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TEMA: España comunista.

España comunista. 14 Mar 2016 22:34 #35865

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Última Edición: 31 Jul 2022 12:09 por Silvanus.
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España comunista. 14 Mar 2016 22:34 #35866

Tantos casos de corrupción hay en la España del PPSOE como en la de Aznar, como en la de González. La clase política no tiene ideología, es robo y bandidaje. Precisamente existe un libro de Gaetano Mosca, "La clase política" donde dice una cosa muy interesante, que la clase política dirigente de los distintos partidos tienen más que ver entre sí, que con las bases de sus propios partidos. En este sentido Michels creo que es muy pertinente cuando habla de "la ley de hierro de la oligarquía" según la cual en cualquier sociedad, más grande o más pequeña se produce el reconocimiento por parte del colectivo a unos pocos a los que se reviste con las mismas características que se atribuyen al estado. Manteniéndose la misma cantidad de poder de intervención económica y política que tiene esta clase sobre los individuos, seguirá habiendo la misma cantidad de corrupción. Es una suerte de ley de conservación de la corrupción política.
¿Podría decirme que camino debo tomar para irme de aqui? preguntó Alicia; "eso depende, en mucho, del lugar al cual quieras ir" contestó el gato. "No importa mayormente el lugar" ; "en tal caso, poco importa el camino" "...con tal de que lleve a alguna parte..." "puedes estar segura de que todos...
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España comunista. 14 Mar 2016 22:40 #35868

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Silvanus escribió:
La idea de que cada uno recibe lo que se merece, bebe de la idea acerca de la gracia y la condena judeo-cristiana. La idea de que cada uno recibe lo que se merece, bebe de la idea acerca de la gracia y la condena judeo-cristiana.

Pero no me refiero a que lo recibe porque no ha sido tocado por la gracia de Dios, sino que porque teniéndolo todo a su favor, ha decido -me lo invento- ser camello en lugar de sacerdote o ingeniero (a diferencia de su hermano gemelo, que ya está de maestro con los Salesianos haciendo el bien). Ya sabes, a Dios rogando pero con el mazo golpeando.

Por lo demás yo soy partidario de solidarizarme y colaborar para menguar las desgracias sobrevenidas. A fin de cuentas cualquiera puede caer en desgracia en cualquier momento. Y sí, eso muy judeocristiano. Pero es que yo soy cristiano. Mi fe es titubeante, pero culturalmente me siento orgulloso y afortunado de ser cristiano.
David Feltrer Bailén Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla
Graduado en Filosofía (UNED - febrero de 2016)
Estudiante del Máster en Filosofía Teórica y Práctica (UNED - octubre de 2018)
Estudiante del Grado en Geografía e Historia (UNED)
Última Edición: 14 Mar 2016 22:43 por Conrado.
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España comunista. 14 Mar 2016 22:53 #35870

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Saludos.
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España comunista. 14 Mar 2016 22:59 #35873

Yo como anarco-católico reaccionario considero que cada cual ha de purgar sus culpas, en esta vida o en la otra y no cargar a los demás con penitencias que son responsabilidad propia. Siguiendo lo que dice la definición clásica de la justicia: "unicuique suum tribuere".
¿Podría decirme que camino debo tomar para irme de aqui? preguntó Alicia; "eso depende, en mucho, del lugar al cual quieras ir" contestó el gato. "No importa mayormente el lugar" ; "en tal caso, poco importa el camino" "...con tal de que lleve a alguna parte..." "puedes estar segura de que todos...
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España comunista. 14 Mar 2016 23:05 #35874

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Traduce para los que no hablamos lenguas muertas.
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España comunista. 14 Mar 2016 23:15 #35875

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España comunista. 14 Mar 2016 23:20 #35876

Espero que para desarrollarla no haya que auto-emascularse como él hizo, por lo que fue apartado del clericalato.
¿Podría decirme que camino debo tomar para irme de aqui? preguntó Alicia; "eso depende, en mucho, del lugar al cual quieras ir" contestó el gato. "No importa mayormente el lugar" ; "en tal caso, poco importa el camino" "...con tal de que lleve a alguna parte..." "puedes estar segura de que todos...
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España comunista. 14 Mar 2016 23:24 #35877

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Conrado escribió:
Pero ten en cuenta que los ejemplos históricos que pone Huntington no son cuestiones de valor, sino de hecho.

David, sé que lo dices de buena fe, pero ¿de qué sirve que me digas siempre que tus cuestiones son de hecho y las mías de valor? Eso es como decir que una cosa es cierta porque es cierta, o que una persona tiene razón porque tiene razón. No quiero hablar en nombre de la Filosofía, pero creo que si queremos llevarnos bien y pasar un buen rato debatiendo desde la filosofía deberíamos dejar a un lado la constante alusión a la irracionalidad del otro.

Conrado escribió:
Por otro lado, cuando el texto de un autor suscita tanta animadversión y crítica (ejemplo paradigmático: la teoría de la justicia de J. Rawls), será porque ha dicho algunas verdades incómodas.

¡Y dale, amigo mío! Lo pregunto de corazón, hoy que también me he levantado algo cristiano: ¿para qué calificar las posiciones contrarias de "animadversión", "liberticidas", etc., y las de uno mismo de "liberales", "disidentes", "verdades incómodas" o de políticamente incorrectas, si no es con la intención de vencer a toda costa? ¿Dónde quedó el juego limpio de con-vencer, vencer en compañía? ¡¿Esto es un foro de filosofía o un concurso de Miss Mártir del año, de ver quién golpea más fuerte y quién es más insensible?! ¿Qué nos hemos hecho, hijo mío, para que nos tratemos así? ;)

Conrado escribió:
Cada uno es muy libre de vivir en su particular mundo paralelo.

Eso es como decirme que soy muy libre de ser tonto de remate (y lo sabes, aunque no quieras se tan duro conmigo; y acertarías, si me lo dijeras directamente), un ataque personal que no creo que entre dentro de las mínimas normas de cortesía y respeto (somos más importantes que nuestras ideas, aunque esto mismo ya es, paradójicamente, una idea, je...). ¿Adónde nos llevaría si yo ahora dijese que quien vive en un mundo paralelo eres tú? ¡A ningún sitio! En fin, parezco tu padre dándote una charla pero es que... leñe, David, que te tengo algo de aprecio ya, y estas no son maneras de llevar un foro. ¡Arrepiéntete, y puede que aún logre salvar tu alma! :P

En serio, como dice Elías en un sentido parecido, uno sale un poco quemado de tanta agresividad sutil y no tan sutil. Victimismo, se dirá, pero por mucho que se acuse a los demás de victimistas el daño sigue ahí, y si no logramos ver el daño, la filosofía que hagamos solo será gimnasia.

Un abrazo y a seguir bien.
Última Edición: 14 Mar 2016 23:35 por Hugo.
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España comunista. 15 Mar 2016 02:44 #35891

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Hugo escribió:
David, sé que lo dices de buena fe, pero ¿de qué sirve que me digas siempre que tus cuestiones son de hecho y las mías de valor? Eso es como decir que una cosa es cierta porque es cierta, o que una persona tiene razón porque tiene razón. No quiero hablar en nombre de la Filosofía, pero creo que si queremos llevarnos bien y pasar un buen rato debatiendo desde la filosofía deberíamos dejar a un lado la constante alusión a la irracionalidad del otro.

Atención: mensaje largo. :side:

A ver Hugo, fíjate que no estoy diciendo que lo que yo diga son cuestiones de hecho. Lo que te comentaba sobre Huntington es que los ejemplos que el autor saca de la historia universal son hechos acaecidos que se encuentran en los manuales de historia. Y son ejemplos donde se ve claramente que hay algo de verdad en la idea de fondo que sostiene Huntington. Que aunque no sea toda la verdad, hay algo de verdad y que esa verdad es contrastable con hechos históricos. En otras palabras: que la tesis de Hungtinton es científica y contrastable con ejemplos sacados de las relaciones internacionales (historia universal) y no una mera especulación vacía de contenido.

Vamos a los hechos a que se refiere Huntigton, que no Conrado. Voy citando del texto de Hungtinton. En primer lugar la hipótesis central:

"La hipótesis aquí defendida es que la fuente principal de conflicto en este mundo nuevo no va a ser primariamente ideológica ni económica. Las grandes divisiones del género humano y la fuente predominante de conflicto van a estar fundamentadas en la diversidad de culturas. Los Estados nacionales seguirán siendo los más poderosos actores en los asuntos mundiales, pero los principales conflictos de la política global serán los que surjan entre naciones y grupos pertenecientes a civilizaciones diferentes. El choque de las civilizaciones dominará la política mundial. Y las líneas de fractura entre las civilizaciones serán las grandes líneas de batalla del futuro."

Y esa hipótesis la va a ir defendiendo remitiéndose a cuestiones de hecho; es decir, a hechos sacados de la historia universal que no son opinables (no hablamos de cuestiones de hecho cuestionables por problemas de hermenéutica). Pero antes de eso el autor empieza por definir qué se entiende por civilización:

"Una civilización es, pues, la más elevada agrupación cultural de gentes y el más amplio nivel de identidad cultural que poseen los pueblos y que es, en suma, lo que distingue a los hombres de las demás especies. Una civilización se deja definir por elementos objetivos comunes, como son el lenguaje, la historia, la religión, las costumbres y las instituciones, y también, a su vez, por la autoidentificación subjetiva de un pueblo [la noción de pueblo, nótese, no es la del nacionalismo romántico, sino algo mucho más abarcante]. La identidad cultural de la gente tiene varios niveles: un residente de Roma puede autodefinirse, según diferentes grados de intensidad, como romano, italiano, católico, cristiano, europeo y occidental. La civilización a la que pertenece es el nivel más amplio de identificación al que él se adscribe de todo corazón. Los pueblos y las gentes pueden redefinir y de hecho redefinen sus propias identidades, a resultas de lo cual cambian la composición y las líneas fronterizas de las civilizaciones.

Las civilizaciones pueden involucrar a un gran número de gentes, como sucede en China, o a un número muy reducido, como ocurre en el Caribe anglófono. Una civilización puede englobar varios Estados nacionales —como es el caso de las civilizaciones occidentales, latinoamericanas y árabes—, o solamente uno, como es el caso de la civilización japonesa. Es evidente que las civilizaciones se funden, se solapan, y pueden incluir subcivilizaciones. Las civilizaciones occidentales tienen dos grandes variantes, la europea y la norteamericana; y el islam comprende las subdivisiones árabe, turca y malaya.

Sin embargo, todas las civilizaciones son entidades plenas de sentido y reales, aunque raramente sean nítidas las líneas que separan unas de otras. Las civilizaciones son dinámicas; se encumbran y caen; se separan y se mezclan. Y, como bien sabe cualquier estudiante de historia, desaparecen y quedan sepultadas en las arenas del tiempo."

Ahora bien, ¿por qué han de chocar las civilizaciones? Y ahora en cuando, en el texto de Huntington, empiezan a ponerse sobre el tapete los ejemplos sacados de la historia, es decir, con cuestiones de hecho que corroboran la hipótesis de Hungtinton. Y da igual si uno se lo cree o no. Pero no porque lo diga Conrado. Y en realidad tampoco porque lo diga Huntington. Sino porque los ejemplos están sacados de la historia universal:

"La identidad de civilización va a ir adquiriendo una importancia cada vez mayor en el futuro, y el mundo se irá configurando en amplia medida por las interacciones entre las siete u ocho principales civilizaciones. Entre éstas se cuentan la occidental, la confuciana, la japonesa, la islámica, la hindú, la eslavo−ortodoxa, la latinoamericana y, posiblemente, la africana. Las batallas más serias del futuro se van a librar a lo largo de las líneas de fractura culturales que separan a estas civilizaciones.

¿Por qué ha de ocurrir así?

En primer lugar, porque las diferencias entre civilizaciones no son solamente reales: son básicas [y si no te lo crees, da igual]. Las civilizaciones se diferencian entre sí por la historia, el lenguaje, la cultura, la tradición y, lo que es más importante, por la religión. Los pueblos que pertenecen a civilizaciones distintas tienen puntos de vista diferentes sobre las relaciones entre Dios y el hombre, el individuo y el grupo, el ciudadano y el Estado, entre padres e hijos, entre marido y mujer; e igualmente opiniones distintas sobre la relativa importancia de los derechos y las responsabilidades, de la libertad y la autoridad, de la igualdad y la jerarquía. Estas diferencias son producto de siglos. No pueden desaparecer en un santiamén, pues son mucho más fundamentales que las diferencias entre ideologías y regímenes políticos. Las diferencias no significan necesariamente conflicto, ni el conflicto significa necesariamente violencia. Pero en el curso de los siglos, sin embargo, las diferencias entre civilizaciones han sido las causantes de los conflictos más duraderos y violentos.

En segundo lugar, el mundo se está quedando cada vez más pequeño. Ello quiere decir que las interacciones entre los pueblos y gentes de diferentes civilizaciones están incrementando su impacto; y este incremento intensifica la conciencia de la propia civilización, de las correspondientes diferencias con otras civilizaciones, y de los rasgos comunes en el interior de la propia. La inmigración norteafricana en Francia ha generado hostilidad entre los franceses y aumentado al mismo tiempo la receptividad a la inmigración de los «buenos» polacos, que son católicos y europeos. Los norteamericanos reaccionan mucho más negativamente ante una inversión japonesa que ante operaciones financieras de mucho mayor calado procedentes de Canadá o de países europeos. Similarmente, como ha advertido Donald Horowitz, «un ibo podía ser [...] un owerri ibo o un onitsha ibo en lo que fue la región oriental de Nigeria. En Lagos, es simplemente un ibo. En Londres, un nigeriano. En Nueva York, un africano». Las interacciones entre pueblos y gentes de diferentes civilizaciones intensifican la conciencia de civilización de los individuos, y ésta a su vez refuerza diferencias y animosidades que se remontan, o la gente cree que se remontan, a una lejana historia pasada.

En tercer lugar, los procesos de modernización económica y de cambio social a lo largo del mundo despojan a las gentes de sus antiguas identidades locales. Igualmente debilitan al Estado nacional como fuente de identidad. En buena parte del globo, la religión se ha apresurado a cubrir este hueco [el autor lo denomina en su libro la «revancha de Dios»], con frecuencia en forma de movimientos etiquetados de «fundamentalistas». Tales movimientos se encuentran en el cristianismo occidental, en el judaísmo, el budismo y el hinduismo, al igual que en el islam [Huntington escribía esto en 1993, pero a día de hoy, sobre todo en el islam]. En casi todos los países y religiones, los miembros activos de esos movimientos fundamentalistas son jóvenes, individuos de formación universitaria, técnicos de clase media, profesionales y hombres de negocios. La «desecularización del mundo», ha observado George Weigel, «es uno de los hechos sociales dominantes de la vida en las postrimerías del siglo XX». El revival de la religión, «la revanche de Dieu», por utilizar la expresión acuñada por Gilles Kepel, suministra una base para la identidad y el compromiso que trasciende fronteras nacionales y une civilizaciones [y si no te lo crees, da igual].

En cuarto lugar, el crecimiento de la conciencia de civilización es potenciado por el papel dual de Occidente. Por una parte, Occidente es una cima de poder. Al mismo tiempo, sin embargo, y quizá como resultado de ello, se está dando entre las civilizaciones no occidentales un retorno a la cuestión de las propias raíces. Con frecuencia cada vez mayor se oyen alusiones a tendencias hacia una interiorización y «asiatización» en Japón, al fin del legado de Nehru y la «hinduización» de la India, al fracaso de las ideas occidentales de socialismo y nacionalismo, y por ello a la «reislamización» del Oriente Medio y al debate sobre occidentalización frente a rusificación en el país de Borís Yeltsin. Un Occidente en la cima del poder se encuentra enfrentado con un Oriente que alimenta más y más el deseo, la voluntad y los recursos para configurar al mundo en formas no−occidentales.

En el pasado, las élites de las sociedades no−occidentales solían ser personas muy comprometidas con Occidente, educadas en Oxford, la Sorbona o Sandhurst, que habían absorbido actitudes y valores occidentales. Al mismo tiempo, la población de las naciones no−occidentales permanecía profundamente inmersa en una cultura precaria. Ahora, sin embargo, esas relaciones se están invirtiendo. El proceso de «desoccidentalización» e «indigenización» de las élites se está extendiendo en muchos países no−occidentales, mientras que las culturas y los estilos y hábitos occidentales, usualmente americanos, se popularizan más y más entre las masas.

En quinto lugar, las características y diferencias culturales son menos mudables y por tanto menos fácilmente captables y resueltas que las cuestiones políticas y económicas. En la antigua Unión Soviética, los comunistas podían hacerse demócratas, el rico podía devenir pobre y el pobre rico, pero los rusos no podían convertirse en lituanos ni los azerbayanos en armenios. En los conflictos ideológicos y de clases, la pregunta clave es «¿Qué eres tú?». Y éste es un hecho que no puede ser cambiado. Como ya sabemos, desde Bosnia hasta el Cáucaso y el Sudán, una respuesta desacertada a esta pregunta puede significar un balazo en la cabeza [y si no te lo crees, pruébalo]. Incluso más que la etnicidad, la religión discrimina nítida y exclusivamente entre las gentes. Una persona puede ser medio francesa y medio árabe, e incluso ciudadana a la vez de dos países. Pero es más difícil ser medio católica y medio musulmana.

Finalmente, el regionalismo económico [Niño Becerra lo denomina, a nivel nacional español, clústers] está aumentando. La proporción total de transacciones comerciales intrarregionales ha crecido entre 1980 y 1989 desde el 51 al 59 por 100 en Europa, del 33 al 37 por 100 en el Este asiático, y del 32 al 36 por 100 en Norteamérica. Y es verosímil que en el futuro continúe aumentando la importancia de los bloques económicos regionales. Por una parte, el éxito del regionalismo económico reforzará la conciencia de civilización. Por otra, el regionalismo económico sólo podrá triunfar cuando se encuentre enraizado en una civilización común. La Comunidad Europea se apoya en el fundamento compartido de una cultura europea y de un cristianismo occidental. El éxito del Área Norteamericana de Libre Comercio depende de la convergencia ahora soterrada de las culturas mexicana, canadiense y estadounidense. Japón, en cambio, encuentra dificultades para crear una entidad económica comparable en el Este asiático porque Japón es una sociedad y civilización singularizada. Por sólidos que sean los lazos comerciales e inversionistas que el Japón pueda desarrollar con otros países de su entorno asiático, sus diferencias culturales con ellos inhiben y hasta quizá imposibilitan la promoción de una integración económica y regional al modo de la que se ha producido en Europa y en América del Norte.

En cambio, la comunidad de cultura está facilitando ampliamente la rápida expansión de las relaciones económicas entre los pueblos de la República China y Hong Kong, Taiwan, Singapur, y las comunidades chinas de otros países asiáticos. Con el final de la guerra fría, las comunidades culturales superaron rápidamente sus diferencias ideológicas y la China continental y Taiwan protagonizaron un movimiento de acercamiento. Si la comunidad cultural es un prerrequisito para la integración económica, el principal bloque económico del Este asiático en el futuro va a estar seguramente centrado en China. [...]

La cultura y la religión forman también la base de la organización de Cooperación Económica que reúne a diez países musulmanes no árabes: Irán, Pakistán, Turquía, Azerbaiyán, Kazajistán, Kirguistán, Turkmenistán, Tayikistán, Uzbekistán y Afganistán. Uno de los motores de la revitalización y expansión de esta organización, fundada originalmente en los años sesenta por Turquía, Pakistán e Irán, surgió cuando los dirigentes de varios de estos países tomaron conciencia de que no tenían la menor probabilidad de admisión en la Comunidad Europea. Similarmente, el Caricom, el Mercado Común de América Central, y Mercosur se apoyan en fundamentos culturales comunes. Los esfuerzos por construir una entidad económica más amplia centroamericana−caribeña que uniese a los divididos anglo−latinos ha fracasado, sin embargo, hasta la fecha [se entiende que por razones culturales].

El hecho de que las gentes definan su identidad en términos étnicos y religiosos las inclina a pensar en la existencia de un «nosotros» frente a la de un «ellos» que las distingue de las personas de diferente etnicidad y religión. El final de los Estados definidos ideológicamente en la Europa del Este y la anterior Unión Soviética permitió que salieran a la luz las tradicionales identidades y animosidades étnicas. Las diferencias en cultura y religión crean diferencias en cuestiones políticas, que van desde las relativas a los derechos humanos [que las teocracias islamistas se niegan a aceptar] a la inmigración hasta los de la manipulación y el comercio con el entorno. La vecindad geográfica da lugar a reclamaciones territoriales conflictivas desde Bosnia a Mindanao. Y lo que es más importante: los esfuerzos de Occidente por promover sus valores de democracia y liberalismo como valores universales, por mantener su predominio militar y poner por delante sus intereses económicos, engendran respuestas adversas en otras civilizaciones. Cuando disminuye la capacidad para movilizar apoyos y formar coaliciones sobre la base de la ideología, los gobiernos y los grupos recurren a la movilización de esos apoyos apelando a la religión común y a la identidad de civilización.

El choque de civilizaciones tiene así lugar a dos niveles. A pequeña escala, los grupos situados a lo largo de líneas de fractura entre civilizaciones, pugnan, con frecuencia de modo violento, por el control del territorio y entre sí. A gran escala, los Estados de civilizaciones diferentes compiten por el relativo poder militar y económico, pugnan por el control de instituciones internacionales y de terceros, y promueven competitivamente sus principales valores políticos y religiosos."

A continuación el autor efectúa un repaso a las líneas de fractura más evidentes:

"Las líneas de fractura entre civilizaciones están reemplazando a las fronteras políticas e ideológicas de la guerra fría como puntos álgidos de crisis y derramamiento de sangre. La guerra fría comenzó cuando el Telón de Acero dividió a Europa tanto política como ideológicamente. Y terminó con el final de ese Telón de Acero. Con la desaparición de la división ideológica de Europa, volvió a emerger la división cultural entre el cristianismo occidental, por una parte, y el cristianismo ortodoxo y el islam, por otra.
La línea divisoria más importante en Europa, como ha sugerido William Wallace, puede muy bien ser la frontera oriental de la Cristiandad Occidental del año 1500. Esta línea se extiende a lo largo de lo que ahora son las fronteras entre Finlandia y Rusia, y entre los Estados bálticos y Rusia, corta Bielorrusia y Ucrania separando la Ucrania occidental, más católica, de la ortodoxa Ucrania oriental; gira hacia el oeste separando Transilvania del resto de Rumania, y continúa luego a través de Yugoslavia siguiendo casi exactamente la línea que actualmente separa a Croacia y Eslovenia del resto de Yugoslavia. En la región de los Balcanes, esta línea coincide, claramente, con las fronteras históricas entre el Imperio de los Habsburgo y el Imperio otomano. Los pueblos situados al norte y al oeste de esta línea son protestantes o católicos; todos ellos compartieron las experiencias comunes de la historia europea: el feudalismo, el Renacimiento, la Reforma, la Ilustración, la Revolución francesa y la Revolución industrial; en general, estos pueblos tienen un nivel económico superior al de los pueblos del este; y ahora pueden afrontar el futuro arropados por un compromiso cada vez mayor con una común eco-omía europea y con la consolidación de sistemas políticos democráticos. Los pueblos situados al este o al sur de esta línea son ortodoxos o musulmanes; históricamente, pertenecieron a los Imperios otomano o zarista, y los sucesos que modelaron al resto de Europa los afectaron sólo muy débilmente; su economía está en general más atrasada que la de sus vecinos occidentales, y parecen bastante menos preparados para desarrollar sistemas políticos democráticos estables. El Telón de Terciopelo de la cultura ha reemplazado al Telón de Acero de la ideología como línea divisoria más significativa en Europa. Tal como han mostrado los sucesos de Yugoslavia, esta línea no se limita a resaltar sólo una diferencia; es también a veces una línea de conflicto sangriento.

El conflicto a lo largo de la línea de fractura entre las civilizaciones occidental e islámica viene sucediéndose desde hace mil trescientos años. Tras la fundación del islam, la oleada árabe y musulmana hacia el norte y el oeste sólo acabó en
Tours en el año 732. Desde el siglo XI al XIII, las Cruzadas trataron de llevar, con éxito temporal, el cristianismo y el orden cristiano a Tierra Santa. Desde el siglo XIV al XVII, los turcos otomanos invirtieron este equilibrio ex-tendiendo su dominio sobre el Cercano Oriente y los Balcanes, tomaron Constantinopla, y por dos veces pusieron sitio a Viena. En el siglo XIX y primeros años del xx, conforme iba declinando el poder otomano, Inglaterra, Francia e Italia establecían un control occidental sobre la mayor parte del norte de África y del Cercano Oriente.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Occidente comenzó a batirse en retirada; los imperios coloniales desaparecieron; en un primer momento el nacionalismo árabe entró en escena y más tarde lo hizo el fundamentalismo; Occidente se encontró atrapado en una situación de absoluta dependencia de los pueblos del golfo Pérsico por la cuestión de la energía; los países árabes ricos en petróleo se convirtieron en países ricos en dinero y, cuando lo desearon, ricos en armamento. Varios fueron los enfrentamiento armados entre árabes e Israel —creado por Occidente—. Francia sostuvo en Argelia una sangrienta y despiadada guerra durante la mayor parte de la década de los cincuenta; fuerzas británicas y francesas invadieron Egipto en 1956; los ejércitos norteamericanos entraron en el Líbano en 1958; en años sucesivos, las fuerzas estadounidenses volvieron al Líbano, atacaron Libia y se enfrenta-ron varias veces con Irán; terroristas árabes y musulmanes, apoyados por al me¬nos tres gobiernos del Cercano Oriente, empleando el arma del débil, hicieron saltar por los aires aviones e instalaciones y secuestraron rehenes occidentales. Este continuo estado de guerra entre árabes y Occidente culminó en 1990, cuando los Estados Unidos enviaron un imponente ejército al golfo Pérsico para defender a ciertos países árabes de la agresión de otro. A partir de entonces, la planificación de la OTAN está incesantemente di¬rigida a las potenciales amenazas y a la inestabilidad existente a todo lo largo de su «sección meridional».

No es verosímil que decline esta secular interacción militar entre Occidente y el islam. E incluso podría hacerse más virulenta. La guerra del Golfo despertó en los árabes un sentimiento de orgullo ante el hecho de que Saddam Hussein hubiese atacado a Israel y desafiado a Occidente. Pero también dejó a muchos humillados y resentidos por la presencia militar de Occidente en el golfo Pérsico, el aplastante poderío de estas tropas, y la aparente incapacidad de los árabes para configurar su propio destino. Además de ser exportadores de petróleo, muchos de estos países árabes están alcanzando también unos niveles de desarrollo económico y social en los que las formas de gobierno autocrático no son ya apropiadas y los esfuerzos por introducir la democracia se hacen cada día más urgentes. De hecho, algunas aperturas en sus sistemas políticos han tenido ya lugar en ciertos países árabes, y sus principales beneficiarios han sido los movimientos islamistas.

Dicho en pocas palabras: la democracia occidental está fortaleciendo en el mundo árabe a las fuerzas políticas antioccidentales. Tal vez se trate de un fenómeno pasajero [ya estamos viendo que no], pero con seguridad es un hecho que dificulta las relaciones entre los países islámicos y Occidente.

[...]

Históricamente, la otra gran interacción antagonista de la civilización islámica árabe ha sido la de los pueblos negros del sur, antiguamente paganos y animistas, y ahora en proceso creciente de cristianización. En el pasado, este antagonismo fue compendiado en la imagen del negrero árabe y su mercancía de esclavos negros. Y en tiempos recientes ha quedado reflejado en la guerra civil del Sudán entre árabes y negros, en las batallas libradas en el Chad entre revolucionarios apoyados por Libia y el gobierno, en las tensiones entre cristianos ortodoxos y musulmanes en el interior de África, y en los conflictos políticos, motines y violencia comunal entre musulmanes y cristianos en Nigeria. La modernización de África y la difusión del cristianismo van a propiciar la probabilidad de la violencia a lo largo de esta línea de ruptura. Sintomático de la intensificación de este conflicto fue el discurso del papa Juan Pablo II en Jartum, en febrero de 1993, condenando las acciones del gobierno islamista del Sudán contra la minoría cristiana de aquel país.

En la frontera norte del islam se han multiplicado los conflictos entre musulmanes y ortodoxos, incluyendo la carnicería de Bosnia y Sarajevo, el estallido de violencia entre Serbia y Albania, las difíciles relaciones entre los búlgaros y su minoría turca, la violencia entre osetios e ingushes, las constantes matanzas entre armenios y azerbayanos, las tensas relaciones entre rusos y musulmanes en el Asia central, y el despliegue de tropas rusas en defensa de los intereses de Rusia en el Cáucaso y el Asia central. La religión refuerza la reanimación de identidades étnicas y potencia los temores de Rusia por la seguridad de sus fronteras del sur.

[...]

El conflicto de civilizaciones está profundamente arraigado en otras partes de Asia. El choque histórico entre musulmanes y el hinduismo en el subcontinente asiático se manifiesta no sólo en la rivalidad entre Pakistán y la India, sino también en la intensificación de la lucha religiosa dentro de la India entre los grupos hindúes cada vez más militantes y la sustancial minoría musulmana de la India. La destrucción de la mezquita de Ayodhya en diciembre de 1992 puso sobre el tapete la cuestión de si la India debería seguir siendo un estado secular democrático, o convertirse en un Estado hindú. En el Asia oriental, China sostiene importantes disputas territoriales con la mayoría de sus vecinos. Ha practicado una política cada vez más despiadada con la población budista, y otro tanto ha hecho con su minoría turco−musulmana. Con el final de la guerra fría, las diferencias soterradas entre China y Estados Uni¬dos han vuelto a manifestarse en sectores tales como el de los derechos humanos, del comercio, y de la proliferación de armas. Estas diferencias no tienen tendencia a desvanecerse. Una «nueva guerra fría», afirmaba Deng Xiaoping en 1991, se está gestando entre China y América.

La misma frase ha sido aplicada a las relaciones cada vez más difíciles entre el Japón y los Estados Unidos. En este caso, la diferencia cultural exacerba el conflicto económico. Cada uno de los pueblos acusa de racismo al otro, pero al menos por parte norteamericana las antipatías no son raciales, sino culturales. Los valores básicos, las actitudes, las pautas de conducta de las dos sociedades no podrían ser más distintas. Las cuestiones económicas entre los Estados Unidos y Europa no son menos serias que las de los Estados Unidos y el Japón, pero en este caso no tienen la misma repercusión política ni la misma intensidad emocional porque las diferencias entre la cultura estadounidense y la europea son sin comparación bastante menores que las que existen entre la civilización norteamericana y la civilización japonesa.

Las interacciones entre las civilizaciones varían enormemente en la medida en que pueden ser caracterizadas por la violencia. La competición económica es la que predomina claramente entre las subcivilizaciones occidentales norteamericana y europea, al igual que entre éstas y el Japón. En el continente euroasiático, sin embargo, la proliferación del conflicto étnico, llevado a su extremo en la «limpieza étnica» [¿nazismo?], no ocurre totalmente al azar. Su índice mayor de frecuencia y su máximo nivel de ferocidad se ha dado entre grupos pertenecientes a civilizaciones distintas. En Eurasia, las grandes líneas históricas de fractura entre civilizaciones están una vez más en llamas. Este hecho es particularmente cierto a lo largo de las fronteras del creciente bloque islámico de naciones que se extiende desde la protuberancia de África hasta el Asia central. Hay también violencia entre los mu¬ulmanes, por una parte, y los serbios ortodoxos en los Balcanes, los judíos en Israel, los hindúes en la India, los budistas en Birmania, y los católicos en Filipinas. El islam tiene sus fronteras ensangrentadas."

El texto de Huntington es muy largo y está muy recargado de erudición. Quien lo desee puede leer el texto íntegro o, mejor aún, el libro completo que escribió con posterioridad. Huntington va citando ejemplos de la historia universal que demuestran que su hipótesis inicial es algo más que un mero juicio de valor. El autor norteamericano concluye su escrito con las siguientes conclusiones:

"El presente ensayo no pretende sostener que las identidades de civilización vayan a reemplazar a todas las demás identidades, ni tampoco que vayan a desaparecer los Estados nacionales, que toda civilización haya de tornarse en una entidad política singular y coherente, o que los grupos internos de una civilización no vayan a entrar en conflicto ni a combatir jamás entre sí. Lo que el presente ensayo se propone es elaborar una serie de hipótesis que cabe enumerar diciendo que las diferencias entre civilizaciones son reales e importantes; que la conciencia de civilización va en aumento; que el conflicto entre civilizaciones suplantará a las formas ideológicas y otras anteriores de conflicto para erigirse en la forma dominante de conflicto global; que las relaciones internacionales, que han sido históricamente un juego practicado dentro de la civilización occidental, serán crecientemente desoccidentalizadas para tomarse en un juego en el que la civilizaciones no−occidentales sean actores y no simplemente objetos; que la tarea de desarrollar instituciones internacionales de política, seguridad y economía cuenta con más probabilidades de éxito si se la lleva a cabo en el seno de una civilización que traspasando sus fronteras. Que los conflictos entre grupos de civilizaciones distintas serán más frecuentes, prolongados y violentos que los sostenidos entre grupos de la misma civilización; los conflictos violentos entre grupos de civilizaciones diferentes son la más verosímil y peligrosa fuente de escalada susceptible de transformación en auténticas guerras mundiales; que el eje supremo de la política mundial lo serán las relaciones entre «Occidente y el resto»; que los dirigentes en algunos países no−occidentales de situación y comportamiento indecisos tratarán de hacer de esos países parte de Occidente, si bien en la mayoría de los casos habrán de afrontar graves obstáculos para cumplir ese objetivo; que surgirá un foco central de conflicto para el inmediato futuro entre Occidente y diversos Estados islámico−confucianos.

Todo esto no significa sostener que sean deseables los conflictos entre civilizaciones. Es elaborar una serie de hipótesis descriptivas de lo que pueda ser el futuro. Pero, si estas hipótesis son plausibles, es necesario considerar sus implicaciones para la estrategia política occidental. Convendría dividir estas implicaciones en ventajas a corto plazo y adaptaciones o acomodaciones a largo. A corto plazo es claro que en el interés de Occidente está promover una mayor cooperación y unidad en el seno de su propia civilización, particularmente entre sus componentes europeos y norteamericanos; incorporarse las sociedades de Europa del Este y de Latinoamérica cuyas culturas son afines a las occidentales; promover y mantener relaciones de cooperación con Rusia y Japón; impedir que los conflictos locales se conviertan en grandes guerras entre civilizaciones; limitar la expansión del poder militar de los Estados confucianos e islámicos; moderar la reducción de capacidades militares occidentales y mantener la superioridad militar en el Asia oriental y suroccidental; explotar las diferencias y los conflictos entre Estados confucianos e islámicos; prestar apoyo a otros grupos de civilizaciones que simpaticen con los valores e intereses occidentales; fortalecer instituciones internacionales que reflejen y legitimen los intereses y los valores occidentales y promover la implicación de Estados no−occidentales en esas instituciones.
Pero a largo plazo convendría tomar otras medidas. La civilización occidental es a la par occidental y moderna. Las civilizaciones no−occidentales han intentado hacerse modernas sin devenir occidentales. Hasta la fecha, sólo Japón ha triunfado plenamente en esta empresa. Las civilizaciones no−occidentales continuarán tratando de adquirir la riqueza, la tecnología, las habilidades, las máquinas y el armamento que son parte del ser moderno. También tratarán de reconciliar esta modernidad con sus culturas y sus valores tradicionales. Su poder económico y militar con relación a Occidente irá en aumento. Y la consecuencia que de aquí se sigue es que Occidente tendrá que acomodarse o adaptarse crecientemente a estas modernas civilizaciones no−occidentales cuyo poder se aproxima al occidental, pero cuyos valores e intereses difieren significativamente de los occidentales. Ello requerirá que Occidente mantenga el poder económico y militar necesario para proteger sus intereses con relación a esas civilizaciones.

Pero también requerirá que Occidente desarrolle una comprensión más profunda de los fundamentales supuestos filosóficos y religiosos subyacentes a otras civilizaciones y de los modos en que las gentes de esas civilizaciones suelen ver sus propios intereses. Requerirá un esfuerzo identificar elementos de comunalidad entre las civilizaciones occidentales y las no−occidentales. Para el futuro relevante, no habrá ninguna Civilización Universal, sino, por el contrario, un mundo de civilizaciones distintas, cada una de las cuales tendrá que aprender a coexistir con las otras."

A mí todo lo anterior me huele mucho al conflicto por los recursos cuando el espacio es limitado. Es exactamente lo que rige en el mundo animal. Parece que al final lo que llevamos dentro es la animalidad, a cuyos fines de imposición sobre los demás hemos puesto la razón, esa nota característica que debiera diferenciarnos de otras especies animales y que, a la postre, parece que hemos puesto al servicio de nuestros instintos depredadores y del «gen egoísta».

Saludos.

PD: apuesto a que sólo cuatro gatos han leído este mensaje. Mucho quejarse del politiqueo pero cuando se escriben mensajes largos con contenidos de estudio del Grado en Filosofía muchos no los leéis.
David Feltrer Bailén Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla
Graduado en Filosofía (UNED - febrero de 2016)
Estudiante del Máster en Filosofía Teórica y Práctica (UNED - octubre de 2018)
Estudiante del Grado en Geografía e Historia (UNED)
Última Edición: 15 Mar 2016 02:57 por Conrado.
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