Hay que agradecer a Moni su interesante mensaje, que viene a confirmar, juntamente con los datos que aportó después Cygnus, lo que ya sospechábamos: la paulatina decadencia de los estudios de "humanidades".
No obstante, hay aquí dos posibles derivaciones del debate. Si de lo que se trata es de lamentar la pérdida de opciones profesionales de quienes se dedican o se quieren dedicar a las humanidades, eso a mí no me concierne especialmente, pues yo me dedico profesionalmente a otros menesteres; ya lo dije en su día cuando se instó desde el foro a movilizarse en defensa de ciertos puestos de trabajo académicos. Comprendo a quienes se preocupan por ello, como todos nos preocupamos por defender las profesiones con las que nos ganamos los garbanzos; nada que objetar a ello, que es legítimo y comprensible bajo los dos principios populares plenamente vigentes en nuestra sociedad de que cada uno arrima el ascua a su sardina y de que quien no llora no mama.
Si ése es el debate, no tengo nada que añadir. Pero la cuestión puede suscitarse a otro nivel más filosófico, que es el que a mí me interesa realmente. Si me estoy saliendo de la línea que se pretende con el hilo (como parece por los comentarios precedentes de los compañeros) pueden los moderadores del foro desplazar este mensaje a un nuevo hilo, para no mezclar dos asuntos muy diferentes, la defensa corporativa y el análisis filosófico del momento presente de las humanidades en nuestra sociedad.
Precisamente cuando Moni publicó su mensaje estaba estudiando el último tema (nº 28) de las UD de Metafísica de Martínez. Ese tema está estructurado principalmente en torno a un artículo de Habermas, más bien el discurso que pronunció agradeciendo que la ciudad de Fráncfort le concediera el Premio Adorno, que lleva por título "
Modernidad inconclusa", y que creo que es totalmente relevante para aportar un poco de luz sobre el asunto de la decadencia del estudio de las humanidades. Hay disponible en internet un enlace a una traducción de dicho discurso de Habermas, cuya lectura atenta recomiendo,
aquí.
Creo que tomando pie de dicho artículo podemos entender el problema de qué ocurre con el estudio de las humanidades en la sociedad actual. Aunque el discurso habla de "arte" y de "estética", creo que no es un abuso sino, antes bien, una justificada licencia el identificar el arte a que se refiere Habermas con las humanidades que son el motivo de este hilo. Enseguida se verá el por qué.
Empecemos el comentario al discurso de Habermas con la referencia que él mismo hace a David Bell:
Habermas escribió:
En su libro The Cultural Contradictions of Capitalism, Bell defiende la tesis de que los fenómenos de crisis en las sociedades occidentales desarrolladas se originan en un rompimiento entre cultura y sociedad, entre la modernidad cultural y las necesidades del sistema económico-administrativo.
(...)El modernismo es el gran seductor, pues por él el principio de autorrealización irrestricta, la exigencia de una auténtica experiencia personal y el subjetivismo de una sensibilidad sobre-excitada han llegado a dominar la vida. Este talante, dice Bell, desata motivos hedonistas irreconciliables con la disciplina de la vida profesional y, en general, con los principios morales que están en la base de una conducción racional de la vida. Así, Bell, al igual que en nuestro país Arnold Gehlen, coloca el peso de la responsabilidad por la disolución de la ética protestante (un fenómeno que ya inquietaba a Max Weber) en la adversary culture, es decir, una cultura cuyo modernismo aviva la hostilidad hacia las convenciones y virtudes de una vida cotidiana que ha llegado a racionalizarse bajo las presiones de los imperativos económicos y administrativos.
Esa ruptura entre la modernidad económico-racional y la modernidad cultural, resulta contradictoria por cuanto ambas reposan sobre principios incompatibles entre sí. Ahondando más en ese primer diagnóstico del problema, Habermas recurre a Max Weber:
Habermas escribió:
Permítaseme comenzar un análisis diferente recordando una idea de Max Weber, quien caracterizaba a la modernidad cultural como la separación de la razón sustantiva, que se expresa en las concepciones religiosas y metafísicas del mundo, en tres esferas autónomas que solamente pueden conjugarse de modo formal a través de la fundamentación argumentativa. Estas son la ciencia, la moralidad y el arte.
Estas tres esferas son las mismas que ya había diseñado Kant mediante sus "tres críticas", correspondiendo, respectivamente, a la
Crítica de la razón pura, la
Crítica de la razón práctica y la
Crítica de la facultad de juzgar. ¿Por qué, entonces, Habermas recurre a Weber en vez de remitirse al filósofo de Königsberg? Creo que el motivo es que en Kant todavía existe un vínculo entre las tres esferas, pues todas son desarrollos de la razón, que las unifica, mientras que en Weber ya se han desvinculado entre sí, produciendo ámbitos autónomos y con tensión entre ellos, que es precisamente en lo que está interesado Habermas:
Habermas escribió:
Desde el siglo XVIII, los problemas heredados de estas concepciones del mundo pudieron reorganizarse de tal modo que estuvieron incluídos en aspectos específicos de validez: verdad, rectitud normativa, autenticidad y belleza. De ese modo podían ser tratados como cuestiones de conocimiento, de justicia y moralidad, y de gusto. El discurso científico, las teorías de la moralidad, la jurisprudencia, y la producción y la crítica de arte, pudieron ser sucesivamente institucionalizados, y así, cada dominio de la cultura se pudo hacer corresponder con profesiones culturales, dentro de las cuales los problemas se tratarían como de la exclusiva competencia de especialistas.
Vemos aparecer, así, tres grandes ramas para la aplicación del intelecto humano, que en el ámbito académico actual podríamos personalizar en: 1) Carreras científico naturales e ingenierías; 2) Carreras político-morales (Derecho, Economía); y 3) Carreras de humanidades. De ahí que el "arte" o la "estética", en este contexto, pueda ser identificado con las humanidades de las que se ocupa el hilo.
El problema, tal y como aparece planteado, consiste no sólo en constatar el abandono, en cuanto a las preferencias de los alumnos, de la última de esas ramas, en contraste con el incremento de éstos en las otras dos ramas, sino en preguntarnos por las causas de ese hecho verificado por las cifras de Moni y Cygnus. Y creo que es evidente que el motivo tiene que ser el propio desapego de la sociedad en su conjunto por una rama del saber que considera, de forma creciente, más vacua e inútil.
El camino más frecuentemente transitado por quienes han intervenido hasta ahora en el hilo parece apuntar a una especie de "mano negra" de los poderosos para impedir que la gente piense y, por consiguiente, critique el sistema económico-burocrático-tecnocrático que pretende su propia perpetuación. Pero yo no creo en teorías conspirativas: eso suele usarse como artificio más a la mano para explicar lo que nos perjudica sin volver los ojos críticos hacia uno mismo. Y esa es la mejor manera de dejarse arrastrar por los acontecimientos sin poner remedio a ellos.
La cuestión es que en ese estado de las cosas que diagnosticaba Bell y con el que se inicia este mensaje, hay una contradicción actual entre el mundo de la acción práctica (técnica y moral-política) y el mundo "cultural"; el primero busca la eficacia y el éxito mediante el rigor del trabajo y la disciplina, mientras que el segundo busca el hedonismo ocioso y gratuito. Habermas establece la siguiente tipología de las actitudes filosóficas ante ese conflicto:
1)
El rechazo y oposición frontal al complejo burocrático-tecnocrático economicista por parte de una filosofía que dinamita también el complejo cultural de la modernidad como segregación de aquél.
Es "la
rebelión surrealista", un movimiento que termina por "
descargarse en la rebelión y en el intento violento de dinamitar y hacer volar en pedazos ese espacio aparentemente autárquico del arte, para forzar con este sacrificio la reconciliación". Pero Habermas ve en la rebelión surrealista "
el doble error de una falsa superación":
Habermas escribió:
[1] El primer error fue haber quebrado la vasija de una esfera cultural que se había desarrollado congruentemente y, en consecuencia, el haber derramado su contenido, con el resultado de que tras la sublimación del sentido y la desestructuración de la forma no queda absolutamente nada, ni se produce ningún efecto liberador.
[2] El otro error es más grave. En la praxis de la comunicación social cotidiana se entrelazan necesariamente interpretaciones cognoscitivas, expectativas de carácter moral, expresiones de sentimientos y valores. Los procesos por los que se lograba, dentro de nuestro mundo social de vida, un mutuo entendimiento necesitan una tradición cultural en toda su extensión (esto es, que cubra todas las esferas: cognitiva, moral-práctica y expresiva). Por este motivo, no es posible liberar nuestra vida cotidiana racionalizada de la cárcel del empobrecimiento cultural conquistando violentamente un nuevo espacio cultural, en este caso el arte, ni vinculándolo, de este modo, sólo a uno de los complejos [conjuntos/LA] de conocimientos especializados. Por este camino se llega solamente a la substitución de una abstracción unilateral por otra.
Dos errores, pues. El primero, no ver que no se puede destruir la esfera cultural históricamente conformada para, desde el vacío creado, construir algo nuevo. El segundo, no ver que no es posible prescindir de las otras dos esferas, la científica y la moral, pues éstas son necesarias para la praxis humana y, desde luego, no pueden ser sustituidas sin más por el dominio absoluto de una esfera estética.
2)
El rechazo y oposición frontal al complejo burocrático-tecnocrático economicista por parte de una filosofía alineada con (fagocitada por) el esteticismo.
Esta postura es la que Habermas etiqueta como
antimodernismo de los jóvenes conservadores. Aquí se trataría de, en vez de dinamitar el complejo cultural, rechazar la cultura de la modernidad y retornar, mediante un salto hacia orígenes cuasi míticos, a pasados idealizados (¿idílicos?) creyendo así, mediante ese retorno cultural, poder conjurar las amenazas de las esferas científicas y morales especializadas de la modernidad.
3)
La vuelta al pasado cultural.
Esta postura es denominada por Habermas
premodernismo de los viejos conservadores. Aquí se rechaza la cultura de la modernidad y se retorna al pasado inmediato previo a la modernidad, del tipo del comunitarismo o del neoaristotelismo.
Naturalmente, caben mezclas entre estas tipologías habermasianas. Se me viene ahora a la cabeza, en este mismo foro, la mezcla entre antimodernismo presocrático y neoaristotelismo que critiqué en
este hilo.
4)
La marginalidad de la esfera cultural.
Finalmente, lo que Habermas llama
postmodernismo de los neoconservadores. Aquí se produce una cierta renuncia a la autonomía del arte (humanidades) y su sumisión al desarrollo de la ciencia moderna, el crecimiento económico y una administración racional. Se desactivan "
los contenidos explosivos de la modernidad cultural" y se incurre, así, en un relativismo que prescinde de la fundamentación justificada de la política.
Habermas, por su parte, apunta, aunque no la discute en profundidad, dada la naturaleza del texto que comentamos, una solución que pasa por la reunión, en un entorno discursivo, de las tres esferas bajo el manto unificador de la "validez" que se pretende en los discursos, aunque sea bajo tres vertientes distintas (verdad, corrección normativa, belleza). No es éste tampoco el lugar para entrar a discutir las propuestas de Habermas, aunque hay que dejar nota de un cierto uso sesgado de la terminología, especialmente el empeño en llamar "conservadores" a todos los demás, cuando precisamente es Habermas el que pretende "conservar" la modernidad, y son los demás los que pretenden superarla (aunque sea, en algún caso, mediante un regreso en vez de mediante un progreso). Y, como crítica más general, el punto de partida de Habermas que presupone una infinita maleabilidad social que creo que en gran parte deja de lado la naturaleza biológica del hombre que, en mi opinión, actúa como un condicionante insalvable para ciertos contextos ideales y que compromete la viabilidad del proyecto habermasiano.
En todo caso, queda así planteado el esquema teórico en el que puede moverse hoy un debate sobre el estudio de las humanidades y el papel que éstas puedan estar llamadas a desempeñar en el mundo social contemporáneo. Panorama ciertamente oscuro, ya que ni el estudio de las humanidades parece resultar compatible, sino más bien contradictorio, con el estudio de las otras dos esferas, científico-técnica y jurídico-económica, dadas las contradicciones que puso de manifiesto Bell, ni parece que ese conflicto pueda resolverse mediante una integración, sino mediante una lucha en la que la esfera de las humanidades tiene todas las de perder, por haber roto su enlace con la praxis del "mundo de la vida". Una guerra abierta contra el complejo científico-político no puede, hoy por hoy, sino saldarse con la derrota total del complejo cultural. Pero al mismo resultado se llega abandonando el campo las humanidades y recluyéndose en el esteticismo profesional de los académicos. Y tampoco se ve forma, pese a las buenas intenciones de Habermas, de lograr una conciliación armónica que otorgue a las humanidades un papel relevante en el mundo social de la vida.