Pienso que toca reflexionar seria y responsablemente, pero sobre todo sin miedo.
Hace ya algunos meses escribí la siguiente reflexión, y la terca y obstinada realidad, así como el inevitable devenir de la historia, la hace más necesaria que nunca:
Yihadismo, el transparente velo de la muerte
Hace ya algunos años vi una interesante película francesa titulada "Entre les murs" (2008). La película en cuestión explicaba con bastante acierto los conflictos que se sucedían en una humilde clase de un colegio francés en un barrio marginal.
Muchas películas, desde que en 1967 la magnífica "Rebelión en las aulas" nos mostrara la problemática interacción entre profesores y alumnos, han intentado profundizar en el porqué del progresivo deterioro y decadencia de los sistemas educativos en el mundo Occidental.
La mayoría de los filmes que han abordado el creciente y preocupante tema de los "alumnos rebeldes" se han centrado en analizar los diferentes factores psicológicos y/o sociológicos que, en el parecer de nuestra humanista civilización occidental, han sido las causas primeras que explicarían la génesis y proliferación de alumnos conflictivos: desarraigo socio-cultural, entornos marginales, hijos de familias desestructuradas...
Y es que, la bienintencionada civilización occidental, ebria de humanismo judeocristiano, jamás ha sido capaz de realizar, o ensayar el menos, valientes análisis que le obligaran a mirar "más allá del bien y del mal". Occidente, de hecho, lleva décadas culpabilizándose, cilicio en mano, de su propio declive, buscando la redención de sus pecados a través de una cobarde e imparable autoinmolación vital.
Los complejos de culpabilidad, los remordimientos y arrepentimientos, han doblegado a la otrora orgullosa y digna civilización occidental hasta el punto de que sus granjas-escuelas ya solo crían y ceban ganado humano resignado para ser sacrificado.
El análisis de cualquier conflicto, individual o colectivo, siempre estará sesgado por el tipo de ideología (filosofías o creencias religiosas) que subyazca en el mismo; estará sesgado por las motivaciones y/o intereses de "una parte" de las gentes o individuos que han hecho suya una ideología para imponerla.
¿Y QUÉ ES UNA IDEOLOGÍA?
Una ideología no es más que la justificación de la razón de ser de una determinada clase de personas.
Como bien dijera Ortega, y yo suscribo, el problema de España, como el de Occidente, no es tanto un conflicto entre clases sociales como entre clases de personas.
La dialéctica marxista, obcecada en sobredimensionar el peso de las variables socio-económicas en el análisis de la realidad, obvió la variable más relevante, a la postre la única verdad radical: la vida.
La vida no entiende de clases sociales ni de economías, solo entiende de hombres de carne y hueso; solo entiende de personas que se saben conscientes (portadoras de un yo unipersonal) e insertas en un entorno siempre hostil e incierto (circunstancias vitales).
Cuando un suprematismo cualquiera, ideológico o religioso, niega la vida misma, está negando la razón de ser de los hombres de carne y hueso; está negando la posibilidad de ser de una determinada clase de persona.
El ser siempre es posibilidad abierta a la vida, a la misma realidad. Bien decía Zubiri que "el hombre es arrojado desnudo a la realidad". Y una vez inmerso en la realidad que es la vida, añado yo, su orgullosa y salvaje desnudez es vestida, aunque mejor sería decir disfrazada o transvestida, con los ropajes domesticadores de la ideología social de turno. Pero... ¿con los ropajes de qué ideología?
¿QUÉ IDEOLOGÍA SE HA IMPUESTO EN OCCIDENTE?
Nuestras decadentes aulas, el fallido sistema educativo de Occidente en general, es consecuencia del rechazo ideológico de una determinada posibilidad del ser. Nuestras aulas ha tiempo que negaron la razón de ser de una clase de personas: la de aquellos hombres de carne y hueso orgullosos de ser pastores y custodios de la vida.
Nuestro sistema educativo, o pedagogía social, como lo bautizara acertadamente nuestro genial Unamuno, es hijo legítimo del antivital marxismo o, lo que es lo mismo, heredero de aquella perversa moral judeocristiana que Marx bien supo reinterpretar en beneficio exclusivo de una clase de personas; un tipo de personas que, cuales prepotentes diosecillos y en aras de la JUSTICIA, instaban a los últimos hombres libres a convertirse en humanos, demasiado humanos y civilizados; tan humanos como para poner la otra mejilla; tan civilizados como para preferir su propia autoinmolación vital antes que enfrentarse a sus miedos.
En Occidente, en definitiva, se ha impuesto la resignación cobarde y claudicante; se ha impuesto la moral del mártir vs la del guerrero; la del endiosado humano que se erige en esencia misma del ser vs la del celoso y responsable pastor del ser. Sartre, y con él todo el suprematismo marxista, se ha impuesto a Heidegger; la ciudad agustina, civilizada y tolerante, se ha impuesto a la barbarie de la provincia en comunión con la naturaleza. Vemos que todo en Occidente ha sido imposición... ¿sometimiento al cabo?
EL SOMETIMIENTO (ISLAM) Y LA PAZ SOCIAL
Si algo debemos reconocerle al Islam es su honestidad al proclamar, libre y sin miedos, su fin último en la historia: someter a la humanidad a los dictados de Alá, la única verdad.
El último suprematismo occidental que pretendió algo "parecido", proclamando su verdad henchido de prepotente orgullo, fue derrotado en la II GM por los mismos garantes de la moral judeocristiana que tan condescendientes y permisivos se muestran hoy con el Islam. ¿Por qué?
La película "Entre les murs" nos debería hacer reflexionar mucho, pero sobre todo en una escena, cuando un sufrido profesor debe soportar que sus alumnos musulmanes le critiquen por no utilizar nombres árabes en los ejemplos de su clase de lengua. El profesor es boicoteado porque sus alumnos defienden con orgullo una verdad para la que fueron adoctrinados. La política que sigue el centro educativo es la de poner siempre la otra mejilla, y no hacer nada por mor de comprar la paz social. Y, sin embargo, llegará un momento en el que el paciente profesor perderá los nervios y, por una nimiedad, será denunciado por una alumna, la cual pondrá en peligro su carrera como docente.
Resulta inevitable no ver la semejanza entre el tolerante y humanista profesor de "Entre les murs" y la actitud pasiva de la cobarde y claudicante civilización de Occidente; ambos siempre poniendo la otra mejilla, siempre encajando golpe tras golpe; siempre obcecados en comprar paces bizantinas y, total, para al final acabar siendo sometidos.
La vida lo llena todo, no entiende de "vacíos" ni de "negociaciones".
¿Alguien se atreverá a negarme esta VERDAD?
Toda domesticación social es sometimiento a una verdad, e incluso el hombre más de carne y hueso, libre y salvaje, está sujeto a las normas sociales de un clan o una tribu, ergo también es domesticado para aceptar y creer en determinadas verdades. Sin embargo, sí disponemos de un pequeño margen de libertad para decidir cómo queremos ser sometidos: ¿a través del miedo cobarde que nos insta a menospreciarnos, o a través de una voluntad de poder orgullosa y prepotente que nos reafirme?
Quiero decir, con todo lo expuesto anteriormente, que el hombre puro de carne y hueso no existe mas que como concepto, pues éste siempre estará inmerso o sometido a determinadas verdades a través de su socialización. Al final, siempre creeremos en lo que nos han hecho creer y desearemos aquello que, manipulación y condicionamiento social mediante, nos han hecho desear.
Así pues, no podemos culpar a los yihadistas por ser lo que son, pues nunca un fin último fue tan transparente y claro, honesto y sincero, como el de estos hombres de carne y hueso que matan y mueren como celosos pastores de la verdad (su verdad). Porque la vida sabe muy bien que dos razones de ser antagónicas no pueden coexistir al mismo tiempo y en un mismo espacio vital; siempre una verdad (razón de ser) someterá a la otra. No existen los "vacíos" ni las negociaciones vitales, porque los hombres de carne y hueso necesitan creer, sí o sí, y, como ya he dejado escrito en otras reflexiones, el que no crea en el Dios cristiano creerá en un dios musulmán, y el que no crea en dioses creerá en la cienciología, en espiritualismos cripto-budistas o en suprematistas Estados comunistas. La cuestión es creer en un absoluto o fin último.
Creer es una necesidad vital que nos "cura" del sentimiento trágico de vivir y nos aleja de la autoinmolación a la que nos insta el nihilismo desesperanzador.
Pero... ¿el humanismo judeocristiano nos salvará de la autoinmolación?
¿Estaría ya muerta, de facto, la civilización Occidental, pero nadie se atreve a certificar su defunción?
¿Se podría considerar VIVA una verdad o razón de ser que permanece impasible ante los desmanes, violaciones, asesinatos, y crueles ejecuciones, que está perpetrando el Estado Islámico? ¿Cree realmente nuestra humanista civilización Occidental que la vida es "negociable"? ¿Cree de verdad que la paz se puede comprar? ¿Cree, todavía, que es posible una "Alianza entre Civilizaciones?
Occidente piensa y actúa como un alegre e inconsciente niño pequeño.
El otro día, viendo en la TV las noticias sobre las últimas ejecuciones del Estado Islámico, mi hijo acertó a pasar por allí, y curioso me preguntó:
- ¿Pero, por qué los matan?
- Porque son cristianos, le respondí.
-¿Y qué tiene de malo ser cristiano? - preguntó el pequeño.
- Nada - le respondí hipócritamente.
- ¡Pues vaya problema!- exclamó con júbilo mi hijo- pues que digan que no son cristianos y ¡ya está!
- De esta manera - concluyó mi hijo feliz- a lo mejor se salvan...
Y así, a través de su infantil autoengaño, mi hijo se marchó contento, como contentos y felices marchan quienes creen que la mejor manera de escapar al transparente velo de la muerte del yihadismo es comprando la paz social, aunque sea renegando de ellos mismos y de su herencia histórico-cultural.