La que planteas es una cuestión muy interesante ¿por qué nos gusta sufrir viendo películas?, ¿por qué nos gusta el terror?
-Aristóteles diría que por la catarsis que producen. En la Poética dice “la tragedia (…)moviendo a compasión y temor, obra en el espectador la purificación propia de estos estados emotivos”. Por tanto, para Aristóteles, sentir terror en una tragedia purifica estados enfermos del alma, como si nos purgase de malos humores que, de no liberarse, podrían hacernos daño a nosotros o a otros. (1449 b/1450 b)
Dice Aristóteles también “En la tragedia no se produce el paso de la desdicha a la felicidad, sino de la felicidad a la desdicha; y este cambio ocurre, no por maldad, sino por un error grave de un héroe. Este es el modo de estructurar la tragedia para que sea de gran belleza. Las genuínas tragedias son pues las que acaban mal” (1452 b/1453 a) Son buenas las obras que producen sentimientos como temor y compasión, especialmente cuando las acciones ocurren sin que nos las esperásemos. (1451 b/1452 a). Pero también establece límites, como que la película no haga daño al personaje que cae muy bien, pues dice que no conviene que en la tragedia pasen aquellos que son muy virtuosos del bienestar a la desgracia (esto produce repugnancia y no compasión). Y mucho menos conveniente que los malos pasen del infortunio a la dicha, pues esto no despierta humanidad, ni compasión, ni temor. La compasión tiene por objeto al que no merece su desgracia, y el temor al que es igual a nosotros. “Queda, pues, el héroe, que ocupa una situación intermedia entre estos casos. Este es el caso del hombre que, sin ser eminentemente virtuoso ni justo, viene a caer en la desgracia, no en razón de su maldad o perversidad, sino como consecuencia de uno u otro error que ha cometido, el cual pertenece-el héroe-a los que están situados en alto grado de honra y prosperidad”.
En conclusión, para Aristóteles la catarsis nos limpia de malas pulsiones y nos conduce a un estado emocional más humanitario.
-Agustín de Hipona no compartiría este punto de vista, pues, como dice en sus “Confesiones”: Los hombres quieren encontrar en el teatro el dolor, contemplando sucesos tristes y trágicos, aunque en sus vidas no quieran padecer ese dolor. El dolor es satisfactorio para el espectador. El espectador se conmueve más ante las pasiones del teatro cuanto más vive en ellas, pero cuando las padece se le llaman miserias y cuando las compadece, se llama compasión.
Pero es falsa compasión, para Agustín, porque es algo fingido, escenificado. No se mueve al espectador a que socorra a alguien, sino solo a que compadezca, y el autor teatral de esas pasiones es más alabado cuanto más consigue mover al espectador. Si, en cambio, el espectador no se conmueve, se va aburrido y fastidiado; pero si sufre ante el espectáculo que se le presenta, permanece atento y satisfecho.
Parece que lo que se ama son el dolor y las lágrimas. A todo el mundo le gusta compadecerse de los demás, sintiendo dolor. Reafirmando que en la vida no somos tan desgraciados como lo son otros. Es cierto que la compasión es buena, y sentir dolor por el mal ajeno, pero es necesario que esto vaya desligado de toda impureza. (43)
Sin embargo, afirma Agustín que ahora se compadece más del que se alegra de sus pecados que del que sufre grandes contrariedades por privarse de una satisfacción dañosa o por perder una felicidad pasajera. Esta compasión es sin duda más verdadera, aunque en ella el dolor no produzca placer; porque si bien es cierto que es bueno compadecerse, sin embargo, el verdaderamente compasivo es aquel que preferiría que no hubiera de qué dolerse. Del mismo modo que es imposible que haya una benevolencia malvada, también es imposible que haya alguien verdaderamente compasivo que desee que haya miserables para tener así de qué compadecerse.
Por tanto para Agustín ver espectáculos llenos de sufrimiento y dolor no sería liberador, sino que es una falsa compasión que nos hace sentirnos mejor que los demás y más poderosos y seguros. Los sentimientos altruistas no surgirían de las películas de terror, sino de la conciencia del bien y del deseo de promoverlo.
Agustín narra que un amigo suyo se dejó arrastrar por la atracción hacia los espectáculos de los gladiadores. Al principio su amigo los detestaba y se resistía a acompañar a sus amigos al antiteatro, porque los juegos eran terribles y crueles. Sus amigos le insistieron y le llevaron. Alipio cerró los ojos y se prohibió a sí mismo prestar atención, pero el ruido de la lucha fue tan grande que, picado por la curiosidad y creyéndose suficientemente fuerte para despreciar y vencer lo que viera abrió los ojos y quedó herido en el alma. En cuanto vio la sangre bebió su crueldad y ya no apartó la vista, sino que la fijó con toda su atención. Se enfurecía consigo mismo y a la vez se deleitaba con el crimen, y se embriagaba con su sangriento placer. Al salir del circo ya no era el mismo que había entrado en él sino uno más de la masa con la que se había mezclado, y ya verdadero amigo de los que le habían llevado allí. Presenció el espectáculo, gritó y se enardeció hasta la locura. (121) Volvió a ir otras veces, no solo con aquellos, sino arrastrando también a otros con él. (122)
Por tanto, para Agustín, el terror convierte a la persona en adicta a la crueldad, fomenta su lado oscuro, como si fuese una enfermedad y un vicio adictivo; y une al espectador con el sadismo de la masa, generando una comunidad bárbara y corrupta.
-Para Nietzsche, en el “Nacimiento de la tragedia”, el terror, así como la violencia y lo abyecto, forman parte del ser humano, son su lado dionisiaco, que es necesario para liberar la creatividad y subvertir el orden establecido. Las películas de terror serían un acto de rebeldía y de autoafirmación, capaz de sacar de nosotros potencias creativas y destructivas poderosas.
*Cuando relea esta obra para mi tesis puedo poner aquí algo más al respecto.