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TEMA: Los problemas de la democracia representativa

Los problemas de la democracia representativa 18 Jul 2014 15:17 #24669

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Numerosos autores vienen señalando la crisis de legitimidad que atraviesan las democracias representativas. Puede que el problema sea derivado de la carencia de controles que impidan fenómenos como la corrupción; es decir, es posible que nos encontremos ante defectos del sistema representativo que tenemos, pero que podrían subsanarse mediante mecanismos que nos acerquen al modelo ideal de democracia representativa.

Sin embargo, hay otros autores, como Pierre Bourdieu, que van más allá y critican algunos aspectos estructurales inherentes a todo sistema representativo. Al margen de que compartamos sus críticas o no, merece la pena pararse a reflexionar sobre sus conclusiones, que ponen en tela de juicio, no ya las aplicaciones prácticas de las democracias representativas, sino el concepto mismo de representación política.

Creo que los dos aspectos merecerían ser tratados: la cuestión teórica sobre el modelo representativo y la cuestión práctica, sobre los defectos concretos que alejan a las democracias representativas, por ejemplo a la española, del modelo ideal de “democracia representativa”. Aquí voy a exponer las reflexiones de Pierre Bourdieu (La delegación y el fetichismo político) en las que aborda los defectos estructurales de TODO modelo representativo.

El representante (pongamos por caso, un parlamentario), es una persona que tiene un mandato para representar, es decir para hacer valer los intereses de una persona o de un grupo. Pero, si bien es cierto que delegar es encargar a alguien una función, cediéndole un poder, se debe preguntar cómo es posible que el delegado pueda tener poder sobre aquel que le da el poder. Cuando el acto de delegación es realizado por una persona a favor de una sola persona, las cosas están relativamente claras. Sin embargo, cuando una sola persona es depositaria de poderes de una muchedumbre, puede ser que la relación de poder (el representado por encima del representante) se invierta (quedando el representante sobre el representado). Es decir, que la representación, cuando es de un colectivo, genera un “plus” de poder que va más allá de la suma de los actos de delegación. Y es que se da la paradoja de que el grupo no puede existir como tal, si no es a través de la visibilidad del representante. En cierto sentido, el representante da existencia a un grupo donde antes solo había individuos. El representante es el símbolo y la voz de una voluntad colectiva que antes no existía.

El hecho que hay tras esta curiosa “inversión” es que nuestras democracias impiden que los individuos (por muy pacíficos e inofensivos que sean) puedan constituirse como grupo, como fuerza capaz de hablar y de ser escuchada directamente. Las democracias representativas arbitran mecanismos dirigidos a encauzar a los grupos hacia el sistema representativo, forzándolos a desposeerse en beneficio de un portavoz para poder tener voz pública y capacidad de actuación. Los individuos quedan forzados a estar aislados, silenciosos y sin palabra; o a actuar por medio del portavoz de un grupo frente al gran representante del Estado. El portavoz del grupo, que ya de por sí cuenta con una cantidad de representación menor que el representante al que dirige su queja, ha de demostrar su legitimidad movilizando al grupo en manifestaciones en las que se vea a la gente a la que el portavoz representa. Aquí adquiere una gran importancia el número de asistentes a la manifestación, y se dan bailes de cifras, pues hay una confrontación de legitimidades.

El efecto que se produce con la inversión inherente a la representación es el “fetiche político”, los representantes políticos aparecen revestidos de un carisma derivado de ese plus de poder, imbuidos en una trascendencia que realmente no les pertenece. Y la consecuencia terrible de la inversión es que los representados quedan como individuos separados, aislados y en renovación constante, y no pueden hablar por ellos mismos.
Tras el primer acto de delegación, hay un segundo acto de delegación en el que los representantes (el Parlamento) designan a su vez a un representante que ha de responder ante una estructura “legitimada” por la primera delegación: el Partido.
El representante es el signo que sustituye a la totalidad de los ciudadanos y, además es un signo que habla y decide la voluntad de los representados. Aquí se ve claramente la facilidad para la corrupción que tiene el mecanismo de la representación, pues la representación se basa en un mandato muy genérico, casi un cheque en blanco, y se ignoran las cuestiones a las que el representante tendrá que hacer frente. El hecho de hablar en nombre de alguien, implica la propensión de hablar en su lugar.

El mandato logra mantener su apariencia legítima mediante una serie de mecanismos. Uno de ellos es la utilización por parte del político representante del título y apariencia de modesto servidor del pueblo. Esto puede hacerse con mala fe mientras se actúa en pro de los propios intereses, o puede hacerse de buena fe, creyendo verdaderamente que se realiza la voluntad del pueblo. Otro mecanismo es la complicidad que se genera entre el representante y los representados, a causa de elementos de identificación, de símbolos y características del representante con los que los representados se identifican.

Entre los mecanismos que consagran la legitimidad también hay que destacar los de autoconsagrarse como intérprete necesario, generando el representante la necesidad de su propio producto, por ejemplo, revistiendo a cuestiones que todos los ciudadanos pueden entender de una complejidad de la que carecen. Otro medio para la legitimidad es la alteración del significado de las palabras, de modo que el político dice que son buenas las cosas que son buenas para él y llama pueblo, opinión, libertad, interés general y nación a su propia voluntad. En este punto destaca Pierre Bourdieu el “efecto oráculo”, que consiste en que el político habla, haciendo como si quien hablase fuese el pueblo al que representa, haciéndose con la autoridad moral de aquel ausente impalpable y fingiéndose una mera boca de la voluntad popular.

Este “efecto oráculo” resulta muy útil para acusar a los individuos y grupos disidentes de hablar solo por ellos mismos. El político se convierte en el pueblo hecho hombre, y cuando habla, lo hace como personificación de la voluntad general, por tanto solo queda al pueblo obedecer. Esto genera la casi imposibilidad de la disidencia. Imposibilidad producida por la apropiación de la voluntad popular y por las técnicas como los votos. Entre las distorsiones del lenguaje puede citarse el paso del “yo” al “nosotros”, que otorga al interés personal del político la apariencia de ser el interés general.

Pero no se trata de salir de la representación del mandatario lleno de abnegación, para caer en la visión cínica del mandatario como usurpador consciente. La legitimidad lograda es mayor cuando el representante no es un calculador cínico que engaña conscientemente el pueblo, sino alguien que verdaderamente se cree representante, alguien que cree en lo que hace. En muchos casos, los intereses del mandatario y los intereses de los representados coinciden en gran medida, de modo que tanto el representante como los representados creen que no hay más intereses que estos compartidos. Los políticos que sirven bien los intereses de sus representados son aquellos a los que hacerlo bien les resulta provechoso. Los intereses pueden estar vinculados a la satisfacción de la ambición personal, como no perder su circunscripción, triunfar frente a una “corriente” adversa, tener la presidencia, etc. Pero hay ocasiones en los que los intereses de los mandatarios entran en conflicto con los intereses de los mandantes y se produce el juego cínico de poder.

Otro aspecto muy interesante que desarrolla Pierre Bourdieu es la relación entre los representantes políticos y su partido político. Bourdieu denuncia que los representantes son más responsables ante el partido que ante los ciudadanos. El poder de los partidos políticos en las democracias representativas contemporáneas es inmenso, y es la estructura propia de los partidos la que genera el triunfo de un determinado tipo de personaje político. Los que triunfan en los partidos son los que lo dan todo por el partido. Son aquellos que no tienen nada fuera del partido, que han consagrado su vida por el partido y han organizado su vida en torno a este. Por ello nada en sus vidas les permite tomarse libertades con el partido. A causa de esto se produce una solidaridad estructural entre los aparatos políticos y algunas categorías de personas, que son aquellas que no poseen muchas propiedades que resulten interesantes de poseer. Los partidos premian a la gente más “segura”. Junto a esta cualidad, los partidos privilegian a los que tienen tiempo y paciencia para soportar los largos horarios de “sesiones de partido”, esto es lo que Bourdieu denomina “efecto oficina”. La oficina es una estructura permanente que se va consolidando con el tiempo y sustituyendo a los originarios mecanismos asamblearios del partido. Esta “oficina” tiende a monopolizar el poder, a convocar las asambleas, reduciendo la tarea de los asistentes a las asambleas a ratificar las decisiones de la oficina y a manifestar la representatividad de la oficina. Progresivamente, el número de asistentes a las asambleas disminuye y los cargos permanentes reprochan a los miembros ordinarios su escasa participación, les acusan de absentismo, sin ver que es la consecuencia de la concentración del poder en sus manos. Estos políticos permanentes devienen en profesionales de la manipulación de toda situación que pudiera crearles problemas, como la confrontación con los miembros ordinarios del partido, sus representados. Por eso los políticos permanentes desarrollan la habilidad de manipular las asambleas generales, de transformar los votos en aclamaciones, etc. Hay cargos y ellos los toman, no se sienten culpables de haber servido a sus intereses porque creen que lo hacen por el bien del partido.

Los representantes interpretan la reserva ética frente al poder como absentismo o disidencia culpable, como dejación de los deberes ciudadanos para con lo público. La inversión, la alienación de la política no se percibe y al contrario, es la visión del poder la que se ha impuesto, de modo que se echa la culpa a los que no quieren participar en el juego de la política. Se ha interiorizado tan fuertemente la bondad del sistema representativo que no votar, o criticar la estructura “democrática”, se considera una falta.
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Los problemas de la democracia representativa 18 Jul 2014 20:41 #24675

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Qué tal, Tasia:

Esto que escribes me recuerda a lo dicho mucho antes por Robert Michels en "Los partidos políticos", obra capital del pensamiento político, acutísima e imprescindible para quien se adentre en la cuestión de la representatividad política. Aunque su análisis se contextualiza en las circunstancias históricas que él vivió, finales del XIX y principios del XX, sus reflexiones sobre la ley de hierro de los partidos, la concentración de poder en las oligarquías, etc. siguen siendo certeramente válidas en nuestra época. Recomiendo efusivamente su lectura.

Tras esta introducción, me gustaría detenerme en lo que a mi parecer es el meollo del asunto, si bien no tanto con objeto de arrojar luz cuanto con la intención de focalizar nuestras discusiones en ello.

Tasia escribió:
Pero, si bien es cierto que delegar es encargar a alguien una función, cediéndole un poder, se debe preguntar cómo es posible que el delegado pueda tener poder sobre aquel que le da el poder. Cuando el acto de delegación es realizado por una persona a favor de una sola persona, las cosas están relativamente claras. Sin embargo, cuando una sola persona es depositaria de poderes de una muchedumbre, puede ser que la relación de poder (el representado por encima del representante) se invierta (quedando el representante sobre el representado). Es decir, que la representación, cuando es de un colectivo, genera un “plus” de poder que va más allá de la suma de los actos de delegación. Y es que se da la paradoja de que el grupo no puede existir como tal, si no es a través de la visibilidad del representante. En cierto sentido, el representante da existencia a un grupo donde antes solo había individuos. El representante es el símbolo y la voz de una voluntad colectiva que antes no existía.

Voy a empezar fuerte atacando frontalmente la comprensión que, al parecer, Bourdieu posee del concepto de "poder" en una situación de representación política. Imaginemos un estado en el que el sistema electoral es el siguiente: cada circunscripción, de no más de unos pocos miles de habitantes, concurre a las urnas para elegir a un representante político. Una vez finalizado el recuento de votos y nombrado a aquél, los ciudadanos electores le informan de sus particulares intereses (carencias, necesidades, conjunto de medidas de todo tipo que hay que tomar, ruegos, etc). El elegido se presenta en, por ejemplo, el parlamento y expone lo que los ciudadanos de su circunscripción le han transmitido. Aquí la representación no es sinónimo de poder ni es lo mismo que ceder un poder. La función del representante es la de transmitir a otro grupo de homólogos la voluntad de la ciudadanía que lo ha elegido para tal efecto, y la de luchar por que se cumpla esa voluntad, pugnar por esos intereses. Digo que no existe transferencia de poder porque el delegado es un simple vocero, un portavoz sin pretensiones ni intereses personales (salvo las que él haya añadido a la lista del grupo en tanto que ciudadano libre).

Un sistema tal sería democrático y representativo. No cabe duda de que si ciñéramos el análisis al funcionamiento de la democracia en un sistema de partidos, aun con listas abiertas, esto que digo carecería de sentido por completo.
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Los problemas de la democracia representativa 20 Jul 2014 14:46 #24688

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El problema de la representación sirve de pretexto perfecto para que partidos antisistema, pero que cobran y salen y en los medios de comunicación del sistema (Lara, Antena3; Berlusconi, Tele 5), aprovechen el tirón de la crisis para establecer un sistema intervencionista en beneficio propio que se excusa en el igualitarismo (chavismo).
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Los problemas de la democracia representativa 20 Jul 2014 16:33 #24689

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Demóstenes, planteas una cuestión muy interesante en tu post: ¿cabría la posibilidad de que existiese un mecanismo de representación libre de los problemas que señala Bourdieu?

Pongamos el caso de un portavoz de un movimiento informal y desorganizado, como el 15M en sus comienzos. Aquí es posible que no se de "el efecto oficina" (que se da en los partidos y estructuras permanentes). El efecto oficina tiende a seleccionar al representante más anodino, más burócrata y con menos vida al margen del partido o movimiento, por ejemplo Rajoy (este efecto se produce sin embargo siempre que existe una organización formal que permite la progresiva distinción entre militantes activos, militantes menos activos y no militantes).

El efecto oficina se produce porque estas personas carentes de cualidades que despierten las envidias de las estructuras, estas personas sin vida, se pasan el día en la organización y resulta natural que acaben acaparando los cargos (a veces también destaca alguna persona carismática, pero las estructuras privilegian al que lo aguanta todo por el partido, al que carece de voluntad propia). Esto se produce hasta en el más horizontal de los sindicatos o plataformas. Es el "elitismo del militante", presente tanto en los partidos como en los movimientos sociales, en los que hay muchos "superactivistas".

Cuando más desorganizado y eventual es el movimiento menos "profesionales" son sus representantes.

En este ejemplo hablamos de portavoces "informales" que realizan solo la tarea de decir algo en nombre de una muchedumbre, en un día y un evento concreto, que no son "militantes" de nada, y que se limitan a decir ese algo previamente pactado, bajo control de esa misma muchedumbre que sigue siendo soberana. Sin embargo, vemos que sí se da, incluso en este caso, el "efecto oráculo": cuando habla el representante se entiende que todo lo que dice (y cómo lo dice) es lo que piensa la muchedumbre. Si el portavoz añade cosas de su cosecha (incluso su imagen personal), se considera que todo ello es la esencia de la muchedumbre en nombre de la cual habla.

Y, por otra parte, al reunirse las muy variadas voluntades de las personas en un solo papel o manifiesto (que es "lo que el portavoz tiene que decir"), no solo se simplifica inevitablemente lo que cada individuo de esa muchedumbre querría decir, piensa y siente, sino que incluso la mayor parte de los individuos supuestamente representados tendrán numerosas objeciones al resultado final de dicho manifiesto. Esto será más evidente cuanto más diversa sea la muchedumbre representada, y cuanto mayor sea el número de sus individuos. Una vez que el representante habla, en cumpliento de su mandato, todos esos matices y diferencias desaparecen y el representante se transforma en la voz del representado (que por razones de operatividad no puede tener voz propia).

La representación sacrifica a los individuos por razones de eficacia práctica, y los representantes se convierten en pantallas de tales individuos.

Volviendo a tu pregunta ¿puede existir un representante legítimo? yo diría que toda representación tiene determinados efectos negativos, por lo que convendría que en el diseño de las democracias se introdujese una presencia mucho mayor de los mecanismos de azar (representación aleatoria en la que el individuo elegido habla solo en nombre de sí, y cualquier individuo puede ser seleccionado) y de democracia directa.

Hay ocasiones en las que los representantes son, aún así, de gran utilidad, y eso ocurre en mi opinión especialmente cuando el representante es también un "símbolo". Ocurre cuando la figura del representante tiene un inmenso carisma y es capaz de fortalecer la unidad del grupo y de ganarse sus simpatías. El representante, con su inmensa fuerza emocional y con su propia experiencia vital similar a la de los representados, logra que todos los individuos del grupo se sientan efectivamente representados y logra incrementar la capacidad de acción y las ilusiones de dicho grupo. Esto ocurrió por ejemplo con Ada Colau, de la PAH, que sin embargo siempre huyó del "efecto oficina" y trataba de dar la palabra a otras personas. Era una representante involuntaria que no parecía querer serlo, pero que se había convertido en un "símbolo" de la lucha contra los desahucios. Ese carácter de símbolo es tan fuerte que, incluso cuando se cambia formalmente de representantes, la gente sigue identificando al movimiento con el símbolo.

Los "símbolos" hacen aún más intenso el "efecto oráculo" y con su gran poder poseen también un gran peligro, porque dan lugar a adhesiones incondicionales y fomentan el desarrollo de estructuras jerárquicas basadas en carismas individuales. Eso, aunque puede ser muy bueno para el logro de los intereses del grupo (por ejemplo, frenar una ley), es muy negativo en términos de la democracia estructural de dicho grupo y de su durabilidad a largo plazo, porque el grupo pasa a depender en exceso de la identidad de sus líderes.
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Los problemas de la democracia representativa 20 Jul 2014 20:44 #24690

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Muchas gracias, Tasia, por esa estupenda reseña de la crítica de Bourdieu al sistema político representativo. Comparto en su totalidad el análisis del pensador francés que recoge con su brillantez habitual el desencanto de la ciudadanía hacia un sistema político en evidente estado de crisis, desencanto que se halla bastante extendido como se ha podido apreciar en las recientes elecciones al Parlamento Europeo, como ya tratamos aquí.

Se trata de un campo en el que la Filosofía Política puede sernos de gran utilidad, porque la crisis de legitimidad del sistema nos aboca a una situación que requiere una salida sobre la que la crítica de Bourdieu no dice nada. Sin duda la solución que parece más obvia es: cambiemos el sistema representativo, dadas sus carencias, y sustituyámoslo por otro, un sistema de democracia directa o asamblearia. Algunas de las propuestas políticas más radicales actualmente van en ese sentido.

Mi propósito en este mensaje, sin embargo, es sondear otra posibilidad. Ciertamente, el sistema político representativo adolece de todos los vicios que señala Bourdieu, pero no es menos cierto que, en su momento, cuando surge dicho sistema, había sólidos fundamentos teóricos para pensar que el sistema gozaba de suficientes bondades como para revestirlo de legitimidad. Mi propuesta consiste en volver la vista hacia atrás para detectar cuáles eran las virtudes que hicieron que el sistema pareciera bueno, y en qué momento y por qué se perdió dicha legitimidad. Tal vez la solución no pase por una ruptura radical con un sistema de democracia representativa que, si alguna vez fue considerado legítimo, alguna virtud tendría, con pérdida irremisible de tales virtudes, sino de volver a la senda perdida, retornar al punto en que el camino se extravió. Tal vez en la encrucijada presente de lo que se trate no es de elegir entre un sistema representativo degenerado y una promesa de sistema de democracia directa (que también presenta problemas graves y que no es una panacea universal), sino entre éste último y un sistema de democracia representativa depurado de los vicios que han llevado a su completa degradación, bien descrita en el análisis de Bourdieu.

La legitimidad de la representación goza de sólidas bases en la historia de la Filosofía política. La idea clave que la sustenta es la de la “voluntad general” de Rousseau, pero la idea de la distinción entre el gobernante que gobierna en interés de todos y el gobernante que gobierna en su propio provecho es muy antigua, al menos desde que sirvió de criterio para sustentar la distinción entre los regímenes políticos buenos y los desviados presente en Aristóteles.

En el sistema político ideal que se fue configurando durante la Ilustración, es clave la distinción entre la voluntad general y la voluntad de la mayoría. Si la mayoría votaba mirando por su propio interés, el resultado de la votación no respondía a la voluntad general y, por lo tanto, no era legítimo. Una pieza clave en esa elaboración doctrinal era también la separación de poderes. El sistema se diseña, en origen, para que la representatividad opere en el ámbito del poder legislativo exclusivamente. El poder ejecutivo radicaba en el Monarca, que elegía a sus Ministros que gobernaban a través de una red burocrática profesionalizada; y el poder judicial se encomendaba a profesionales especializados del Derecho. Ninguno de estos dos últimos poderes tenía representatividad, sino sólo una función propia en el sistema. El poder donde la representatividad tenía su campo de acción propio era el poder legislativo.

Pero es que la ley era la pieza clave del Estado liberal burgués. Un mandato abstracto que se aprobaba por los representantes del pueblo cuya labor se ejercía bajo lo que hoy llamaríamos, en terminología de Rawls, “velo de ignorancia”. Los representantes del pueblo en la Cámara legislativa eran los llamados a traer al mundo del Derecho la ley moral de Kant, garantizando así que los actos de ejecución políticos del poder ejecutivo respondieran al parámetro de adecuarse a máximas universales de conducta. Si así no ocurría, los Tribunales de Justicia, juzgando el acto particular de gobierno bajo los criterios de una ley abstracta, expulsarían a aquél del mundo social por ser antijurídico, contrario a una ley con pretensiones de universalidad.

La representatividad sólo tenía lugar en el poder legislativo. Evidentemente, no parecía haber en ello un gran problema de posible desviación de poder. En primer lugar porque el legislativo no ejercía ningún poder directo, sino que sólo aprobaba normas a las que debía sujetarse el poder ejecutivo, el verdadero poder de actuación. Pero, además, siendo la ley una norma de contenido abstracto, difícilmente los representantes del pueblo podían actuar en beneficio de sus intereses propios pues, al tratarse de normas abstractas (no pensadas para ningún supuesto particular), coincidirían necesariamente con el interés general (subyace aquí la idea de una trascendentalidad de la razón pura, despojada de intereses y pasiones particulares). Teniendo en cuenta estos supuestos de partida, y dada la enorme dificultad práctica de dar entrada en la deliberación de las leyes a todo el pueblo, a poco numeroso que éste fuera, parecía natural que se escogiera a las personas más capacitadas de entre la población para que, en un número reducido y razonablemente eficaz, discutiesen la redacción de las leyes y las aprobasen, sin que ello pareciera suponer merma alguna de la rectitud e imparcialidad de las leyes.

Llevando todo lo anterior a un nivel teórico de filosofía práctica, para lo que tomaré prestados la terminología y conceptos kantianos, al igual que Kant pudo distinguir en el hombre dos niveles, el sujeto trascendental y el individuo concreto apremiado por intereses y deseos materiales, siendo el primer nivel el del a priori de la razón pura y sus imperativos categóricos y el segundo nivel el del a posteriori de la acción destinada a satisfacer los deseos e intereses particulares, concretos, y sus imperativos hipotéticos, podemos distinguir en el cuerpo político dos niveles, el de la legislación abstracta y el de la materialización de las políticas concretas. El modelo teórico del Estado liberal burgués, en su forma más genuina y original, deposita la representatividad en el primer nivel, equivalente al del sujeto trascendental, donde, por tanto, es posible ese actuar del representante como sujeto puro, desligado de interés particular. Pero la representatividad no opera en el segundo nivel, el del poder ejecutivo. Ahí no es posible, porque, como afirma Bourdieu (según nos informa Tasia): “se debe preguntar cómo es posible que el delegado pueda tener poder sobre aquel que le da el poder”; eso, evidentemente es un absurdo y, por tanto, incompatible con las bases del sistema parlamentario de división de poderes.

El problema históricamente aparece, sin embargo, pues, siendo la legitimidad del poder legislativo (representativo) muy superior a la del poder ejecutivo, fundado exclusivamente en el principio “tradicional” (en terminología de Max Weber), resulta que el poder ejecutivo es el motor de la acción política y, por tanto, con mayor peso e influencia política que el poder legislativo. La búsqueda por parte del poder ejecutivo de una legitimidad al menos igual que la del poder legislativo, lleva a sustituir las Monarquías hereditarias por Repúblicas en las que el poder ejecutivo, Presidente de la República o Presidente del Gobierno, también esté legitimado por el voto popular (de forma directa o indirecta). Y eso conlleva una degeneración del sistema: si el poder ejecutivo puede oponer al poder legislativo una legitimidad representativa igual que la que la que ostenta éste último, la función que éste tenía, de cortapisa y equilibrio del poder, desaparece. La ley pierde su carácter abstracto, se legisla ad hoc, incluso ad personam, se admite la potestad legislativa del poder ejecutivo (los Decretos-leyes y los Reglamentos) y el sistema se articula alrededor de un único centro de poder, cuya legitimidad se funda en la representatividad, olvidando que la legitimidad representativa, que es coherente en su teorización y en su funcionalidad si hablamos del poder legislativo, deja de serlo si hablamos del poder ejecutivo.

La degeneración del sistema es obvia. En los tratados tradicionales de teoría del Derecho todavía es frecuente ver definida la ley como “norma abstracta y omnipotente”, exluyendo que pueda ser llamada ley con propiedad una disposición singular y ad hoc. Mucho más agudamente, sin embargo, ya hace tiempo que algún autor (como, por ejemplo, García de Enterría) venía definiendo la ley como “norma publicada en el BOE como tal ley”, sin alusión alguna al contenido material de dicha norma, abstracto o concreto. Ley es lo que la propia ley dice que es ley, por haber sido dictada por quien tiene formalmente potestad para dictar leyes.

La degeneración del sistema y las contradicciones de su fundamentación teórica, que Bourdieu describe con acierto, se agravan con el Estado del Bienestar, sistema político en el que nos hallamos. La cada vez más intensa intromisión del poder ejecutivo en la vida de los ciudadanos hace que las normas sean cada vez más particularistas y concretas y menos abstractas. Por otro lado, el Poder ejecutivo, intuyendo quizá que la representatividad (en su caso y no en el de un verdadero poder legislativo) es un elemento de endeble legitimación (la paradoja de Bourdieu del representante ejerciendo el poder sobre el representado, y no a la inversa, como exige la propia institución de la representación) añade un factor carismático: la divinización del líder, omnipresente en los medios, paternal, Gran Providencia, “créanme señores ciudadanos”, que provee a sus ciudadanos-niños, como el Dios que viste a los lirios del campo y alimenta a los pajarillos, para su bienestar, desde la cuna a la sepultura (olvidando siempre, por supuesto, decir que lo hace con los recursos que detrae a los propios ciudadanos y no con los suyos).

El sujeto trascendental ya no tiene ningún sentido, porque no hay normas abstractas y universales, sino reparto grupal del presupuesto al soplar del viento de los diferentes lobbies o movimientos sociales, y según la demoscopia que el Gobierno maneja en cada momento al servicio de su finalidad fundamental: mantenerse en el poder, o llegar a él si se ha perdido a manos de otro grupo. Aquí ha desaparecido ya todo rastro de a prioris, imperativos categóricos o sujetos trascendentales despojados de interés. Sólo queda la lucha por llevarse cada cual la parte principal del pastel, el bellum omnium contra omnes.

Por tanto, hay que tener clara una cosa: las propuestas actuales de sustitución del sistema representativo por un sistema de democracia directa suponen abandonar completamente la idea filosófica de “interés general” o “voluntad general” y sustituirlo por otro donde el gobierno, el poder, se ejerce por el “interés de la mayoría”; la minoría queda, pues, aplastada, explotada, sin posibilidad ni siquiera de oponer una ley general y abstracta al poder; sencillamente, el rodillo de la mayoría le pasará irremisiblemente por encima, que para eso es la mayoría. ¿Qué legitimidad dar a una ley que pretende poner cortapisas a lo que quiere la mayoría?

Hay algunos datos históricos que permiten imaginarnos a dónde pueden conducir ese tipo de legitimaciones basadas en imperativos hipotéticos y no en imperativos categóricos. Pero el sujeto trascendental está en retirada. En realidad es un estorbo para los aprovechados, los iluminados, los carentes de escrúpulos. Dame la Sexta y un buen programa basura y constituiré una sólida mayoría. ¿Quién quiere un rígido, aburrido y racional sujeto trascendental que no se doblega ante los intereses particulares y las bajas pasiones, cuando insultando, pintarrajeando, gritando, amenazando, coaccionando, puedo obtener lo que me interesa?

Por eso, en mi opinión, el análisis de Bourdieu, aun siendo totalmente certero, carece de la suficiente sutileza, pues no diferencia entre esas dos representatividades (la del poder legislativo y la del poder ejecutivo) y el diferente papel que el principio representativo estaría llamado a desempeñar en cada uno de ambos poderes. No olvidemos que ya Aristóteles identificó la oclocracia (ver *aquí*) como un régimen político degenerado: la mayoría puede ser políticamente perversa si sólo sirve a sus propios intereses y no al interés de la polis en su conjunto.
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Última Edición: 21 Jul 2014 20:28 por Nolano.
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Los problemas de la democracia representativa 20 Jul 2014 23:56 #24692

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Nolano escribió:
Se trata de un campo en el que la Filosofía Política puede sernos de gran utilidad, porque la crisis de legitimidad del sistema nos aboca a una situación que requiere una salida sobre la que la crítica de Bourdieu no dice nada.

Parece ser que esto es bastante típico entre los críticos del liberalismo y/o el capitalismo. No he leído a Bourdieu, pero Slavoj Žižek (pensador marxista), por ejemplo, en su obra El frágil Absoluto o ¿por que merece la pena luchar por el legado cristiano? (uno de los libros que se ofrecen en CAF II), propone el amor paulino como altenativa al capitalismo. :dry:

Obviamente, no se trata de una alternativa, sino de una utopía irrealizable. No nos vale como alternativa. Las críticas anticapitalistas sin alternativas realizables se quedan en mera demagogia.
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Última Edición: 21 Jul 2014 15:49 por Conrado.
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Los problemas de la democracia representativa 21 Jul 2014 10:31 #24693

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Bueno, Conrado, eso que digo de Bourdieu no es con ánimo de descalificar su exposición; no voy a pedir a Bourdieu que haga propuestas políticas, pues él es un pensador, enormemente brillante y capaz, pero no un político. Simplemente me limito a constatar que Bourdieu hace una crítica, certera, pero no hace ninguna propuesta. Como sospecho que sacar a la luz esta cuestión en el momento presente envuelve la pretensión de ofrecer una opción política que resuelva la crisis del sistema parlamentario representativo, me he permitido exponer por mi parte mi opinión sobre los problemas que conlleva la alternativa del sistema de democracia directa (que previsiblemente desembocaría en una oclocracia) y apuntar otro posible camino que puede ser explorado, basado en la diferente función que tiene la representatividad cuando hablamos del poder legislativo y del poder ejecutivo.

Acabo de editar mi mensaje anterior porque por problemas de conexión a Internet ayer por la noche, intentando editar dicho mensaje, me comí la parte final y había salido incompleto. Ruego su nueva lectura (especialmente el final) y pido disculpas.
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No soy un profesor de Filosofía, que tenga que hacer reverencias ante la necedad de otro (Schopenhauer).


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Los problemas de la democracia representativa 21 Jul 2014 20:12 #24698

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Tal vez alguien crea que estoy llevando demasiado lejos mi asimilación al campo de la Filosofía política de la Filosofía moral de Kant. Para mostrar que no es así, Tasia me lo ha puesto en bandeja al traer aquí, como ejemplo notable de los nuevos tiempos que aspiran a sustituir la democracia representativa por la democracia directa, a Ada Colau y su Plataforma de Afectados por la Hipoteca.

Escuchemos a Kant en la "Fundamentación de la metafísica de las costumbres" (GMS A54-55):
Kant escribió:
Otro hombre se ve apremiado por la necesidad de pedir dinero prestado. Sabe perfectamente que no podrá pagar, pero también sabe que nadie le prestará nada si no promete formalmente devolverlo en determinado tiempo. Siente deseos de hacer tal promesa, pero aún le queda conciencia bastante como para preguntarse: ¿no está prohibido, no es contrario al deber salir de apuros de esta manera? Supongamos que, pese a todo, decide hacerlo, por lo que la máxima de su acción vendría a ser ésta: cuando crea estar apurado por la falta de dinero tomaré prestado y prometeré el pago, aun cuando sé que no voy a realizarlo nunca. Este principio del egoísmo o de la propia utilidad es quizá compatible con todo mi bienestar futuro, pero la cuestión ahora es la siguiente: ¿es lícito esto? Transformo, pues, la exigencia del egoísmo en una ley universal y propongo así la pregunta: ¿qué sucedería si mi máxima se convirtiese en ley universal? Enseguida veo que no puede valer como ley natural universal ni estar de acuerdo consigo misma sino que siempre ha de ser contradictoria. En efecto, la universalidad de una ley que sostenga que quien crea estar apurado puede prometer lo que se le ocurra proponiéndose no cumplirlo haría imposible la promesa misma y el fin que con ella pudiera obtenerse, pues nadie creería en tales promesas y todos se reirían de ellas como de un vano engaño.

Se ve con toda claridad que el sistema moral de Kant es también un sistema político-jurídico (para más especificaciones, remito a mi trabajo para Historia de la Filosofía Moderna, que se halla en el apartado de Descargas del foro y que trata en gran medida sobre esta cuestión).

El imperativo categórico en el ámbito moral, que obliga a pagar las deudas que uno ha contraído, tiene su paralelismo en la ley civil abstracta que determina que el deudor responde del pago de sus deudas con todos sus bienes presentes y futuros. Puede que alguien que deba dinero prefiera escabullirse de sus deudas y no pagarlas, pero cualquier sujeto trascendental, bajo velo de ignorancia, entiende que la sociedad no puede funcionar bajo el principio de que cada uno puede pagar o no sus deudas a su conveniencia o interés, sin que haya poder suficiente legitimado para obligar a dicho pago del deudor al acreedor.

Pues bien, Ada Colau y sus seguidores pueden muy bien estar interesados en no pagar lo que deben a los acreedores. Y de hecho lo están consiguiendo, con la aquiescencia e incluso la colaboración activa de jueces que han decidido no cumplir la ley abstracta emanada del poder legislativo. Y, como Kant vaticinaba (aunque no hacía falta ser muy lince para ello), eso está dando lugar a una resistencia extrema por parte de los Bancos a conceder créditos hipotecarios, y a una elevación desmesurada de los tipos (para compensar con los que pagan más, lo que van a dejar de cobrar por los que no van a pagar, al no estar protegiendo el sistema adecuadamente sus intereses como acreedores), así el diferencial de alrededor de un punto sobre el euríbor, corriente en 2007, se halla actualmente en 4 puntos sobre el euríbor, y subiendo (lo que podemos apreciar en la práctica profesional los que trabajamos en ese entorno).

O sea, que si Ada Colau ejerciera un poder representativo en el orden del poder ejecutivo, bien podría determinar que Juan o Pedro no paguen sus deudas; de hecho estaría actuando en interés de una mayoría que la podría haber votado (seguramente de forma aplastante en un país como el nuestro donde hay pongamos 200 acreedores y 20 millones de deudores). Pero si Ada Colau ejerciera una representación en el ámbito del poder legislativo, difícilmente, salvo que sea una insensata, podría promulgar una ley abstracta que estableciera con carácter general que los deudores no están obligados a pagar sus deudas. Eso, sencillamente, destruiría la sociedad, como bien afirmaba Kant.
Bin ich doch kein Philosophieprofessor, der nöthig hätte, vor dem Unverstande des andern Bücklinge zu machen.
No soy un profesor de Filosofía, que tenga que hacer reverencias ante la necedad de otro (Schopenhauer).


Jesús M. Morote
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Última Edición: 21 Jul 2014 20:22 por Nolano.
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Los problemas de la democracia representativa 21 Jul 2014 21:43 #24701

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Al socaire de esta discusión y de los intentos de la "nueva izquierda" por poner el acento -ahora más que nunca (oportunismo, maquiavelismo)- en la crisis de representación, quisiera dejar constancia de la alianza entre el islamismo y la "nueva izquierda española".

Me han llamado la atención las siguientes declaraciones que Florentino Portero1 efectuaba esta mañana en un programa de radio. Se trata del extraño maridaje entre la nueva izquierda "progre" postsocialista -según dice el profesor- y el islamismo (no confundir con el mundo árabe). La "nueva izquierda" considera al islamismo como una fuerza progresista. Es decir, que burkas, lapidaciones y ablaciones del clítoris a las mujeres son símbolos de progreso para la "nueva izquierda". Vamos, que todo vale con tal de llegar al poder. Maquiavelo les viene pequeño a los nuevos líderes "progresistas".

Si es así, entonces yo alucino. Menudo "progresismo" el del islamismo. :dry:

A partir del momento 8 minutos y 55 segundos puede escucharse y verse al profesor de historia de la UNED decir lo siguiente:

"Hay un trasfondo [en la nueva izquierda] muy curioso y es por qué la nueva izquierda postsocialista, muy presente en el sur de Europa, acepta a los islamistas como fuerza progresista. Este es un extraño maridaje que se ha producido y que es relativamente nuevo, porque desde que la Unión Soviética optó por una alianza con el mundo árabe la izquierda se sumó a la posición soviética. Pero la Unión Soviética ya no existe y el mundo árabe se ha fraccionado. Todo el mundo toma posiciones a partir del fraccionamiento. Por ejemplo, estás con el rey de Marruecos o con Hamas o con los Hermanos musulmanes, pero lo que no puedes es estar con todos. Pero la izquierda postsocialista, la izquierda progre del mundo de Podemos y de Izquierda Unida no entra en estos detalles, no se molesta en intentar entender la lógica del proceso y sencillamente considera que todos son buenos porque todos son antioccidentales y antiliberales. Bueno, es una cosa burda pero que refleja en buena medida la falta de ideas, de doctrina, de raíz y de criterio de la nueva izquierda, que está más preocupada por destruir que por construir. Y desde luego no siente ninguna necesidad de entender los procesos en su justa medida."

Ahí queda eso. No dudo de la crisis de representatividad, pero no creo que el islamismo chiíta nos represente mejor. :dry:

Por eso yo cada vez lo tengo más claro: prefiero lo "malo" conocido que lo "bueno" por conocer. Y ya lo que me faltaba era oír la alianza esta del islamismo con la "nueva izquierda".

1 Florentino Portero es profesor de historia contemporánea en la UNED, experto en relaciones internacionales y discípulo del reconocido historiador de izquierda democristiana Javier Tussell. Es analista de política internacional y colaborador habitual del diario ABC desde hace más de veinte años. También forma parte del grupo Libertad Digital y es contertulio habitual del programa de esRadio «Es la mañana de Federico».
David Feltrer Bailén Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla
Graduado en Filosofía (UNED - febrero de 2016)
Estudiante del Máster en Filosofía Teórica y Práctica (UNED - octubre de 2018)
Estudiante del Grado en Geografía e Historia (UNED)
Última Edición: 22 Jul 2014 09:34 por Conrado.
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Los problemas de la democracia representativa 10 Ago 2014 02:58 #24905

  • radioactivoman
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La misma palabra lo dice, "REPRESENTATIVA" o sea SIMBOLICA.
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