Tasia escribió:
He leído en este foro varias veces opiniones jocosas y críticas con la filosofía posmoderna de parte de Nolano y de Conrado. A menudo me he preguntado qué entendéis por filosofía posmoderna y cuáles son las causas de ese desagrado.
Os dejo con el prólogo y el primer epígrafe del libro GABRIEL, Marcel,
El posmodernismo, ¡Vaya timo!, Laétoli, Pamplona, 2013. Todo lo que viene a continuación es literal: escaneado del libro y pasado mediante un OCR a texto. La tipografía la he introducido de manera manual, porque al pasar de Word al editor de este foro se pierde.
Prólogo
Un sudamericano en París
Mario Bunge
Imaginemos a un joven filósofo sudamericano que viaja a París creyendo que todavía es la Ciudad Luz que fue desde el Siglo de las Luces hasta la Segunda Guerra Mundial.
El joven se aloja en una modesta pensión en la Rive Gauche (5º piso sin ascensor).
Visita la Sorbona, las grandes librerías y los cafés famosos esperando toparse con los dignos descendientes de Descartes y Pascal, Voltaire y Diderot, Holbach y Condorcet, Lavoisier y Bufifon, Laplace y Lagrange, Bernard y Pasteur, Poincaré y Hadamard, Perrin y los Curie o, al menos, con los filósofos Bergson, Meyerson y Lalande, que escribían bien porque pensaban honesta y claramente.
Le extrañan a nuestro joven los títulos de los cursos que se anuncian en las calles:
Astrología psicoanalítica, Psicoanálisis astrológico, Símbolo y destino, Eidética y dietética. Homeopatía existencial, Existencialismo comunitario. Le disgusta recorrer esas calles que evocan tantos disparates.
Siente nostalgia de su ciudad natal, que no tiene ni el Louvre ni la torre Eiffel, pero donde no se huele la podredumbre intelectual.
También le asombran al joven latinoamericano los títulos de los libros que mejor se venden:
La nada de todo, Teoría ego lógica de la comunicación, Dialéctica de la ebriedad, Marx precursor de Heidegger, Ciencia femenina, Sintaxis del ser, Estructura estructurante, Falocracia matemática, El placer del suicidio, Semiótica del orgasmo, Orgasmo del signo.
El joven filósofo está aturdido. ¿Para esto vino de tan lejos y después de sufrir tantas privaciones para reunir el dinero necesario? No sabe si reír o llorar.
Se pregunta qué pasó con Francia en los últimos decenios. ¿Cómo fue posible que la ocupación alemana atiborrrase con irracionalismo alemán a tantos cerebros que se habían preciado de deslumbrar con luz cartesiana? ¿Qué se había hecho de la honestidad intelectual? ¿Por qué los parisinos se dejaron encandilar por las locuras y sinsentidos de Husserl, el abuelo del posmodernismo, y sus discípulos?
No sé si Gabriel Andrade, el autor de esta obra, tuvo esa experiencia desalentadora. Pero la tuvimos muchos que habíamos admirado y amado la Ciudad Luz, donde ahora prosperan los falsificadores de moneda cultural. Lo peor es que esta moneda falsa circula ahora por todo el mundo. Estudiantes chinos, canadienses o argentinos que nunca oyeron hablar de Voltaire ni de Diderot ni de Holbach, leen ahora con unción de novicios los disparates de Foucault, Derrida, Deleuze y otros macaneadores orgullosos de haberse librado de «la tiranía de la coherencia y la verdad».
Gabriel Andrade se ha propuesto la ingrata tarea de advertir a los incautos: «No os juntéis con los
clochards disfrazados de intelectuales, esos alquimistas que transmutan la mierda en palabra. Continuad disfrutando de la luz e intentando hacer algo honesto en lugar de embaucar a jóvenes que no han tenido la fortuna de recibir una formación rigurosa».
He admirado la capacidad de Andrade para examinar con su lupa una montaña de basura. En particular, me ha alegrado que haya sabido distinguir el feminismo político, noble lucha contra la discriminación sexual, del feminismo académico, que no es sino un fraude escandaloso y que, lejos de enriquecer el estudio de la condición de la mujer, ha desacreditado al movimiento feminista.
También he admirado el coraje de Andrade al admitir que no basta ser políticamente zurdo para estar al abrigo del vendaval posmoderno. Al contrario, la izquierda tiene su parte de responsabilidad en ese retroceso. En particular, quien (como yo en mi años mozos) haya admirado a Hegel sin advertir que inventó el truco de hacer pasar lo oscuro por profundo, ha sido sin quererlo un idiota útil a la idiotez posmoderna. ¿Por qué no bajó decenios antes el arcángel Gabriel Andrade para anunciarnos la mala nueva, que el niño nació muerto?
En resumen, ésta es una excelente exposición crítica de uno de los peores fraudes intelectuales de todos los siglos. Su autor expone con admirable claridad las oscuridades de escritores que no han descubierto sino esto: que cuando no se tiene nada nuevo ni interesante que decir, basta decirlo en forma enrevesada para ser tomado por genio por gente ingenua y de buena fe.
Sólo me queda una duda: de tanto leer tanta sandez y tanta simulación, ¿no se le habrá aflojado algún tornillo a nuestro autor? Los lectores atentos dirán.
Mario Bunge
Department of Philosophy, McGill University
Montreal, Canadá
Introducción
¿Qué diablos es el posmodernismo?
Javier Armentia y Serafín Senosiáin han concebido la colección
¡Vaya timo! como un intento por refutar algunas de las creencias irracionales más comunes. En general, estas creencias son aceptadas por personas que no han tenido un alto nivel de educación. Algunas creen, por ejemplo, que la posición de los astros en el momento de nacer determina los acontecimientos del resto de sus vidas. Otras creen que la aplicación en cantidades diluidas de sustancias que generan males sirve para combatirlos. Otras creen que Dios creó el universo hace apenas 6.000 años, que la posición de los muebles en el hogar afecta a la buena fortuna, etc.
Por regla general, quien haya terminado alguna carrera universitaria y tenga un mínimo de sentido común sabe que todas esas creencias son timos. También, por regla general, quienes difunden timos como la astrología, el feng shui o el creacionismo son personas ajenas al mundo universitario. Es muy triste observar que en las librerías hay más libros de astrología que de astronomía, pero al menos tenemos el consuelo de que en otras hay muchos libros sobre ciencia y filosofía y pocos sobre creencias irracionales.
No obstante, el posmodernismo es una excepción, y por ello un caso
suigeneris entre los temas de la colección
¡Vaya timo! Los defensores del posmodernismo tienen títulos universitarios. La mayoría de ellos son profesores en las mejores universidades del mundo (debe reconocerse que, por fortuna, dos de las mejores, Oxford y Cambridge, en Inglaterra, son muy reacias a aceptar a defensores del posmodernismo entre su profesorado). Escriben en los diarios de mayor circulación mundial, son entrevistados por las personalidades más famosas de la televisión, y los gobiernos les piden a menudo opiniones y consejos sobre asuntos militares, económicos, políticos y culturales. Naturalmente, aunque en las librerías universitarias no hay casi, afortunadamente, libros que promuevan el creacionismo o la homeopatía, en esas mismas librerías hay multitud de libros que promueven el posmodernismo, e incluso ocupan los estantes privilegiados.
El posmodernismo goza de prestigio dentro y fuera de la universidad. Los defensores del posmodernismo tienen algo que atrae, y no es precisamente la claridad y profundidad de sus ideas. Se trata más bien de una especie de
sex appeal que genera seguidores de todo tipo. Son, por así decirlo, estrellas de rock en el mundo académico. Los jóvenes estudiantes desearían ser como ellos. Muchos llevan el pelo largo, fuman en pipa, utilizan trajes exóticos; en fin, parecen preocuparse por su imagen. En esto se asemejan mucho más a los artistas que a los profesores universitarios convencionales.
Es sabido que muchas estrellas de rock prosperan no propiamente por su música sino por el aparato publicitario que acompaña a sus presentaciones. La vestimenta, el juego de luces en el escenario, las hermosas mujeres que los acompañan, etc., todo forma parte de las estrategias de las que se valen para conseguir público, aunque muchos canten desafinados. Pues bien, algo similar ocurre con los defensores del posmodernismo. Muchos de ellos prosperan no propiamente por el contenido de sus ideas sino por el barniz de imagen que los acompaña.
Aulo Gelio, un escritor romano del siglo II, dijo al contemplar a un charlatán que se hacía pasar por filósofo: «Veo la barba y el manto, pero no veo al filósofo». Haríamos bien en recordar esta frase cuando estemos en presencia de personas que defienden el posmodernismo. Estas vacas sagradas llevan todo el ropaje de la actividad filosófica, e incluso hablan de forma parecida a los personajes que han dicho cosas importantes en la historia. Pero no pasan de ser meros charlatanes. Su gran preocupación consiste en decir cosas que generen una moda intelectual, independientemente de si son verdaderas o siquiera coherentes. Lamentablemente, han logrado su cometido. Por ello, habría que ubicarlos junto a Christian Dior o Gianni Versace, no junto a Aristóteles o Einstein.
Pero, ¿qué defienden esas personas? ¿Qué diablos es el posmodernismo? Como es sabido, el prefijo post (o
pos) significa después. De esa manera, posguerra es el período que sigue a una guerra, postoperatorio es el período que sigue a una operación, y así sucesivamente. Pues bien,
posmodernismo o
postmodernismo vendría a ser el movimiento surgido después del modernismo. Pero en cuestiones filosóficas se suele postular que, cuando un movimiento sigue a otro, también suprime al anterior. Así, el posmodernismo no es sólo el movimiento que sigue al modernismo sino también el que lo suprime.