Resulta difícil ser categórico a la hora de establecer una clasificación de las ramas que conforman la Filosofía. La diversidad de “taxonomías” seguramente tiene su origen en las diferentes formas en que se ha entendido nuestra disciplina a lo largo de la historia y en la diversidad de criterios manejados, lo que ha dado lugar a la falta de consenso actual a la hora de establecer una clasificación unánimemente aceptada.
Con carácter general y algo estricto y con el objetivo de reducir al mínimo las subdivisiones de la filosofía yo distinguiría únicamente entre Metafísica (u Ontología); Ética; Estética; Lógica y Epistemología (Gnoseología, Teoría del conocimiento). Evidentemente, por otro lado, podemos considerar la filosofía como una reflexión de segundo orden que se ejerce sobre otras actividades reflexivas de primer orden a través de la crítica, la interpretación, el análisis y la evaluación de sus conceptos básicos, objetivos, métodos, etc. Desde un punto de vista, se podría decir que hay tantas ramas de la filosofía como reflexiones posibles sobre las actividades de primer orden. Así podríamos hablar de filosofía de la ciencia, filosofía política, filosofía de la religión, filosofía de la mente, antropología filosófica, filosofía del derecho, etc.
Y es que como dice Bertrand Bertrand Russell en su libro ” Los problemas de la filosofía”: “El valor de la filosofía se halla en su incertidumbre. El hombre que no tiene ningún matiz de la filosofía va por la vida prisionero de los prejuicios que se derivan del sentido común, de las creencias habituales de su tiempo y de su país, y de las que se han desarrollado en su espíritu sin la cooperación ni el consentimiento de su razón. Desde el momento en que empezamos a filosofar, nos damos cuenta de que incluso los objetos más ordinarios plantean problemas a los que sólo podemos dar respuestas incompletas. La filosofía, a pesar de ser incapaz de decirnos con certeza cuál es la verdadera respuesta a las dudas que suscita, es capaz de sugerir diversas posibilidades que amplían nuestros pensamientos y nos liberan de la tiranía de la costumbre. Así, al disminuir nuestro sentimiento de certeza sobre lo que son las cosas, aumenta considerablemente nuestro conocimiento de lo que puede ser; refuta el dogmatismo de los que no se han introducido jamás en la región de la duda liberadora… La filosofía ha de ser estudiada, no por las respuestas concretas a los problemas que plantea, ya que, en general, ninguna respuesta precisa puede ser conocida como verdadera, sino más bien por el valor de los mismos problemas; porque estos problemas amplían nuestra concepción de las cosas que son posibles, enriquecen nuestra imaginación intelectual y disminuyen la seguridad dogmática que cierra el espíritu a la investigación…”