Esa posición, Elías, he llegado a la conclusión de que es la esencia del movimiento feminista en su versión más "pura" y genuina.
A esta cuestión del feminismo se le pueden aplicar, salvadas las distancias, algunas de las interesantes ideas de Tzvetan Todorov. Este autor es uno de los grandes descubrimientos que me ha proporcionado la asignatura Filosofía de la Historia (una pena que en el Grado haya quedado reducida a la mitad de su extensión); ya me he referido en más de una ocasión a su extraordinario ensayo “
Los abusos de la memoria”, pero hay aún otro texto de este autor que se proporciona en dicha asignatura (Licenciatura) y del que me ocuparé ahora: se trata del capítulo “
Frente a los otros” de la obra “
Las morales de la historia” (Paidós, Barcelona , 1993).
Trata Todorov en este texto del problema del encuentro entre culturas tomando pie del extraordinario suceso de la conquista de América; en particular de la conquista de Méjico por Hernán Cortés, que es el episodio más conocido. Se trató del encuentro repentino, brusco, radical, y no más o menos gradual, como ha ocurrido en los demás encuentros culturales a lo largo de la historia, de dos culturas completamente diferentes y, hasta ese momento, aisladas y desconocidas la una para la otra, la indígena y la europea. Se dispone de una amplia literatura al respecto, una parte de la cual, la que narra el encuentro cultural desde el lado europeo, yo ya conocía (Cartas de Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo), pero desconocía que había también numerosos textos que recogen la versión desde el lado indígena (y que Todorov reseña).
Lo que me interesa destacar, y que constituye el núcleo de la reflexión de Todorov, es el trágico dilema en que se encontraron los indígenas, personalizados en la figura de Moctezuma, el emperador azteca. La cultura europea estaba mucho mejor preparada para ese encuentro cultural: en ella se había desarrollado la idea de una historia lineal, de progreso gracias a los avances técnicos, y en la que el hombre (humanismo) había alcanzado un protagonismo respecto de la historia, pues era a él a quien correspondía hacerla en el pensamiento europeo desde el Renacimiento. Por el contrario, la civilización azteca carecía de ese sentido lineal de la historia, a la que concebía como circular, dominada por ciclos cósmicos naturales donde nada nuevo podía tener cabida. De ahí que, a la hora de hacer una reflexión
ex post de los sucesos, los aztecas recurran a los “presagios”: si los acontecimientos ocurridos carecían de precedente alguno en la historia del pueblo azteca, se podía entender, no obstante, y de forma sustitutiva de esos antecedentes inexistentes, que habían sido anunciados; así, cualquier suceso natural más o menos anómalo ocurrido antes de la llegada de los españoles, se reinterpreta como un anuncio: si no un precedente, es lo más parecido a ello.
Llama la atención de Todorov que la interpretación azteca de las causas del desastre, de la derrota total a manos de los españoles, no sea imputar a Moctezuma debilidad, no haber sabido hacer frente enérgicamente y usando la fuerza y la violencia contra un puñado de aventureros, mejor armados, pero en una inconmensurable inferioridad numérica. Lo que se imputa a Moctezuma, por el contrario, es no haber sabido conformarse con el destino, con unos sucesos predeterminados a los que nadie podría haberse opuesto con éxito por estar ya predichos en los presagios y en los designios de los dioses. Paradójico dilema, pues: si Moctezuma se plegaba mansamente a los acontecimientos, se encaminaba sin remedio a la derrota sin plantar cara a los vencedores; pero si Moctezuma se resistía con las armas al fatal destino, también resultaba derrotado, y de una manera aún más cruel, pues renunciaba a los propios principios de su civilización; oponiéndose a un fatal destino en vez de dejarlo a los designios de los dioses, se hacía “español” y renunciaba a su propia civilización para adoptar los principios de la del enemigo. En este sentido dice Todorov que ese reproche a Moctezuma de falta de resignación, esa interpretación de los acontecimientos bajo una óptica genuinamente azteca, es el último acto de guerra y rebeldía contra la conquista. Sólo bajo esta interpretación la derrota no ha sido total, pues la derrota militar no ha ido acompañada también por la derrota cultural (y moral).
Toda esa exposición, que acabo de resumir brevemente, se extrapola por Todorov al caso general del contacto con “el otro” y en particular al fenómeno del colonialismo. Repasa una serie de textos colonialistas (ya franceses del siglo XIX) poniendo de manifiesto la importancia que se da a la “diferencia”: nosotros, los europeos, los colonos, somos muy diferentes de los otros, los indígenas, los colonizados; no sólo somos distintos, sino que somos mejores, superiores y eso justifica las respectivas posiciones de dominio y servidumbre del europeo y el indígena; para ser superiores es imprescindible ser diferentes. Pero, curiosamente, si nos fijamos en los textos que justifican posteriormente el anticolonialismo, encontramos la posición inversa: ahora lo que se sostiene es que los indios son mejores, frente a la maldad intrínseca del europeo colonizador. ¿Posición inversa? Quizá desde cierto punto de vista, pero desde otro es evidente la convergencia de ambas posiciones, pues ambas parten de que unos y otros son diferentes; divergen las posturas respecto a quiénes son los mejores y quiénes los peores, pero concuerdan en que son diferentes e irreconciliables. Como afirma Todorov, la xenofobia y la xenofilia tienen idénticos fundamentos teóricos. Y ahí es donde radica el gran error.
Esa exposición, aguda y brillantísima, del escritor búlgaro francés es perfectamente extrapolable a la mayoría de las luchas por la igualdad que combaten situaciones previas de discriminación y, en lo que aquí estamos tratando, al feminismo. El feminismo se debate en el mismo dilema trágico que el anticolonialismo: para combatir la explicación que justifica la superioridad del varón sobre la mujer, cuyo requisito ineludible es el fijarse en las diferencias físicas entre ambos, se incurre en el extremo contrario, justificar la superioridad de la mujer sobre el varón; pero en ambos casos el requisito conceptual de partida es: el varón y la mujer son diferentes. Y no es que no lo sean, no está ahí el problema, sino en trasponer una diferencia física a un contexto de aplicación social y jurídico; contextos donde tales diferencias, a todas luces, son irrelevantes o deberían serlo.
La llamada “discriminación positiva” es un eufemismo que esconde tras el adjetivo lo que realmente es en su sustantividad: discriminación. Finalizo reproduciendo unas palabras de Todorov:
Todorov escribió:
Experimentamos temor ante la idea de que las desigualdades naturales entre partes de la humanidad puedan ser descubiertas (del tipo: las mujeres están menos dotadas para la comprensión global del espacio, los hombres tienen un menor dominio del lenguaje). Pero no hay que temer lo que no es más que una pura cuestión empírica, puesto que, sea cual sea la respuesta, no podría dar pie a una ley desigualitaria. El derecho no se funda en el hecho, la ciencia no puede fabricar los objetivos de la humanidad. El racista establece sobre una supuesta desigualdad de hecho una desigualdad de derecho; existe ahí una transición que provoca al escándalo, mientras que la observación de las desigualdades no es, en sí misma, de ninguna manera reprensible.