qué es la filosofía?" Notas de lectura crítica (VII)

"¿Qué es la filosofía?" Notas de lectura crítica (VII) 13 Abr 2012 19:21 #6782

  • Nolano
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Ya comentamos, a propósito del Ejemplo 1 (en el capítulo 1), el problema de trabajar con eventos sin referencia; Martínez afirma que los eventos son verbos en infinitivo (es decir, sin tiempo verbal y sin persona que haga de sujeto), lo que es cuestionable, pues si no hay tiempo verbal no se alcanza a ver por qué no podría ser un evento cualquier cosa que no sea un verbo. Pero, dejando de lado esta cuestión, lo cierto es que, como pone en evidencia el ejemplo del cogito cartesiano, no parece que podamos construir nada sin un sujeto que sirva de referencia al evento. Los propios D-G utilizan esas “J” en su gráfico explicativo del concepto de cogito para dar algún sentido a los verbos “dudar”, “pensar” y “existir”.

Pero el problema está en que, por un lado, para ligar, por ejemplo, “dudar” y “pensar”, debe haber un mismo sujeto que ligue (que enlace mediante la “zona de indiscernibilidad”) “dudar” y “pensar”; pues no se puede construir un concepto con: “yo dudo” y “tú piensas”: los eventos de dudar y pensar deben rotar sobre el mismo polo de atracción de ambos eventos. Pero, ¿qué polo de rotación común será ese que carece de referencia? Porque la cuestión del sujeto plantea importantes escollos a la pretensión de D-G de construir un plano de inmanencia sin trascendencia. Ciertamente en la etapa Eidética o platónica, la cosa no presenta dificultad, pues la trascendencia está residenciada en el Objeto-Idea, y el hombre se limita a la contemplación, por lo que éste carece de una vertiente trascendental que es totalmente objetiva. Pero la etapa Crítica o de la reflexión ya es harina de otro costal: aquí lo que es trascendental es el Sujeto y la introducción de un sujeto como polo de referencia del evento introduciría la trascendencia por la puerta de atrás. Lo mismo cabe decir de la etapa de la Fenomenología o de la comunicación, pues el Otro es tan sujeto como el Yo (intersubjetividad como sustituto de la objetividad).

Ante tal problema, D-G habilitan un nuevo elemento de su sistema filosófico, el personaje conceptual:
QF escribió:
...se corre el riesgo de confundir a los personajes de los diálogos y a los personajes conceptuales (...) El personaje de diálogo expone conceptos...

Por el contrario, los personajes conceptuales ejecutan los movimientos que describen el plano de inmanencia del autor, e intervienen en la propia creación de sus conceptos.

El personaje conceptual no es el representante del filósofo... (p. 65)

El personaje conceptual no tiene nada que ver con una personificación abstracta, con un símbolo o una alegoría, pues vive... El destino del filósofo es convertirse en su o sus personajes conceptuales, al mismo tiempo que estos personajes se convierten ellos mismos en algo distinto de lo que son históricamente, mitológicamente o corrientemente... El personaje conceptual es el devenir o el sujeto de una filosofía, que asume el valor del filósofo (...) En los enunciados filosóficos no se hace algo diciéndolo, pero se hace el movimiento pensándolo, por mediación de un personaje conceptual (p. 66).

Si se me permite una imagen, lo que a mí se me viene a la cabeza respecto del personaje conceptual de D-G son esos paneles que había antes en las ferias donde estaba representado un torero, o una bailaora, con un hueco en lugar de la cabeza para que el cliente asomase la suya y se hiciese un retrato con su cara y la figura de que se tratase. En el ejemplo del cogito tenemos un “pensador” (o un “dubitativo” o, como quieren D-G, un “Idiota”) por el que el filósofo (en este caso Descartes) asoma la cabeza para “convertirse en su personaje conceptual”. (Supongo que si D-G se pueden permitir la gracia de representar el Yo trascendental kantiano autorreflexivo como una cabeza de buey en la p. 59, puedo permitirme yo representar el cogito cartesiano, en cuanto personaje conceptual deleuziano, mediante la imagen de un panel con una fotografía del pensador de Rodin con un agujero en la cabeza por la que asoma la suya Descartes.) No podemos poner un sujeto de carne y hueso para el evento del concepto filosófico; por tanto se pone una mera carcasa, una vestimenta, que será rellenada por el propio filósofo o por cualquiera que asuma el concepto de que se trate.

El personaje conceptual del filósofo no es un referente (no puede serlo, si no quiere correr el riesgo de convertirse en algo trascendental) así que consiste en una oquedad a rellenar. Y, como tal hueco, no puede ser definido sino por sus contornos: es decir, por lo que no es, más que por lo que es. A esa labor se dedican D-G: en su aversión por la trascendencia están incapacitados para decir qué es un personaje conceptual, por lo que los perfiles de éste se diseñan por contraposición y diferenciación con otras imágenes mentales más o menos colaterales o potencialmente conexas con el personaje conceptual. De momento ya hemos visto en la cita anterior que éste no es un “personaje de diálogo”, como los de los diálogos de Platón o el Filaletes o el Teófilo de Leibniz. Sin perjuicio, naturalmente, de que alguno de ellos, por ejemplo el Sócrates de Platón pueda llegar a constituir por sí mismo un personaje conceptual. Pero no por “exponer conceptos” (cosa que también hace), sino por ser el sujeto de una filosofía, o de un concepto de una filosofía, que “asume el valor de un filósofo” (¿no cabría aquí, sin embargo, reprochar a D-G que el filósofo sería “el valor de una variable”, para decirlo en expresión Quine, y que, por tanto, el concepto acaba, finalmente, por tener un referente y, en consecuencia, por ser una función, que el filósofo-individuo vendría fregeanamente a saturar?) Pero hay más definiciones negativas del personaje conceptual:

1. El personaje conceptual no es una figura estética. En efecto, en nuestro cuadro-esquema el personaje conceptual tiene su paralelo en la figura estética, si bien cada uno en su respectiva columna, en la de la filosofía el primero y en la del arte la segunda. Consecuentemente, el primero es “potencia” de conceptos y la segunda “potencia” de afectos y perceptos (QF, p. 67). La cosa parece, al menos grosso modo, bastante clara: no es lo mismo Madame Bovary que el Anticristo nietzscheano (aunque, si queremos hilar fino, sea tarea realmente ardua decir en qué radica la diferencia, para ser intelectualmente serios).

Pero la cosa puede complicarse bastante, por lo que D-G constatan que un plano de inmanencia (por naturaleza filosófico) puede ser “poblado” “con otras instancias, con otras entidades, poéticas, novelescas, o incluso pictóricas o musicales” (p. 68); y, viceversa, un plano de composición (por naturaleza propio del arte) puede ser poblado por personajes conceptuales. Puede, pues, producirse una cierta suplantación de roles entre el personaje conceptual y la figura estética (el protagonista de una obra artística), de forma que un personaje conceptual invada una creación literaria y, viceversa, un personaje conceptual articule una novela, u otra creación artística incluso no literaria (¿qué sería, por ejemplo, el Roquentin de La náusea de Sartre, un personaje conceptual o una figura estética? Pero la lista podría ser prácticamente infinita). En todo caso, un apunte: es curiosa la afición de D-G por la categorización, a mi modo de ver bastante contradictoria con su visión inmanentista de la filosofía, lo que les lleva a un continuo desfile de enredos taxonómicos, muchas veces bastante artificiosos y forzados, como en este caso. Precisamente la dificultad de clasificar la inmensísima mayoría de personajes literarios como personajes conceptuales o como figuras estéticas muestra lo vacuo de pretender una distinción categorial entre ambos, como pertenecientes a dos mundos separados, el de la filosofía y el del arte; y digo “separados” por el empeño de D-G en diferenciarlos mediante una acumulación de términos de diferenciación entre ambos.

2. El personaje conceptual no es un tipo psicosocial. A pesar de que, como ocurría en el caso anterior, sigan produciéndose en este caso incesantes penetraciones (p. 69). El tipo psicosocial no es una creación del filósofo, sino una construcción del psicólogo, el economista o el científico social: es un objeto de observación de las ciencias sociales y no un sujeto de conceptos filosóficos. La posible confusión puede venir de que, al tratarse de ciencias sociales y con indudable relevancia política, puede haber un cierto solapamiento, cuyo caso ejemplar sería Marx, entre la forma de clasificar la realidad para su estudio y la creación de conceptos filosóficos necesitados de personajes conceptuales:
QF escribió:
...los movimientos físicos y mentales de los tipos psicosociales, sus síntomas patológicos, sus actitudes relacionales, sus modos existenciales, sus estatutos jurídicos, se vuelven susceptibles de una determinación meramente pensante y pensada que les sustrae tanto a los estados de cosas históricos de una sociedad como a la vivencia de los individuos, para convertirlos en rasgos de personajes conceptuales, o en acontecimientos del pensamiento sobre el plano que el pensamiento establece o bajo los conceptos que éste crea (QF, p. 72).

Es decir, que sin dejar de ser “cosas históricas” o “vivencias de los individuos”, o sea hechos, referentes, los tipos psicosociales pueden transformarse fácilmente en conceptos puramente pensados y, por tanto, en filosóficos. Por eso están tan relacionados con los conceptos de territorialización y desterritorialización; pero de todo esto nos ocuparemos más extensamente en el siguiente capítulo 4, donde culminan D-G la exposición de su sistema filosófico con las consecuencias de orden político que se derivan del mismo y en relación con las cuales toda la exposición de los tres primeros capítulos consiste solamente en una preparación del aparato conceptual necesario para sus propuestas políticas.

Hay otras instancias que se podrían poner en relación con el “personaje conceptual”, como el “observador parcial”, que ocupa el mismo nivel que aquél, pero en el campo de la ciencia en vez de la filosofía. Pero el tratamiento del observador parcial queda pospuesto al capítulo 5 y, por otra parte, su diferencia con el personaje conceptual parece lo suficientemente obvia como para que no merezca la pena en este momento ocuparse de ella. Por tanto, el capítulo 3 finaliza con una exposición del juego funcional del personaje conceptual en la tríada fundamental de la filosofía de D-G compuesta por él mismo, el plano de inmanencia y el concepto. En particular el de servir de sujeto (o instancia subyacente: sub-jectum) no trascendental a los otros dos elementos, concepto y plano de inmanencia, es decir el sustrato necesario para que estos dos últimos comparezcan:
QF escribió:
Los conceptos no se deducen del plano, hace falta el personaje conceptual para crearlos sobre el plano, como hace falta para trazar el propio plano, pero ambas operaciones no se confunden en el personaje que se presenta a sí mismo como un operador distinto (QF, p. 77).

Sin embargo, como ya vengo anticipando, la pretendida huida de la trascendencia, en la medida en que no quiera incurrir en el mero positivismo, es imposible, y tarde o temprano, de una forma más o menos directa o más o menos oblicua, el sujeto trascendental acaba siempre apareciendo:
QF escribió:
Si llamamos Razón al trazado del plano, Imaginación a la invención de los personajes y Entendimiento a la creación de conceptos... (QF, p. 78).

El plano, pues, no difiere mucho de la razón pura o trascendental de Kant (Vernunft); los conceptos, de las categorías del entendimiento (Verstand); y, finalmente, los personajes, de la intuición sensible, de la inevitable experiencia posible sólo referidos a la cual los hechos son percibidos como fenómenos, pues la Imaginación de D-G es la construcción de imágenes, o sea apariciones fenoménicas. Que se llame a ese conglomerado “gusto” (D-G) o “criticismo” (Kant), no deja de ser mera distracción terminológica que no debería desviarnos de la realidad filosófica de que, mutatis mutandis, estamos hablando de lo mismo.

Hablan D-G, para finalizar el capítulo 3, de las opiniones y la verdad como núcleo de las paradojas filosóficas; cuestión que ciertamente pertenece a la cuestión axial de las relaciones entre trascendencia e inmanencia. La filosofía opera con conceptos, la ciencia con proposiciones; las proposiciones científicas, como tienen referencia, pueden ser verdaderas o falsas; pero en la filosofía no estamos hablando de verdad o falsedad, porque los conceptos, como venimos viendo desde el principio de estos comentarios, no tienen referencia:
QF escribió:
Así pues el problema filosófico consistiría en encontrar en cada caso la instancia capaz de medir un valor de verdad de las opiniones oponibles, o bien seleccionando unas en tanto que más sabias que otras, o bien determinando cuál es la parte que le corresponde a cada cual. Éste y no otro ha sido siempre el significado de lo que se llama dialéctica, y que reduce la filosofía a la discusión interminable (QF, p. 81).

Ésa sería la equivocada senda de la discusión inútil, que siguió la filosofía en Grecia. Pero la filosofía, al no remitir a la verdad o falsedad de las proposiciones es de otro orden. No parecen considerar D-G la posibilidad de un discurso filosófico cognitivo pero no científico, del tipo del que, por ejemplo, propondría Habermas. Pero entonces, ¿a qué referir un discurso filosófico para poder considerarlo “mejor” o “peor” que otro discurso alternativo? Por ejemplo: ¿qué título puede ostentar el discurso de D-G para ser preferible al discurso de Habermas (o cualquier otro filósofo)? Ya hemos visto una vaga alusión al “gusto” filosófico, que llevaría a rechazar el “arte de la plebe” en terminología de Nietzsche adoptada por D-G (QF, p. 81). Pero, ¿quién dice lo que es plebeyo o lo que es elevado? ¿O es que estamos en el puro protagorismo de que cada uno es medida de todas sus cosas? La vaguedad permanece hasta el final:
QF escribió:
No se dirá de muchos libros de filosofía que son falsos, pues eso no es decir nada, sino que carecen de importancia o de interés, precisamente porque no crean concepto alguno, ni aportan una imagen de pensamiento ni engendran un personaje que valga la pena. Únicamente los profesores pueden escribir «falso» en el margen, y aún, pero los lectores tienen más bien dudas acerca de la importancia y del interés, es decir acerca de la novedad de lo que se les ofrece para su lectura (QF, p. 84).

¿Estamos, pues, moviéndonos en el relativismo solipsista más absoluto? Pues, ¿qué criterios están a nuestra disposición para juzgar acerca de la “importancia” o del “interés” de tal o cual libro de filosofía? ¿Estamos, pues, en manos del gusto de cada cual? Nada habría que oponer a ello; eso es bastante antiguo y conocido desde la sofística. No obstante, el siguiente capítulo propone una guía de acción política; y, claro, aquí se presentan graves dificultades a las propuestas de D-G, pues la política entra de lleno en el campo de las relaciones intersubjetivas y las discusiones y la opinión parecen tener que ocupar un lugar fundamental en ese ámbito. Las perspectivas, pues, desde los presupuestos de D-G están erizadas de dificultades, como veremos a continuación.
Bin ich doch kein Philosophieprofessor, der nöthig hätte, vor dem Unverstande des andern Bücklinge zu machen.
No soy un profesor de Filosofía, que tenga que hacer reverencias ante la necedad de otro (Schopenhauer).


Jesús M. Morote
Ldo. en Filosofía (UNED-2014)
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Última Edición: 16 Abr 2012 10:10 por Nolano.
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Re: "¿Qué es la filosofía?" Notas de lectura crítica (VII) 04 May 2012 13:40 #6931

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1. Aunque efectivamente resulta un tanto esquivo describir algo por lo que no es más bien que por lo que es, creo que D-G conciben que el personaje conceptual es en cierto modo una oquedad porque sus “rasgos personalísticos” vienen definidos precisamente por la filosofía particular de la que son mediadores en la creación de conceptos. Y si cada filosofía se mueve en planos de inmanencia diferentes, resulta complejo enumerar rasgos comunes entre sus respectivos personajes conceptuales como para generalizarlos.

2. Dudo que Roquentin pueda considerarse un personaje conceptual, pues como ya advierten D-G en el caso de los diálogos platónicos, los personajes conceptuales no son aquellos que intervienen en diálogos (o fundamentalmente monólogos en el caso de la obra de Sartre) porque el personaje de diálogo expone conceptos y no es ése el rol del personaje conceptual.

3. Los enredos taxonómicos de los que hablas me parece que son una nueva licencia que se permite el pensamiento anexacto, aunque sigo preguntándome, entonces, cómo pueden ser compatibles con la rigurosidad… Y no deja de resultar paradójico que estos enredos no se produzcan sólo en el discurso, sino en la propia práctica pues, en mi opinión, la filosofía de D-G se ejerce en realidad como un arte de la que tanto quería diferenciarse: el filósofo-artista es un creador, y en su versión postmoderna, le tiene sin cuidado mantenerse en los límites de canon alguno, por lo que, además de rehuir de la discusión en general, no ha de dar más explicaciones que las que le plazca, sin que la exigencia de consistencia, orden o claridad tenga sobre él poder alguno. El resto de filósofos y no filósofos no somos más que espectadores de sus piezas o de su obra, y como la filosofía “no consiste en saber, y no es la verdad lo que la inspira”, frente a ellas sólo cabe pronunciarse con un “interesante”, “notable” o “importante”. Y al que no le guste, que no mire, pues ya sabemos que todo se trata de gusto. Ahora, que si me resulta poco interesante, notablemente estéril, y bastante irrelevante, que a nadie se le ocurra decirme que tengo mal gusto, pues carecerá de referencia y legitimidad para justificarme qué es “un concepto bien hecho” o cuál es el “mal gusto en filosofía” (ese arte de la plebe nietzscheano).

4. La alusión de D-G a la triada Razón, Imaginación y Entendimiento ciertamente huele un tanto raro. Ahora, no creo que se trate llanamente de estar hablando de lo mismo aunque sea mutatis mutandis: como ya he citado, D-G se expresan explícitamente en otros lugares para distinguir el plano del mero concepto de razón, con lo que en lo referente a esta “Razón”, una de dos: o bien abarca mucho más que la Vernunft, o bien como “trazado” del plano no se identifica con éste en su totalidad. Por otro lado, en lo que se refiere a la Imaginación y al Entendimiento, su carácter activamente creador los diferencia de las nociones kantianas, pues, aunque tienen un papel activo más que relevante, la imaginación deleuziana no construye imágenes como apariciones fenoménicas (puro encaje de la intuición sensible) sino que “inventa” los personajes, con un papel para la forma, como ya comenté, que es mucho más relevante que la materia de la que están hechos. Tanto otro puede decirse del entendimiento que, lejos de las universales y formales categorías kantianas, “crea” conceptos, en un singularísimo y en última instancia incomunicable acto.
Javier Jurado
@jajugon
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