Entro ya en la segunda vía de impugnación que me he propuesto desarrollar, consistente en la determinación de si la palabra fundamental que aparece en la presunta “ley de la naturaleza” que estamos considerando tiene una referencia (algo real a lo que se refiere) o es un concepto creación del hombre, sin referencia ostensible en la naturaleza.
Por ello pedí a Juan José una definición de energía, en vez de facilitarla yo mismo: no quería que se pensase que intento manipular las definiciones. Así que me quedo con la definición de Juan José: “capacidad para ejercer fuerzas”, o la que da Elías, más canónica: “capacidad para producir trabajo”. Podría yo ahora pedir: ¿y qué significa “fuerza”? ¿Y qué significa “trabajo”? Hasta intentar llegar a alguna referencia ostensible en la naturaleza que nos permita dotar de contenido real a esa “energía” que nos permitiera salir del círculo vicioso de la autorreferencialidad, si es que pudiéramos hacerlo. Pero no voy a seguir por ese camino, de momento, pues creo que sería bastante pesado y, por otro lado, pienso que no es necesario, pues se pueden utilizar otros argumentos menos aburridos.
Me fijaré sólo en una palabra de la definición adoptada de energía: “capacidad”. ¿Qué significa capacidad? Acudiendo a nuestro imprescindible diccionario, nos encontramos con la sorpresa de que no hay ninguna acepción que nos sirva; quizá la que más se aproxime es la de “aptitud, talento, cualidad que dispone a alguien para el buen ejercicio de algo”; referido, como hacemos ahora, al mundo físico, podríamos quedarnos con “aptitud de algo para el ejercicio de otro algo” (aunque nos encontramos con el evidente problema de que el diccionario define a su vez aptitud como capacidad, con el correspondiente problema de autorreferencialidad). Lo que queda claro, creo, es que la energía, en cuanto capacidad, es una potencia, la posibilidad de realizar una acción o influjo sobre algo; y que, por tanto, no puede ser observada en sí misma, sino a través del efecto que produce en lo afectado por esa acción. Lo que observamos en el mundo real son los efectos de la energía, no ésta misma, que sería la causa de tales efectos.
Entonces surge forma inmediata la siguiente pregunta: ¿es la causalidad objeto de estudio por la ciencia o por la filosofía? Porque desde siempre la causalidad ha sido considerada uno de los tópicos metafísicos por antonomasia. Kant la convirtió en una de sus categorías de la razón pura (presente, por tanto, en la mente humana y no en el mundo nouménico) y Schopenhauer la consideró como la única categoría realmente admisible de todas las que señaló Kant, considerándo aquél que esa fue la gran aportación filosófica de éste. Y ese problema no parece que se haya resuelto definitivamente en nuestros días (por ejemplo, es uno de los asuntos de los que trata Strawson en su libro "
Análisis y metafísica", sobre el que discutimos
aquí). No está, por consiguiente, ni muchísimo menos, claro que la causalidad sea algo que esté indudablemente en la propia naturaleza. Pero es que la energía, a la que vuelvo ahora, se configura, en la Física, como una especie de Causa Universal, si se me permite la expresión, como me propongo mostrar con cierto detalle (aunque con toda la sencillez que me ha sido posible para que el razonamiento pueda ser fácilmente seguido por todos) a continuación.
Mi libro de referencia (“Física para la Ciencia y la Tecnología”, de Paul A. Tipler y Gene Mosca, Editorial Reverté, 5º edición, 2005) dice lo siguiente en el apartado 7.2 (página 179):
Tipler-Mosca escribió:
Una forma común de transferir energía (absorbida o cedida) de un sistema es intercambiar trabajo con el exterior. Si ésta es la única fuente de energía transferida, la ley de conservación de la energía se expresa así:
Wext=ΔEsist= ΔEmec+ ΔEtérm+ ΔEquím+ ΔEotras
Tenemos, pues, distintas formas de energía: la mecánica, la térmica, la química, e incluso “otras”. Eso significa, en realidad, algo tan sencillo como que todo efecto tiene una causa; el trabajo (W) o acción sobre algo, es siempre producido por una causa (E). Esa causa puede ser una u otra, pero las llamamos a todas “energía” porque tienen en común eso, que son causa que producen un efecto. Como dije antes, la energía es la Causa Universal de cualquier efecto. Y lo que viene a decir la llamada “ley de conservación de la energía” es que, además, el mundo es una cadena ininterrumpida e infinita de causas y efectos, de forma que cada causa produce un efecto y éste, a su vez, es causa de otro efecto, y así sucesivamente.
Esa unificación de causas diferentes bajo una denominación común tiene importantes aplicaciones. Por ejemplo, Tipler y Mosca, al hablar del primer principio de la termodinámica, lo introducen exponiendo el experimento de Joule.
Ese artilugio, con dos pesas suspendidas de sendos cables, transmite el movimiento de caída de las pesas, mediante unos cables y unas poleas, a unas aspas sumergidas en agua; al moverse las aspas, agitan el agua y ésta se calienta. Así Joule pudo (una vez estimadas las pérdidas por rozamiento de los cables y poleas y la imposibilidad de aislamiento total del agua del aire circundante) establecer una equivalencia entre la transformación de la energía mecánica de las pesas al caer y la energía térmica consistente en el aumento de la temperatura del agua. Evidentemente, estos cálculos revisten gran importancia, pues, permiten saber cuántas turbinas hay que colocar en una presa para transformar la energía del agua en su caída en energía eléctrica para abastecer a una población, o calcular la electricidad que se necesita para hacer útil un calentador de agua eléctrico, y tantas otras aplicaciones prácticas. Pero esas equivalencias cuantificadas no permiten afirmar taxativamente que haya algo llamado “energía” que es común a la caída del agua en una presa y el aumento de temperatura del agua en el depósito de un calentador eléctrico.
Pensemos en tres embarcaciones: un velero, un barco de pesca con un motor convencional de explosión de gasóleo y un submarino con un reactor nuclear. Cada uno de esos tres mecanismos motores producen el mismo efecto, el desplazamiento de una embarcación en el agua. Pero que tres causas produzcan el mismo efecto no significa que sean la misma causa; la Física, sin embargo, así lo postula, para sus fines instrumentales: según ella hay una única causa del movimiento de las embarcaciones, la energía.
Un burro tirando de un carro puede desplazar a éste 100 metros; e, igualmente, mediante una rampa con determinada longitud e inclinación, se puede mover el mismo carro los mismos 100 metros. Pero eso no hace iguales al burro y a la rampa; al menos en el mundo real, pero sí para la Física, a la cual el burro, en cuanto animal, le importa un pimiento.
La Física necesita de un principio instrumental de equivalencias cuantitativas para poder calcular con cuánta superficie vélica se debe equipar un velero para desplazarse a tales o cuales velocidades, o qué relación debe guardar la tipología y tamaño del motor con la obra muerta y viva de un pesquero. Pero que la Física estudie estas relaciones cuantitativas, y las establezca en función de ciertas hipótesis, principios y postulados instrumentales que facilitan parámetros de medición y equiparación funcional de las distintas magnitudes, no significa que la naturaleza esté formada por números (a menos que estemos pensando en reconvertirnos todos en pitagóricos).