El hecho de que el conocimiento sea algo que no responde a las dudas del sujeto, así como tampoco es producto de su razonar, genera un conocimiento alienado: conocer es necesario para no ser un ‘fracasado’ cuando se llegue a la adultez (o lo que es lo mismo, para tener dinero). Dicho de otra manera, el conocimiento es como un billete con el que se consigue una supervivencia más confortable en la sociedad mercantil, pero no algo útil por sí mismo. (…) Esto nos hace contraponernos con quienes buscan la defensa del sistema de educación actual bajo la idea de que ‘la educación nos hará libres’. La educación institucional nos hace indudablemente esclavos de categoría del sistema, y su aporte a ser verdaderos críticos de éste es más un accidente estadístico que una realidad.
Antes de plantear el tema a debatir, aunque me temo que ya he empezado a plantearlo con la cita y el título escogidos, me gustaría visibilizar una cierta preocupación que me ronda desde que me inscribí en el foro, hará ya unos meses. Nada que no me deje dormir por las noches, je… pero sí lo suficientemente importante y relacionado con el texto de hoy como para hacerlo público. Habida cuenta de lo ocurrido el mes pasado en el tema “
Unamuno: Dios y patria”, lo que me preocupa o preocuparía de aquello, lo cual no fue totalmente un caso aislado, no es tanto la eventual legitimación del franquismo como “mal menor” y sus implicaciones en la vida real por contraposición a la vida virtual (preocupación que tampoco sería baladí si tenemos en cuenta que la misma y desmedida reacción anticomunista de los años treinta podría repetirse dentro de unas décadas, sin ir más lejos contra personas como yo, je…), sino que futuros comentaristas afines a posiciones filosóficas llamadas de izquierdas y/o libertarias (que para mí son, en su justa medida, las más
realistas y coherentes con el ideal escéptico y filosófico, en sintonía con lo dicho por Esperanza Guisán en
La ética mira a la izquierda, si bien con importantes matices por mi parte, empezando por su arangurenismo, je…) tendiesen a autocensurarse por miedo a las hostilidades verbales y emocionales de Herrgoldmundo y, si bien no me refiero a la misma ocasión, de Conrado (estoy pensando concretamente en aquel ataque a Tasia en “
Consulta acerca de la calidad de los contenidos del Grado en Filosofía”), foreros habituales junto al más moderado Nolano (aprovecho para saludaros, je…), y a la relativa connivencia o escasa condena por parte del resto de comentaristas, excepciones aparte, bajo el supuesto argumento de la neutralidad política (neutralidad que en el fondo no existiría, pues todo lo que hacemos o dejamos de hacer es política, y arte, y ciencia, y ética… todo al mismo tiempo).
A diferencia de lo comentado por Tasia en aquel hilo, en mi opinión sí existe en general un cierto sesgo de corte marxista en las carreras de humanidades y de ciencias sociales (lo he podido comprobar personalmente con los grados de Sociología y de Historia en la Universidad de Alicante), ¡pero es que a mí me parece bien, del mismo modo que a un liberal debería parecerle bien que el sesgo fuera en sentido contrario! Yo no lo llamaría sesgo en sentido negativo, obviamente, sino mayor grado de verdad (histórica, pero también moral), de la misma o similar manera que un libro de biología se basa mucho más en el darwinismo que en el cristianismo. Como dice Terry Eagleton, “si Newton descubrió las fuerzas invisibles que llamamos leyes de la gravedad y Freud dejó al descubierto el funcionamiento de un fenómeno invisible como el inconsciente, Marx desenmascaró nuestra vida cotidiana y desveló la hasta entonces imperceptible entidad que denominó modo capitalista de producción”. No obstante, mis críticas al marxismo son tantas y tan importantes que nunca me he sentido cómodo llamándome marxista. Tampoco de izquierdas (¿de izquierdas como IU, como el PCE, como el PSOE, como Podemos, como el 15M y su insuficiente lema “no nos representan”?), aunque lo de anarquista cada vez me molesta menos, pero sin banderitas, bombas ni demás folclores, je... (si comento esto no es por proselitismo político, sino por honestidad intelectual).
Sin embargo, mi interés principal hoy aquí es hablar de la función crítica que, para mí (siempre
para mí, aunque idealmente también para los demás), debería tener eso que llamamos Filosofía y que, cuando menos, no se estaría defendiendo lo suficiente. Empezando por la crítica a la propia institución de la Universidad (incluida la de influencia marxista), en mi opinión un
punto ciego para la inmensa mayoría de estudiantes, graduados y profesores universitarios. Hablo, pues, de una función eminentemente liberadora y escéptica, que no deje parcela del saber ni institución sin escrutar, e independientemente de que luego en nuestra vida privada elijamos adaptarnos o rebelarnos, pero siempre a ser posible con los datos en la mano, lo cual, por cierto, me recuerda a la discusión que se tuvo antes acerca de Unamuno y compañía, a quienes no pretendo juzgar personalmente, al menos no principalmente, como al parecer se interpretó, sino que mi crítica iba dirigida directamente a su defensa del liberalismo y del capitalismo como promotora más o menos directa de la tiranía en sus diversas materializaciones tanto físicas como intelectuales (incluidas esas tiranías bienintencionadas llamadas I y II República), más importante e interesante para mí que sus biografías (al fin y al cabo la incoherencia es intrínseca al ser humano, todo el mundo lo hace lo mejor que puede, el contexto histórico nos determina en gran medida, el bien es más improbable que el mal, etc.).
Decía Karl Marx que “las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes de cada época", y decía bien, aunque no reparara, llevado él también por la idea de Autoridad tan querida por las clases dominantes de su época, en que una “dictadura del proletariado” no iba a arreglar nada, y mucho menos a “abolir todas las clases” (es más, no olvidemos que, según Reyes Mate, el supuestamente anticapitalista Marx se burlaba “de aquellos pueblos que resisten la influencia civilizadora del capital”, y lo hacía porque en su filosofía de la historia “los
progresos de la era capitalista no son eliminados, sino recogidos como condición de posibilidad de una nueva sociedad”). En ese sentido, ¡el comunista primero ha de ser capitalista! Ahora bien, si el fin es la libertad y la igualdad, el medio también ha de serlo (por cierto, que existen clases dominantes, si bien algo difusas cuando acercamos el zoom, que su existencia es algo malo en esencia y que el realismo moral es la posición metafísica más coherente disponible, lo doy por sentado por ahora, pero tampoco estaría de más debatir sobre ello si se considera oportuno).
Generalmente damos por sabido que los filósofos y las filósofas son, de entre todos los miembros de la sociedad, quienes están más cerca de la verdad, o menos lejos de la impostura, quienes tienen una perspectiva más general de la realidad, o realidades, y quienes se han cuestionado un mayor número de cosas. Sin embargo, ¿por qué
suelen decir casi lo mismo que dicen los poderosos y no tan poderosos del momento, aunque por supuesto con algunos matices, variaciones y lucubraciones
a posteriori? ¿No es cuando menos sospechoso que Husserl, Moore, Wittgenstein, Scheler, Sartre, Heidegger, Bloch, Habermas, Adorno, Rawls, Berlin, Taylor, Ricoeur, Foucault, Gadamer, Strauss, Arendt, Wolin, Unamuno, Ortega y Gasset, Aranguren, Muguerza, Cortina, Rorty y otros célebres filósofos occidentales del siglo XX hayan dicho u omitido prácticamente lo mismo que
los de arriba sobre asuntos tan variados como el Estado, la jerarquía, la burocracia, el capitalismo, el nacionalismo, la economía, el crecimiento, la energía, el ejército, la policía, la civilización, Occidente, la historia, el Progreso, la ciudad, la industria, la ética, la democracia, la desigualdad, el parlamento, la educación, la universidad, la tecnología, los medios de comunicación, el derecho, la propiedad, la división del trabajo, el salario, el dinero, la deuda, el comercio, las fronteras, el patriarcado, la natalidad, los animales, la domesticación, la naturaleza, la familia, el ser humano...? ¿Acaso no es demasiada casualidad que de todos los sistemas familiares, sociales, culturales, políticos y económicos posibles y pensables, habidos, habientes y por haber (y mira que la antropología, la historia y la ciencia ficción blanda tienen un gran catálogo para elegir), nuestros filósofos nos recomienden precisamente el suyo o una versión ligeramente evolucionada del mismo, aquel en el que se han criado, como el cristiano que cree en «Nuestro Señor Jesucristo» no por comparación sino por el mero hecho de haber nacido en el seno de una familia cristiana? Una de dos: o los ricos, esto es, la clase dominante, son tan reflexivos como ellos, el
non plus ultra de la intelectualidad humana, y de ahí la coincidencia en sus planteamientos, o lo que ocurre es que los pensadores que son más afines al Sistema, este se encarga de promocionarlos a cambio de la debida y desinteresada pleitesía y publicidad, y quienes lo son menos, de ignorarlos e incluso de marginarlos. De ahí que podamos hablar, a grandes rasgos y una vez más, de la ley del más fuerte, esto es, de una suerte de
selección cultural, que aplicada a este caso sería la ley del que imita mejor.
Cada vez me resulta más evidente que las facultades en general y las de Filosofía en particular, pese a sus virtudes -¡menudo fondo de biblioteca tienen!-, tienden a ser conservadoras en sentido negativo -lo contrario de conservador no es necesariamente progresista, sino escéptico, revisionista-. Todas las organizaciones lo son, a decir verdad, motivo por el cual no conviene hacerse ilusiones, al menos no en esa dirección (a la larga, la vía de la
reforma es una vía muerta, un callejón sin salida, aunque a veces cure algunas heridas). Más que una filosofía crítica y creativa, lo que se suele ver en ellas es poco más que Historia de la Filosofía. Necesaria esta última, ciertamente, pero insuficiente e incluso puede que no tan importante. Autojustificación y legitimación de lo establecido, para lo bueno y para lo malo, y en menor medida duda y autocrítica. Prisa por cumplir los plazos de más arriba, en lugar de calma para cuestionarlos desde más abajo. ¿Qué se enseña si no desde Bachillerato, excepciones aparte? Filosofía no, al menos no tal como la concibo yo, y no solo yo. Es decir, más que superación y diversidad, que también, repetición y pensamiento único (aparentemente muy diverso, pero tan solo dentro de su propio universo). Más que análisis autodidactas de problemas cotidianos, exégesis, estandarización y memorización de contenidos. Más que ideas en acción, museificación de las ideas. Más que trabajos individuales y grupos de reflexión autónomos, clases heterónomas, exámenes y apuntes impersonales. Más que aplicación, fundamentación. Más que horizontalidad, verticalidad. Más que incursionismo, gremialismo. Más que huelguización de la enseñanza o aquí me bajo, mercantilización de la creencia o aquí me vendo, en esta esquina o en este puesto. ¿Acaso no se trata de obtener los «créditos», de
fiarse? Más que echar de verdad la mirada atrás, huir hacia adelante. ¿Quién consigue la matrícula de "honor"? El que emula más que el que propone, el que busca la aprobación del profesor más que el que se rebela, el que «ha aprendido la lección» más que el que ha aprendido a desconfiar de las lecciones, incluida esta. Educar y aprender a cualquier precio.
El mundo sigue, las cosas son así, obedece por esta vez, pon los pies en la tierra, madura, primero hay que ganarse la vida y luego ya veremos, sé
realista, demasiado radical para mi gusto, usa el "sentido común", todo eso está muy bien pero las cosas hay que cambiarlas desde dentro… decimos casi al unísono para no tener que reconocer que la Educación no existe en primer lugar
por nuestro bien, sino para mantenernos en la obediencia y en el miedo (a lo que cabe preguntarse,
cui bono, es decir, ¿a quién beneficia en última instancia?): primero miedo a los padres, a la familia en general, y después, para no perder la costumbre, a los profesores, a la Autoridad, al Poder y a todas sus ingeniosas y tecnológicas formas, a nosotros mismos, a la Libertad a fin de cuentas, y no me refiero precisamente a la libertad del liberal, becerro de oro de la modernidad. ¡Mi reino por un puesto de trabajo seguro, lo juro! ¡Necesito ese título, dice el discípulo! De acuerdo, lo sé, no es fácil hacerse a un lado, escapar del contexto, renunciar a la nómina, renegar del pasado, pero por lo menos no llamemos a eso Filosofía, es decir, amor por la sabiduría. «Dios no está en las iglesias», aunque a veces reconforte entrar en ellas.
Un ejemplo de esa filosofía a la que me refiero, filosofía del
statu quo o “sin sobresaltos” para que todo cambie sin que nada cambie, para que todo se analice sin que nada se analice, se puede leer en el libro
Ética sin moral de Adela Cortina. Que existan como
a priori las instituciones sociales del “contribuyente”, de la “Bolsa”, de las “profesiones” y de las “opciones políticas” parlamentarias es algo que al parecer despierta poca desconfianza entre los académicos, pues nuestra cultura (en realidad casi todas las culturas de casi todas las épocas, incluso las que ahora todo el mundo coincide en condenar) da por sentado que vivimos en el mejor de los mundos posibles, o cuando menos que todo tiempo pasado fue peor (o si no peor, irrecuperable, como el contraejemplo del mito hesiódico), lo cual continúa siendo un consuelo para unos muchos y un engordamiento de la cuenta corriente para unos pocos.
Pensemos si políticos y filósofos no deberían aprestarse a la tarea de ordenar el mundo con ideales de imparcialidad, insobornadibilidad, libertad, igualdad, por mor de ese sufrido contribuyente, que bien se merece su doloroso desembolso anual y mensual un mundo moralmente ordenado a cambio. Un mundo en que invertir en bolsa, realizar opciones políticas, elegir profesión, pareja y vivienda sin sobresaltos (...).